En Narigua, Coahuila, a unos cuantos kilómetros de General Cepeda, en la ladera de un cerro justo en el norte del valle, se encuentran miles de grabados de nuestros antepasados. Los arqueólogos estiman que hay cerca de 8000 figuras grabadas en 500 rocas, de 6000 años de antigüedad, según sus estudios.
Llamó mi atención el hecho de que tomaron esa ladera, en esa dirección (norte) del gran valle entre cerros, para realizar sus grabados. En ellos, podemos ver símbolos arquetípicos acerca de la muerte, la supervivencia, el tránsito del sol, la luna, venus y algunos grabados que escapan de la comprensión.
La muerte está a nuestro lado izquierdo, es decir, al Norte. Hacia allá vamos al morir y de ahí vienen los muertos. Esto se dice en distintas culturas de nuestros ancestros, pues si ves de frente al sol naciente, justo a la izquierda está el norte. ¿Quizá sea que eligieron este lugar para manifestar el entendimiento de la fugacidad de nuestra existencia? La consciencia de la muerte solo puede reflejar Humildad.
Estando ahí, disfrutando el recinto, pudimos percibir la sabiduría de la tierra misma, pues los cerros y montañas, como lo hemos planteado anteriormente, son emanaciones de consciencia de la Madre Tierra. Además, esa sensación de conexión con nuestros antepasados y con su consciencia acerca de la muerte: de la vigencia que todos los seres de esta dimensión compartimos. Como decían los Toltecas, aquellos hombres de conocimiento de nuestra cultura madre anahuaca, la muerte nos iguala.
Esto me llevó a pensar que mayormente nos encontramos al tanto solo de lo que nos acontece. No vemos más allá de nuestra nariz, al estar enrollados en los quehaceres del mundo moderno y las vertiginosas emociones, preocupaciones y demás, que nos hacen vivir en el drama, en esta bizarra realidad que ?nos hemos? generado. Cuando caminamos por horas disfrutando los paisajes naturales. Cuando alzamos la vista conscientes del sol. Cuando vemos el manto estelar y el inconmensurable universo, comenzamos a comprender nuestra pequeñez y la nimiedad de nuestros problemas. Y en este entendimiento profundo de nuestro lugar en el cosmos, es cuando recuperamos nuestra grandeza. Esto me recuerda a un pasaje del libro El Arte de Ensoñar, donde Don Juan Matus decía a Carlos Castaneda ?La búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco. Libertad de volar en ese infinito. Libertad de disolverse, de elevarse, de ser como la llama de una vela, que aún al enfrentarse con la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es: la llama de una vela?. Somos la llama de una vela, ante la luz de millones de estrellas.
Visitar estos lugares milenarios, nos lleva a reflexionar profundamente y a sentir muy hondo. Nos acerca un poco a interpretar de manera distinta la vida.
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