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UN VIAJE MÁGICO A PERU. Mario Alberto Gutierrez (novela)

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  PRÓLOGO.

  

…pero regresa, regresa aunque sea para despedirte. Es de hecho, una invitación a viajar por el mundo mágico, fantástico y místico, en el cual, el autor de este libro ha estado inmerso desde su temprana edad.

Si bien, el mismo, en muchas ocasiones de su vida no logra comprenderlos, los llamados ahí están, manifestados a través de “cositas”, enciclopedias, música, etc.

Su aventura permanente, en diferentes etapas, es la seducción ineludible hacía el Pueblo peruano del mundo Inca. Eso lo lleva a pesquisar e informarse sobre la cultura andina. Su dedicación, durante tantos años a lo referente a este país sudamericano, el Perú, se transforma en un verdadero regalo al lector.

Nada más, hay que incursionar a la lectura sin prejuicios y sin ponderaciones “razonables”. La razón sale sobrando cuando soltamos  las riendas de nuestro corazón. Acuérdense: Los sueños existen para ser transformados en realidad y una de ellas es que nacemos con la capacidad de aprender a soñar.

Para transformarnos en auténticos soñadores, lo fundamental es nuestra actitud ante la vida, ante los acontecimientos, sean ellos visibles, invisibles o imaginarios.

Hay que estar abiertos a todo lo nuevo, a lo diferente. Ser   perceptibles. Permanecer atentos. La atención es lo que nos permite centrarnos en aquello que queremos percibir. Esa actitud atenta, ha sido, a mi ver, “su estado de gracia”, lo que ha “rescatado” el autor de su tendencia a la racionalidad.

 

La chamana oaxaqueña al incidir de manera insistente con la pregunta:

“¿Cómo te llamas?” es sin duda un llamado recurrente para traerlo de regreso a su ser, o sea, es como decírselo: “Acuérdate quién eres”. Acuérdate de siempre de la eternidad del ser, “…el espacio y el tiempo están  perfectamente amarrados,… que si estás aquí y ahora, también puedes estar aquí antes o aquí después…”

Lo vuelve a recordar la joven peruana, su guía. Su constante guía, la feminidad. Esa atracción a lo femenino, hace muy amena la lectura debido a ese “encantamiento por las mujeres” y por eso regresa, regresa siempre, aunque sea para despedirte.

…y no lo olvides: la mejor manera de regresar es recordar que hemos estado  presentes siempre.

Adelante con la lectura. Deléitense. Les aseguro, que no se van a arrepentir.

 

Lillian Ribeiro.

 

…pero regresa, regresa aunque sea para despedirte, regresa...   (canción peruana)

 

 

INTRODUCCIÓN:

 

¿Quién no ha sospechado de haber tenido una vida anterior?

 

Esta es una interrogante que se ha repetido en todas las grandes culturas de la humanidad, las que han propuesto diferentes hipótesis para conocer el porqué de esta realidad.

 

En nuestro siglo, esté interés se mantiene manifiesto y los grandes científicos plantean teorías muy sólidas para poder explicar nuestro posible tránsito en el tiempo.

 

El ciudadano común y corriente, también se manifiesta interesado en el tema.

 

Con mayor o menor sensatez las regresiones a vidas anteriores son comúnmente comentadas en casi todos los círculos sociales.

 

Puedo afirmar, que la mayoría de mis amigos y conocidos, reconocen haber tenido, también, expresiones, más o menos claras, de una vida anterior, – es común escuchar: “yo ya había estado en este lugar”, “ya conocía a esta persona”– pero muchos otros, han y hemos tenido experiencias más profundas, que se inician por un interés complejo por una cultura, por alguna época, o un personaje histórico.

 

Nos identificamos con situaciones de extrema realidad antes fenómenos que la mayoría de las veces no comprendemos.

Es por eso que la religión y también la ciencia lo han tratado de explicar de acuerdo a sus propios recursos; estas interpretaciones son convincentes en la medida de la formación de cada quien.

 

En términos generales, las religiones las revelan dentro de un proceso de reencarnación del espíritu y los científicos van, desde una manifestación neurótica, hasta potencialidades de nuestro cerebro, aún no exploradas en su totalidad.

 

En lo personal, creo que la hipótesis que aventura Roberto Charroux1, en su libro “Nuestros antepasados los extraterrestres”, es la  explicación más  convincente. Propone Charroux un modelo denominado “La genética de la memoria”, que plantea la posibilidad de que a través de los genes se trasmitan recuerdos y experiencias de nuestros antecesores; propuesta que científicamente tiene  una gran posibilidad, de existir.

 

Así como podemos heredar la forma de la boca, el color del pelo, la estatura y el tamaño de los pies, por supuesto la inteligencia y la capacidad de nuestra memoria, ¿Qué impide que se hereden particularidades del carácter? o ¿las vivencias de alguno de nuestros tatarabuelos cavernícolas?

 

Es común escuchar que un descendiente tenga los mismos gustos por la comida que el abuelo, o la capacidad de interpretar al piano la Música que gustaba a la bisabuela.

 

Pienso que esta posibilidad de heredar la memoria existe y que se puede activar, con técnicas diferentes. De  nuevo acudo a la ciencia y a la religión; el místico utilizará la meditación o el rezo, Mientras que el científico lo hará a través de la hipnosis, o quizás con el uso de drogas estimulantes, para lograrlo.

 

Estoy seguro, que en un futuro no lejano, el místico religioso y el científico, se entrecruzaran en el camino para brindar a lo sociedad las mejores alternativas para hacer un mejor uso de nuestro cerebro y de  esta manera hacerlo transitar en el tiempo y el espacio.

 

Hace cientos de años esta dos corrientes del pensamiento humano ya lo hicieron.

 

Prueba de ello son los chamanes y a quienes llamamos brujos de culturas  milenarias, que con un método holístico, descubrieron, dentro de un misticismocientífico, esta posibilidad de recurrir a la genética de la memoria, para viajar en del tiempo, a través épocas y lugares diferentes.

 

Lo que me propongo relatar, radica esencialmente respecto a este tema de la interpretación de una vida pasada.

 

Con seguridad, será mejor descifrado por el conocedor de la física cuántica o por el metafísico, por supuesto por el entendido de la mística, sin embargo, esta historia, al recorrer por diferentes criterios, tendrá diferentes interpretaciones, todas ellas muy respetables.

 

 

 

 

 

EL INICIO:

 

 

Cuando tenía seis años de edad, escribí una esperanzadora carta a los Reyes Magos, justamente un 5 de Enero de 1957. En una hoja de papel, arrancada del cuaderno de gramática de mi hermano Luís, me aventuré a solicitar unos patines, un balón de basket ball, una caja de dulces, mi traje de Superman y diez de aquellos pesos, con los que pretendía ayudar a mi abuelo con la pesada carga que significaba mantener a la familia, siendo él bell boy en el Hotel Reforma de la ciudad de México, en aquel entonces, uno de los más lujosos y prestigiados.

 

A cambio de todo lo que pretendía ese pliego petitorio, recibí, de los Magos  de Oriente, solamente una guitarrita, de esas que en México llamamos de indito. Estas, son unas guitarras de juguete, elaboradas con madera de pino, como de cuarta calidad, dibujadas a mano de manera muy colorida y con seis mal templadas cuerdas de nylon, imposibles de afinar.

 

Cuando muy de mañana del 6 de Enero encontré mi regalo, orgulloso corrí con él al cuarto donde dormía con mi madre y mi hermano, empujé ruidoso la puerta y empecé a cantarles, “La Flor de la Canela”. Ella, mi madre, entreabrió los ojos, sonrió y con su característico humor, que de siempre he calificado de entre sarcástico y severo, me dijo: esa canción, es muy linda, peruana, pero…. ¡¿podrías cantarla más tarde?!

 

Para mí todavía es hora de dormir, tuve un día pesado ayer, dijo, antes de girar su cuerpo y volver a cerrar los ojos

 

Mi hermano, ni siquiera se dio por enterado.

 

Como todos los días de la semana, mi madre había tenido que arreglar la casa, guisar para mi abuelo, su hermana y las dos joyitas con que Dios la premió, que éramos mi hermano Luís y quién esto escribe. A pesar de que el departamento era pequeño, el trabajo era inmenso, dada la excesiva costumbre familiar de que debía existir estricto orden y limpieza dentro de él.

 

Durante la prolongada noche de espera de los Reyes Magos, mi infantil cerebro creía no haber dormido esperando su llegada.

 

Recuerdo haber estado en vigilia en la búsqueda de algún movimiento, ruido, o señal que delatara su presencia.

 

Miraba con detenimiento las paredes grises del departamento donde vivíamos; paredes que detentaban la oscuridad clásica de los edificios solidarios del México de los cincuentas.

 

En la penumbra, según yo, se percibía el movimiento de sombras que simulaban grandes telarañas, semejantes a los telones que protegían antiguamente las pantallas de los cines. Mi imaginación las suponía como figuras humanas, que por supuesto, para mí, eran las de Melchor, Gaspar y Baltasar.

 

Los imaginaba cargando un enorme costal, lleno con todos los regalos que había solicitado.

 

Cuando más tarde pregunté, ¿Por qué solamente me habían traído una guitarrita?, la sabia respuesta de mi madre fue – “es que tienes muy mala letra, no te entendieron” – Nótese la habilidad para salir de apuros de mi progenitora. A decir verdad, creo que esa ha sido una de sus mejores herencias.

 

Para un niño de mi época, este comentario resultó un golpe temporal, de siempre he sido muy proclive a la depresión ante comentarios que afectan mis habilidades, y esa, no fue la excepción. Me reclamaba mi mala letra, y cuestionaba, mi capacidad de darme a entender, con la misma vehemencia con que ahora lo hago. No importa si me refiero a la comunicación escrita, verbal y aún la corporal, solo que en aquel entonces lo olvide rápidamente.

 

El departamento en que habitamos mi hermano y yo, junto con mi abuelo, mi tía y por supuesto mi joven madre, se distinguía, además de estar siempre ordenado y limpio, por una permanente penumbra. Los edificios destinados a lo que se conocía como la clase media baja, se construían con pequeñas ventanas y reducidos espacios para las habitaciones, de ahí que la luminosidad fuera escasa.

 

Para nosotros, los niños, lo preocupante era que dentro de aquellos departamentos, quedaba muy poco sitio para poder jugar y en consecuencia, el lugar ideal eran los patios y las azotehuelas, donde nos arriesgábamos a ser regañados y aún a una paliza por haber violentado el espacio exclusivo para las macetas de las abuelas. Ese 6 de Enero, justamente en el área que intercomunicaba cuatro de los departamentos, jugaba con mis amigos.

 

Habíamos asaltado la azotehuela brincado, cada quién, por cada una de las ventanas de las recamaras de los departamentos. Quiero decir, que no había un acceso a través de puerta alguna, así que era necesario violentar el ingreso, para poder compartir con los amigos.

 

Todos presumíamos, como era la costumbre, de nuestros regalos, existía un reto oculto entre nosotros, pues la calidad del obsequio se sustentaba en nuestro buen comportamiento durante todo el año.

 

Mi guitarrita, me hacía ante los demás un chamaco bien portado, debido a que la pobreza de los demás amigos era superior a la de nuestra familia.

 

Así que mi regalo, era de los más envidiados.

 

La vida en la ciudad de México, era, en aquel entonces muy diferente a lo que es hoy. La fraternidad de los habitantes representaba una de nuestras más sólidas características.

 

Por supuesto, ésta se acrecentaba en el caso de las clases populares que habitábamos en barrios, como el nuestro.

 

¿Que decir de los inquilinos de nuestro edificio?

 

Puedo afirmar que las muestras de fraternidad eran muy superiores en los años cincuentas, a las de la ciudad capital de estos días. Éramos, por así decirlo, otra tribu, otra cultura fundada en la hermandad y en la igualdad, conceptos que a través de los años han ido desapareciendo en esa enorme metrópoli.

 

Ser niño, era un privilegio mayor, un estatus especial en el barrio de Peralvillo. Se nos respetaba, se nos protegía. Los grandes, como solíamos llamar a los amigos de una generación mayor, nos brindaban sus experiencias dentro de un proceso educativo tribal.

 

Saber defenderse a golpes, dentro de una caballerosidad impuesta, era indispensable, como fundamental, saber protegerse de los albures.

 

Para nosotros, el “roba chicos” era un ente etéreo, cuya función era la de educar, a través de infundir miedo a los niños. Parte de nuestra instrucción, además de la escuela y la casa, era por supuesto, la calle. Ahora esto se ha reducido a su mínima expresión. En aquellos años, no se podía sobrevivir, sin una sólida formación profesional producto de la vagancia.

 

Aquel barrio, enclavado en Santiago Tlatelolco, todavía estaba impregnado de un sabor al México prehispánico.

 

Ubicado muy cerca de tepito, que significa barrio de pobres, los conceptos de familia, infancia, felicidad, frugalidad, inocencia, valentía, coexistían dentro de nosotros y por supuesto en la esencia del grupo tribal.

 

Éramos la tribu de los “yacasi”. Ser un “yacasi” nos dibujaba de cuerpo entero en el barrio. En este mundo mítico y mágico, todos los personajes se caracterizaban por haber tocado las puertas de la excelencia o del triunfo, sin haberlo alcanzado.

 

Dentro de nuestros héroes, estaba quien pudo haber sido campeón de la lucha libre, si no le hubiera apuñalado un borracho a la salida de una cantina, consecuencia de los cual quedó ciego.

 

Aquel que no jugó en el equipo campeón del Fut Bol nacional, porque el día que le citaron para hacer la prueba definitiva, no había tenido para pagar el pasaje del camión que le iba a llevar al campo de entrenamiento. O quien pudo haber sido un excelente médico, de no haberse desmayado cada vez que veía sangre.

 

Este cúmulo de “yacasi” nos impregnaba la concepción del mundo en esa época.

 

¿Cómo no recordar a quien pudo haber sido extra en una película de Cantinflas y de ahí brincado al estrellato, de no haber carecido de la ropa necesaria para la prueba?

 

Por ello, recibir a cambio de un cúmulo de peticiones una guitarrita, no resultaba insultante a pesar de la larga lista de ilusiones traspapeladas en la realidad. Todos los niños habíamos recibido, como yo, regalos totalmente ajenos a sus conscientes escritos; pero todos éramos felices, aquel ¡¿Podrías cantarla más tarde?!

 

tenía un significado diferente al del enojo, significaba “disfruta tu regalo, ve a jugar con tus amigos” y eso hice.

 

Organizamos un infantil grupo musical y ruidosamente proseguimos cantando, “la Flor de la Canela”.

 

Con los años, nuestro barrio fue destruido. La modernidad que la ciudad reclamaba, provocó que muchas de las construcciones del viejo barrio de Tlatelolco fueran derrumbadas.

 

Antiguas vecindades de adobe se vinieron abajo, pagando así, el precio justo para formar parte de un país que desde entonces ha pretendido integrarse a un mundo modero, hacia el cual, en gran medida, nuestras raíces se niegan a dejar despegar.

 

Tlatelolco o tlatelulco fue el centro comercial más importantes del México prehispánico; su nombre proviene del náhuatl tlatelli, “terraza” o de xaltilolli, “punto arenoso”. Los Xochimilcas, Chalcas, Tepanecas, Culhuas, Tlahuicas, Tlaxcaltecas y los Mexicas fueron los grupos que emigraron de Aztlán, “el lugar de la blancura”, en la búsqueda de la tierra que les había prometido Huitzilopochtli.

 

Cuauhtémoc, uno de nuestros más grandes héroes nacionales, es de origen Tlatelolca y en pleno proceso de conquista por los españoles, fue elegido gobernante de aquel lugar en 1515.

 

A la caída del imperio Azteca, en 1521, Hernán Cortés decidió que Tlatelolco se convirtiera en el Señorío de indígenas bajo el mando de Cuauhtémoc, en tanto, a la Gran Tenochtitlán se le asignó como tierra para los hombres blancos y se le denominó barrio de San Francisco. Tlatelolco fue asignado a la orden de los franciscanos quienes erigieron para 1527 su primera iglesia, Santiago Tlatelolco, la cual fue construida con la sangre de sus pobladores y edificada con las piedras del templo mayor.

 

En esa Iglesia recibí mi frágil formación católica. Aún recuerdo el miedo que me provocaba la gran pintura que está sobre la puerta norte, un San Cristóbal de ocho metros de altura, representando ser el portador de la religión católica al nuevo mundo. Los domingos, de la mano de mi madre pasaba sin voltear frente a esa pintura, que imaginaba de un gigante maligno, lo que me provocaba mucho miedo. Cientos de años después de la construcción de esta bella Iglesia, en donde conformé mi visión cristianonahuatlaca, la modernidad alcanzó a Tlatelolco. A finales de la década de los cincuenta del siglo pasado.

 

El presidente de la República en turno, Adolfo López Mateos decidió se edificará la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco, designando a los arquitectos Mario Pani y  Ricardo de Robina para la construcción de 130 edificios, en los terrenos del antiguo Tecpan, de ahí que una de las principales edificios, lleve por nombre, Suites Tecpan.

 

Con la modernidad propuesta por las autoridades, que incluía la prolongación del Paseo de la Reforma hasta nuestro barrio, o de lo que de él quedaría, se dio origen a la Plaza de las tres culturas.

 

El celebre Salvador Flores Rivera, mejor conocido como Chava Flores inmortalizó este hecho cantando. “ahora si las Lomas, ya somos vecinos”, lo que significaba que los de Peralvillo ya éramos vecinos de los habitantes de las lomas de Chapultepec, una de las zonas residenciales más exclusivas de la ciudad de México.

 

Se le llama Plaza de las Tres Culturas, pues en una misma área coinciden muestras del México prehispánico, de la época Colonial y del modernismo de los años sesentas. Fue en esta plaza justamente, en donde muchos estudiantes mexicanos fueron asesinados el 2 de Octubre de 1968, por la intransigencia y ceguera de las autoridades del gobierno de aquel entonces.

 

Para los niños de la época, este proceso de modernización que incluyó la destrucción de antiguas vecindades y edificios del barrio, se convirtió en un verdadero paraíso por sus nuevos paisajes. Se ampliaron los espacios para poder jugar, aparecieron laberintos mágicos en donde poder crear en nuestra imaginación mundos extraños, del pasado, del presente y aún del futuro. Ahí escenificamos con los amigos, batallas, que iban, desde la época de los gladiadores, hasta la segunda Guerra Mundial, pasando por un verdadero pleito a pedradas entre los del 21, contra de los del 17, números que identificaban las vecindades de aquel barrio.

 

Lo que fueron las vecindades, se transformaron en raros horizontes. Valles, lomeríos e imaginarias montañas, todas del principal material con que fueron originalmente construidos, el adobe.

 

En las tardes de lluvia, estos adobes se “lavaban” y descubrían para nosotros diminutos piezas de barro cocido, con restos de figuritas prehispánicas.

 

Figuras que se habían perpetuado, cubiertas de tierra y polvo, para nosotros, las nuevas generaciones de mexicanos.

 

Caritas, fragmentos de animales, pirámides que suponíamos de juguete, ollas, y muchas otras figuras, las cuales eran descubiertas por el agua de lluvia. Tan pronto terminaba de llover, un enjambre de chiquillos corríamos presurosos a buscar estas figuritas, estableciendo un auténtico duelo entre todos, para ver quién encontraba la más bella, la más fantástica, quizás la más grande o la más completa.

 

Nos dio por llamarles cositas.

 

Pregunta cotidiana después de la búsqueda en las tardes de lluvia era,

¿Qué cositas encontraste?

 

Eran tardes maravillosas, donde los niños parecíamos expedicionarios, asignándonos rutas de búsqueda, según registros que teníamos de anteriores recorridos. A cada hallazgo correspondía un grito de orgullo o de sorpresa. No todos los niños compartíamos el mismo gusto, otros preferían el futbol callejero o las reuniones de grupos en donde se contaban las historias de nuestro héroes del barrio, como pleitos memorables, hazañas increíbles, historias que algunos de nosotros debió registrar para la posteridad y de donde de seguro, habría surgido un buen cuentista.

 

Tema común en estas reuniones, era la actualización de los apodos de los vecinos. En Peralvillo, no se podía coexistir sin un apodo adecuado, de acuerdo a la personalidad de cada cual.

 

El apodo casi siempre correspondía a un defecto físico como “Juan el cebollón”, por estar excedido de peso. También era contrario a una cualidad, como Beto “el mugres”, por su característica limpieza. Otros sobrenombres tenían su origen en el trabajo, Martha la panadera, Pedro el plomero; el buzo, quién debía su mote a que siempre estaba bajo el agua (alcohol) y otros tantos, todos ellos a precisión, de acuerdo a la persona.

 

Los apodos, nos permitían asistir a las tertulias tan propias de nuestro México D.F. Siendo mayores que nosotros, “los grandes” nos educaban para la convivencia citadina. Como en una sociedad iniciática, eran nuestros maestros.

 

Por supuesto, dentro de sus enseñanzas y protección, estaba el compartir gustosos los hallazgos de nuestras cositas.

 

Una vez hechos los recorridos, los expedicionarios acudíamos a las reuniones para presumir los hallazgos.

 

Uno de estos descubrimientos llamó mi atención de manera particular. Un medio día en que se confluye la lluvia con el sol, Tláloc puso a mi suerte una figurilla extraña, muy diferente a las anteriormente encontradas. Plana, de unos tres centímetros de lado, elaborada de un material semejante a la obsidiana, con un hueco redondo en el medio y simétricamente, tres ángulos perfectamente alineados hacia cada uno de los cuatro lados que la componían.

 

La conservé con curiosidad, sin mostrarla, ni a mis compañeros, ni a  los grandes del grupo. Curioso y como presintiendo tuviera alguna cualidad extraordinaria, la guardé para enseñarla a mi tío Miguel, primo de mi madre, quien calificaba mis hallazgos, cuando estos rebasaban lo cotidiano de los descubrimientos.

 

La imaginación de mi tío desbordaba cualquier capacidad crítica. Él era quién examinaba mis descubrimientos especiales. A pesar de que no vivíamos cerca, de vez en vez, aparecía para dejar abierta su imaginación y mi boca, con sus comentarios.

 

Con su fantasía característica, me dijo que esa cosita era un sello, con el cual los guerreros aztecas, los caballeros águila, tatuaban sus cuerpos antes del combate, que según el grado militar que sustentaran se les permitía grabar más veces su piel. Se atrevió a entintar mi figurita, en un “colchón” de esos que se usaban para los sellos de goma y presionar su brazo con ella.

 

Apareció la calca de la misma y mis ojos se desorbitaron, solamente por imaginar como se vería un caballero águila con todo su cuerpo tatuado de esa manera.

 

Sugirió, que era necesario llevara la figurita con su suegro, a quién el me proyectó como un supuesto especialista en piezas arqueológicas para que nos precisara de que se trataba esta, que era, tan diferente a las demás. Como yo lo presentí, esa figura nunca la volví a ver. La perdí para siempre, sin embargo, su imagen aún queda grabada en mi mente y ha sido hasta ahora, que he hecho un viaje mágico a Perú, que he podido descubrir su significado.

 

El gusto por “La Flor de la Canela” fue sin duda alguna la primer revelación de una atracción frenética a todo lo que tuviera que ver con la cultura de aquel país, particularmente con los incas.

 

Esta atracción hacia el Perú, también se reveló en admiración que tenía de las imágenes de construcciones megalíticas que desde niño pude ver en diferentes fotografías y dibujos.

 

En una de tantas tardes de sosiego infantil, mi abuelo trajo a casa una enciclopedia, “El Tesoro de la Juventud”. Lo había adquirido haciendo un gran esfuerzo económico, pero con la firme idea de que nos sería útil para la educación formal de mi hermano y mía.

 

Esa tarde lluviosa, mitad burla y mitad alegría, apareció con una enorme caja de cartón preguntando: “¿saben que compré?”, “quien lo adivine se ganará un peso”.

 

La curiosidad femenina de mi tía y mi madre y la inquisición infantil de Luís y mía, no nos acercaron en lo más mínimo a un atisbo de acierto a lo que contenía esa caja. Pasó de una supuesta vajilla, a un enorme juego de ajedrez.

 

La verdad es que para todos los que nos encontrábamos en ese penoso interrogatorio, resultó frustrante el que la sorpresa fuera una enciclopedia.

 

Posteriormente acomodada en un librero que ex profeso mandó construir el Abuelo, esos libros se convirtieron, en una terrible sensación de esclavitud intelectual, para mi hermano y para mí. El que el abuelo nos pidiera buscar algún tema del que habíamos mostrado ignorancia, era un martirio.

 

Cualquier asunto desconocido por algún miembro de la familia, era suplantado por el “tráete el tumba burros”, que significaba, en buen español, consulta el Tesoro de la Juventud. Y ahí empezaba el tormento, desde buscar en el Tomo XX la palabra clave, que requería de un excelente conocimiento del abecedario para dar con ella, hasta encontrar la página correcta, que significaba una gran pericia en el manejo de la serie numérica.

 

Recuerdo que cuando era requerido a realizar estas búsquedas  tormentosas, casi siempre escudriñaba el tomo y la página en donde se encontraban las fotografías de la zona arqueológica de Machu Picchu. Ahí me perdía por horas.

 

Ahora que he vuelto a ver este “Tesoro de la Juventud”, reconozco que las fotografías son placas de muy mala calidad. Sin embargo, tenían la magia suficiente para trasladarme a un país fantástico, en un tiempo y un espacio del que me sentía infinitamente desubicado, pero profundamente atraído.

 

No comprendía que era lo que me inducía a mirar por horas unas montañas misteriosas en donde se observaban unas construcciones de piedra, embonadas, una a una, con precisión. ¿Qué es lo que cautivaba mi infantil imaginación? Era tal su atracción, que pasaba tardes enteras jugando a construir, con plastilina, lo que para mí eran obras semejantes a las observadas en esas fotografías.

 

Mi madre se admiraba de cómo, en lugar de hacer las figuras impuestas en las tareas escolares, prefería hacer mis propias zonas arqueológicas al estilo Perú. Debió haber sido desesperante para ella verme hacer algo que no comprendía, y que por supuesto, yo tampoco podía explicar.

 

 Ya un poco mayor me preguntaba, ¿que es lo que yo pretendía con esa fuga de mi intelecto? Aún recuerdo haber sido amonestado por mi madre, por distraerme de mis obligaciones para jugar al constructor incaico.

 

Esta atracción por las construcciones prehispánicas de Perú se prologó durante mucho tiempo. En mis clases de secundaria, sobre todo si ésta era aburrida, lo que sucedía en la mayoría de las veces. Dibujaba infinitos muros al estilo Cusco, sin comprender la causa precisa de este juego. En ellos, ubicaba guerreros Incas de un lado y del otro, conquistadores españoles, combatiendo por ganar los espacios de una ciudad y una región para mí desconocidas.

 

Recuerdo, aún estudiante de secundaria, haber discutido con mi maestro de Historia Universal, sobre Cusco, Machu Picchu y Tihauanaco. En esos tiempos, pensaba que aquellas construcciones tenían un origen extraterrestre.

 

Influenciado por los escritos de Eric Von Daniken, caí en la idea de que Nazca y Machu Picchu, al igual que las pirámides de Egipto y las de todo el México prehispánico, eran producto de viajantes del espacio.

 

Me enredé en menospreciar a sus verdaderos constructores, a creer que los humanos no teníamos la capacidad de generar estas  maravillas.

 

Sin embargo, con el tiempo, la madurez intelectual y el haberme adentrado en el estudio de las ciencias sociales, cambió radicalmente mi concepción de ello y ahora califico estos criterios de absurdos, pues estoy seguro de que la verdadera creatividad de los humanos tiene capacidades ilimitadas, como lo es la construcción de esas magnas obras, que hasta ahora, para la mayoría de nosotros resulta incomprensible entenderlas.

 

Las ráfagas de interés por aquel país se acrecentaron en mi adolescencia.

 

En cada oportunidad intentaba conocer más de las construcciones prehispánicas del Perú, su cultura, sus tradiciones. Por supuesto me enamoré de su música, de Chabuca Granda.

 

Me recuerdo todavía en las discotecas del centro de la ciudad de México preguntando sí tenían discos de la cantante.

 

Cuando hice mis estudios de maestría conocí a un matrimonio peruano, una pareja muy linda que en esa época nos hicimos compadres. Edificamos una gran amistad por mi interés de todo lo peruano, ¿cuánto les habré abrumado con mis preguntas sobre los detalles de lo que tuviera la más mínima influencia de allá?

 

Más antes, universitario, estudiante de medicina veterinaria y zootecnia, asistía a las peñas de la capital de la república para escuchar música del Perú, ahí conocí mucho de su riqueza musical y de su poesía, sus diferentes ritmos, la música negra, los valses, etc. Me apropié de la obra de Tania Libertad. ¡Cómo me llamaron  atención sus interpretaciones de Chabuca y de muchos otros compositores de allá!

 

Infinidad de experiencias, personas y anécdotas, me ligaron siempre a es maravilloso país.

 

Enamorado como estoy de Perú, y aún sin conocerlo, en una de mis experiencias con la psilocibina, pude observar un valle de construcciones Incas, semejantes a las de Cuzco, donde una multitud era masacrada por los conquistadores. La gente corría atemorizada de los jinetes y de sus bestias embravecidas, sus arcabuces y el terrible escándalo que provocaban, por calles bellamente adoquinadas y enmarcadas con murallas de piedra finamente labradas

 

En ese momento tuve la idea de que, gracias a esa sabiduría indígena mexicana, podía, como adulto, comprender mi interés por Perú.

 

Había tenido una vida inconclusa allá.

 

Me propuse ir a Perú y revivir, en el Valle Sagrado de los Incas, mi vida.

 

Mi profesión me dio el privilegio de poder realizar este viaje por tanto tiempo anhelado. ¡Cumplí!, Me había dicho que no podía morir sin conocer Lima, sin regresar, si acaso mi opinión era correcta, a Cuzco y Machu Picchu.

 

En el fondo de mi mente llevaba la clara idea de que había vivido allá, en la época justamente de los Incas con la que me tenía que reencontrar.

 

LA INICIACIÓN:

 

 

¿Cómo te llamas? Preguntó la abuela mazateca.

 

Debíamos subir unas escaleras, dos niveles para alcanzar el estudio de Guillermo, ya él había acomodado en el suelo una colchoneta roja y dos cojines amarillos para sentarnos o recostarnos, o de otra suerte, simplemente mantenernos parados sobre de ellos.

 

El mobiliario lo completaban dos sillas rústicas, la mesa donde debería trabajar la abuela, y nada más.

 

Enmarcando de estos escasos muebles, los libreros atiborrados de Guillermo; en un aparente orden, los libros que enriquecen su cultura, predominantemente sobre temas prehispánicos, o como el lo llama, de “los viejos abuelos”. Infinidad de discos, la mayoría de música clásica, pero los había de todos los temas.

 

Como utensilios de trabajo de la Abuela, dos platos, alrededor 4 o 5 veladoras, un puño de copal, por supuesto cerillos y los hongos envueltos en papel de un periódico publicado días antes en la ciudad de Oaxaca.

 

Adornaban y aromaban el ambiente unas flores silvestres, menudas y blancas.

 

La Abuelita comenzó el ritual.

 

La Abuelita, es la Chamana mazateca que nos instruyó, preparó y acompañó en el viaje. Mujer de una edad indefinida, pero avanzada. Inició el ritual con una pregunta que sería sistemáticamente rutinaria, ¿Cómo te llamas? Le dije mi nombre y me pidió encendiera un poco de copal con un cerillo. El copal, que estaba depositado en un pequeño incensario del típico barro negro de Oaxaca, encendió en el primer intento y observé como chispeaba, al verlo así, la abuelita me dijo: ¡estás contento!, ¡piensas bien!

 

Me miró a los ojos profundamente, y sentí que traspasaba mi mente, la pensé capaz de escudriñar en mis pensamientos.

 

Ella lo comprendió y sonrió.

 

Más tarde, solo unos minutos después, lo mismo les pidió a los otros integrantes del grupo. Respecto a Gisela, una iniciática, como yo, también dijo que estaba contenta, cuando encendió su copal. La mirada de la Abuelita hacia ella era diferente, maternal, más dulce que como lo hacía con Guillermo y conmigo.

 

Por unos minutos mantuvo el incensario en sus manos, lo observó intensamente y lo depositó en la mesita de trabajo, como quién acomoda un objeto que trasmitiera un bello recuerdo.

 

Con Guillermo el proceso fue diferente, a él lo miraba con complicidad, juntos, ya habían trabajado algunas veces. Eran como coautores de esta experiencia nueva solamente para Gisela y para mí. Se manifestaban conocedores de los pasajes que habríamos de transitar. El copal de Guillermo, según la interpretación de la abuelita, habló diferente.

 

Ella le miró a los ojos y con ternura le dijo, Ya no pienses tanto Deja de preocuparte por tu hijo. ¡búscalo y tráelo contigo! – esa, es la solución.

 

Guillermo palideció y balbuceando, solamente asintió en decir un sí, que más parecía un susurro que una respuesta de la que él estuviera convencido.

 

Los tres, Gisela, Guillermo y yo, vestíamos cómodamente, Jeans, tenis y nos observábamos, algo relajados, sin embargo, muy dentro, Gisela y yo estábamos temerosos de esta nueva experiencia.

 

Antes de subir al estudio, en donde se decidió trabajaríamos,  Guillermo nos había informado que no había mucho material, se refería a la cantidad de hongos y que, en consecuencia, solamente participaríamos Gisela y yo.

 

Sin embargo, él también fue requerido para encender copal, y presenciar la ceremonia, a pesar de que estaba decidido que él no consumiría hongos, por esta vez.

 

Después del proceso de encender el copal, la abuelita nos hizo una especie de limpia con las flores blancas y unas ramas frescas de pirú. Con ellas frotó ligeramente nuestros cuerpos, primeramente por los costados, después por el frente y finalmente por detrás. Las sacudía de arriba abajo en todos los casos, mientras oraba, mitad español, mitad mazateco.

 

 Rezó frente a cada uno de nosotros las clásicas oraciones católicas, el Padre Nuestro y el Ave María, entremezclados de palabras mazatecas incomprensibles en ese momento para mí. Del envoltorio de papel periódico sacó los hongos. Pequeños, casi negros y con un profundo olor a tierra humedad. A simple vista parecían champiñones, aunque un poco más pequeños, deshidratados y oscuros. En su media lengua, entremezclada de los dos idiomas, nos dio una amplia explicación de su nombre, estos se conocen, dijo, como hongos de San Pedro y San Pablo, así se les dice, porque se cortan en la fecha de la celebración de estos Santos católicos.

 

Nos hizo una detallada ilustración de en que consistía el corte, la hora en que debía de salir a cosecharlos durante la madrugada de luna llena y nos cantó las bellas tonadillas que se interpretan cuando se tiene voluntad de que los hongos sean buenitos con sus potenciales consumidores. Por supuesto son canciones en lengua mazateca, dulces, rimadas y sobre todo rítmicas, que evocan una interpretación profundamente religiosa, a pesar de no ser comprensible para nosotros su significado.

 

La imaginé en Huautla, su tierra, en una colina, una madrugada realizando la ceremonia que nos relataba. En un bosque húmedo, a media luz, con su menuda figura encorvada, recogiendo los hongos, uno por uno y cantando con profunda devoción las canciones que habrían de hacer de estos, unos hongos benévolos para quienes ahora nos iniciábamos en el ritual.

 

La pensé, pensando en nosotros, aún sin conocernos.

 

También nos habló de otros hongos, Pajaritos y San Isidro Labrador y de cada uno de ellos nos dio la explicación del procedimiento de corte, su utilización y las características de su poder.

 

Cuando extrajo los hongos del envoltorio de papel periódico, los colocó cuidadosamente en un platito de plástico y empezó a dividir la ración. Guillermo le recomendó a la Abuelita que a Gisela le diera una porción menor a la mía, ya que ella, era más ligera de peso. Así lo hizo, percibí, además, que el tamaño de aquellos que le ofertó,  también era menor. Quiero decir que a ella le dio menos hongos y de menor tamaño por las indicaciones de Guillermo.

 

Nos los acercó a cada quién en su plato y dijo:

 

¡Cómanlos despacio!

 

 

¡Mastíquenlos, poco a poco!

 

Me sonó como una orden maternal.

 

Tomamos cada quien su plato y dando unos pasos hacia atrás, nos acomodamos en las sillas, y sosteniendo el plato con las manos, entre las piernas, lentamente empezamos a masticar los hongos.

 

Además de su apariencia, tenían también un gusto parecido a los champiñones crudos, pero con un sabor más profundo a tierra y humedad. “No saben mal”, le dije a Gisela y asintiendo con su cabeza, compartió conmigo el criterio del sabor descrito. Intercambiábamos miradas, para marcar el ritmo de consumo, íbamos calculando el terminar al mismo tiempo, como dos niños que engullen un chocolate y quieren terminar iguales para no tener que compartir. Terminamos de comer los hongos y la Abuelita le pidió a Gisela que se sentara en la colchoneta.

 

Yo propuse hacer lo mismo, pero me frenó, ¡tu no!, me dijo, tú te quedas en la silla. Ahora como una orden militar.

Cada quién estaba en su sitio, y sin dejar de mirarnos con  complicidad, al paso del tiempo, nos cuestionábamos con palabras y señas si acaso teníamos alguna sensación extraña. A veces sonreíamos, otras veces nos observábamos en profundo silencio, pero las más nos preguntábamos susurrando, ¿qué sientes? . ¡Nada!

 

Fue la respuesta concluyente por largo rato.

 

Así estuvimos, calculo, unos cuarenta y cinco minutos.

 

A una señal de la abuela, Guillermo apagó la luz y quedamos en penumbra.

 

Nos alumbraban indirectamente las luces que iluminan las calles del pueblo. La Abuelita volvió a la pregunta habitual cada vez que se dirigía a mí: ¿Cómo te llamas? Di mi nombre de pila y a mi respuesta me preguntó ¿ya estás trabajando?

 

Respondí, ¡no sé! y pregunté ¿Qué tengo que sentir?

 

Ella dijo: ¡habla!

 

Y yo pregunté ¿de qué?

 

De lo que sea, adelantó Guillermo.

 

Entonces empecé a hablar, solamente eso, hablar, de lo que fuera. No recuerdo con certeza el tema, pero lo importante era hablar y hablar y volver a hablar. Honestamente, yo no sentía nada extraordinario, estaba totalmente consciente y en términos médicos con mis constantes fisiológicas estables, ningún cambio aparente.

 

No veía, oía, ni sentía nada diferente a un estado de normalidad.

 

No percibía ningún cambio en alguno de los sentidos, ni en mi conducta, tampoco en mi conciencia. Podría decir que estaba como si nada hubiera sucedido durante estos primeros momentos de mi iniciación. A decir verdad, me estaba aburriendo.

 

De reojo observaba si acaso Gisela tenía algún cambio de comportamiento y a pesar de lo difícil que era, por la penumbra, tampoco veía nada raro en ella. De vez en vez, continuábamos preguntándonos si es que acaso había alguna sensación desconocida para nosotros.

 

De lo que si estaba consiente, era de la incomodidad por estar en esa pequeña silla de madera, tenía un respaldo rígido y asiento de paja.

 

Cansado de estar en esa posición y solamente hablando, humilde, pedí permiso para sentarme en la colchoneta, de hecho, pretendía hacerlo en uno de los cojines que estaban sobre de ella.

 

Cuando me fue autorizado por la disciplinaria abuelita, me recosté y ella me volvió a preguntar: ¿cómo te llamas?, ¿Ya estás trabajando?, Y me ordenó de nuevo: ¡Habla! Seguí hablando, de, no recuerdo que, pero seguramente de cuestiones intrascendentes.

 

Ya recostado, sentí una posición más cómoda. Me advertía relajado y según yo, en las mismas condiciones de normalidad. Sin embargo, en algún momento alcé mis manos y observé un fenómeno raro. Las mantenía a la altura de mis ojos, con los brazos estirados, pero cuando cambiaba mis manos de una posición vertical hacia una posición horizontal, ellas cambiaban de tamaño, más grandes verticales y más chicas horizontales.

 

Pasaban de ser unas manos de niño a manos de adulto.

 

Dudaba si lo estaba viviendo, como una verdadera alucinación o si acaso era la necesidad de sentir algo, solo para complacer a los promotores de este rito. De alguna manera me sentía observado por Guillermo y por la Abuelita y concebía la necesidad de satisfacer las expectativas que tenían de mí iniciación, es por ello, que dudaba si lo que pasaba con mis manos era realidad o ficción.

 

Ante este fenómeno, sentí la necesidad de decir malas palabras y para ello, pedí permiso. Alguien del grupo, cuya voz no identifiqué, respondió que sí. Entonces ofrecí un “¡que chingón!” refiriéndome al fenómeno de mis manos.

 

Si las manos representan destreza, su potencial en gran medida depende de la posición que uno les dé pensaba.

 

Utilizar estas herramientas con rigidez, limita su capacidad. Los grandes maestros del arte han alcanzado su esplendor justamente por entender esta enseñanza que da la posición de sus manos en el trabajo de la creación.

 

Pensaba que los pintores, escultores y otros artistas, deben de combinar unas manos infantiles, creativas, con las de adulto, diestras en el manejo de las herramientas, las que adquieren mayor o menor habilidad dependiendo de su posición, en el más amplio sentido de la palabra.

 

De tanto observar mis manos, empecé a notar en ellas unas grecas luminosas, grecas como las observadas en las artesanías del Perú, donde su fondo era oscuro y las grecas finas líneas fosforescentes con diseños Incaicos en colores claros. Seguía la constante de hacerlas crecer y achicarse, pero ahora con estas grecas prehispánicas. Durante un buen rato me entretuve con esta sensación de ver mis manos, impregnadas del arte Incaico. Ignoraba que el poder del honguito, como dulcemente le llamaba la abuelita, me tenía  preparadas sorpresas aún mayores.

 

Al mover mis manos rápidamente, de izquierda a derecha o hacia arriba o hacia abajo, pareciera que los dedos se mantenían estáticos por momentos y que se desplazaban posteriormente, reteniendo su imagen en toda la travesía, para finalmente alcanzar a una mano que había finalizado su camino. Por tratar de describirlo de alguna manera, estas imágenes eran muy similares a los efectos psicodélicos de los años setenta, de esos que ahora comúnmente vemos en las discotecas o aún en la televisión y por supuesto en las computadoras personales.

 

No sé cuanto tiempo pasé así, pero mi diversión era grande, reía contento con la infinidad de efectos que lograba con mis manos incaicas y psicodélicas.

 

De pronto la Abuelita me interrumpió e insistió en que hablara. Le dije, con el mayor de los respetos, que ya no quería hablar, pero que sin embargo, tenía deseos de cantar. Manso, pedí su autorización pues me sentía con profundos ánimos de hacerlo. Ella aceptó y en su rostro reflejó un gusto por mi petición, dirigiéndose a Guillermo le dijo: tu amigo está contento, trabaja bien. Su autorización provocó que mis oídos percibieran una música de piano con los acordes de una canción conocida por mí, “Let it be” de Lennon y McCartney.

 

Sentí en ese momento que era a mí a quienes los Beatles estaban acompañando, me cuadré al ritmo y a una seña, nada menos que de John Lennon, inicié mi canto en perfecto inglés.

 

En mi cuerpo vibraban los golpes del bajo de Paul, gozaba de la armonía de la guitarra acústica de George, la batería de Ringo y por supuesto los coros de los cuatro Beatles acompañando mi canto. La música era estruendosa, los golpes de los platillos de la batería, lo meloso de los coros, todo era perfectamente perceptible. – Let it be, there will be an answer…Déjalo ser, habrá una respuesta –

 

Al terminar la canción y pragmático como soy, buscaba un nuevo significado de esta situación novedosa para mí.

 

Me sentía profundamente emocionado de haber cantando con mi grupo favorito, de hacerme acompañar una melodía que según dicen, está inspirada en María Sabina, la mother Mary, la maestra de las chamanas de la Sierra Mazateca y según supe después, tía de la abuelita.

 

Por 5 minutos de mi vida, me sentí estrella del canto.

 

Al terminar la canción, percibí que Gisela y la Abuelita platicaban muy cerca una de la otra, pareciera que ellas entraban en un diálogo de mayor entendimiento, del que yo era ajeno, es más creo que yo interrumpía su comunicación, mientras cantaba y reía gustoso de haber sido acompañado, nada menos que por los Beatles.

 

La Abuelita repetía está trabajando bien, ¡esta contento!, ¿Cómo te llamas? de nueva cuenta. Se me acercó y me pidió que me pusiera de pie, alzara mis brazos y los estirara.

 

Después solicitó que lo hiciera hacia los lados, como haciendo gimnasia. Así me mantuvo un rato, se acercó más y me tomó de las manos, se paró frente a mí muy cerca de mi cuerpo. Empezó a bailar y a cantar, una canción en idioma mazateco que en la Guelaguetza bailan y cantan los grupos nativos de esa región.

 

La Abuelita es muy baja de estatura y menudita, su media lengua muchas veces la hace incomprensible. A pesar de ello, Guillermo nos había advertido que una vez trabajando Gisela y yo, nos entenderíamos muy bien con ella.

 

Esta comunicación no fue tan fácil para mí como para Gisela, ella casi de inmediato estableció un proceso que entendí fluido y correcto. Yo tardé en lograrlo. Por ello, Gisela se convirtió en el enlace de comunicación entre la Abuelita y yo por un tiempo. A través de Gisela, la Abuelita se comunicaba conmigo, a ella le daba las instrucciones en mazateco y Gisela me las traducía al español, así yo comprendía y en consecuencia hacia lo indicado. En un momento, Gisela, haciendo una traducción simultánea a lo dicho por la abuelita, preguntó: ¿quien eres tú? A lo que yo conscientemente me negué a contestar. Pensé que siendo un asunto privado, no tenía porque compartirlo.

 

Grosero, continúe cantando y jugando con mis manos, sin atender a la insistente pregunta a la que ahora Guillermo se había sumado a Gisela:

 

¿Quién eres tú?

 

Encerrado en mi juego manual, sin atender la pregunta que se me hacía, se me hizo patente un fenómeno diferente, mi mano izquierda era luminosa y la derecha totalmente oscura, era, por así decirlo, la silueta de un hueco en el espacio.

 

Emocionado y dirigiéndome a mis acompañantes, les dije: Puedo hacer eclipses de mano, ¿los han visto?

 

Cruzaba mi mano oscura por debajo de la luminosa y se efectuaba un lindo eclipse, lo fantástico era que cuando estaba el eclipse, a través del espacio oscuro podía ver todo lo que esta atrás de ellas. Quiero decir, que se formaba un vacío cuando cruzaba mis manos, diría de manera poética, cuando las eclipsaba. Era un fenómeno raro, en que podía ver, enmarcado en el hueco de mis manos, el techo, las luces de la calle, los libros de Guillermo y por supuesto a los tres acompañantes del rito iniciático.

 

Seguía jugando con mis manos, cuando Gisela le pidió a la abuelita: permiso para ir al baño, y preguntó ¿puedo? Guillermo se ofreció a acompañarla, salieron del estudio y yo me quede solo con la Abuelita. Intenté comunicarme con ella, pero realmente nuestras diferencias de idioma eran abismales, a pesar de la fe que tenía de qué, con el poder del honguito, la comunicación sería posible.

 

Después de varios intentos fallidos, sin mediar alguna situación en especial, de pronto, entendí su lenguaje, volvió a preguntar ¿como te llamas? y comprendí que lo que ella quería, era que yo pudiera descifrar mi propia identidad.

 

Le dije sé quién soy, te puedo describir quien soy en el presente. Te puedo dar los datos de mi vida actual, pero a decir verdad, no entiendo tu interés en saberlo.

 

Ella me miró con admiración. Sus pequeños ojos se volvieron a clavar en los míos y de nuevo, la sensación de sentir que penetraban hasta lo más profundo de mi cerebro.

 

Yo no quiero saberlo, tú eres quién vino para descifrarlo. Fue su respuesta.

 

A ti es a quien inquieta saber quien eres, para comprender quien fuiste.

 

Por eso el poder te trajo a mí. Y yo soy quien te puede ayudar.

 

Le pregunté algo molesto quién le había referido con esta precisión saber que es lo que yo quería Sonrió, me miró y segura de si misma dijo ¡Yo!

 

Su respuesta me desconcertó.

 

Ella lo notó y con la misma seguridad me ordenó: prosigamos.

 

Para conocer tu pasado, solo es necesario que busques una clave, puede ser una palabra, una imagen, un recuerdo y de lo demás, se encargará el poder de San Pedro y San Pablo, ellos te llevarán a descifrar esa interrogante.

 

A pesar de que entendía el lenguaje, me quedé en las mismas en cuanto al significado de las palabras.

 

¿Una clave?

 

¿Que significado podía tener?

 

Sabía que el poder de los hongos había avanzado en mí, ahora comprendía el idioma de la abuelita, y ya antes había tenido la enseñanza de las manos y la visión de un poder artístico, para mí profundamente deseado, pero nada más.

 

No encontraba ningún avance en la interpretación de esta sugerencia de la abuela.

 

¡Busca la clave!

 

¡Busca un recuerdo!

 

¡Busca una imagen!

 

¡Una palabra!

 

De nuevo las órdenes militares de esa anciana menuda, dulce y carismática.

 

Me sentí desesperado, no encontraba sosiego para mí en esos momentos de abandono. Sin la presencia de Gisela, ni de Guillermo, me sentía solitario, a la suerte de una linda anciana, capaz de dominarme con sus órdenes castrenses.

 

No encontraba rumbo, ni destino.

 

Pasaba el tiempo y mis amigos no regresaban. Con los efectos de los hongos, el tiempo se hace más relativo que nunca. Consiente ahora, estimo que Gisela y Guillermo, no habrán tardado más de diez minutos, pero en mi situación, sentí que pasó un tiempo inestimado, en que sucedió, lo más trascendente de la iniciación.

 

La abuela estaba de pié a mi lado, observaba su vestimenta, linda vestimenta de manta, un huipil blanco con figuras de aves y flores bordadas por ella misma en vivos colores. La destreza indígena estaba estampada en él. Estos son como dibujos infantiles, que sin la maestría de un pintor reflejan lo sencillo de su diseño, la visión de su mundo, natural, sin complicaciones modernistas.

 

Platicaba con ella de mi abuelo, cuando de pronto, por una de las ventanas que estaban abiertas, vi que se posó un tecolote. Admirado, se lo hice saber. Sin siquiera voltear el rostro hacía donde estaba el ave, observe que su semblante cambió totalmente.

 

De una dulce expresión, pasó a un rostro que reflejaba mucho miedo. ¡Un tecolote no!, me dijo, es malo, es malo cuando él canta.

 

Asustada me tomó de las manos y me pidió que yo lo espantara para que se fuera de ahí. De nuevo, entendiendo su lenguaje, no comprendí su significado.

 

A manera de intento para alejarlo, agitando los brazos, con firmeza grité ¡Pajpaju!

 

Ignoraba que vocablo había emitido mi garganta.

 

Pajpaju, Pajpaju, repetí

 

Y la abuela se aferró a mis manos.

 

En otro tono, diferente al mando y más parecido al desasosiego, me preguntó: ¿Sabes lo que acabas de decir?

 

Por supuesto que no, le dije. No tengo la más remota idea, abundé.

 

¿No te ha pasado que quieres decir algo y tu voz emite una palabra diferente? Le pregunté.

 

Pensé que lo que estaba sucediendo, era producto de la psilocibina, por eso decía cosas que no comprendía.

 

En eso, el ave entró y transitaba dentro de la habitación con un suave vuelo, un aletear lento y pausado, yo sentía el viento que desplazaban sus alas como rocío en mi rostro.

 

Aún con el miedo manifiesto en el rostro, la abuela volvió a preguntar:

 

¿Cómo te llamas?

 

>> Pajpaju dije . Sin entender lo que yo pronunciaba.

 

Su rostro cambió, abrió inmensamente sus pequeños ojos, dibujo una rara sonrisa, se transformó nuevamente en la abuela dulce, y una profunda interrogación se reflejo en ella. ¡repítelo! me dijo sonriendo

 

¡Repítelo!,… de nuevo la orden castrense

 

Pajpaju, repetí, sin saber el significado de esa palabra.

 

Eso quiere decir tecolote en quechua, me dijo.

 

¿Quechua? Pregunté. ¿Por qué lo digo en esa lengua?

 

Esa debe ser la palabra clave sugirió.

 

Y en su modo marcial me interrumpió y dijo, recuerda que las preguntas la hago yo.

 

Cuestionó ¿qué significa para ti?

 

No lo sé, respondí de nuevo.

 

La abuelita volteó hacia donde se había posado el tecolote y a paso lento se dirigió al ave, extendió sus manos como quién llama a un niño a los brazos y el ave se fue transformando en una encantadora infante de aproximadamente nueve años.

 

Ya no era un tecolote, sino una niña, sentada en el quicio de la ventana, sonriente y amable que extendía sus brazos a la Abuelita.

 

Sonreía feliz ante los cantos Mazatecos de la Chamana.

 

Es un niña me dijo, ¡abrázala!

 

Yo me negaba a hacerlo, solo con el movimiento de mi cabeza me atrevía a decir que no, sentí vibrar todo mi cuerpo de alegría y de temor. Puedo afirmar que sudaba profusamente de emoción.

 

La tomé en mis brazos y me recosté, con ella, en la colchoneta del estudio, jugaba con ella, contento de tenerla en mi regazo. Entre ella y yo había una bella comunicación, era como cuando jugaba con alguna de mis hijas, pero, no era ninguna de ellas.

 

De pronto, la Abuelita me interrumpió y me dijo:

 

Wajyariway Kunan chisi – según ella era una petición de la niña.

 

• ¿Has entendido?, Me dijo, la Abuelita, te pide que la alojes contigo solo esta noche

 

• Y me repitió esa es la palabra clave, Pajpaju.

 

¡Vívelo!, Me instruyó, nuevamente como una orden militar.

 

¿Cómo?

 

Pregunté impaciente y exigí me explicara que hacer.

 

• Solo mira a la niña me dijo.

 

Entonces la mire de frente a la altura de mis ojos, y en los suyos vi lo que durante toda mi vida había intentado comprender.

 

• ¡Jamuy caiman! dijo la niña y añadió Uscatai chanyaqui llajtaman manaña caruchu. ¡Puriy!

 

Tratando de ratificar lo que ya entendía, miré a la abuelita. ¿dice que vaya con ella, que el pueblo no está lejos, que me apure? .

 

La abuelita asintió.

 

Me levanté y la seguí.

 

De una niña de nueve años, que se dijo huérfana, se convirtió en una hermosa mujer que me acompañaba caminando por una selva baja, un lugar húmedo y frío. Era un día nublado, con una profunda y densa niebla que nos obligaba a caminar lentamente. Desde una colina vi la ciudad que ella me describió del puma, desde ahí pudimos ver una escena indescriptible de dolor.

 

Cuzco era invadida por los conquistadores españoles. La gente, corría angustiada, aterrada ante el ruido que provocaban cañones y arcabuces.

 

Ante el miedo de ver hombres mitad humana, mitad bestia, gigantes de cuatro patas, no se podía organizar la defensa, nadie atinaba el que hacer.

 

Con espadas y puñales iban asesinando a niños y mujeres y apresando a los hombres para esclavizarlos. Quienes intentaban defenderse eran asesinados arteramente. El uso de la pólvora daba una franca ventaja a los conquistadores. Sus armaduras les protegían de las rudimentarias armas.

 

Miles de gentes murieron en esa desigual pelea, en esa guerra incomprensible para ellos, a pesar de que las predicciones les habían advertido de su llegada.

 

Comprendí que la Abuelita estaba teniendo la misma vivencia que yo y se enredó en mis visiones, como si compartiéramos la misma experiencia.

 

Empezó a llorar, y me dijo ellos sufren mucho, ese pueblo arrasado, como el nuestro, sufrió porqué su visión del mundo no les permitió comprender que quienes venían no eran quienes ellos pensaban, los creyeron dioses, afirmó.

 

Todo era confusión, dolor, en un paisaje brumoso se deshacía la riqueza de los Incas, La grandeza que habían logrado a través de los años. Se perdía toda la sabiduría alcanzada en manos de un grupo de ignorantes poderosos, invencibles para ellos. La derrota espiritual del mundo de los Incas era lo más doloroso.

 

Estábamos en ese diálogo vivencial cuando aparecieron Guillermo y Gisela. ¿Dónde estaban? Pregunté.

 

Solo lo hice por decir algo, y dar tiempo a que la niña, convertida nuevamente en tecolote saliera volando por la ventana.

 

Entendía que Guillermo había tratado de trabajar con Gisela por separado de donde estaba yo, ante mi impertinente estado de alucinación anterior.

 

Consciente, quería que ellos no se enteraran de lo que había pasado segundos antes.

 

Seguro de que ellos no se habían percatado de este pasaje, mi mente se alejó de esa escena por la presencia de Guillermo y de Gisela

 

Nuevamente me recosté y fue cuando inicié uno de los estadios más incomprensibles de mi trabajo.

 

Jugaba con mis manos y de pronto sentí, que a voluntad, podía sacar el cerebro de mi cráneo. Lo comenté con Gisela y ella me dijo: ¡Hazlo! Y lo hice.

 

Abrí la cavidad de mi cráneo y saqué el cerebro, lo contenía en mis manos.

 

No se observaba como en realidad lo es, no la masa gelatinosa que conozco, no, era, por hacer un comparativo, como una medusa, transparente, donde contemplaba sobre todo la irrigación sanguínea.

 

Veía como se inflamaban las venas y arterias en el proceso de oxigenación.

 

¡Que chingón! Volví a decir. El cerebro en mis manos era elástico. Si abría mis manos se expandía en su contorno, si las encogía, se amoldaba a ellas, un fenómeno raro. Concluí que mi cerebro podía ser tan grande o tan pequeño como quisiera. Está es una enseñanza, me dije, la respuesta está en la inteligencia, en la capacidad cerebral, la cual en gran medida depende de uno mismo.

 

Por supuesto lo vinculé con la experiencia anterior. Manos y cerebro están íntimamente intercomunicados y dependen uno del otro. Por así decirlo, se retroalimentan directamente, habilidad mental depende de la herramienta y viceversa.

 

Abrí exageradamente mis manos y todo el techo se convirtió en una inmensa masa encefálica.

 

Toda la superficie era tejido cerebral, con sus circunvoluciones, fisuras, etc.

 

Ahora sí era sólido, inmenso e iluminaba cada parte que ponía en funcionamiento. La zona del habla, de la vista, etc. Había luces de diferentes colores en todas las regiones de ese inmenso cerebro. Se apagaban y prendían a voluntad de esa gigantesca masa de neuronas.

 

Le dije a Gisela, es el cerebro de Dios.

 

Por que, ¿sabes qué? Dios es solamente cerebro . Ella, no sé si por complacerme, asintió y estuvo de acuerdo.

 

Mientras platicaba con ella, me di cuenta que podía tomar las luces del cerebro con mis manos, las estiraba y me era posible tomarlas, las cerraba y atraía las luces hacia mí. Empecé a guardarlas, pegaba los puños cerrados a mi pecho y sentía que las introducía en mí. Entonces como un loco aceleré su captura, cuando sentí que tenía suficientes le di unas cuantas luces a Gisela, es sabiduría de dije, es como alimentarse de sabiduría, sabiduría divina.

 

¿Cómo te llamas? Preguntó nuevamente la Abuelita. ¡Estás contento! ¡Estás trabajando bien! Insistió.

 

No recuerdo porque, pero de repente el tema de mi Abuelo fue de nuevo el centro de la conversación. Creo que fue Guillermo quién preguntó por él, ya que en algún momento de esta experiencia, yo había dicho algo al respecto. Hablé de él por largo rato.

 

Me refería a su presencia. Con gusto recordé que hace muchos años en un día de Reyes Magos, me regaló, protegido de mi inocencia una guitarrita de esas que hacen los inditos en México, que yo, en agradecimiento a los Reyes, había entrado casi de madrugada al cuarto de mi madre a cantarle la Flor de la Canela.

 

Con lágrimas seguí comentando otras anécdotas de él, de su forma de ser, de sus valores, la relación con mi madre y con mi tía, de sus enseñanzas de padre involuntario. Emocionado les platiqué de sus sueños e ilusiones, como la de ser rico para dejar una herencia a sus hijas. De su disciplina auto impuesta y adquirida por mí. De tantas cosas que en vigilia nunca pude reconocer de él.

 

Comprendí que la Abuelita y Guillermo estaban cansados, yo también me sentía algo agotado. Alguien del grupo propuso, creo que fue, Guillermo, ¡vamos a descansar! Todos estuvimos de acuerdo.

 

La Abuelita se quedó a dormir en el estudio, yo bajé a la recamara de visitas y ellos a su cuarto. No podía dormir, estaba inquieto y si cerraba los ojos tenía pesadillas, entonces volví a jugar con mis manos, los mismos efectos que había presenciado con anterioridad.

 

Me fui durmiendo, poco a poco y volvió la escena de la lucha en Cuzco, la que me despertó alterado.

 

Regresé al estudio y desperté a la Abuelita, le pregunté

 

  ya no supe que es lo que debo de hacer

 

Ve a Perú, allá encontrarás la respuesta, ¡de eso puedes estar seguro! ¡Y ahora vete a dormir!, porqué sino te van a hacer daño, San Pedro y San Pablo, están muy cansados también.

 

Antes de que cerrara la puerta me llamó. ¡Oye!,

 

Al voltear de nuevo preguntó ¿Cómo te llamas?

 

 

 

AGOSTO 2000:

 

La dificultad en mi condición de clasemediero mexicano era, ¿cómo voy a Perú? Sin suficiente plata, un viaje por más necesario que se estime es imposible. En seis meses, la urgente necesidad que imprimió en mí la Abuelita fue pasando de ser prioritaria, a una ligera evocación antes de ir a dormir.

 

Ya no me sentía angustiado por viajar al país de los Incas. Casi lo había olvidado, cuando sucedió algo que imprimió un nuevo afán por este viaje.

 

Me había advertido Guillermo que la psilocibina tiene efectos residuales, vas a seguir trabajando me dijo.

 

Muchas veces, aún en estados de evidente vigilia, los efectos del alucinógeno se repetirán, me advirtió.

 

Sucedió que un día, una vez que iba manejando mi auto rumbo al puerto de Veracruz, las manos, asidas al volante empezaron el juego de achicarse y agrandarse según giraba en las curvas de la carretera.

Esto fue recordar la experiencia iniciática con la abuelita, y a la vez, experimentar una manera mágica de conducir un auto.

 

En otra ocasión estando en una asamblea de ganaderos y comentando justamente algunos temas sobre la campaña de Rabia paralítica Bovina, de repente sentí que me desprendía de mi cuerpo y cuando me vine a dar cuenta yo era un espectador que me observaba a mi mismo, desde el aire, y lo más sorprendente es que en esa condición de ser mi propio escucha, reconocía que estaba realizando un buen manejo del tema.

 

Pero, lo más impactante fue, que en una noche de Agosto soñé con una mujer esbelta, alta de rasgos finos y de recio carácter.

 

Estaba yo en una peña de música folklórica, una de aquellas que frecuentaba en mi juventud, en la ciudad de México, y ella, en el escenario, cantaba una vieja canción, creo que es Ecuatoriana, la que, cuando niño, escuchaba cantar a mi madre, con mucha melancolía, “mis noches si ti”.

 

Al terminar de interpretarla, ella bajó del escenario y se acercó a mí, yo estaba solo en una mesa, vistiendo un traje oscuro y con una insipiente barba.

 

Me miró fijamente y con expresión de enfado me dijo: realiza tu sueño, vuelve a mí. Puedes viajar a Perú, si aplicas tus conocimientos

profesionales

 

Te espera saber de nuestra vida pasada…

 

Desperté asombrado de lo real del sueño y entusiasmado por la premonición, pero sin dejar de reconocer que era un sueño.

 

Era la mujer más hermosa que hubiera visto antes. Recuerdo que para despedirse esa noche, durante el sueño, me besó en la boca y maliciosamente penetró su lengua, provocando una reacción de increíble exaltación en todo mi cuerpo.

 

A la mañana siguiente, cuando llegué a mi oficina en la Delegación de Agricultura en Veracruz, abrí mi correo electrónico y tenía una invitación para asistir a la XI Reunión Internacional Sobre Avances en la Investigación y Control de la Rabia en las Américas del 18 al 21 de Octubre, ¡nada menos que en Lima, Perú! Lo primero que pensé es que era una broma, no la calificaba de mal gusto, por el contrario, sospechaba que alguien, quizás Guillermo, estaba interviniendo en eso.

 

Me reía de mí mismo, buscaba afanoso comprender como era que se daba esta coincidencia tan singular.

 

Cuando me di cuenta que la invitación estaba depositada desde un correo del Ministerio de Salud de Perú, y firmada por la Dra. Ana María Navarro coordinadora del evento.

 

¡No lo pude creer! Tenía la sensación de ser una víctima de algo o de alguien, que intervenía en mi vida privada. A decir verdad, no alcanzaba a comprender como era que se entramaba esta coincidencia. Asumí que esta invitación, podría convertirse en realidad y al momento recordé que había presentado un trabajo sobre la Rabia Paralítica en Veracruz, mismo de que había sido a la vez espectador y expositor. De inmediato contesté a Lima proponiendo, que además de asistir, se me permitiera presentar de manera muy sintetizada esta ponencia.

 

A la mañana siguiente tenía, a través del correo electrónico la respuesta positiva, en ambos sentidos.

 

Desde del día en que llegó el oficio de aceptación, hasta el 28 de Octubre, fecha en que daría inicio esta Reunión, el tiempo transcurrió con desesperante lentitud, aprovechaba para leer cada día algún tema referente a Perú; su cultura, su situación económica y política, la importancia de la ganadería, en fin, lo más que pudiera enriquecer mi conocimiento. Lo que estuviera a mi alcance era revisado con severidad para no olvidar detalle.

 

El viaje, que finalmente era un hecho, lo calificaba como el cumplimiento de mi sueño infantil y mi anhelo de adulto.

 

 

 

RUMBO A PERÚ:

 

Cuando anunciaron el Vuelo 24 de TACA Perú, di un salto que provocó la risa de Efraín. Estaba medio dormido debido a que habíamos dormido solamente unas cuantas horas, pues de Xalapa a la ciudad de México habíamos salido a las dos de la madrugada y en preparar equipaje y despedirme, me dieron casi las doce de la noche.

 

Nos dirigimos a la sala 14 del aeropuerto de la Ciudad de México, siguiendo los pasos de un argentino gruñón y poco amable, que despotricaba contra todo Perú, solo porqué él había escuchado que abordaríamos por una Sala diferente.

 

A pesar de todo, él fue nuestro guía.

 

Parecíamos unos chiquillos por la emoción de abordar el vuelo, a tal grado, que cuando ya estábamos instalados en el asiento del avión, tomé la absurda decisión de tratar de invocar los efectos del poder de los hongos para descifrar que es lo que vendría en tan inverosímil viaje.

 

Según yo, durante el tiempo de vuelo, podría poner en orden mis ideas con respecto a la conferencia, y sobre todo, lograría descifrar lo que pudiera ser, para mí, la sorpresa de conocer Perú, de acuerdo con lo previsto por la abuela mazateca. Los preparativos del viaje habían sido abrumadores, llenos de trabajo, pues Efraín, mi más cercano colaborador y yo dejaríamos la oficina por una semana entera; asunto que para la burocracia mexicana es casi una irreverencia.

 

Así que me fue imposible preparar lo relativo a las connotaciones subliminales del mismo. Sin embargo, pensé que, en cinco horas y media de vuelo, sería posible poner en armonía la vida entera, y, a la vez, desentrañar lo que pasaría. Lo que en realidad sucedió es que compliqué y enredé mi mente por laberintos de un monólogo parlante y especulativo, que me impidieron definir con claridad lo que pasaría.

 

¿Qué de todo lo anhelado sería verdad? Por supuesto conocer aquél país era una realidad tangible, sin embargo, la vivencia en casa de Guillermo, era algo inquietante y muy difícil de entender y más aún de adivinar. ¿Me preguntaba si no estaba cayendo en un estado neurótico por mi vocación pro peruana? ¿Alucinaba, producto de la ofuscación que provocaba el gusto de cumplir ese deseo? a lo mejor ¿por los efectos de la psilocibina?

 

No encontraba respuestas. A ratos me cuestionaba si podría encontrar lo que buscaba, sin tener en claro que era.

 

Entonces materializaba el viaje tratando de encontrar cosas más reales, como la Alameda de Chabuca, el Puente de los suspiros. ¿Y que tal Machu Picchu y Cuzco? Planeé visitar los caballos de paso peruano, demostración muy acorde a mi profesión. Comer en Barranco y por supuesto ir a un espectáculo a las Brisas del Titicaca, comer en las Brujas da Cachiche y disfrutar del cebiche en Martín Pescador.

 

Transcurría el viaje y yo no podía poner mis ideas en orden. Producto de este esfuerzo y del cansancio, me quedé dormido por un rato. Me despertó una azafata con la oferta de pollo con pasta y unos ricos rones acompañados de Coca Cola. A mi izquierda se observaba un enorme desierto. Una prolongada franja de tierra color ocre, aparejada a un mar tranquilo y grisáceo.

 

Después de disfrutar de la comida y los rones, cerré los ojos y fingí dormir, seguramente para evitar ser distraído por el ambiente que me rodeaba y ahora sí, pensar en la posibilidad de definir cual sería el corolario de este viaje. Sin embargo, no lo logré. Sin saber que buscaba, obvio era que no sabría que podría encontrar. Pensaba que todo lo que la psilocibina me mostró era producto de un estadio de alucinación, y que en consecuencia, no habrá sorpresas, más allá de haber conocido esa asombrosa República del Perú.

 

Cuando la azafata recogía los vasos de aquellos rones le pregunté ¿qué es ese desierto? Y ella contestó es Perú señor, ya estamos sobre volando Perú.

 

Sentí un espasmo en mi estómago y ganas de llorar.

 

El capitán anunció que aterrizaríamos en unos veinticinco minutos más de vuelo, mi corazón aceleró su ritmo, y se me agudizó un nudo en la garganta.

 

Efraín no dejaba de platicar sobre rabia paralítica y yo, casi sin escucharle, me mantenía en un estado emocional indescriptible.

 

A la izquierda, se hicieron visibles algunas construcciones de Lima o de algunas de las ciudades satélites que le rodean. No quise perder detalle y me cambié a un asiento del ala izquierda del avión para poder observar con mayor precisión la ciudad.

 

Un giro de 45 grados y se inicia el descenso, desde el mar a la ciudad que tanto anhelo provocó en mi vida.

 

Pequeños embarcaciones pesqueras, unos cuantos despojos de naves de mayor calada y finalmente, al oriente de ese mar, se observa Lima, capital del Perú. Una pequeña refinería, ciudades perdidas como las de México y el avión desciende con ese zumbido característico del aterrizaje.

 

¡Bienvenidos a Lima, Perú, gracias por volar con TACA, esperamos poder servirles pronto! La cantaleta de todas las aerolíneas como fondo de haber cumplido mi ilusión de llegar a Perú.

 

Cuando finalmente pisé suelo peruano, mi deseo era salir corriendo de aquel aeropuerto y mirar a la gente, conocer sus calles, edificios, sin embargo, tuve la mala suerte de haber sido seleccionado con semáforo rojo, lo que significó la revisión de mis maletas. Así que mi equipaje fue revisado exhaustivamente. Efraín, no se aguantaba la risa, porque para colmo de mis males no encontraba las llaves con que abrir las maletas.

 

Finalmente las hallé y como resultado de la inspección el guarda solamente dijo son muchos tequilas .

 

A la salida del la terminal aérea nos esperaba una edecán, una chica alta, morena de quien percibí un trato seco y áspero. ¿Vienen a la Reunión?

 

¡Por acá! y nos colocó en un vetusto taxi donde el chofer pretendía ser amable. Preguntó ¿van también al Olivar Sonesta? Cuándo iba a contestar, la edecán adelanto ¡Por supuesto! y añadió, por favor ¡suba la luna! Cuando Efraín y yo reímos por eso de subir la Luna, la joven mujer nos paralizó con una severa mirada retadora. Por supuesto el chofer entendió la orden y de inmediato subió la luna, es decir la ventanilla lateral izquierda del automóvil.

 

Durante el trayecto yo me quería comer con los ojos todo lo que a mi paso veía: las calles, las placas de los automóviles, los mercados, la vestimenta de la gente, todo. Por ello el viaje al Hotel se hizo breve, en unos pocos minutos estábamos en la mesa de inscripciones de la Reunión.

 

Son cien dólares por cada uno dijo la secretaria que realizó el registro, nos pidió los nombres y otros datos que se requieren para ello.

 

Revisaba la hoja de registros cuando repentinamente dijo. ¿Lo conozco verdad Doctor? Era una hermosa muchacha morena de unos treinta y tantos años. Llevaba el cabello muy suelto, negro y largo.

 

Cuando levanté la vista para contestar su pregunta, le vi un coincidente parecido con la cantante de mis sueños; sentí que las plantas de los pies se me helaban, un ligero mareo y una torpe perdida de conciencia, por lo que nada pude contestar. Ella percibió mi confusión y tímidamente añadió

 

• ¡Claro, usted va a exponer, ya había visto su nombre en la lista! – Una vez registrados, Efraín y yo, dimos un breve paseo por las  instalaciones del hotel socializando con otros asistentes a la reunión, donde por supuesto, encontramos a algunos mexicanos.

 

Es un bello hotel, elegante en donde pudimos disfrutar de ese grato ambiente que genera la asistencia de especialistas de todo el mundo, en donde hay un tema común denominador, en este caso la rabia paralítica bovina.

 

Posteriormente ingresamos al salón en donde se llevaría al cabo la inauguración de evento. Bellamente adornado y sobrio, repleto de asistentes.

 

Buscamos un lugar donde sentarnos y después de una hora de retraso, se llevó al cabo la inauguración correspondiente. Como en la mayoría de los Congresos y Reuniones científicas, los especialistas deben de esperar a que los políticos se desocupen de sus trabajos para que inauguren.

 

Una bella pieza de oratoria enmarca la inauguración. Me emocionó que la visita al Perú se adornara con un discurso que califiqué de bello, no es el rigor político de los de mi país, no, es algo ligero, y más humano lo dicho por el Ministro de Salud, de Perú, el Dr. Alejandro Aguinaga Recuenco.

 

Eso sí, la maestra de ceremonias era más informal que las que caracterizan nuestras reuniones, una mujer común, sin un tono de voz estudiado como el de nuestros conductores, pareciera una reunión de escolares, de amigos y era eso, una reunión de amigos especialistas en Rabia, solo que me parecía raro, por la experiencia que tenía de este tipo de eventos. Lo comparé con la formalidad de nuestras reuniones internacionales. Al explorar la asistencia me di cuenta de que había muchos extranjeros, pero que sin embargo, los que proveníamos de México éramos tratados con mucho afecto.

 

Desde las edecanes hasta el personal de servicio del Hotel se mostraban amables y preguntaban muchas cosas de mi patria. Los varones tenían un especial interés en Thalia.

 

Un pequeño espasmo recorrió todo mi tracto digestivo al mirar la cantidad de especialistas sobre el tema, provenientes de tantos diferentes países y prestigiados Institutos de Investigación y Universidades.

 

• ¿Tendrá suficiente calidad nuestro trabajo?, me pregunté

 

Estaba en esas cavilaciones cuando fui sorprendido por una chica que insistía en que adquiriera el “paquete” ofrecido solo a los participantes de la Reunión, para conocer Cuzco y Machu Picchu. Su saludo me distrajo de la preocupación.

 

• ¿No irá a Cuzco Doctor? Me preguntó.

 

- Por el precio que se esta ofreciendo a los participantes de la Reunión, no se lo puede perder Incluye viaje redondo en avión, estancia en Cuzco dos noches, visita a la ciudad y cubre los gastos para ir a Machu Picchu en el tren, primera clase, almuerzos y el pago de todos los lugares turísticos, ahora que si lo prefiere puede permanecer una noche en Machu Picchu y visitar el Wayna Picchu.

 

- Si me permite, le recomiendo este último Plan.

 

• ¿No sé puede ir a Nazca en este tour? le pregunte Haciendo alarde de nuestros anglicismos.

 

Hábilmente me contestó que en este no, pero que tenía otra oferta que incluía sobrevolar Nazca. Que solamente se requería de un día para poder hacerlo, y añadió, este tampoco se lo puede perder, “hace tiempo yo acompañé a una familia de chilenos en el viaje y le juro que vi la figura de un astronauta en una montaña, es fabuloso, lástima que ahora no lo recuerdo, quiero decir, no recuerdo en donde está la imagen de este extraterrestre”.

 

Lanzado como soy le dije, bueno, si tú me acompañas contrato el paquete y buscamos juntos el astronauta.

 

Sonrió tímidamente y me mostró unos pequeños y afilados dientes de felino, sonrojada dijo:

 

¡Ay doctor, no puedo, si no tuviera trabajo, le diría que sí, usted me tincó muy bien! –

 

¿Te que…, pregunté?

 

• Me tincó doctor

 

Coqueta se levantó y moviendo unas insuficientes caderas se retiró, volteando por última vez, después de haberlo hecho en dos ocasiones hacia donde me encontraba. Ya lejana y meneando la cabeza negativamente, abordó a otro posible cliente de sus paquetes.

 

Los primeros piscos aparecieron a los pocos minutos de llegar al Perú. Como es obvio, la recomendación de los amigos fue, no te los pierdas, son buenos, pero cuidado

 

Como corolario a la inauguración de la Reunión, un bello festival folklórico que me hizo recordar a las festividades de Oaxaca, parecía una pequeña Guelaguetza, muy bien presentada, encantadora muestra del folclore peruano. Los trajes típicos, de majestuoso colorido, la belleza de sus mujeres, lo rítmico de los movimientos, bailes de Puno, de la Sierra y Festejo Peruano.

 

Con dos piscos en el alma, me sentí con deseos de bailar, pero no lo hice.

 

Ofrecían unos ricos bocadillos típicos del Perú y más pisco sour, La música aumentaba su intensidad, su belleza y como queriendo ya abusar de sus riquezas, unas pocas parejas bailaron una Marinera, de la región de Trujillo.

 

Eso ya fue un exceso, innecesaria muestra de la tierra de mis sueños, como regalo de bienvenida, ¡si de por sí ya me gustaba, dije!

 

Efraín y yo, por economía habíamos reservado en el Hotel Britania, en San Borja, una linda zona de Lima, no tan elegante como el Olivar, pero agradable. Así que teníamos que viajar aproximadamente nos 15 o 20 minutos, de un hotel al otro. De la ciudad nos llamó la atención lo limpio de sus calles, lo amplio de sus camellones y lo arbolado que se observaba, al menos la parte que teníamos que recorrer. El Britania era un hotel más modesto, pero de muy buen servicio y al igual que en otras partes, muy buena atención por parte de los empleados. Nos habían dicho que en Perú quieren mucho a los mexicanos y resulto cierto.

 

Ese primer día, antes de ir a dormir, fuimos a un pequeño Bar que se encontraba justo debajo del Hotel, un lindo lugarcito en donde pudimos disfrutar de unos rones y, de esta manera, brindar por la felicidad de haber cumplido el deseo de estar en Perú. En lo particular, brindé por el hecho de estar realizando una vieja ilusión. El lugar agradable, acogedor invitaba a relajarnos del viaje y a discutir los puntos fundamentales de la ponencia que habríamos de presentar al siguiente día. A decir verdad estábamos nerviosos por ser esta la primera vez que presentaríamos un trabajo fuera del país.

 

Teníamos en claro que nuestro trabajo no era producto de una investigación rigurosa en términos del criterio científico, que entendíamos, requería la Reunión. Por el contrario, era producto del trabajo práctico en la Secretaría de Agricultura de México.

 

Resultaba del haber realizado la campaña mas sólida en el país para el control de la Rabia Paralítica. Por ello, era la exposición de una experiencia práctica y sobre todo, la propuesta que hacíamos a los científicos y académicos para orientar la investigación sobre el control de la Rabia en términos sencillos, acordes a nuestra realidad.

 

Pediríamos a los investigadores de “cepa pura” que sus trabajos se orientaran a resolver los problemas prácticos, producto del trabajo cotidiano de quienes operamos campañas zoosanitarias en campo, como lo es el descubrir el cambio de comportamiento de los murciélagos hematófagos en Veracruz.

 

Era, por decirlo de alguna manera, una posición crítica a los trabajos que ahí se desarrollaban y eso me tenía nervioso, sobre todo porque sería yo, el que haría la exposición. Ligeros como somos, en lugar de ponernos a trabajar en la ponencia caímos en la filosófica posición de discutir cual sería la reacción de los “sabios” y en esa ardua tarea, nos tomamos una botella de ron antes de ir a dormir, eso sí, convencidos de que mañana temprano la hacemos, antes de ir a la Reunión.

 

¡Buenas Noches!

 

A la mañana siguiente, me despertó una cuculí. Pensé que era una broma más, pues de inmediato recordé las canciones de Chabuca Granda, en donde se refiere a esas aves de dulce cantar. Así, pude mantener el gusto de encontrarme en Lima y se acrecentó la disposición de ponernos a trabajar en nuestra ponencia.

 

Al filo de las once de la mañana ya con el trabajo terminado, nos dirigimos al Hotel, sede de la Reunión Internacional y nos encontramos a un grupo de mexicanos, que ya experimentados, después de dos días de estar allá, nos tenían todo un protocolo de lugares para visitar: restaurantes, discotecas, bares, vaya, ya algunos habían hecho un viaje relámpago a Cuzco y Machu Picchu en un solo día, la ida y la vuelta.

 

Lo primero que nos dijeron es que ya nos habían estado llamando en el transcurso de la mañana para presentar el trabajo, y que esta era la tercera vez que lo hacían. Hablamos con el coordinador del evento y nos informó que estábamos programados para después del almuerzo. Así que nos fuimos almorzar a un bello lugar llamado Café Olé. traiga lo más típico que tenga fue mi pedido El mesero sonrió, viene de México, preguntó y cuando le dije que sí y devolví la pregunta ¿porqué?, Me dijo: “por el tonito, mano” (muy al estilo mi barrio tepito), todos los mexicanos reímos por la broma y disfrutamos de la rica comida, yo de Tacu Tacu con carne de res, riquísimo; ¡por supuesto acompañado de pisco sour!

 

El pisco es una bebida típica del Perú que recientemente ha sido “apropiada” por los chilenos, se nos dio una amplia explicación por parte del mesero. Que es un agradable aguardiente moscato, que ha venido siendo elaborado desde el siglo XVI, producto de mostos de uva producidos en el valle de Ica en Perú, a 180 millas al sur de Lima.

 

Que toma su nombre del puerto de Pisco, a orillas del río Ica, de donde era originariamente exportado en botijas de barro hacia Lima, la capital del Virreinato, así como, al resto de la Sudamérica Española.

 

Supimos que la destilación fue conocida por la altamente desarrollada civilización Inca, probablemente con anterioridad al siglo IX, pero la destilación de Pisco no existió sino hasta la llegada de los españoles,  quienes introdujeron cepas de uva moscatel traídas de España.

 

El Pisco se destila utilizando mostos frescos de uva. Tiene la acentuada fragancia y el sabor de la uva moscatel. Se puede beber puro, como aguardiente, pero la bebida nacional del Perú es el Pisco Sour, hecho con jugo de limón, azúcar y por supuesto, Pisco.

 

De lo que no fuimos ampliamente advertidos fue de sus efectos

 

¡Por fortuna! ya “empiscado”, término que acuñamos los mexicanos para describir el efecto de la bebida, tuve el valor suficiente de presentar la ponencia en la fecha, hora y lugar señalados. Cuando pasé a exponer ante un auditorio pletórico de especialistas en rabia, tenía conciencia del riesgo, así que todo fue tomar el micrófono y aprovechar doce de los quince minutos permitidos.

 

Muy al principio de la plática, al señalar una de las láminas en donde precisaba las fechas y lugares de los últimos casos de Rabia en el Estado, al fondo del salón vi a la chica que había promovido el viaje a Cuzco.

 

Estaba vestida en verde pistache, unas pequeñas trenzas enmarcaban su cabeza, bellamente maquillada, sonreía con sus dientes de felino y con la mirada penetrante sentí que me interrogaba ¿Va a ir o no Cuzco? Eso me turbó y perdí la localización en el acetato de la exposición en donde se señalaba la región de los Tuxtlas.

 

No atinaba en mostrar con el señalador láser en donde se encontraba, para decir que en 1994 habían muerto veintidós animales de Rabia en esa región. Unos segundos que parecieron eternos en mi mente y ubique la zona, pude continuar sin dificultad la plática y terminar a tiempo.

 

Cuando regresaba a mi lugar, el Dr. Álvarez Peralta de la Organización Panamericana de la Salud, solidario me dijo, “muy buena plática, es justo lo que necesitamos los investigadores, muy clara, gracias” Me sentí tranquilo y satisfecho, así regresé a mi lugar buscando afanoso, con la mirada, a la chica de los viajes.

 

¡Había desaparecido!

 

Finalmente vinieron las preguntas, dos o tres de fácil respuesta, en una de ellas el Dr. Julio Fernández me ayudó y en otra Efraín me hizo algún comentario salvador. En el receso un grupo de Colombianos me preguntaban sobre el vampiricida inyectado, al parecer, tenían ya conocimiento del producto y querían saber si ya había sido validado en México y como conseguirlo.

 

Sin embargo yo estaba mas preocupado por ubicar a la chica promotora del viaje, así que dejé que Efraín contestara las preguntas, para intentar localizarla, búsqueda infructuosa por la cantidad de gente que nos rodeaba.

 

Así que pedí permiso para ir al baño y ver si por alguno de los bellos corredores del hotel aparecía la chica, nada de ella y de su vestido verde pistache. Regresé y con el grupo de mexicanos, todavía empiscados decidimos ir a Barranco a cenar “dedos de novia” y conocer el famoso “Puente de los Suspiros”. Tomamos un taxi, de esos carritos Hyunday muy comunes en Lima, manejado por un chofer de lo más simpático.

 

Todo el viaje se fue quejando del precio de la gasolina, de lo injusto que éramos los usuarios al no querer pagar más, etc., etc. Era uno de esos personajes que hablan y hablan sin escuchar a sus contra partes, a pesar de interrogarlos, así que a pesar de tratar de consolarlo diciéndole que en México la situación era parecida, el hombre continuó su monologo impregnado de bellos peruanismos que nos llamaban a risa. Para colmo de males, el centro de Lima, frente al estadio Nacional, estaba cerrado por una manifestación de los Toledistas.

 

Para el pobre hombre, nuestro servicio fue de mala suerte, pues tuvo que consumir más tiempo y gasolina de lo previsto.

 

Cuando finalmente llegamos a Barranco, ofrecí una propina al señor, la que tranquilizó su mal ánimo.

 

¿Regreso por ustedes? preguntó.

 

Barranco es un hermoso y tradicional parque inaugurado el 13 de febrero de 1898, siendo Alcalde Don Pedro Solari, según nos informó el dueño de un lindo bar Barranquino, quien abundó algunos árboles son de esa época. El parque tiene palmeras, jacarandas, magnolias, ficus y pinos. Es un lugar que vale la pena recorrer sobre todo cuando se va con un grupo selecto de personas y con dos piscos en el alma.

 

Nos tocó una noche clara, de temperatura agradable y muy buen ánimo en el corazón.

 

Antes de decidir entrar a ese Bar, visitamos el “Puente de los Suspiros” este afamado puente fue construido en el año 1876, durante el gobierno del primer Alcalde de Barranco Don Enrique García Monterroso, para unir las riberas de las calles Ayacucho y la Ermita. Construido a ocho metros y medio de altura, tiene cuarenta y cuatro metros de largo por tres metros de ancho, todo esto según nuestro experto informante y si es caso que los piscos no hayan variado las precisiones de aquel obsesivo personaje, que se mostraba todo un experto del lugar.

 

El nombre del puente deriva de los innumerables romances que tuvieron y aún tienen los limeños en esta pintoresca construcción. Existe una tradición que menciona que quien por primera vez vea el puente y lo cruce sin respirar, se le cumplirá el deseo que pida. Desgraciadamente los empiscados desconocíamos esta propuesta y ninguno de nosotros hizo la prueba de esfuerzo requerida para cumplir algún deseo. De haberlo sabido, dijimos, hubiéramos optado por practicar tan bella tradición.

 

Justo en medio del puente, una pareja de enamorados discutían por algo relacionado al tiempo y la distancia. Él trataba de tranquilizarla, pero parece que ella no entendía sus razones. Para distraerla, el tipo nos pidió les tomáramos una fotografía, a lo que accedí gustoso sabiendo que sería una especie de réferi entre este par de enamorados. Sin que se dieran cuenta, Efraín tomó una foto alternativa, en donde yo, de espaldas estoy fotografiando a la pareja. Todavía cuando la observamos, nos hace reír el pensar que no debe ser tan efectivos los poderes de enamoramiento del puente, ya que ambos aparecen con unas caras de enfado que demeritan la efectividad de ese encanto, del que nuestro vehemente guía presumía.

 

El malhumorado taxista nos había dejado cerca de la Bajada de los Baños, para que conozcan el monumento a Chabuca nos dijo. A decir verdad, creo que lo que quiso, fue ahorrar algunas vueltas de más y por supuesto la gasolina que tanto reclamaba, así que nos bajo en la Av. Grau, arbolada está de los ficus de enterradas raíces que cantaba la popular Chabuca, ahí, a un costado frente a la Ermita, se encuentra una pequeña plazoleta y en el medio, un busto en memoria de la compositora el que fue inaugurado el 24 de octubre de 1992, según el registro de la placa.

 

Esa noche bebimos y cantamos acompañado de un grupo de excelentes músicos peruanos, quienes para finalizar, interpretaron Rock and Roll de la época de los sesenta, de aquellos arreglos en español que se hacían en México. Como ya era tarde, los músicos nos llevaron al Hotel a descansar y para prepararnos a seguir disfrutando de Lima los días por venir.

 

Fue un lindo viaje de recuerdos y aprecios, intercambiados para ambos países, ellos a brindar por México y nosotros por Perú.

 

¡Faltaba más!

 

A la mañana siguiente, todavía con ritmo de Rock y residuos de pisco en las venas, perdimos media mañana en tratar de retirar suficiente dinero de los cajeros automáticos de Lima, a fin de poder sufragar el promovido viaje a Cuzco. Allá, por cuestiones de seguridad, solamente es posible retirar quinientos dólares diarios y necesitábamos setecientos para poder cubrir el pago del viaje. Ignorante de las reglas bancarias de allá, que no permiten el retiro de mayor cantidad de dinero, aún en ventanilla, una pesada frustración se empezó a hacer patente en mí.

 

Por momentos pensaba que ir a Cuzco y Machu Picchu no sería posible, por la falta de liquidez.

 

Finalmente en el Banco Central, después de media hora de infructuoso coqueteo con la cajera, cuando salíamos desconsolados del Banco, y después de probar en una fila de aproximadamente 10 cajeros automáticos, localizamos uno, que yo creo que distraído, nos permitió retirar mil dólares, con lo que me fue posible pagar el anhelado viaje a Cuzco y todavía me alcanzó para pagar un City tour por Lima.

 

Cuando triunfador busque a la chica de los viajes, me encontré con que ese día ella no trabajaba. Está indispuesta me dijo su suplente. Me sentí desanimado, pues creí, que finalmente podría consumar lo que consideraba una conquista en Perú. Disciplinados, asistimos a las conferencias del día, con el compromiso de que a las seis de la tarde iniciaríamos el tour por la ciudad, en compañía de otros asistentes a la Reunión.

 

Pudimos constatar que Lima es una bella ciudad, todavía tranquila, a pesar de sus casi siete millones de habitantes. Se observa limpia, ordenadas sus calles y con un trafico automovilístico todavía soportable. No tenía suficiente amplitud en mi vista, ni en mi mente para absorber toda la información que nos era proporcionada por la guía del viaje. La mayoría de los monumentos históricos están en la llamada Lima Cuadrada, ubicada entre la Avenida Abancay, al este; la Avenida Nicolás de Piérola o La Colmena, al sur; la Avenida Tacna, al oeste; y el Río Rímac, al norte.

 

El primer punto hacia donde nos dirigimos fue a la Plaza Mayor de Lima o Plaza de Armas, fundada por el conquistador Francisco Pizarro, quien determinó el área que debía ocupar la plaza, así como la ubicación de la Casa de Gobierno (hoy Palacio de Gobierno), la Catedral y el Cabildo (la Municipalidad). Esa tarde, la Plaza estaba soberbia, una linda combinación de verdes jardines, adornados de flores con los colores típicos del Perú; enmarcaban un pequeño mitin en contra del presidente Alberto Fujimori.

 

Aunque eran pocos manifestantes, quizás no más de 50, se observaba un rencor añejo es sus rostros, un orador reclamaba la renuncia del entonces presidente, acusándolo de traidor a la patria. Pocos días después habría de concretarse este reclamo, con la caída del gobierno Fujimorista.

 

En los alrededores, se hallan el Palacio Arzobispal y diferentes oficinas públicas y comerciales. Al centro de la plaza se alza una majestuosa fuente de bronce que data de 1650, y que está coronada por el Ángel de la Fama.

 

Frente de ella, se encuentra el Palacio de Gobierno, conocido como la Casa de Pizarro, debido a que el conquistador vivió y gobernó hasta su muerte en 1541. Se nos dijo que en una de las salas, la más elegante, se encuentra la residencia oficial del Presidente del Perú. Para fortuna de los viajeros, tuvimos la suerte de observar, a las seis de la tarde en punto, a una soberbia banda militar, realizando el acto de arriar la bandera del país.

 

¡Con qué orgullo los peruanos observaron esta ceremonia!

 

De ahí, nos dirigimos a la Catedral, pero antes, caminamos, casi corrimos, unas cuantas cuadras del centro de Lima, para visitar la Iglesia de San Pedro en la calle de Jr. Azangaro. Una preciosura de Iglesia, sobria, sencilla, pero severa, bella, toda iluminada, con una magia muy propia.

 

Construcción del Siglo XVII, que nos fue requerida por la guía fuera de programa, y que se convirtió en un detalle que los asistentes agradecimos por lo significativo de este lugar. En su pórtico tres puertas, la principal enmarcada de dos columnas y con un acceso de tres escalones. Sin ser Catedral, esta Iglesia posee como ya dije tres puertas, lo cual podría considerarse una profanación, debido a que este número de accesos solo está permitido para las Catedrales. Sin embargo, no es más que producto de la audacia de los Jesuitas de la época, quienes iniciaron su construcción en 1623 y tardaron 15 años en terminarla. Resulta que los principales de esta orden, por intervención del Superior de Lima, solicitaron al Santo Papa les autorizara colocar una puerta más en el templo referido. Ellos eran sabedores de que solamente las catedrales podrían gozar de este privilegio de poseer tres puertas al frente.

 

Una vez que dispusieron de la venia papal, los constructores colocaron tres arcos y plantaron tres puertas, lo que a todas luces era una irregularidad que provocó el enojo del Cabildo Eclesiástico.

 

Al reclamo, los Jesuitas argumentaron que “a dos puertas tenían derecho, más una que les concedió el Papa, son tres puertas dijeron”. Ante la burla de que fue objeto el Vaticano y sin dejar de reconocer la audacia de los sacerdotes jesuitas, el Papa ordenó que “se prohibía bajo severas penas canónicas que se abriese la tercera puerta, salvo casos de incendio, terremoto y aseo o refacción de la fabrica”.

 

No cabe duda que los Jesuitas en poco tiempo aprendieron de la picardía de nuestra tierra, para salirse con la suya.

 

Frente a esa Iglesia, justamente frente a ella, rememorando a los hongos, San Pedro y San Pablo, juré, profano que habría de hacer mi mejor esfuerzo para comprender todo el esotérico lenguaje de la abuela Oaxaqueña. Algo me indicaba que frente de ese lugar encontraría las claves que descifrarían el lenguaje de la Chamana Mazateca.

 

Ignoro el porqué, pero en ese preciso momento recordé la noche en que la abuelita me instruyó viajar a Perú.

 

 Otra vez casi corriendo, regresamos a la Catedral de Lima, construcción de soberbia arquitectura, que inicialmente fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. A pesar de que un terremoto en 1746 la destruyó, el Virrey José Antonio Manso de Velasco dispuso su reconstrucción en 1758.

 

Desde esa fecha es lugar de reunión de los creyentes Limeños y de muchos visitantes, que como nosotros, tienen el privilegio de conocer tan linda construcción Colonial.

 

De paso por la Alameda vieja, vimos la casa donde se afirma murió Micaela Villegas, mejor conocida como Miquita o la Perricholi. La historia la retrata como una bella mujer peruana, nacida en Huanuco y criada en Lima. Ella fue una gran artista de mediados del Siglo XVIII, amante del Virrey Manuel de Amat.

 

Se dice que este anciano representante de la Corona Española perdió la cabeza por Miquita, ¡por esa lindura peruana!, a quien en su acento Catalán, queriendo ofenderla y llamarla ¡perra chola!, emitía un raro sonido, por su boca sin dientes, que se escuchaba como “perri choli”.

 

La historia de esta mujer requeriría de un tratado aparte, por la cantidad de ella.

 

De ahí nos trasladamos a la Iglesia y Convento de Santo Domingo, localizado en la calle de Jr. Conde de Superunda, esquina con Camaná. En esta construcción que data de fines del siglo XVI llamó nuestra atención, tanto el altar lateral izquierdo donde se venera a la Virgen del Rosario, como, otro más pequeño lateral, ubicado en el lado derecho, destinado a los Santos Peruanos: Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Juan Masías. Esta colosal obra fue construida por los jesuitas en 1624. Sus naves laterales destacan por su arquería y altares en pan de oro y de estilo barroco. También, son notables los altares de San Ignacio de Loyola y de Santa Lucía.

 

Ya cansados de tanto caminar, posteriormente vistamos el Convento de San Francisco, que es un complejo arquitectónico virreinal conformado por el Convento, la Iglesia de San Francisco y las capillas de la Soledad y del Milagro. El Convento, los claustros y la portería  están adornados con auténticos azulejos sevillanos, colocados en 1620. Destacan también el Museo de Arte Religioso, la Sala Zurbarán y la Biblioteca. El complejo está sobre galerías subterráneas o catacumbas que sirvieron como cementerio durante el virreinato. En la visita, quedamos admirados de la capacidad arquitectónica de la época y de la cantidad de gente joven que moría, a juzgar por las muchas osamentas de personas de corta edad.

 

Motivados por nuestra formación, concluimos que la gente en esa época debió haber muerto en un promedio de edad de los treinta años, alguien aventuró, seguramente las epidemias arrasaban con la población, sobre todo la más joven, hipótesis que la mayoría de los visitantes aceptamos.

 

Tuvimos también el privilegio de visitar la Iglesia y Santuario de Santa Rosa. Construida sobre el lugar en donde nació Isabel Flores de Oliva, Santa Rosa de Lima (1586). Ahí justamente en el jardín se conserva la ermita que, según se dice, construyó la Santa con la ayuda de su hermano y el pozo en el cual ella arrojó la llave de la cadena que ceñía su cintura, en señal de penitencia.

 

De ahí nos trasladamos a una construcción que cuentan que fue diseñada y dirigida por el amante de la Perricholi, el Virrey Manuel de Amat; la Iglesia y Convento de las Nazarenas. Construido sobre lo que fue el Barrio de Pachacamilla, lugar habitado por descendientes de esclavos negros, traídos de Angola, quienes ya en tierras del Perú, formaron una fuerte cofradía para intentar defenderse de la brutal explotación de que eran objeto.

 

Esta Cofradía estableció sus principios con base en los conceptos religiosos de aquel país, en una extraña mezcla con los elementos cristianos de la época novo hispana.

 

Dentro del galpón, uno de los integrantes de la cofradía, pintó la imagen sobre un muro de un Cristo crucificado, el que resistió asombrosamente fuertes terremotos, como el del 20 de Octubre de 1687, que produjo rajaduras y desmoronamientos en la Capilla, pero, que sin embargo, el sagrado mural quedó incólume. También se cuenta que hubo muchos intentos por borrarlo, los que tampoco fueron suficientes para que desapareciera la imagen.

 

Es por ello, que desde entonces se incrementó la devoción y culto a este Cristo crucificado, del que posteriormente se hizo una réplica, misma que hasta la actualidad recorre la ciudad en impresionantes procesiones en el mes de octubre (18 19 y 20) de cada año. Esta es la procesión del Señor de los Milagros, llamado también Cristo de Pachacamilla o Cristo Morado, quién es el Patrón Jurado de Lima. ¡Que orgullo que está celebración se realizara justamente el día en que tuve el privilegio de llegar a Perú!

 

De ese bella Lima Colonial, nos trasladamos a la Lima moderna, el barrio de Miraflores, el trayecto fue lindo, al mirar una ciudad dinámica, similar a otras del mundo contemporáneo, bellas construcciones, amplias avenidas, que complementan lo más tradicional de aquella ciudad. Pudimos observar en el trayecto guapas limeñas, vehículos Mercedes Benz, BMW y otros lujosos atractivos, que remataron con la llegada a un bello centro comercial llamado Larco Mar. Nos recibió una soberbia luna del hemisferio sur, emergente de la playa.

 

Estando justamente en el centro de aquella plaza comercial, de pronto unos aplausos interrumpieron nuestro recorrido y atrajeron nuestra atención. Una pareja de recién casados, aun ataviados con sus ropas de boda cristiana, recorrían orgullosos el lugar, se conoce por su vestimenta un matrimonio de gente lugareña, quizás no vecinos de esa área tan moderna, pero que con lisura transitaba el patio de ese centro comercial.

 

Entusiasmados nos unimos al jubileo que se organizó espontáneamente.

 

En este centro comercial, compramos unas bellas chompas de Alpaca, Baby Alpaca, nos dijeron y otras ropas de ese bello material producto tan autóctono del Perú.

 

Al salir de las tiendas, me detuve a observar nuevamente a la luna que en conjunción con el mar nos brindaba un bello paisaje y recapacité que estaba en el hemisferio sur del planeta.

 

Recordé que en mis estudios secundarios el profesor de física nos había dicho que en el hemisferio sur, los remolinos de agua giraban al contrario de las manecillas del reloj, es decir, de derecha a izquierda y presuroso corrí al baño a comprobarlo.

 

Pregunté a la edecán: ¿El baño de caballeros?, la chica me respondió, señor ya no nos da tiempo, tenemos que regresar al bus en este momento.

 

– Ya no aguanto le dije – me miró resignada y señalo – hacia allá –

 

Entré tropezando con un parroquiano quien seguramente pensó que estaba enfermó. Solamente me acerqué al excusado y jalé de la palanca.

 

¡Sorpresa! Aquel maestro del Instituto Juventud, apodado “Regino Burrón”, estaba en lo cierto.

 

¡En el hemisferio Sur, los remolinos de agua giran de derecha a izquierda!

 

Después de ese fabuloso Tour, regresamos al Hotel Olivar Sonesta y fue ahí donde terminó nuestro corto, pero interesante recorrido por la ciudad de Lima. Fuimos advertidos que muchas cosas habían faltado, que "esta ciudad tiene muchas otras sorpresas por ofrecer”, pero me satisfizo pensar que esto daría lugar a un segundo viaje.

 

Para rematar este lindo día, nos fuimos a disfrutar la noche a un lugar llamado “Las Brisas del Titicaca”, ubicado en Jr. Wakulski No 168.

 

Un bello lugar en donde además de la grata convivencia que se genera, al estar los comensales sentados muy juntos en largas mesas, la música que se disfruta es eminentemente criolla.

 

A diferencia de esos lugares donde cada grupo de amigos o familias se sienta por aparte, acá unas extensas mesas agrupan a cuarenta o cincuenta concurrentes a la vez.

 

Esta convivencia se traslada a la gran pista de baile. Antes pudimos recrearnos con un espectáculo de bailes criollos de casi todas las regiones del Perú. De la Costa, La sierra y de la Selva, mezclados de una manera excepcional. Bello colorido que incitaba a la concurrencia a desear se nos diera la posibilidad de ser nosotros los participantes del espectáculo. Tan pronto terminó la demostración de los bailes de este hermoso país, fuimos invitados, nosotros los mexicanos a la pista, por bellas chicas peruanas.

 

A pesar de mi torpeza para ejecutar los bailables de la región, disfruté mucho de ese lugar. En mi no está el ser un buen bailarín, sin embargo, contagiado de los compañeros de pista, disfruté mucho de esta emoción, nueva para mi, de bailar música peruana.

 

Así transcurrió la noche, la madrugada y ya casi al amanecer, recordamos que en un par de horas pasarían al hotel por nosotros para ir al aeropuerto y volar por la línea aérea Taca, vuelo número siete a Cuzco, Perú. Solo tuvimos tiempo de despedirnos de nuestras nuevas amigas, lindas limeñas, pasar a darnos un rápido baño al Hotel Britania, empacar y con apremio abordar la camioneta que nos transportaría al corazón del mundo Inca.

 

Una chica limeña, con quién bailé, me presentó a sus hermanas, las “monstruas” les decía, me dijo que seguramente viajar a Cuzco y Machu Picchu sería una muy grata experiencia.

 

– “Quisiera ver tu cara cuando aparezca ante tus ojos esa ciudad perdida” me dijo, porqué “Con lo poco que te conozco, apreció que tienes una gran sensibilidad y adivino que te va a impresionar” – “ojala, cuando regreses me llames por teléfono, me dijo, no sé porque, pero me parece que va a ser una experiencia muy importante para ti”.

 

Sonrió maliciosa como si presintiera algo. Me despedí de ella, con la promesa y el deseo de volverla a ver. Cansados y muy crudos, abordamos la camioneta que nos llevó al aeropuerto. Del Hotel Britania nos dirigimos al Hotel Sonesta a recoger a otros acompañantes de viaje, entre ellos una señora de edad, quien poseía una conducta muy amena, y que a esas horas de la madrugada, las cinco aproximadamente, sentía fuertes deseos de platicar. Se sentó justo en frente de nosotros. Andrés y yo cara a cara a ella no atinábamos en contestar nada, sin embargo sonreíamos ante sus comentarios de que para llegar a Cuzco – “había que estar con pureza de alma y limpio del cuerpo – porque lo esotérico del lugar así lo demandan. – “Ya no hablemos de Machu Picchu” – nos decía, ahí si, les recomiendo que el día que vayan a subir, descansen, no beban alcohol, solo coman verduras y sobre todo, dediquen unas horas a la meditación.

 

En esas enseñanzas estaba la viejecita, cuando el chofer de la camioneta frenó bruscamente y tanto Andrés como yo nos fuimos de bruces sobre de ella. Hasta ahora estoy seguro que ella pensaría que lo hicimos a propósito para callarla, porque el resto de la travesía hacia el aeropuerto, no dijo ninguna palabra más.

 

En fin, que llegamos al aeropuerto de Lima y registramos nuestros boletos y equipaje en el vuelo siete, de Taca Internacional. Estaba programado para las seis de la mañana. En la sala de espera nos llamó profundamente la atención un sacerdote que en la cafetería, departía con un grupo de jóvenes monjas. Su cara denotaba una profunda pasión por las mujeres, miradas lujuriosas dirigía a cada dama que pasaba cerca del grupo. Reímos y el sacerdote nos dirigió una mirada equivalente a una excomunión aeroportuaria que nos hizo pasar de las risas, a la carcajada franca.

 

Después de tomar café y donas de chocolate muy sabrosas, finalmente abordamos el avión repleto de turistas de todas partes del mundo. Era una torre de Babel volante, turistas franceses, españoles, italianos, de toda Latinoamérica y, por supuesto, gringos con cámaras fotográficas y de vídeo y por supuesto, también, los más viejos.

 

Solamente abordamos la nave y caímos rendidos de sueño, producto de todo un día de espléndidas aventuras y una noche sin haber dormido y sí, con varios rones de por medio. El viaje dura una hora aproximadamente y en el medio de él, se nos ofreció un ligero desayuno que no nos atrevimos a probar, preferimos dormir. De vez en cuando, mirábamos la cordillera de los Andes, que soberbia, inigualable y nada humilde se levantaba a unos pocos metros debajo de nuestro avión, coronada de nieves milenarias.

 

Era un bello paisaje nevado con algunos asentamientos dispersos en la montaña. Se observan todavía zonas boscosas con una regular conservación y en el medio algunos valles con explotaciones agrícolas, que a la distancia se veían pequeñas y aparentemente de poca importancia.

 

Alguien dijo, asumiendo nuestra formación de veterinarios: allá abajo se explotan muchas llamas, huanacos y vicuñas, a lo que nosotros ni siquiera respondimos, ante a inestabilidad metabólica del ron y la desvelada.

 

Cuando el capitán del vuelo anunció que en breve descenderíamos en el Aeropuerto Internacional “Alejandro Velazco Astete” de Cuzco, imaginé que la nave iniciaría un viraje de aproximación y por supuesto que bajaría de la altura de crucero que hasta entonces llevábamos. Sin embargo, esto no sucedió, solamente descendimos unos cuantos metros y ya estábamos tocando tierra.

 

Seguramente porqué los tres mil seiscientos metros de altura de la ciudad equivalen a casi la misma altura de crucero de los aviones.

 

A pesar de que la azafata había advertido a los pasajeros de que estaríamos en un lugar de gran altura sobre el nivel del mar, al abrir la escotilla del avión nos sorprendió ver enfermeras con tanques de oxigeno, sillas de ruedas y por ahí, inclusive una camilla, por si alguien tenía a bien sentir la carencia de oxígeno mas allá de lo permisible. Cuando observamos a los muchos ancianos compañeros de viaje, coincidimos que era una previsión no exagerada. Antes de abandonar el avión, la azafata nos advirtió de no caminar muy rápido, de no hacer un esfuerzo exagerado al levantar el equipaje y por supuesto, el de localizar a nuestro representante de la agencia de viajes que habíamos contratado.

 

Como veníamos crudos, obviamente no pudimos caminar rápidamente, además, el haber dejado nuestro equipaje en el Hotel de Lima, nos favorecía el llevar solamente una ligera maleta que no nos demandaba mayor esfuerzo. Así que, solamente nos faltaba identificar a nuestro agente y así lo hicimos. – “Buenos días doctor” – una linda sonrisa me saludo.

 

Era la chica de Creditur, la agencia de viajes que había promovido que viniéramos a Cuzco y Machu Picchu. – “Buenos días” – dije sorprendido, “¿Qué hace aquí?” pregunté – pensando que provocaría en ella una ligera confusión.

 

Tuve en suerte ser su guía en este viaje doctor” ¿Le desagrada?” – añadió coqueta. – “Por supuesto que no le dije” – Es solamente que me sorprendió verla” En realidad su presencia me gustaba, la chica tenía una cierta atracción para mí. Como dicen allá, tenía el salpimentado chiste de las mujeres de Lima.

 

“Vamos a ir directo al Hotel, y allá van a descansar todo el resto de la mañana; hasta la tarde, haremos el recorrido por la ciudad y los alrededores de Cuzco, les recomiendo recostarse un rato, tomar un baño y si tienen hambre, no comer cosas muy pesadas, una ensalada, frutas o algo similar, no vaya a ser que la altura les afecte”

 

“Si se llegaran a sentir indispuestos, los gerentes de los hoteles, todos, saben que hacer y donde localizar médicos con experiencia para este tipo de males. Por favor, no caminen mucho, eviten hacer esfuerzos extremos y procuren dormir lo mas que puedan”

Sentí que esto último lo decía por las caras de cruda y desvelo que teníamos. Sus instrucciones parecían más una orden, que una sutil sugerencia.

 

Llegamos al Hostal Emperador Plaza ubicado en Santa Catalina Ancha, número 377, con la sorpresa de que no se habían desocupado las habitaciones que tenían reservadas para nosotros. Un gerente y dueño muy amable y un mozo, joven él, que rayaba en la humillación cuando hablaba, se deshacían en disculpas por esta situación.

 

– “Por favor señor, no se enoje, en un ratito les damos sus cuartos, mire, es que ya sabe la gente, se les dice que desocupen temprano y siempre se van tarde, pero no se enoje, sea buenito señor, tan pronto se desocupe la primera habitación, ustedes serán los primeros en ocuparla” Y aunque lo que el notaba en nuestro semblante no era enojo, sino una terrible cruda, el mocito tuvo a bien repetir esta cantaleta por más de cinco veces.

 

Para compensar el que no se nos pudieran asignar las habitaciones y como es costumbre para el viajero que llega al Cuzco, nos ofreció té de coca.

 

Una infusión de la famosa coca (Erythroxylum coca, del quechua: kuka), que tiene un sabor propio, agradable y que a nuestro juicio es más un atractivo turístico, que un efecto estimulante del alcaloide para adaptarse a la altura del lugar, como lo dice la gente de por allá. Bueno, al menos era ese nuestro primer pensamiento al respecto de esa bebida tan amablemente servida por el mozo.

 

Como no nos asignaban el cuarto, después de tres o cuatros tés, nos recostamos en la salita del hotel y nos quedamos profundamente dormidos en unos incómodos sillones de plástico. Estimo que habrán pasado unos quince minutos, cuando el encargado, con su amabilidad característica nos despertó – “Perdón señor que lo moleste, es que ya están sus cuartos, ¿podrían acompañarme por favor?” – Llevamos nuestro ligero equipaje a la habitación, y cuando me disponía a dormir ahora sí en una cama, llamó Efraín por teléfono para informarme que tenía hambre. En ese momento recordé que yo también tenía hambre, en realidad no habíamos dormido, pero tampoco habíamos probado alimento desde el medio día anterior.

 

Así, que los convidados a descansar y comer ligero, salieron a recorrer las hermosas calles de la ciudad para buscar en donde comer algo liviano.

 

Recorrimos varias calles, más que por no encontrar en donde detenernos, por admirar la ciudad, por observar esas prodigiosas construcciones de precisión milimétrica. Por cualquier parte que caminábamos, había esas preciosas murallas de piedra labrada con suma perfección.

 

Caminamos unos cuarenta minutos, y después de haber recorrido lindos lugares de la ciudad, entramos a un restaurante, equivalente a una fonda de México, llamado SUMAQ, en la calle Pampa del Castillo

 

Nos atrajo un rico olor, muy sugestivo de algo ligero para comer: ¡Chicharrones! Comida equivalente a nuestras carnitas michoacanas, solo que más grasientas, acompañadas de choclo, es decir elotes hervidos. Por supuesto, la bebida requerida en estos casos era cerveza, y encontramos unas de marca “cuzqueña”. Yo clara y Efraín oscura, para rebajar el ligero alimento que estábamos degustando y también, para aminorar los efectos de la cruda.

 

Fue ese nuestro “frugal” almuerzo.

 

Después regresamos al hotel, para intentar dormir un rato y prepararnos a recorrer esta belleza que es la ciudad de Cuzco, Perú y sus zonas aledañas.

 

Ya en la habitación, en mí se dio un profundo cansancio que comprendí natural. Habíamos pasado días de mal dormir, y de mantener los sentidos en su máximo esfuerzo para no perder detalle de este maravilloso viaje. En unos cuantos segundos estaba profundamente dormido.

 

Poco antes, había pedido al mocito me despertara a las 3 de la tarde, a tiempo para no perderme las visitas programadas.

 

La habitación era pequeña, muy iluminada y fresca, podría afirmar que se sentía un poco de frío en ella. El hotel es modesto, pero muy cálido, por el servicio y muy limpio, atendido por sus propietarios, así que me sentí en confianza para descansar.

 

Me arropé con las cobijas y aún con el sarape de pelo de llama que cubría la cama individual. A pesar de ello, sentía un escalofrío que hacía temblar mi cuerpo.

 

Cuando desperté, aún con mucho frío, pensé que había dormido más de lo previsto y más aún, que ya había pasado el tiempo para incorporarme al grupo de turistas para asistir a la visita de la ciudad.

 

Pensé en llamar al encargado para reclamar que no me hubiera despertado, a tientas busqué el teléfono, pero al no hallarlo, encendí la luz de una pequeña lámpara de buro.

 

Abrí los ojos, y a pesar de la luminosidad, borrosa vi la imagen de la chica nominada para ser nuestra guía.

 

– “¿Qué pasó pregunté? ¿Me quedé dormido verdad?, ¿es muy tarde?, ¿todavía alcanzo a incorporarme? ¡En un minuto estoy listo! Para que salgamos.

 

Entre la turbación que sentía, no me di cuenta de que ella vestía un exquisito traje típico del Perú.

 

Con una expresión sumamente fría me miraba y sentí juzgaba mis torpes comentarios. Traté de serenarme y reoriente mi interrogatorio. ¿Porqué vistes así? Pregunté y de ella no obtuve ninguna respuesta, solo la bella sonrisa de siempre. El frió se acentuaba y ella me miró compasiva, “¿No lo siente, verdad?” Veo que no recuerdas este traje, que para usted se ha olvidado el significado de las grecas, de los colores de este ropaje”.

 

Para mí fue un momento de mayor confusión.

 

Trataba de disculpar mi retraso y a la vez me sentía incomodo por su presencia en el cuarto, más aún cuando estaba reclamando algo que yo no comprendía.

 

En su misma posición de frialdad, me pidió me tranquilizara, y me dijo:

 

Combinando el hablarme de usted y de tu, me dijo “Soy la responsable de llevarle al pasado de Perú. – Veo, desafortunadamente, que la vida que ha llevado le impide sentir y recordar lo ya vivido. Piense ¿porque desde siempre le ha llamado la atención esta tierra?” –Solo te pido que hagas tu mejor esfuerzo para activar el efecto de la sabiduría indígena. Concéntrese en activar el poder de San Pedro y San Pablo, entonces podremos iniciar este viaje.”

 

Honestamente no podía diferenciar si estaba soñando, o era el efecto del alcohol, el desvelo o los tés de coca, la combinación de todos ellos, y dudaba si esto que estaba viviendo era realidad.

 

Fría, pero sin dejar de ser coqueta y con la vos de mando que en el presente le caracterizaba, dijo: “Vamos a ir al pasado, a su pasado…”

 

Enmudecí, cosa que para mí en momentos de turbación, no es difícil.

 

“Para nosotros, a los que ustedes llaman Incas, el espacio y el tiempo están perfectamente amarrados, no se debe asustar, que si está aquí y ahora, también puede estar aquí antes o aquí después.

 

Nosotros así lo hemos entendido desde siempre. Pacha es la palabra que lo define, ¿lo siente? O mejor dicho ¿lo recuerda? Kai es aquí y también ahora, son conceptos que ahora ustedes difícilmente pueden comprender. Por ello te insisto ¡trata de sentir si en realidad quieres conocer esa cultura que te fascina!

 

Si así lo decide, tendremos que viajar hacia adelante, que es el pasado, lo llamamos Naupa, el pasado está al frente porque el futuro viene detrás, es el que le empuja hacia ese porvenir de su vida actual”

 

Desesperado le interrumpí – “No entiendo”, le dije, ¡debes de estar bromeando!

 

En primer lugar yo estoy aquí y ahora, en Cuzco, Perú, es Octubre del año 2000 y me parece risible esta clase de bromas que intentan hacerme creer que iremos al pasado que está al frente”. Pensaba que me estaba manipulando, para hacer de este viaje una obra teatral y darle mayor realismo. Un show para ubicarme en un lugar y un tiempo que requerían de mi voluntad para disfrutarlo aún más.

 

Sonriente le dije. – “Mire conmigo eso no es necesario, para mí es tal el gusto de estar acá que no necesito de ninguna preparación para iniciar el tour, ¡vamos ya! – concluí.

 

Su expresión de enfado fue evidente, entre firme y suplicante me dijo Dr. reflexione por favor, “tengo una responsabilidad, un compromiso histórico que cumplir y sé que usted estará sumamente complacido con ello, pero necesito su colaboración, de otra manera será imposible”

 

Añadió, “Si prefiere en otro viaje lo haremos, pero no estoy tan segura de que tengamos el mismo efecto, porque ahora usted lo esta deseando profundamente, y eso es muy importante, solamente debe venir conmigo y cooperar con este esfuerzo mental que le requiero”.

 

- “¿Podemos continuar?”, Me preguntó.

 

Balbuceé un sí, sin saber porque lo hacía

 

“Debe de aceptar que estamos en el Kaipacha, es decir en el aquí y en el ahora, pero que con su colaboración llegaremos al Naupapacha, lo que significa aquí, pero en el pasado. Le insisto, este pasado está al frente de usted, así que solamente se requiere de avanzar. Estando en el Naupapacha tendremos que viajar al Hanan, o sea el barrio de la jerarquía mayor de Cuzco, finalmente ahí encontrará lo que por muchos años ha venido deseando sin comprender. Sé que no es fácil, que le puede provocar miedo o desconfianza, en cuyo caso, el viaje será interrumpido y al toque estaremos de nuevo con el grupo del viaje. De hecho usted y yo ahora, en el Kaipacha, estamos abordando un autobús para ir a Koricancha, así que nadie notará nuestra ausencia”.

 

“Esto”, continuo. Lo decía arrastrando la “ese” con gracia. Le debo decir que si decide no ir o se asusta o desconfía de lo que verá, simplemente regresará a su mundo de aquí y su mundo de ahora y nada habrá de recordar. No será sujeto de interrogatorios absurdos o burlas, no tendrá que explicarlo. ¡Simplemente lo olvida y ya!”

 

“¡Haga de cuenta que nada pasó!”

 

Se paro frente a mí y mirándome a los ojos, dijo: “Fíjese bien en mi vestido.

 

Antes, con nosotros cada uno de los ropajes tenía significado, no es como ahora, que los motiva la moda, de esta manera pretenden provocar sensaciones vanas, ¡no!, si se fija, las grecas de mi vestido justamente orientan hacia delante, Naupa y también hacia arriba Hanan. Al centro verá el Kai, es decir soy su compañera de aquí, hacía el pasado, al frente y hacia arriba, donde el pasado Inca se le podrá revelar”. Estiró su mano y tomo la mía. Su piel era suave y transmitía tranquilidad, me miró nuevamente a los ojos con ternura, mirada que me hizo recordar la mirada de mi madre cuando la desperté para cantarle la “Flor de la Canela”.

 

Las grecas de su vestido representaban justamente aquella figurita de obsidiana que alguna vez encontré en las ruinas de lo que fue Tlatelulco, uno de los barrios de la Gran Tenochtitlán, esa que al principio de este relato referí, según palabras de mi tío Miguel, como un sello para tatuar a los guerreros Aztecas.

 

¡Ese era el verdadero significado de aquella llamada “cosita” de mi infancia!

 

Como si fuera una película en cámara rápida, me vi entregando la figurita a mi Tío Miguel, cantando con mi guitarrita la Flor de la Canela, comiendo una cantidad impresionante de papas y muchas otras escenas que no recuerdo, se dibujaron en mi mente.

 

Estuve turbando por algunos instantes y tomé la decisión de ir. De verdad sentía vergüenza de quizás, hacer el papel de gran tonto ante una desconocida. Me intimidaba el pensar de que de ser cierta la propuestas, no regresará nunca más al presente.

 

Obvio es que un transito hacia lo desconocido, es lo que más nos asusta.

 

Así, que en esas reflexiones, me armé de valor y aprobé, el ofrecimiento de mi guía, solamente meneando positivamente la cabeza.

 

Ella sonreía ante mi evidente confusión.

 

Voy, le dije, pero “No entiendo”, Todo es tan irreal, me parece que tiene razón, sin asumir que comprendo cabalmente el significado de propuesta, hay algo que me hace sentir que tiene mucho de cierto todo eso que me acaba de explicar”.

 

Con mucho entusiasmo, sonriendo y demostrando tranquilidad en su rostro, me dijo: eso quería escuchar, que reconozcas la absurda visión que tienen ahora de la vida, esto es justamente lo que te ha hecho dudar

 

“Es que ahora todo lo quieren entender y no lo quieren sentir”.

 

“¿Se ha puesto a pensar en esa dualidad de la existencia del ser?”

 

“¡Comprender o sentir!, ¡Sentir o comprender!, vaya dilema de su vida.”

 

El mundo actual se despliega en este marco.

 

Su ciencia, por ejemplo, tiene validez si existe comprensión y no sensación.

 

Han desactivado los instintos por convertirse en lo que ustedes llaman “inteligentes”, ahora amas si comprendes, decides si comprendes y actúas si comprendes. Nosotros, así como los sabios de su tierra en el pasado, amábamos, decidíamos y actuábamos porque sentíamos, por eso llegamos a tal grandeza, pero también por eso la perdimos, nos derrotaron los conceptos de la comprensión del mundo que los enemigos trajeron consigo”.

 

“Quiero decir no comprendimos su ambición, ni su intención de destruirnos, fuimos engañados por nuestra propia cosmovisión, por el sentimiento que teníamos de nuestro propio universo, pero déjeme adelantarle que al tiempo la humanidad llegará a transitar con la perspectiva del Naupapacha, esto está profetizado, volveremos a construir pirámides y a asumir los valores de la vida, que usted verá en un rato más”

 

¿Sabe que nosotros pudimos hacer colosales obras, logramos grandes avances en la medicina, la astrología, la psicología humana, solamente porque sentíamos nuestra ciencia? No porque esencialmente la entendiéramos, los principios de la medicina herbolaria, de la terapia emocional que ustedes denostándola llaman brujería, se basan justamente en eso, en la sensación que tenemos de las enfermedades, ustedes están muy lejos de sentirlo, de desarrollar el instinto.

 

Un instinto curativo, un instinto que conciba la existencia de toda la naturaleza, por ello se atreven a destruirla”.

 

Destruyen porque comprenden, quizás su entendimiento sea muy superior al nuestro, pero siguen sin sentir.

 

Cuando el científico, el religioso, el filósofo deje aflorar sus instintos naturales, el mundo actual será diferente. Mientras continúe intentando comprenderlo todo, mas retrocederán; la humanidad actual está en un proceso de avanceretroceso que no acaba de sentir, quizás de comprender, pero no lo siente, así que no hay compromiso con la naturaleza, ni con los propios seres humanos, por lo obsesivo de su cosmogonía, que es la comprensión, el entendimiento.

 

Y continuó con su promoción.

 

“Recuerde que el pasado esta al frente, si quiere, juegue a que el pasado está en el futuro. Iremos de frente al pasado del que usted ahora tendrá el privilegio de visitar. Nada más reflexione ¿porque está en Perú?, ¿vino solamente para asistir al Congreso? ¿Por suerte?, ¿por su comprensión de los conocimientos sobre la Rabia? yo le pregunto ¿siente por qué estas aquí?, ¿El porqué de su interés en esta tierra? ¡Estoy segura que no!, Se ha dedicado a comprender, pero no a sentir, no a dejar aflorar sus instintos”. “En el Kaipacha usted y yo, también estamos recorriendo la región del Cuzco con el grupo de turistas, y ahí nos estarán explicando como fue que construimos esos megalitos y no faltaran las hipótesis exóticas. Habrá quien se atreva a decir que fueron extraterrestres los obreros de estas construcciones, pero ¿porque no simplificarlo? ¿Porque no aceptar que nosotros sentíamos nuestra relación con el mundo, y con el universo? No podemos aceptar ¿que el instinto ha logrado en otras épocas la grandeza humana? ¡Nunca como ahora la humanidad está en su peor momento!, Porque todo lo quieren comprender, el método científico es erróneo, tienen que empezar por reconocerlo.

 

De otra manera la humanidad seguirá “avanzando”, bajo este concepto, pero este proceso será autodestructivo. Entendí que sus palabras tenían como objeto permitirme saber lo que habría de venir, sin embargo provocaban en mí una profunda reflexión. ¿Hasta donde es cierto que comprender es una manera equivocada de concebir la vida? ¿No es acaso mejor el sentir? Todas las especies vivientes sienten y deciden con base justamente a sus emociones. Los animales, las plantas.

 

¿Un concepto más desarrollado de sentimiento será la salvación de la humanidad? Me volví a pensar en la abuela, en la Chamana Oaxaqueña, ¿hasta dónde ella comprendía el efecto de la psilocibina y hasta donde, sentía a San Pedro y San Pablo, como una medicina milenaria, aliada de ella? Y la verdad es que dudo mucho que ella comprenda los efectos de este alcaloide, su farmacodinamia, la manera de metabolizarse, etc., por ello, por sentir sus conocimientos, ella es sabia, me dije.

 

La vida en el Planeta ha existido la mayor cantidad de su tiempo gracias al instinto, no a la comprensión.

 

La guía me observaba dando tiempo a que ratificara mi decisión.

 

¿Está listo? Preguntó.

 

Puede tomar todo el tiempo que quiera, como ya se lo dije, podemos esperar otra oportunidad, aunque ya aceptó, veo en usted una indecisión que me preocupa, recuerde, si no está totalmente convencido la experiencia puede fracasar.

 

Le permito hacer todas las preguntas que quiera antes de que partamos.

 

Pero requiero de toda su fuerza, de toda su voluntad”.

 

Acentuó las consonantes, para dar mayor fuerza a sus palabras.

 

Ante tanta información y confusión que tenía, me atreví a decirle: “Solo quiero preguntarle ¿Cómo es este pasado? ¿Qué es lo que voy a ver?, ¿a lo que me voy a enfrentar?”.

 

– Su respuesta fue simple: “En el Naupapacha usted hará una visita como la que acaba de realizar al Perú actual, verá esa época de manera muy similar a como vio en nuestro país, la vida cotidiana de su gente, sus valores. Pero eso sí, en un momento histórico muy difícil.

 

Haga de cuenta que pago un tour al pasado Por primera vez la vi reír con ganas y cambiar su extrema seriedad, por una tierna posición de mujer, convincente, segura de haber logrado un objetivo, también por ella deseado.

 

Acepté con docilidad continuar en este tránsito. Solo con devolverle la mirada, ella entendió que había ratificado la decisión de ir con ella.

 

Observé que el vestido de la guía cambiaba de color, de rojo a un azul oscuro ¿Qué sucede? pregunté a que se debe que sus ropas puedan cambiar de color.

 

De nuevo la dulce sonrisa, “no está cambiando de color, es usted el que lo ve diferente, antes, su indecisión provocaba un ambiente cálido, quizás hasta violento, por eso lo veía rojo, ahora ha entrado en un nivel de paz, de voluntad, consciente de venir hacia el pasado, ha aceptado cumplir con su incomprensible deseo, está paz se torna de azul y es una muestra inequívoca de que habremos de realizar este viaje de manera exitosa”.

 

Póngase estas ropas, me pidió

 

Era un típico traje de poblador del mundo Inca, igual al que habría de observar en la mayoría de los hombres durante el viaje.

 

Una especie de camiseta muy holgada de algodón grueso y blanco que me cubría desde los hombros hasta los muslos. Tela muy fina, que a mis ojos me juzgaba ver ridículo, pues de ninguna manera tengo el fenotipo de los Incas de antes, ni de sus actuales descendientes.

 

Me apenaban mis piernas delgadas y mi pectoral amplio, me pensaba juzgado por la guía y eso me avergonzaba.

 

Además me sentía muy desprotegido, ya que no usaba ropa interior y esto me provocaba una sensación de inseguridad. Solamente vestía la camiseta y unos huaraches de fina piel, entiendo de vicuña.

 

Por si sientes frío, me dijo, llevaremos este cubre todo de alpaca.

 

Me sentía, aún más grotesco, pues comparaba el orgullo con que mi guía portaba su atuendo típico y la forma en que lo lucía.

 

Cuando iniciamos el viaje, además del color de su vestido, el paisaje había cambiado también. Caminábamos por un pequeño valle de selva baja caducifolia, llena de arbustivas no perennes.

 

Un lugar algo húmedo y de temperatura media. Al fondo se observaba una loma, donde se podían aprecia cuatro cuevas, cuyas entradas se adivinaba construidas por el hombre.

 

 

VIAJE AL PASADO:

 

 

– “Vamos a entrar por la cueva del Naupapacha, dijo . Todas las entradas tienen un destino. –Observa esas tres cuevas a la izquierda, la primera nos regresaría hacia “el aquíahora”; la de en medio, hacia el “aquíantes”, y la siguiente, el “aquíen el futuro”. La última, la que se observa en el extremo derecho, que es la más grande, representan el acceso al Hanan y el Hunin, es decir el inframundo y el cielo. Esa ultima, se divide en estos dos destinos que he comentado, Hunin o Hanan y más dentro se puede ir al pasado, al futuro y al presente de cada uno de ellos. Nosotros iremos por la cueva de en medio, del aquíantes.

 

Abundó en la explicación diciendo que el acceso al Hanan y el Hunin estaba reservado para los grandes iniciados, los conocedores supremos de la sabiduría incaica. Para poder ingresar al cielo y al inframundo, los solicitantes son requeridos de pruebas extremas de conocimiento y de valor, que solamente unos pocos humanos han tenido durante toda nuestra existencia.

 

Los espíritus de los iniciados, coexisten en un tiempo y espacio. Sus cuerpos momificados yacen aquíahora, sin embargo, su sabiduría, expresa en el espíritu mantienen su existencia en ese lugar, su conducta los ha llevado a un cielo paradisiaco o al inframundo.

 

Pausó la charla y dijo:

 

“Quiero insistir en que cuando lleguemos al Naupapacha, veremos, como ya lo dije, lo que sucedió aquí, justo en este lugar, antes del hoy”.

 

En silencio seguimos avanzando, continuaba con la sensación de miedo y curiosidad que provoca el no saber a lo que uno se va a enfrenta, más sin embargo, tenía una actitud desafiante, que me impulsaba el seguir adelante.

 

Justamente a la entrada de la cueva, hicimos un alto, ella me miró por unos instantes para provocar en mí el que asintiera de nuevo a entrar.

 

Menee la cabeza de manera afirmativa y por unos instantes cerré los ojos, para dejarme llevar por ella con ese rumbo incierto al que me invitaba.

 

Entramos en la cueva, en ella, se respiraba con dificultad, seguramente a causa de la excesiva humedad y a lo enrarecido de un aire, que durante mucho tiempo no había sido renovado.

 

En ese ambiente, estimo que transitamos por más de un kilómetro, a través de lo que parecía un túnel de aproximadamente tres metros de ancho. Lo curioso de este camino, era que debíamos transitarlo en zigzag, en él a veces avanzábamos y otras retrocedíamos, como si fuésemos a regresar a la entrada de la cueva. Los pasos que dábamos hacía adelante eran más que los de retroceso, podría afirmar que se zigzagueaba unos 50 metros hacía delante y aproximadamente unos 20 en retroceso, para nuevamente volver hacia adelante.

 

Estaba, este camino, diseñado como si fuese un rayo, lo enmarcaban paredes con las clásicas construcciones de piedra. El piso de tierra finamente apisonada y sin bordes, lo que no posibilitaba caminar tan rápidamente como lo permitía la luz que lográbamos con las con las antorchas, que la guía elaboró con unas varas y paja que recogimos en el camino, antes de entrar. Yo no dejaba de admirar y sorprenderme de la precisión con que rocas de más de dos toneladas embonaban a la perfección durante todo el trayecto.

 

No encontramos durante el recorrido a persona alguna, ni rastro de objetos, basura o cualquier substancia que indicara la presencia de seres humanos o animales, tampoco había en ese lugar plantas o restos de ellas. Al terminar este impresionante túnel, y atravesando una bellísima puerta, con dinteles de roca finamente tallada, salimos a Huacapata, una hermosa plaza, imponente, de aproximadamente quinientos metros de largo, y unos cien o ciento cincuenta metros de ancho. Estaba rodeada de colosales construcciones, todas con la estructura de rocas milimétricamente embonadas y al centro grandes monumentos. La plaza estaba dividida por un río, que me dijo le llamaban saphy, el cual estaba admirablemente encausado, por construcciones de piedra.

 

La plaza era sobria, imponente, majestuosa, con construcciones megalíticas en que el gris dominaba.

 

En ella, encontramos las primeras señales de población humana. Todos o casi todos ellos, caminaban silenciosos, con la mirada perdida.

 

Solitarios, deambulando hacia distintos rumbos por cada uno de los cuatro caminos orientados hacia los suyos, norte, sur, este y oeste, Chinchaysuyu, Collasuyu, Antisuyu y Contisuyu, preciosos caminos que iniciaban justamente en esta plaza.

 

Desde esta plaza daban inicio los 40 caminos, que comunicaban hacia todas direcciones del mundo Inca, porque 40 era el número mágico de los ahora llamados Incas.

 

Mujeres ataviadas de faldones y blusas rojas, calzando huaraches e invariablemente llevando en sus cabezas una especie de gorro invertido, como si fuese una cazuela, que por fuera era roja y por dentro, negra.

 

La sostenían con uso barbiquejos blancos, algunos de ellos con grecas de fino trazo, también negras.

 

Por su parte, los hombres usaban algo parecido a nuestros huipiles, también rojos, entre mezclando el amarillo, beige, y blanco, todo con dibujos de grecas, pocos de ellos llevaban plumajes en la cabeza, que coincidía con el orgulloso porte de joyas, como brazaletes, narigueras y diademas de oro de muy bellamente labrado.

 

La guía me dijo que esta manifestación de tristeza en la gente, se debía a la presencia, en el norte de Tahuantinsuyo, de unos hombres blancos y barbados, quienes padecían y transmitían una rara enfermedad que había aparecido justamente a su llegada. Me explicó, que este padecimiento,  estaba mermando la estructura del pueblo; maestros, doctores, campesinos y sobre todo los niños, estaban siendo afectados y esto provocaba una verdadera descomposición social; sobre todo, cuando su gobernante y muchos hombres del conocimiento, habían muerto, sin explicación de su parte, a causa de ella.

 

Abundó que había verdaderas rebeliones populares ante el temor de la muerte. Más aún, porque nadie podía explicar la situación. Algunos afirmaban que lo que se estaba viviendo era la predicción del Pachacuti, que significaba el fin del mundo. Y que no había nada que hacer ante esta profecía de los abuelos.

 

Otros, más prácticos, decían que se trataba de una invasión y destrucción realizada por seres humanos, provenientes de lejanas tierras. Que no eran dioses, sino seres humanos, que venían a conquistarlos. Era esta una versión más popular y sustentada en las noticias provenientes del norte del Tahuantinsuyo. La opinión de la gente se desenvolvía en estos dos criterios.

 

Continuamos avanzando y comentando esta terrible situación, por una calle estrecha, de no más de metro y medio de ancho, empedrada a la perfección, pues en ella, no existía ningún borde o saliente en todo el camino. Esta calle, se enmarcaba preciosamente en ambas orillas del camino, por la típica construcción incaica, donde grandes piedras se conjuntaban milimétricamente.

 

Poca, muy poca gente encontrábamos en ese camino, en el cual no había grandes edificaciones. Al final de él, unos escalones que bajaban hasta un río y de frente a nosotros la gran plaza.

 

Un cielo transparente nos cubría, pocas nubes y un clima más bien frío, pero agradable.

 

Avanzamos hasta el final de este camino, y nos topamos con una valla de piedras, como de un metro de alto, finamente labradas y embonadas con la exactitud característica, la que nos impedía el paso directo a esa bella plaza, Koricancha.

 

Al observar esa plaza me quedé atónito ante su indescriptible belleza.

 

Densamente ocupada por muchas personas, todos adultos, quienes vestían hermosos trajes donde predominaba el rojo y se culminaba con penachos de variados y ricos colores. Dentro de la multitud ahí concentrada, descubrí el rostro de una mujer que me miraba con insistencia.

 

Ante su pertinaz contemplación y presintiendo alguna suceso extraño, tímidamente levante mi brazo derecho, a lo cual, esa mujer respondió con la misma señal, se encaminó hacia el bardado de piedra y pude observar que como a cincuenta metros antes de llegar hacía donde nos encontrábamos, se recargó en la barda, y se aferró inclinada, como si se fuera a desmayar.

 

Caminamos en su dirección, buscado un acceso a la plaza. Cuando finalmente encontramos por donde poder ingresar a ella, se nos acercó un hombre que estimé tendría unos cuarenta años de edad, alto, moreno, de rasgos típicos. Dijo algo que no recuerdo bien por la emoción que experimentaba en ese momento, pero que en esencia era la bienvenida al ombligo del Tahuantinsuyo, Koricancha, en Cuzco.

 

La plaza es lo más hermoso que ser humano se pueda imaginar, el piso era de arena, limpia y finamente cernida, supongo traída de la costa, unos hombres iban nivelándola, y borrando la huella al paso de quienes la transitaban.

 

Los muros que la enmarcaban, con la preciosura milimétrica clásica, pero todo cubierto de láminas de oro puro.

 

El centro de ella, se adornaba con figuras de animales, de oro macizo llamas, vicuñas, alpacas, pumas, venados, tortugas, lagartos, zorros y por supuesto el cóndor También había plantas, particularmente de maíz y coca, igualmente, de oro.

 

¡La limpieza era absoluta!

 

Las construcciones, alrededor de la plaza, estaban edificadas de piedra, laminadas de oro, con el suelo de fina arena, y techadas de hojas, también de oro, simulando palma.

Una perfección indescriptible contenía este lugar.

 

El hombre, que ejercía el papel de guardia de la plaza, dijo – “Por aquí señor, acompáñeme” – Me llevó hacia aquella mujer de cuerpo largo y delgado, cuyos movimientos estaban llenos de vivacidad; su rostro alargado y de un moreno pálido seductor; ojos animadísimos; profusa cabellera oscura y de unas manos que alcanzaban el pensamiento de quién la miraba.

 

Su sonrisa de dientes menudos la hacían irresistible; cuello contorneado, hombros incitantes y delineaba bajo sus ropas bellas formas de mujer.

 

Era ella.

 

Respetuoso la saludé, besé sus mejillas y ella permaneció callada, se acunó en mi regazo por largo rato y dijo – “Te he esperado por muchos años”

 

Soy “munakuq taki”

 

Mi turbación era absoluta. La mujer que había aparecido en uno de mis sueños cantando mis noches sin ti, era la misma que había conocido en aquel “viaje” con la psilocibina y quién ahora me recibía.

 

Mi guía mantuvo silenciosa a respetable distancia de nosotros, denotaba una expresión de júbilo, y con una dulce mirada de complicidad aprovecho para despedirse de nosotros, pendiente de cualquier situación en que yo la necesitara y advirtiéndome que en la madrugada del tercer día regresaría por mí para retornar al presente.

 

Un prolongado silencio nos mantuvo unidos y al cabo de un rato en que el contacto físico y emocional nos dio confianza hice la consulta que consideraba obligada:

 

¿Me esperabas?

 

Sonrió y entrecerrando los ojos dijo un tierno ¡Sí!

 

“Había sido advertida de tu presencia, pero sin embargo, no dejo de emocionarme profundamente”.

 

“Quiero decirte que tengo la plena seguridad de que te será muy difícil entender este “viaje” pero deseo con firmeza que nos sirva de reencuentro para continuar un destino que nos fue interrumpido”

 

“No pierdas detalle de todo lo que verás, oirás y sentirás en este breve espacio de tiempo, es de vital importancia para nosotros y nuestro futuro”. “Comprendo que estos días serán muy pocos para comprender totalmente lo que vas a vivir, por ello requiero de todo tu apoyo”.

 

Solamente afirmaba con movimiento de mi cabeza, estaba enmudecido por todo lo que significaba ese momento.

Difícil explicar la mezcla de emoción, incredulidad, miedo, que este momento simbolizaba.

 

Imprudente y aún temiendo interrumpir esta situación de afecto, pregunté: ¿Qué es lo que pasa, porqué tanta tristeza, tanta preocupación en el pueblo?

 

Aunque la respuesta era previsible por lo dicho anteriormente por mi guía, Munakuq respondió – “nuestro mundo va a desaparecer con profundo dolor reflejado en el rostro insistió sobre la terrible confusión que se padecía en todos los niveles de aquella sociedad.

 

- Son seres del mal, asesinos, ambiciosos y nos están destruyendo

 

Esta situación preocupante de sí, se agudizaba por la guerra entre hermanos. Se sabía, que acorde a la tradición y para consolidar el poder, los hijos de Huayna Cápac habrían de luchar a muerte y de esta manera ratificar la suma de contrarios para un solo fin: mantener vigente el poder el Tahuantinsuyo.

 

Sin embargo, en esta ocasión existía un factor, que si bien estaba pronosticado por el Pachacuti venidero, y había sido profundamente difundido por la comunicación oral, hasta ahora, la situación era mucho más terrible de lo esperado.

 

Concurrían noticias aterradoras para el pueblo. Aparentemente se estaba cumpliendo la predicción de sus ancestros en el sentido de que la destrucción del Tahuantinsuyo, se precedería de terremotos, luces extrañas en el cielo y enfermedades del pueblo.

 

“Los viajeros, comerciantes que vienen del norte, informan que los  pueblos de aquel lugar, están siendo arrasados por hombres representantes de Viracocha. Se habla de personas que poseídos de una terrible saña, asesinan, roban, destruyen nuestras grandes obras, provocando hambre y enfermedad en la gente. Dicen que estos seres reclaman el no ser honrados como según ellos se nos había instruido por nuestra divinidad, Viracocha”.

 

“Cubren sus cuerpos con fierro y poseen una ambición fuera de lo común por el oro y la plata, por nuestras joyas, por nuestras mujeres y nuestras piedras preciosas Tipos barbados con extendidos brazos de metal, que arrojan fuego acompañado de un ruido ensordecedor. Su sola presencia enferma a la gente, nuestra gente se tiñe de manchas rojas y muere”.

 

“¡Es una maldición divina que mata a mucha de nuestra gente!”, dijo llorando.

 

Por su belleza e inteligencia, Munakuq Taki, era una mujer poco común dentro de la sociedad de Cuzco, y como tal, había sido propuesta para ingresar como vigilante de la casa del sol, así, tenía un importante papel que desempeñar. Sin embargo decidió que su destino fuera el matrimonio. El amor le distrajo de ser distinguida por el Inca con un encargo superior en la sociedad.

 

Desde el momento que la conocí, su presencia me llenó la vida, su aura me envolvía plenamente, cubría de placer todos mis sentidos, consumaba plenamente el más indescriptible sentimiento humano, que es el amor.

 

En ese estado de éxtasis, recorría a su lado, Koricancha, admirando sus construcciones y observando a quienes me atrevería llamar los científicos de esta sociedad. Hombres de profundos conocimientos en la astronomía, la medicina, arquitectura y agricultura, quienes gobernaban y se concentraban en este espacio A diferencia de nuestra sociedad dirigida por políticos, eran, los hombres del conocimiento quienes definían el destino de esta población.

 

Es quizás por ello que para los conquistadores, se facilitó la derrota de este pueblo. La visión científica en beneficio de la sociedad contra la percepción política de su dominio, facilitó la derrota.

 

A nuestra derecha, un hombre observaba hacia el oriente, por una especie de “ventana” donde se encontraban atravesadas muchas cuerdas; a través de las cuales, precisaba la posición del sol y la de una luna en cuarto menguante, lo que supuse un observatorio astronómico, a la vez, anudaba en una cinta que llevaba a lado izquierdo de su cintura, llamada quipu, los resultados de estas observaciones.

 

Tenía tiempo que este grupo de científicos de todas las ramas, discutían entre ellos sobre los acontecimientos del norte del Tahuantinsuyo, la invasión. Sin embargo existía una opinión encontrada entre los astrónomos, los jefes militares, los médicos y otros especialistas, por tratar de explicar lo que estaba sucediendo.

 

En aquel espacio, dedicado al culto del sol, en reconocimiento a su importancia en la generación y conservación de la vida en el planeta, a diferencia de la población común, se apreciaba una vida reposada, de meditación y tranquilidad, a pesar de la importancia que se le daba a los efectos sociales de la presencia de los invasores.

 

Se hablaba en voz baja y caminaban pausadamente, meditando. Muchos, se mantenían como en oración, seguramente reflexionando. Puedo afirmar que se percibía esa sensación de tranquilidad que se siente en nuestras zonas arqueológicas. Para quien no lo ha advertido, recomendaría, que en su próxima visita a una zona prehispánica observe con detenimiento la conducta de toda la gente que la visita. Las familias no discuten, los niños se portan bien, nadie se queja de dolencias y si se llega con algún malestar, este desaparece. Esa misma plenitud se sentía dentro de Koricancha.

 

Salimos de aquella plaza, con el permiso respectivo, del guardia. Caminando en medio de calles trazadas con precisión, decidimos sentarnos en la margen izquierda de una de esas veredas, voltee y mirándole a los ojos, me atreví a pedirle que me dijera si acaso era posible que permaneciéramos juntos por el resto de nuestras vidas, no importando si fuese acá, en su pasado o allá en mí presente. Sonrío, como lo hacía siempre que yo hablaba o preguntaba algo y dijo:

 

Acá, en mi pasado es imposible, ambos habremos de morir a la llegada de los conquistadores

 

“Espera en tu presente, en donde si tomamos la decisión, podremos completar nuestra vida amorosa, de nadie depende más que de nosotros”.

 

¿Entonces, tú regresaras conmigo?

 

Fue la pregunta obligada.

 

De nuevo la sonrisa, “¡no!, me dijo, habremos de encontrarnos en donde estés y lo más seguro es que yo ya nada recuerde, tu sí, esta experiencia no la podrás olvidar nunca”.

 

Si algún día, cuando nos encontremos en el futuro me platicas esta historia, ten por seguro que pensaré que has enloquecido, o que me quieres engañar por alguna malsana razón”.

 

Con ternura académica, me explicó que cuando se pasaba de una vida a otra, a través del tiempo, nada se recordaba. Antes de venir, me dijo, tu no recordabas como fue esta tu vida pasada, en el acá antes. Ahora, yo si lo puedo hacer, sin embargo, cuando yo esté en tu futuro, no lo podré recordar. “Yo ahora lo puedo explicar, porque estoy en mi presente y sé exactamente, como fueron las cosas”

 

Tú y yo, continúo, fuimos matrimonio. Antes había estado ligada a otro hombre y después apareciste en mi vida, justo en la llegada de los españoles, cuando fuimos separados.

 

Yo morí, y tú fuiste apresado y posteriormente asesinado”.

 

Cuando niña, a los 3 años, quedé huérfana de madre y mi padre falleció antes de cumplir los nueve. Así que, al carecer de atención materna, fui educada por mis familiares en el ayllu.

 

Llegué a la pubertad, y la instrucción sobre las labores propias de una mujer, la recibí de mi hermana mayor, hasta la edad en que me uní a un hombre, siendo aún muy joven, 15 años, acción que no era fácilmente permitida, pues la edad social para hacerlo, era, en el caso de las mujeres, hasta lo 18 años lunares y en los hombres hasta los 24”.

 

Sus familiares directos fueron mal juzgados por aquella sociedad.

 

Quizás por lo joven que ella era, esa relación no prosperó; y al poco tiempo les fue permitida la separación del vínculo.

 

Esto, en el marco social, que permitía a los novios sostener relaciones sexuales antes del matrimonio, en algo que en mis valores califiqué “como muy positivo”. A esta relación se le denominaba “servinacuy” o “matrimonio de prueba”, durante él, los novios pedirían al cielo que les diera un hijo, pero quedaba claro que si la relación amorosa no era lo suficientemente sólida, se podía terminar, sin daño moral, ni social, para ninguno de los dos, porque el niño, o los niños, regresarían con  su madre a la casa paterna, lo que era considerado como un acto de dignificación al hogar familiar. Me explicó que, como ella, las mujeres jóvenes que ya habían tenido un hijo, disponían de más posibilidades casarse, porque ya habían probado que eran fértiles y consecuentemente cumplían la expectativa de la sociedad. Además, me dijo, ningún joven fértil, hombre o mujer podía permanecer soltero, porque la riqueza del Inca, dependía de la multiplicación de su pueblo.

 

Este era su caso, su “servinacuy”, no había prosperado por falta de entendimiento, pero socialmente era calificada como una mujer integra para el matrimonio, fue así como se ligó a mí.

 

Comentó que cuando niña había sido educada por las mujeres que atendían la casa del sol, y que inclusive, había sido seleccionada para ser una de ellas, fue ahí donde adquirió una sólida formación en ese templo, enalteciendo el canto, la preparación de alimentos, el tejido de finas telas, y sobre todo a tener un comportamiento de mujer integra.

 

Todo para honrar al sol, padre de toda su cultura.

 

Finalmente ellos eran hijos del astro rey.

 

Estaba prendado de su presencia.

 

Cuando uno esta en esa situación de embelesamiento, el tiempo pasa rápidamente. Así que, cuando nos venimos a dar cuenta, ya era de noche.

 

Algo cansados, decidimos que era tiempo de descansar, a pesar de  que teníamos voluntad de permanecer en vigilia todo el tiempo.

 

Así que caminando por las calles de Cosco, hasta salir de la zona urbana, y continuamos por una amplia vereda empedrada, para llegar a un caserío, que se veía iluminado por antorchas.

 

No más de 20 casas componían este ayllu.

 

Ahí, nadie nos recibió, sin embargo, ella me invitó dentro de una de las habitaciones y me propuso a descansar.

 

Consideré que era una buena oportunidad recurrir a mi situación de viajero del tiempo y le pregunté si acaso podíamos dormir juntos.

 

En un gesto muy actual, le dije – prometo no tocarte

 

Ella accedió con naturalidad y nos recostamos el uno junto al otro, la tomé de las manos y después acaricié su rostro. Con mis manos, recorrí casi todo su cuerpo, su piel suave y perfumada me excitó profundamente.

 

Comprendí que ella también estaba perturbada de excitación y la besé, primero suavemente y más tarde con pasión.

 

Así acariciándonos y besándonos, estuvimos hasta casi el amanecer.

 

Le pedí, con mucho respeto si acaso me permitiría hacerle el amor, a lo que ella respondió –“muero en deseos en hacerlo, pero no puedo”

 

- “Incumpliríamos un precepto sagrado”

 

Después de besarle nuevamente, nos quedamos profundamente dormidos.

 

En la mañana siguiente, fui invitado a conocer su vida familiar. La vivienda, por así decirlo, estaba compuesta de un patio central, de tierra apisonada, de aproximadamente 15 metros por lado, y en cada lado de este cuadrado una habitación, de piedra, que representaba una casa, en sí, para cada familia, integrante de un núcleo consanguíneo.

 

Una para cada uno de sus hermanos, sus cónyuges y, por supuesto, los hijos. Era un núcleo familiar muy similar a los actuales campesinos de mi país, México, con mucho orden y limpieza.

 

En cada habitación, se disponía de lo indispensable para vivir, pero no tenían muebles. Las camas estaban sobre el suelo y consistían en cobijas de pelo de camélidos, alpaca, vicuña, u otro animal. El piso interior, también de tierra, y no existían mesas, sillas o roperos, solamente unos bancos donde se sentaban a charlar y a comer.

 

Guardaban los alimentos y los utensilios de cocina en canastos y los colgaban del techo, seguramente para alejarlos de insectos y roedores. Para ello, utilizaban ramas de arbustos, tal y como lo hacen las comunidades en la mixteca oaxaqueña.

 

En las paredes de piedra, habías nichos en donde guardaban algunas cosas que se consideraban amuletos.

 

El pelo y las uñas que se cortaban, porque según me dijeron eran de mala suerte tirarlas y se conservaban para ser enterradas junto con ellos, a su muerte. También introducían fetos momificados de animales, como fetiches de buena suerte.

 

Atrás de la casa, tenían pequeños corrales de madera, con piso de tablones, ahí, criaban cuyes, los que según fui informado, en invierno introducían dentro de las habitaciones para protegerlos del frío,  también criaban gallinas, algunas de las cuales ponían huevos de cascarón azul pálido.

 

Fui convidado a lo que podría llamar un almuerzo típico. La gente común y corriente hacía dos comidas al día. A medio día y después en la tarde, antes de ponerse el sol. Al levantarme, me ofrecieron lo que a mi juicio eran tunas, como las de nuestros nopales, las habían colocado en un banco, justo en el medio del patio, en un platón de barro, el que estaba bellamente pintado de rojo, y con grecas. Todo el núcleo familiar, tenía libre acceso a ellas.

 

A pesar de que yo usualmente no las como, ese día disfrute de su frescura.

 

A medio día se nos sirvió en platos de barro sencillos, unos elotes asados y harina de papa con chile, por cierto muy picoso, con un gusto a lo que conocemos como chile habanero.

 

Había un poco de carne de llama, carne seca, semejante a la cecina de Oaxaca, pero al extremo deshidratada y salada.

 

Esta comida, no sé si por el ambiente que se respiraba en ese mundo, fue muy sobria, no había plática entre los comensales y en general, observaban los platillos, con tristeza, previsible ante la situación. Dos de los niños de ese núcleo familiar habían ya fallecido por la viruela y en las casas vecinas se comentaba también de ese mal, con mucho temor.

 

Alrededor de lo que sería “la mesa”, que era un mantel en el piso, solamente los hombres nos sentamos en el suelo, algunas mujeres servían la comida y otras realizaban actividades diversas. Cuando los varones terminamos, ellas, sin importar la edad comieron, cada una en donde estaba; no se congregaron como nosotros, alrededor de este mantel, sino que, solamente dejaron de lado lo que estaban haciendo y ahí mismo tomaron sus alimentos, de manera discreta.

 

Al parecer esta conducta se podría calificar de machista, pero, Munakuq me explico, que la mujer en esa sociedad era altamente reconocida, sobre todo por su capacidad de reproducción, pero además, era una importante colaboradora en las labores domésticas y agrícolas. Es síntesis, tenía un amplio respeto en la población.

 

Al terminar nuestra comida, un hombre del barrio, anciano él, nos llamó con discreción para salir del núcleo de casas. Sacó unas hojas de coca de una hermosa bolsita que tenía colgada al lado izquierdo de su cuerpo, hizo un amasijo con ellas y las empezó a masticar,  lentamente, pareciera que las estaba salivando. Al tiempo, de un pequeño envoltorio, sacó, lo que después supe que era cal, hecha de conchas marinas y la introdujo en su boca, para revolver la mezcla.

 

Continúo masticando lentamente y mirando perdidamente hacia el cielo, nos comentó que dos lunas anteriores, había llegado a su casa un mercader, proveniente del norte del Tahuantinsuyo, se le miraba contento por haber traído suficiente mullu o conchas rojas a cambio de sus mercaderías. Contó la historia fantástica de que en esas tierras se decía de hombres de tez blanca y lenguas barbas, que se hacían acompañar de una extraña raza de animales de cuatro patas y dos cabezas, más veloces que las llamas, las vicuñas y las alpacas. Que la cabeza de arriba de dichos animales, era semejante a la de los hombres, emitía voces como humanas y la de abajo, era de animal, está bufaba y emitía un ruido como de risa humana.

 

Además, dijo, que las patas al chocar con las piedras producía lumbre y que se podían levantar por dos tantos la estatura de un hombre normal.

 

Terció otro anciano, que calculo de más de 90años, y comentó que un día, cuando salía a trabajar al campo en la madrugada, apareció en el cielo un imprevisto cometa.

 

Dijo él, que era una señal inequívoca de destrucción, según la interpretaba.

 

Y abundó que este fenómeno, se sumaba a los terremotos, los que también tenían un significado similar de catástrofe, porqué según decía, los muertos se estaban alejando de los vivos y ya no recibiremos sus enseñanzas.

 

La preocupación y asombro de quienes escuchaban estas pláticas era evidente, en una sociedad tan profundamente religiosa el impacto de estos comentarios era devastador. Los asistentes nos fuimos alejando de este núcleo, algunos de ellos con manifiestas expresiones de dolor y duda.

 

Se acercó Munakuq Taki y me invitó a realizar un nuevo un recorrido por las calles de Cuzco.

 

La belleza de esta ciudad, no tiene nada que ver con la de la actualidad.

 

Si bien el Cuzco del siglo XX es muy hermoso, aquella una población sumamente ordenada, en donde la disciplina cívica era ejemplar. Los habitantes de esta y otras ciudades no podían pasar de una ciudad a otra sin permiso de su autoridad y se identificaban por su vestimenta.

 

Cruzó frente a nosotros un grupo formado exclusivamente por mujeres, si bien su vestimenta básica también era roja, portaban una especie de gorro negro, con lindas cintas amarillas que les cubrían hasta las cejas, también usaban u barbiquejo blanco, pero esta vez, sus adornos eran de color rojo.

 

Este grupo iba silencioso, muy unido y como dije con anterioridad, solamente mujeres, desde niñas, hasta ancianas, todas con la intención de rendir culto al en el templo del sol.

 

Antes de llegar a la ciudad, pude observar algunas actividades agrícolas. La siembra de los terrenos, en terrazas, con maíz, papas, frijoles y otros productos, eran severamente custodiadas por quienes lo hacían.

 

Una producción homogénea en tiempo de cultivo y variedades demostraban un orden extremo.

 

Pareciera que toda la tierra, con perfección escalonada, era de un solo propietario. Eran homogéneos los cultivos en cuanto a tamaño, condición y limpieza. Se deduce que había fechas estrictas para la preparación, siembra, labores y cosecha, de todos los cultivos. En el caso específico de la papa, su producción era intercalada, lo que presupone de excelentes sistemas de riego y de una estricta disciplina en el proceso.

 

Llamó enormemente mi atención, en mi calidad de médico veterinario, que los pequeños rumiantes, llamas, alpacas y vicuñas, no podía moverse de su región si estaban enfermas. A las afueras de Cuzco, existían verdaderas casetas de inspección zoosanitaria, en donde se impedía la entrada o salida de animales, si estos presentaban signos de alguna enfermedad o lesión.

 

El recuento de la producción era muy severo. Para tal fin, el quipucamayo mayor había sido entrenado para el manejo de los quipus en donde se anudaban los resultados de las operaciones de contabilidad realizadas anteriormente en los ábacos o yupana.

 

Estos eran utilizados por jerarcas, quienes al disponer de su propio ábaco de piedra tallada, les proporcionaba un rango de autoridad superior.

 

Los inspectores de ganado, por llamarlos de una manera actual, disponían de quipus, en donde por colores, largo y grosor, llevaban el control de la movilización de estos camélidos, en número, sexo, edad, especie origen y destino.

 

¡Impresionante lo que pude ver! Pues tenían un quipu especial, verde y de un grosor de unos 5 milímetros en donde registraban aquellos animales que no podía moverse y quedaban, por así decirlo, en cuarentena.

 

Algunos animales, eran sacrificados y por supuesto enterrados, si la enfermedad lo ameritaba, otros quedaban en reposo hasta que sanaban y otros más, eran sacrificados para el consumo, como carne salada que se enviaba a los ejércitos y a pueblos en donde había necesidad.

 

El quipucamayo mayor contabilizaba también, los tributos que de lejanas comunidades otorgaban al Estado de Cuzco. A pesar de la inconformidad de estas poblaciones, se lograba de esta manera mantener una sociedad fuerte y equilibrada, pues la mayor de las veces con estos tributos se compensaban las deficiencias en otras poblaciones, como en los casos de sequías, inundaciones, terremotos y otras tragedias.

 

De esta manera el Inca podía fácilmente obtener la información necesaria para controlar la existencia de los tributos, como lo eran, los montos de productos y de subsistencias conservadas en los  depósitos estatales, cuya obligación era de contadores de menor escala, quienes informaban al quipucamayo mayor, el que, a su vez, tenía a su cargo las cuerdas de todo el suyo, bajo su responsabilidad.

El tributo, que podría interpretar como el pago de impuestos no monetario, también jugaba un papel fundamental en la consolidación científica y religiosa de la comunidad.

 

Las grandes obras cuya interpretación era dada solamente a los iniciados en las ciencias, siempre fueron de beneficio social.

 

Toda la conducta social científica, y religiosa tenía un solo objetivo en el Tahuantinsuyo: La salud de sus pobladores. La salud física y mental de quienes habitaban estas tierras elegidas por los antepasados, justamente por su posición en el Universo.

 

La ciudad de cosco, representaba al puma, mamífero superior, destacado por su destreza y valentía. En el centro, en Koricancha, estaba el corazón del puma. Lugar en donde se concentraban los grandes iniciados de la cosmogonía incaica.

 

Esta cosmogonía científica, tenía un solo objetivo, la salud.

 

Este concepto de supra estructura, permeaba en todos los pobladores del mundo de esa época. La conducta, disciplina, y prácticas de los ciudadanos, tenían como objetivo justamente un estatus de salud que les permitía desarrollar al máximo las capacidades humanas.

 

Por ello, los núcleos de población, denominados pacarinas se establecían de acuerdo a los mandatos del universo. Así, supe que en correspondencia con las partes obscuras de la vía láctea, que representaban animales silvestres de su mundo, se replicaban las grandes ciudades. De esta manera, se construyeron la pacarina del cóndor representante de los animales que vuelan, de la serpiente, de los que reptan, el puma y el zorro, de los que caminan, y también la del sapo, de los que sufren metamorfosis.

 

De esta manera, los pobladores se agrupaban y convivían en las zonas que caracterizaban las cualidades de estos animales, permitiendo a sus pobladores el máximo desarrollo de sus capacidades.

 

Pues en función de estas representaciones zoomorfas de la vía láctea, la población en general tenía una razón de ser, con base a sus rituales, alimentación, estudios y hasta vestimenta, lo que motivaba el máximo desarrollo de su ser.

 

Esta es la interpretación de lo que pude captar, pues no dejo de reconocer mis limitantes, reconozco que es un excelente tema de investigación, para quienes sí manejan conocimientos de astronomía y fundamentalmente para los iniciados en la metafísica.

 

Todo el Tahuantinsuyo estaba organizado por células decimales. La célula primaria era la CHUNGA, compuesta de diez personas, de las que una era el líder, generalmente la persona de mayor prestigio social por su moralidad y dedicación al trabajo.

 

(Insisto en llamarlos líderes o principales, pues en realidad no encuentro el término comparativo correcto y me niego a denominarlos reyes, sacerdotes, etc.).

 

Diez chungas formaban una PACHACA.

 

Quiere decir Diez grupos de diez miembros cada uno, dentro de los cuales, también se incluía al líder.

 

Diez Pachacas, integraban lo que se llamaba una GUARANGA, que es justamente el múltiplo de diez.

 

El líder de la chunga tenía un estricto conocimiento de lo que sucedía en ella; casamientos, nacimientos, defunciones. También, sobre la conducta de cada uno de sus integrantes y la producción que de su trabajo se obtenía. Había chungas de agricultores, artesanos, comerciantes etc. Así, contabilizándolos a través de los quipus, se mantenía un conocimiento preciso de la población, a niveles, que dudo mucho, nación actual alguna pueda tener.

 

De esta manera, existía una burocracia estimada de 1 331 funcionarios por cada 10 000 habitantes.

 

Los quipus, como ya lo dije, se controlaban por colores, largo y grosor de las cuerdas. Cada color representaba una región, de lo largo dependía si eran unidades, decenas, centenas o miles y por supuesto sus múltiplos y del grosor, el objeto de control.

 

Esta información la trasmitía al líder de la guaranga, y este a su vez al señor principal conocido como Hatum Curaca, quien de acuerdo a su rango podría tener variedad de guarangas, seis, siete y hasta más.

 

Así el gran señor principal informaba con toda precisión al Inca sobre las condiciones sociales y económicas de todo el territorio. Censo de población, disponibilidad de mano de obra, enfermedades, problemas de oferta de alimentos, excedentes de producción, todo, era sabido por el Inca con exactitud y precisión.

 

Esto explica, de alguna manera, como fue posible diseñar y construir los grandes núcleos urbanos como Cuzco, Machu Picchu, el Huayna Picchu y tantos otras obras consideradas de una magnitud inigualable, aún en nuestros días.

 

La magnificencia en todas las obras, era la disposición de una sociedad, destinada a perpetuar la especie humana y todas las especies hermanas del planeta y del universo. La armoniosa fusión de naturaleza y tiempo, que garantizaba proseguir con la grandeza de ese, su universo.

 

Pero, en los días de mi visita, este mundo estaba cambiando. En cada reunión familiar, en cada asamblea de chunga o pachaca y aún en las guarangas, el tema a discutir era el mismo. La presencia de supuestos dioses barbados o de hombres de otros lugares, que estaban destruyendo la grandeza de este pueblo elegido del sol. Era un tema que provocaba curiosidad, incertidumbre, dudas y sobre todo, polémica y temor, entre la población de Cuzco.

 

Debido a la estructura social, organizada en múltiplo de diez, el dato de cuantos estaban enfermos y cuantos habían muerto, era muy preciso. Con precisión aseguraban que el 50 o 60% de la población y quizás más, había muerto, la diferencia de cifras radicaba justamente en que muchos de los contadores calificados había fallecido. De esta cifra podemos colegir el impacto social y económico de lo que me atrevería definir como la razón de la conquista, pues no cabe duda que la enfermedad tuvo un mayor impacto que los ejércitos invasores. Habría que imaginar lo que significaría que el 60% de nuestra población estuviera enferma de muerte y más aún, que en esta condición, enfrentara a un ejército invasor.

 

Los viejos aseguraban que éste padecimiento era el regreso de Viracocha. Un nuevo Pachacuti decían.

 

Pedían se respetaran todas las pretensiones de los supuestos Dioses, todo aquello que les fuera solicitado, oro, joyas y aún si era necesario, la destrucción de las grandes obras megalíticas. Más aún, se debería dar a los hombres en esclavitud y entregar a las mujeres, para que en ellas se reprodujeran sus hijos, ya que, supuestamente serían sagrados.

 

Aseguraban que si había crueldad de su parte, esto se debía a que la población se estaba negando a cumplir con el mandato divino y a la falta de comunicación con los muertos.

 

Los jóvenes no se convencían de este planteamiento. Los comentarios eran en el sentido de que se deberían preparar para la guerra, pues a juicio de muchos, no eran dioses, sino hombres, comunes y mortales, que a diferencia de ellos, eran ambiciosos, enfermos del alma y de la mente y que no merecían que este grandioso pueblo se les doblegara.

 

A decir verdad, quienes estaban teniendo una grave responsabilidad en este proceso, eran los líderes morales, equivalente a sacerdotes, quienes no tenían explicación alguna de los hechos. Ante las dudas de la población, guardaban silencio o daban explicaciones no convincentes de lo que estaba sucediendo. Las predicciones observadas en las callpa o corazón de las llamas, no respondían a sus preguntas, solamente aventuraban un futuro destructivo para este pueblo del sol.

 

Las mujeres, particularmente las madres, tenían mucho miedo. En ese pueblo no existía el concepto de una relación sexual forzosa. Por el contrario, como ya lo comenté, existía el “servinacuy” que brindaba, dentro de una absoluta lealtad en la pareja, cierta libertad sexual. Sin embargo el saberse amenazadas de violaciones, provocaba un justificado temor. Las de mayor edad, por el contrario, pensaban que era un privilegio concebir a un hijo de Viracocha en su vientre y aseguraban que si eran obligadas, era justamente porque habían sido “seleccionadas” para esta concepción y bajo ninguna razón se deberían oponer a ello.

 

Los médicos, intranquilos por la salud del pueblo, se mantenían muy preocupados de los males que la presencia remota de los visitantes, causaba.

 

 

Para algunos, eran interpretadas como un castigo divino, un arma celestial que daba ventaja a esos hijos de Dios, confirmando así que justamente eran eso. ¡Hijos de Dios!.

 

No había hora del día en que los habitantes de Cuzco no entablaran conversación sobre este tema. La inseguridad prevalecía en todo el ambiente social, ante la doble amenaza de ser invadidos o muertos por esta enfermedad. Nada funcionaba ya como antes.

 

Los principios básicos de todo poblador de no robar, no mentir y no flojear empezaron a desvanecerse. No faltó quien queriendo intimidar a la población exageraba la magnitud del desastre, las visiones de la catástrofe se fueron incrementando y podríamos decir que cada quién aumentaba algo con su propia imaginación, para hacer sentir más dramático el cataclismo anunciado.

 

Se planeaban fugas masivas hacia las poblaciones más lejanas y secretas como la tierra del cóndor o del caimán. Sin embargo la autoridad, los cuidadores de puentes y caminos impedían a toda costa el que los pobladores pudiesen salir del lugar, aún cuando algunos cambiaban su vestimenta para parecer pobladores de otras pacarinas.

 

Todos eran vigilados a través de las chungas, pachacas o guarangas. Cada líder que no controlaba a sus integrantes, era severamente castigado, si alguno de ellos intentaba huir a la selva o el desierto o si no obedecía el mandato de creer la versión de los viejos de que Viracocha había regresado. Era común, que se les llamara la atención públicamente para ridiculizarlos, y en caso extremo sacrificarlos, como escarmiento para el resto de la población.

 

Yo había sido advertido por mi guía y por Munakuq de que no tratara de intervenir en las discusiones y comentarios de los pobladores. Por el contrario, había sido convidado por ellas, para permanecer en la mayor neutralidad posible, solamente como observador de esa realidad tan dramática y vívida.

 

En ese segundo día de mi visita, asistí a otro hogar común y corriente del Cuzco, la casa de quien era mi guía.

 

También, en un caserío suburbano, cada familia disponía de una sola habitación, amplia, en donde, como en las casas humildes de los campesinos indígenas de mi país, se tienen por una casa completa. Ahí se duerme, cocina y descansa.

 

Esta familia, también manifestó la misma preocupación, que todos los habitantes de Cuzco, sobre la presencia, cada vez más cercana, se decía, de los hombres blancos y cubiertos sus rostros de cabellos. La desconfianza era aún mayor en esta familia, ellos, acrecentaban los comentarios diciendo que algunos de esos visitantes, eran totalmente negros, más altos y de cabello ensortijado.

 

Con esta familia, participé de la comida, ya casi al ponerse el sol. Esta vez los alimentos fueron pequeñas porciones de cuye asado y corazones de llama, como plato principal. Como en el almuerzo, los elotes hervidos eran abundantes, los que estaban solamente aderezados con sal, también se acompañaba esta comida de papas deshidratadas con chile, igualmente, muy picante.

 

La familia de quien era mi guía, se dedicaba a la construcción y en consecuencia sus miembros pertenecían a una guaranga de, lo que podríamos llamar maestros albañiles, pues además de ser campesinos, ejercían liderazgo en las construcciones sociales. Resultó muy interesante el saber que la precisión con que colocaban las grandes piedras tenía un objetivo muy claro.

 

En una tierra sísmica, como lo que es ahora el alto Perú, lo más estable es imitar la estabilidad que tienen las burbujas, cuando el agua con una sustancia jabonosa, es colocada en un recipiente.

 

¡Así se construían las grandes obras de todo el Tahuantinsuyo!

 

Para ello, se seleccionaba un cantera y las grandes rocas, se calentaban con una mezcla de hierbas y leña, lo que provocaba alcanzar temperaturas muy altas, ya en el momento de máximo calor, estas se enfriaban con agua y así, se fracturaban. Estás piedras fracturadas, eran transportadas, por su cara más cóncava, por las calzadas pulidas, hasta el lugar donde serían colocadas, ahí, se alisaban con mucho cuidado, para no perder la forma en que había quedado el embone de la fractura.

 

De esta manera, al no perder su contorno original y ser del mismo material pétreo, se convertían en construcciones sumamente estables ante los sismos.

 

Durante la comida, arrebatándose los varones la palabra, comentaron sobre la historia de un hombre, ¿o Dios?, que apareció en el antinsuyu.

 

Aparentemente perdido lloraba su desgracia. Tenía hambre y sed, y estaba muy enfermo. Se decía que este ser hablaba en una lengua muy rara y dibujaba en la arena una embarcación flotante, más grande que las que en las costas los pescadores utilizaban. Este individuo, fue encontrado casi muerto y las mujeres de pueblo lo defendieron de la multitud de hombres que pretendían matarlo.

 

Ellas, las mujeres, curaron sus heridas, pero cuando pretendieron que comiera oro y plata, como se decía que acostumbraban, el hombre estalló en cólera y golpeo terriblemente a una de ellas hasta hacerla desmayar.

Como pudo, señalo alimentos que para el pueblo era común, como maíz, pescado y papa, los que engulló de manera salvaje. Decían, que la carne de llama le gustó mucho.

 

Las abuelas lo cuidaban y le asignaron niños y niñas para su atención. Este ser, en unos cuantos meses aprendió las palabras básicas para darse a entender y procuró integrarse a la comunidad. Enseñó a los niños a cantar canciones en su idioma y aprendió de las nuestras. En poco se volvió un ser feliz y en su curaca se volvió muy afamado por su carisma.

 

Venía gente de otros lugares a visitarlo y el reía y gozaba de la presencia de todos aquellos que le querían conocer. De todo preguntaba y en la medida de lo posible les hablaba de su propio Dios y su lugar de origen. Idolatraba a un ser muerto, un Dios al que ellos habían asesinado.

 

Las viejas decían que por ello asesinaban a nuestro pueblo, para adorarlo, como a su propio Dios.

 

Decían que este ser no era viejo, pero tenía la postura y la voz de un hombre anciano. Gustaba de comer en demasía y dormir muchas horas. De ser flaco y enfermo, se convirtió en un ser gordo, sano y perezoso, pues no gustaba del trabajo. Su ocio era muy grande, y se negaba a colaborar en las obras de la comunidad, como se le requería al resto de la población.

 

Por las mañanas lo único que hacía era arrodillarse ante una cruz frente a un Dios que elaboró con sus propias manos, hecho este de madera y que ante él, murmuraba en su extraña lengua cosas insospechables. Después comía y dormía, esa era su rutina diaria. Las mujeres le veían con curiosidad sexual, pero se admiraban de su pasividad.

Las mujeres del pueblo querían tener un hijo del él. Unas por ser madres de un Dios y la gran mayoría por la curiosidad de saber que producto saldría de un ser, que en calificaban de extraño.

 

Sin embargo, el ser no tenía apetito sexual. Rara vez se mostraba interesado en las mujeres. En cierta ocasión, las mujeres del curaca se pusieron de acuerdo en llevarle una virgen para que en ella engendrara y fueron tales las expresiones de enojo, que esto provocó, que por la tarde aparecieron más de 30 de sus compañeros.

 

Mataron a todos los hombres, violaron a las mujeres y robaron todo el oro, la plata y las piedras preciosas que había en el pueblo. Incendiaron la aldea y destruyeron todo lo que estaba a su alcance.

 

Dicen que sus gritos y las rizas durante la matanza eran demoníacos.

 

Que les salía espuma por la boca, por el odio que manifestaban y que la pestilencia que provocaba el fuego de sus brazos era insoportable.

Tal era el comentario más evidente de la presencia de estos seres. El pueblo se mantenía aterrado ante esta realidad, todo el pueblo de Cuzco se preguntaba que hacer…

 

Al terminar esta charla, me despedí y regresamos a casa de Munakuq Taki.

 

Tristes por lo que sucedía y se comentaba en todas partes.

 

Durante el retorno a su casa, que duró aproximadamente unos 30 minutos, insistí en que me confirmara que vendría conmigo. Ella iniciada en los misterios de la vida, y de la trascendencia en el tiempo, me ratificó que en un futuro, habría de estar conmigo, aunque seguramente, ella no lo recordaría. Esto no es posible –insistióImagínate lo doloroso que sería el llevar conscientemente estos recuerdos a través del tiempo“.

 

“Habría pesar por las acciones incumplidas, por los seres abandonados y aún, por lo bienes materiales dejados atrás. Es por ello, y eso tú lo sabes muy bien, que en la memoria solo tenemos pequeños destellos del pasado. Esto explica tu interés por Perú, por su cultura, su historia. Pero ¿imagina cuanto habrías sufrido si con claridad recordarás ésta, nuestra vida?

 

Llegamos a su ayllu y con tristeza me dijo:

 

“Al amanecer tendrás que regresar”

 

“Lo que has vivido ahora, tienes la obligación de contarlo a las más personas que puedas. Si te es posible escribe esto que has logrado. Debes de no ir triste, allá me habrás de encontrar y podremos continuar esta impresionante historia. Muy importante es que sepas que yo no habré de recordarlo y espero no te enfades por ello”

 

¿Y como te voy a reconocer, pregunté?

 

“Muy fácil, por las cualidades que llevaré de este mundo”

 

La volví a besar, ella mordió mi labio inferior y me provocó un dolor   placentero. Me recosté de nuevo a su lado. La volví a tocar y platicamos nuevamente hasta la madrugada.

 

Antes de que saliera el sol, escuché la vos de la guía diciendo. ¿Dr.?, es hora de irnos, ¿Está usted preparado?

 

Un momento le dije, solo le digo adiós a Munakuq Taki.

 

Lentamente me fui incorporando, obvio es, que sin ganas de partir, al volverla a besar, nuestras miradas intercambiaron un te amo y un mutuo deseo de hacer el amor.

 

Le interrogué, ¿cual es el precepto que nos impide hacer el amor?

 

“En este mundo, que para ti es el del aquí antes, la lealtad y la ternura, son indispensables para amar”.

 

Fui tocando cada parte de su cuerpo, como quien explora en búsqueda de un apreciado tesoro y bese cada milímetro de su piel. Sus pezones se levantaron amoratados y su linda cubierta de bello se erizó. Volvió a morder mi labio inferior y con la voz más dulce que escuchado me preguntó, ¿me amas?

 

Requiero de ti la ternura que estaré dispuesta a darte y prométeme ser fiel, como yo lo seré de ti, porque este valor de lealtad, aquí y ahora, tanto como allá, entonces, nos debe de caracterizar.

 

Después de tanto tiempo, fui suyo y ella mía, convertirnos en uno solo pensamiento, en cuerpo y alma. Ha sido la sensación más hermosa que he tenido.

 

Segundos antes de ese prodigioso momento, le dije, ¡si!

 

¿Si que? Preguntó.

 

Sí te amo y si te seré fiel como tú serás de mí.

 

Sin lágrimas, nos despedimos.

 

La guía aguardó con picardía el tiempo que retrasé mi salida. Al verme sonrío y me dijo, ¡apúrese doctor, ya vamos retrasados!

 

Salimos de aquel lugar por la misma ruta que habíamos entrado, el mismo túnel en zigzag, pero ahora en camino contrario, con los tramos de salida más cortos que los de entrada.

 

Antes del amanecer llegamos a la actual Cuzco, a su bella plaza principal, aquella Huacapata, cuya ubicación, fue determinada por el Inca Manco Capac, viendo en este lugar una zona propicia para establecer un centro de reunión social.

 

En esta actualidad se veía hermosa, iluminada, llena de centros nocturnos y tiendas, principalmente de artesanías. Sin embargo, esa madrugada, un espeso ambiente de temor se respiraba entre los pocos transeúntes, trasnochados que salían presurosos de los centros nocturnos. 500 años después la gente manifestaba la misma sensación de temor y tristeza.

 

Recordé la marcha de sus antiguos habitantes, cabizbajos, tristes, sin rumbo.

 

El ejército del presidente Alberto Fujimori, ante el temor de un golpe de Estado de su hombre fuerte, Vladimiro Montesinos, se había apoderado de la plaza, tanques de guerra, jeeps, soldados con armamento, enmarcaban el lugar.

 

Nuevamente, un pleito entre hermanos y la amenaza de un poder transfronterizo, ponía en riesgo la estabilidad de este pueblo, elegido del Sol.

 

F I N

Correo electrónico del autor

marioal50@hotmail.com 

 

 

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