Con menos pasión que antes, “la patria y los ilustres”, se desgarran las vestiduras por los atentados “al patrimonio cultural de México”. Sea por los vándalos malandrines de una secta que mancharon una veintena de monolitos olmecas en el Parque La Venta en Tabasco; o por los otros malandrines de cuello blanco, que tratan contra la ley y la opinión pública, de hacer en Teotihuacán un “show tipo Las Vegas” para su lucro personal.
Desde 1520, los extranjeros han hecho pedazos el patrimonio cultural tangible de una de las seis civilizaciones más importantes de la humanidad. Destruyendo pirámides y ciudades enteras, o quemando códices o haciendo pedazos obras del arte sacro del Anáhuac.
Sin embargo, esto no es lo grave, pues a final de cuentas, son tan solo “objetos” reemplazables. El gran crimen de lesa humanidad es el que se ha venido perpetrando diaria y sistemáticamente contra el patrimonio cultural intangible, es decir, contra los “sujetos” y su riqueza cultural.
En efecto, el pueblo, los descendientes de aquellos que construyeron Teotihuacán, Monte Alban o Palenque, son los portadores vivos del patrimonio cultural intangible, que se encuentra en la sabiduría, conocimientos, sentimientos, tradiciones, mitos, leyendas, usos y costumbres; en síntesis, la forma de ver y entender el mundo y la vida, lo divino y sagrado de la existencia.
Pues bien, amable lector, desde 1520 los invasores, sean éstos conquistadores-colonizadores de 1521 a 1821 o criollos neo-coloniales de 1821 a nuestros días, sistemáticamente y en nombre de “la civilización occidental”, el cristianismo, la civilización, la modernidad, el progreso, la integración, el desarrollo y la globalización, han perseguido, negado y destruido el patrimonio cultural tangible e intangible del Anáhuac.
Esto es tanto como sí un invasor llegara a Europa y durante cuatro siglos se dedicara a destruir todos los edificios desde los grecolatinos hasta los del siglo XIX. Quemara todos los libros y destruyera todas las bibliotecas, escuelas y universidades. Asesinara a todos los pensadores, maestros, artistas, médicos e investigadores. Que en “santa cruzada” tratara de borrar de la faz del mundo la presencia de la cultura occidental. Que los europeos solo fueran utilizados como esclavos y luego como mano de obra barata, sometidos a una feroz e injusta explotación de sus pueblos y de sus recursos naturales. Y que en los últimos cien años, se tratara de “rescatar” las ruinas de sus catedrales y edificios públicos para crear una “corriente turística”, negando la existencia de su filosofía, pensadores y maestros. Pues justamente esto es lo que han hecho y siguen haciendo los que tienen el poder económico y político, es decir, los extranjeros en México.
Pero lo más grave ha sido negar la existencia de la Toltecáyotl, como un cuerpo decantado de ideas, conocimientos y sentimientos que definen una forma muy particular de entender el mundo y la vida. Tan antigua y válida como la de China o la India.
En la actualidad y a lo largo de estos casi cinco siglos, se nos ha hecho creer que a partir del 13 de agosto de 1521, con la caída de Tenochtitlán, se derrumbó, como las torres gemelas, la civilización del Anáhuac. Que a partir del 14 de agosto de 1521 todos los habitantes originarios del Anáhuac se auto convirtieron mansamente en súbitos de la corona española y que de un día para otro, “desaparecieron siete milenios y medio” de desarrollo humano y sabiduría. Que hoy “el mexicano moderno”, nada tiene que ver con esa sangrienta y primitiva civilización.
Lo grave de estos siglos de colonia y neo-colonia, es la absurda y grotesca negación de la existencia de la civilización invadida, de sus valores, conocimientos, sentimientos y aportaciones a nuestro ser nacional. Porque, efectivamente, somos hoy en día un país mestizo pero, la proporción del aporte de la civilización indígena al mestizaje es verdaderamente inconmensurable. Somos mucho más indígenas de lo que nuestra percepción colonizada de nosotros mismos y el mundo en el que vivimos nos permite comprender y asimilar. Y el mestizaje al que me refiero no es morfológico, sino cultural, dado que existen indígenas y campesinos blancos y hasta güeritos.
La negación, destrucción y desvaloración de la Toltecáyotl es el crimen más grande que se ha realizado en nuestro país desde 1521. Los invasores extranjeros, desde Cortés hasta Slim, no les conviene que el pueblo recupere su memoria y su identidad, pues con ello se recuperaría, después, su dignidad y su autodeterminación. Esto por fuerza nos llevaría a la conformación de “otro tipo de relaciones sociales, de producción, de consumo, culturales y políticas”.
En síntesis, necesariamente sería otro país, en el que no sería tan fácil hacer grandes fortunas de la noche a la mañana, ni engañar y embrutecer al pueblo. En las que se respetaran las leyes y las instituciones y existiera un Estado de derecho, justo y equitativo, que fuera propiedad y salvaguardia de todos. 140109