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LOS GUERREROS DE LA MUERTE FLORECIDA. 15/17 LUZ Y GUILLERMO MARÍN LA INERCIA DE LA MATERIA.

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LOS GUERREROS DE LA MUERTE FLORECIDA. 15/17
<br>LUZ Y GUILLERMO MARÍN 
<br>LA INERCIA DE LA MATERIA.


La materia está condenada a su corrupción o degradación, debido a las fuerzas gravitatorias. El destino inexorable de la materia es la degradación a través de la corrupción. El ser humano está compuesto de materia y espíritu. Al final del camino su cuerpo se disuelve, pero ¿qué ocurre con su espíritu? ¿Qué es lo verdadero?, ¿Qué es lo aparente?, ¿Qué es lo temporal y qué lo trascendente?

"¿Somos acaso verdaderos los hombres?
¿Mañana será aún verdadero nuestro canto?
¿Qué está por ventura en pie?"
Ms. Cantares mexicanos.

LOS GUERREROS DE LA MUERTE FLORECIDA. 15/17
<br>LUZ Y GUILLERMO MARÍN 
<br>LA INERCIA DE LA MATERIA.


Las fuerzas gravitatorias del universo arrastran la materia a su caída y transformación. Este es en sí un hecho inmutable e incuestionable. La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Para que el mundo se sostenga, es preciso que una fuerza organizativa se oponga permanentemente a la fuerza de la inercia. Cuando dicha fuerza organizativa es menor a la inercia, la materia se transforma y degrada violentamente.

En la historia inmemorial, los seres humanos adquirieron ocultos y augustos conocimientos según los cuales no sólo se puede evitar la degradación de la materia, sino es posible purificarla y sublimarla en energía pura, en luz.

La ciencia nos ha demostrado que cada siete años se renuevan todas las células del cuerpo. Sí un ser humano está constituido de materia y espíritu, y la materia se renueva cada siete años, ¿entonces, ¿qué es lo que verdaderamente somos? ¿Soy el cuerpo que toco y veo, o el espíritu que me hace consciente de mí mismo y de lo demás? Por la inercia de la materia, el cuerpo -o ser finito- está destinado a su mutación total cada siete años y finalmente a su muerte o disolución, pero, el espíritu -o ser infinito-, ¿a dónde va después de la muerte del cuerpo? Porque la energía no se crea o se destruye…sólo se transforma. Pero, ¿en qué se transforma?

Las civilizaciones antiguas, con origen autónomo, cuya génesis no recibió influencia ninguna, como es el caso de: Egipto, Mesopotamia, China, India, la Zona Andina y el Anáhuac, así como los pueblos autóctonos que prevalecen en la actualidad, señalan en sus filosofías, religiones y sistema de valores que existe vida después de la muerte. De hecho, todos los pueblos antiguos tuvieron como finalidad esencial y cúspide de su desarrollo la trascendencia espiritual, más allá de la vida física. Así lo muestran sus impresionantes monumentos funerarios y sus objetos de arte, alrededor del mundo, así como sus textos antiguos, que vinculan el espíritu humano a lo divino, lo inconmensurable, lo trascendente, en una palabra, a Dios.

Con todo, ese orden milenario, sustentado en el potencial espiritual de los pueblos, ha sido hoy parcialmente derrotado. En el nuevo orden mundial, centrado en el culto al dinero y las posesiones materiales, la felicidad y el bienestar humano se circunscriben al mundo concreto, del aquí y el ahora.

Los pueblos, embrutecidos y enajenados, no creen más en Dios, en la divinidad del hombre, ni en su misión espiritual. Menos aún en la trascendencia del alma. Para el común de las personas modernas, no hay más realidad que la existencia inmediata y burda de la materia, ni se tiene mayor valor que el de amasar dinero, sentir placer y gozar de las comodidades del mundo del consumo. Estos son los valores supremos, los máximos logros en la vida. Dios y el infierno desaparecieron. Al morir el individuo, todo se acaba. El dinero es el cuantificador de las capacidades, los éxitos y la felicidad. No importa cómo se obtenga, lo fundamental es poseerlo a cualquier precio.

En el nuevo orden, cada día mayor número de personas caen a la pavorosa condición de la pobreza; cada día avanza la destrucción y contaminación de la naturaleza. Solamente en México se desperdician diecisiete mil toneladas de alimentos, que podrían alimentar a los catorce millones de personas que no tienen qué comer, debido a su pobreza extrema. Día a día, los valores tradicionales son desplazados por patrones culturales que desprecian la vida, la familia, la amistad, la fraternidad, la solidaridad. El individualismo, la competitividad, el consumismo, sobresalir dejando a los otros atrás, constituyen los nuevos valores, con los que los medios masivos sistemáticamente bombardean a la gente, a fin de embrutecerla y envilecerla.

La sociedad moderna alienta la frustración, el vacío, la codicia y el hastío, lo que lanza a los individuos a entregarse al consumo compulsivo. Los mercaderes, a través de sus poderosas fuerzas, las entidades de la noche, instigan en la gente la idea de que esa es la forma de realizarse y triunfar en la vida. Así, la modernidad, el progreso, el desarrollo económico, el consumo quedan asociados a la superación humana.

Aparentemente, es tan omnipotente el poder de los mercaderes que nadie los puede detener. El dinero es de ellos, las armas son de ellos, los medios masivos de comunicación son de ellos, el Mercado les pertenece, la ciencia, la tecnología, la educación y las leyes son detentadas por ellos. Las instituciones y las autoridades están en contubernio con ellos. El mundo les pertenece.

Mas, pese a todo esto, los mercaderes son frágiles ante el poder del Espíritu, la conciencia de los pueblos y las fuerzas de la naturaleza.

Educayotl AC. Educar para el futuro con la sabiduría del pasado. No podemos salir del calabozo de la colonización con los valores y la narrativa de los carceleros. Descolonizar es dignificar.
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