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Oaxaca prehispánica. Ugo Pipitone.

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Resumen
Este ensayo trata de la Oaxaca que desde el siglo VI aC, con Monte Albán, crea la que será probablemente la primera organización de tipo estatal en Mesoamérica. Pocos kilómetros al norte de la antigua ciudad, cinco siglos antes, había nacido en San José Mogote la primera organización postigualitaria junto con obras monumentales, sacerdotes y aldeas sujetas.  


Aquí encontramos los primeros indicios de un complejo guerra-sacrificios humanos que, hecho histórico sin comparaciones, se mantendrá a lo largo de casi tres milenios. Se reflexiona aquí alrededor de civilizaciones prístinas, el peso aplastante de la nobleza indígena, la poliginia, el cruce de control social vertical y horizontal, el bloqueo tecnológico mesoamericano, los tributos y el sacrificio humano en el universo zapoteca y mixteca. Y se intenta construir un argumento alrededor de la relación entre la anómala duración (e intensidad) del sacrificio humano y la Edad de la piedra.

2,500 años atrás Oaxaca fue uno de los primeros casos
mesoamericanos, si no es que el primero, de construcción estatal o, como se decía una vez, de tránsito de la barbarie a la civilización. ¿Cómo describir este proceso -sus aportes de arquitectura social, su desarrollo y ruina- soslayando el contexto mesoamericano al que pertenece? Sería como razonar sobre Ur, Mohenjo Daro
o Erlitou sin mencionar Mesopotamia, el valle del Indo o el río Amarillo en los comienzos de la dinastía Shang. Pero, apenas establecida esta primera necesidad expositiva (contextualizar Oaxaca en Mesoamérica) surge otra.  

    Mesoamérica es uno de los seis espacios mundiales en los cuales     la  emergencia del estado ocurre en forma prístina, sin     interferencias externas que pudieran afectar sus rasgos iniciales.     Los casos comparables en la historia mundial son las     civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, el valle del Indo, el norte     de China y los Andes centrales. Así que, antes de discutir la     personalidad de Oaxaca en el contexto mesoamericano,     tendremos que hacer algunas rápidas observaciones sobre     Mesoamérica en el contexto de las civilizaciones prístinas.     ¿Cuáles son sus rasgos propios frente a civilizaciones  que     comparten con ella la condición de primera estatualidad?  

Comencemos así este acercamiento a la Oaxaca prehispánica, con dos capítulos introductorios sobre civilizaciones prístinas y Mesoamérica.
   
Entre civilizaciones prístinas
 
Ha terminado por imponerse entre antropólogos e historiadores una
taxonomía evolutiva que, en los límites de cualquier clasificación, expresa diferentes grados secuenciales de complejidad social: bandas, tribus, señoríos y estados. Entendamos como complejidad la variedad de fragmentos que componen un sistema, su grado de especialización y su recíproca trabazón jerárquica.  

Las bandas son el límite de organización social alcanzado por pueblos nómadas con división del trabajo de acuerdo al sexo o a la edad, liderazgo no hereditario y exogamia regional. Las tribus corresponden al largo proceso de asentamiento en el territorio después del Pleistoceno de sociedades aldeanas igualitarias en las cuales la segmentación social refleja la existencia de linajes con diferentes símbolos totémicos y primeras organizaciones exclusivas de los hombres. Los señoríos indican el nacimiento de jerarquías primitivas que se transmiten generacionalmente articulándose alrededor de jefes que derivan su legitimidad de algún ancestro divinizado o de una función de médium entre la comunidad y sus dioses. Con el estado, finalmente, se llega a una sociedad estratificada con claras divisiones entre nobleza y “pueblo”, el monopolio de la violencia institucional, la aparición de una elite de tiempo completo dedicada a los oficios del culto, una arquitectura monumental que revela una alta complejidad respecto a la comunidad aldeana y una igualmente elevada capacidad de organización social en la erección de los símbolos monumentales de la propia identidad.  

Dos anotaciones al margen. La primera es que la ordenación de bandas, tribus, señoríos y estado, más que corresponder a algún principio filosófico universal, está basada en la observación de recorridos evolutivos concretos pensados al interior de un solo criterio: la mayor o menor complejidad social.
Huelga decir que cualquier historia concreta podría enjuiciar este esquema. La historia es siempre un dolor de cabeza para cualquier figuración ordenadora. Pero, naturalmente, la brújula es esencial siempre y cuando uno se acuerde otear el horizonte para reconocer escollos y demás imprevistos no señalados en los mapas. La segunda observación es que gran parte de la historia universal ocurre al interior de estructuras colectivas que no alcanzaron la organización estatal. ¿Por qué en algunos espacios sí y en otros no? ¿Existió, un primummobile capaz de desencadenar rutas evolutivas conducentes al estado, en los casos en  que esto ocurrió sin contagio exterior? Demografía, disponibilidad de recursos , guerras, equilibrios sociales más o menos abiertos al cambio, liderazgos, etcétera. Pero los mismos átomos forman diferentes moléculas, diferentes mecanismos.

Lo cual es tan obvio como decir que ninguna civilización es una respuesta ‘racional’ a su contexto ambiental determinado sino, siempre, una construcción cultural arbitraria, producto de desarrollos no deducibles estrictamente ni de las condiciones previas ni del contexto. Leslie White decía que la cultura es un velo entre el hombre
 y la naturaleza, el cristal a través del cual la realidad es observada y  vivida y no un epifenómeno colateral a procesos materiales supuestamente construidos sobre una racionalidad uniforme e invisible. Dice Marshall Sahlins:

    El interés práctico del hombre en la producción está construido
    simbólicamente...las fuerzas materiales toman sus formas bajo la
    tutela de la cultura...La economía, como locus institucional     dominante, produce no sólo objetos para el sujeto, sino sujetos     para el objeto(1).    
 
Así como un idioma no es un simple listado de significados unívocos,  sino un equilibrio valorativo en que cada palabra adquiere sentidos que  corresponden a sus relaciones con las demás, una civilización es la  construcción de símbolos y sentidos no racionalmente deducibles que operan  como piezas  irreversibles frente a otras no maduradas.
Una máscara que se confunde con el rostro o, mejor dicho, que da al rostro rasgos anteriormente inexistentes.  

Todo sistema es un entramado de compatibilidades entre subsistemas  cuyas variables pueden oscilar entre rangos determinados. Si aumenta la complejidad social (cualquiera que sea la fuente del nuevo impulso) es probable que las oscilaciones excedan los márgenes de tolerancia sistémica. En una situación de este tipo quedan en la sustancia dos posibilidades: la activación de anticuerpos políticos que anulen o contengan la nueva diferencia o la construcción de elementos de regulación más complejos respecto a la situación previa. La aceleración de la complejidad (donde ocurra) ocurre entre crisis y cambios evolutivos (2). Un tema, como veremos,  cargado de facetas originales en el caso mesoamericano.  

Las obras monumentales son el testimonio arqueológico más elocuente  de la complejidad alcanzada en el orden estatal. A comienzos del III milenio aC, una de las plataformas del sistema templo-palacio en la ciudad sumeria de Uruk, en la ribera derecha del Éufrates, requirió mil 500 adultos al trabajo durante cinco años, razonando en términos de medias estadísticas. Pero aún pensando en tiempos mucho más dilatados, tenemos un enorme dispendio de trabajo que indica varios cambios, ya ocurridos o en proceso de maduración.
El primero es la disponibilidad de un importante excedente productivo suficiente para mantener al margen de la producción de alimentos una parte significativa de la población adulta total. No parecería ser una casualidad que las tres civilizaciones más antiguas (en Sumeria, Egipto y valle del Indo) se desarrollen en ambientes subtropicales con elevados rendimientos potenciales de la agricultura y altas concentraciones de población. El segundo cambio es el elevado grado de centralización operativa que permite inferir el agotamiento del precedente horizonte igualitario. Han surgido o está surgiendo elites
capaces de organizar lo colectivo por líneas verticales. El tercero cambio es visible en la profusión de simbología religiosa que indica la construcción de un “centro del mundo”(3), una cumplida disyunción entre creador y creación, con lo que ello comporta: la superación de creencias mágicas basadas en una identidad fundamental entre todas las cosas. La religión confirma las jerarquías existentes, adquiere el derecho de pensar a nombre de toda la colectividad y es una de las primeras formas de emancipación de tiempo pleno de las tareas comunes de la subsistencia. “El primero en aparecer es el sacerdote” decía Adams, con el tono de una fatalidad universal(4), común a Viejo y Nuevo Mundos.   


Los grandes templos alrededor de los cuales se erigen las viviendas y palacios de una nueva aristocracia, en Mesopotamia como en Egipto o en China, son también espacios de experimentación de nuevas tecnologías por artesanos de tiempo completo(5) sostenidos con los excedentes de cereales, herramientas y materia prima (capital, se diría milenios después) almacenados en los templos para las necesidades de las nuevas elites. Registremos de paso la elusividad de importantes depósitos centrales en el universo mesoamericano tanto formativ
o como clásico, lo que podría explicarse por la mayor vitalidad de los mercados locales, por la menor capacidad realmente centralizadora de las elites mesoamericanas o, incluso, por una menor disponibilidad de excedentes almacenables.  

Las obras monumentales indican en piedra el deterioro de los tradicionales instrumentos de la democracia comunitario -aldeana. La vida comunitaria persiste, ciertamente más en Mesoamérica (y quizá en China) que en las otras experiencias prístinas, pero esto no significa que su peso no se reduzca frente a nuevas jerarquías y nuevos poderes.
 
Las diferencias sociales que surgen de cuerpos secularmente igualitarios probablemente activaron fuertes factores compensadores de unidad para vencer las resistencias al cambio. La guerra jugó sin duda un papel de encumbramiento de poderes hereditarios así como la religión, con su complejo ceremonial, sus nuevas funciones especializadas y su vínculo profesional con el más allá.  Sin embargo, las dificultades de comprensión parecen insuperables frente -en palabras de Mircea Eliade- al “hombre religioso arcaico” y -en palabras de Clifford Geertz- a aquellos “penetrantes y duraderos estados anímicos”(6) que se construyen alrededor de diversas formas de religiosidad.  

Mesoamérica en sí misma
 
Entre los desiertos del norte y la vegetación tropical del sureste de México, Guatemala, Honduras y El Salvador se desarrolla -desde los primeros asentamientos aldeanos (1900-1500 aC) hasta los aztecas- una civilización mesoamericana que por tres milenios será una continuum sin perturbaciones externas, una coherencia cultural de largo plazo, una consonancia de formas de vida, tecnologías, espiritualidad y organización social. Más que de una unidad –estamos en un territorio que en el curso del tiempo fue alumbrado por diferentes luces- tendríamos que hablar de una corriente engrosada en el tiempo por el aporte de diferentes culturas, por la emulación y el contagio entre elites, por el comercio y la guerra. Contigüidad y ósmosis seculares.   

Vivimos mucho tiempo en el capitalismo antes de inventar la palabra (y la idea) de capitalismo y, en tiempos más recientes, ocurrió lo mismo con la palabra globalización. El bautismo ocurre naturalmente después del nacimiento de la criatura, a veces siglos después.  Mesoamérica también es una palabra que aparece tardíamente para indicar algo que estaba ahí sin ser nombrado, o sea sin ser estudiado en forma unitaria. El autor y la fecha, en este caso, son claros: Paul Kirchhoff, 1943. En ese año el filósofo y antropólogo alemán publica en Acta Americana,
 “Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”. Mesoamérica ha nacido y la delimitación geográfica contribuye a una mirada indivisa de estos pueblos que se comunicaban a través de 16 diferentes familias lingüísticas (con idiomas de la misma familia no recíprocamente inteligibles) y que vivieron en este espacio recorriendo íntegro el camino milenario que va de los cazadores-recolectores a las primeras formaciones estatales de Monte Albán y
Teotihuacán.

Entre 2,500 y 1,200 aC están fechados los primeros indicios cerámicos.
La cerámica es naturalmente un lujo no imaginable en la vida de bandas nómadas que siguen las rutas migratorias de los animales y los frutos estacionales de diversas microrregiones. Algunos grupos comienzan a asentarse inicialmente en campamentos estacionales de diversas bandas y con el paso de las generaciones, en forma permanente. Refiriéndose a las aldeas del valle de Tehuacán, desde 1,500 aC, MacNeish estima que 40 por ciento de la alimentación provenía entonces del cultivo y el resto, en parte iguales, de la recolección y la caza(7). Este valle -donde se encuentran las pruebas más antiguas de domesticación de varias plantas, entre ellas el maíz- está ubicado en el centro de un triángulo cuyos vértices serán las culturas del altiplano de México (Cuicuilco, Teotihuacán, etc.), los valles centrales de Oaxaca, espacio de la cultura zapoteca, y la costa del Golfo, donde florecerá la que conocemos como cultura “olmeca”.  



En este mapa se indican, en primer lugar, los límites gruesos, al noroeste y al sureste, de Mesoamérica, en segundo lugar, la subdivisión interna entre Norte, Occidente, Centro, Costa del Golfo, Oaxaca y Sureste, y, finalmente, la ubicación de algunas de las ciudades que en diferentes períodos fueron centros de obras monumentales y estructuras sociales complejas.  

En el valle de Tehuacán no hay testimonios monumentales pero, a partir de ahí, el tiempo se acelera con los indicios más antiguos de actividad agrícola. Sin embargo, es asombroso en el caso mesoamericano la larga duración de, tal vez, cuatro milenios entre los inicios de la selección y “domesticación” de las primeras plantas (calabaza, chayote, frijol, maíz entre el valle de Tehuacán y los valles centrales de Oaxaca, alrededor de 5-7 mil aC (8)) y la aparición de las primeras aldeas más o menos permanentes. En él fue considerablemente más corto.   

Como referencia aproximada al espacio-tiempo mesoamericano, considérese la cronología esquemática que aparece a continuación.  




Dos observaciones. 1. No hemos considerado aquí el Norte y el
Occidente porque mientras el primero nunca pasó de un estadio de desarrollo propio de tribus nómadas, el segundo apenas llega en el postclásico a la formación de señoríos independientes. 2. La periodización tradicional tal vez requiera un nuevo ciclo de reflexión de parte de los especialistas. No resulta fácilmente comprensible la fecha tan diferida para el inicio del “clásico”. Si este período ha de coincidir con el surgimiento de ciudades que son centro de organizaciones estatales, recordemos que Monte Albán ya tiene ciertamente estas características entre 100 aC y 200 dC y que Teotihuacán es una ciudad de 20-40 mil habitantes entre 300 aC y 100 aC y que las grandes pirámides ya están construidas para 150 dC.  
(Fragmento)

Bibliografía:

1. Marshall Sahlins, Culture and Practical Reason, The University of Chicago Press, Chicago 1976, pp. 207-8 y 216.

2. Kent V. Flannery, “The Cultural Evolution of Civilizations”, Annual Review of Ecology and Systematics, vol. 3, 1972, pp. 411-2. Reencontraremos este arqueólogo estadunidense cuando nos acerquemos a Oaxaca.  

3. Cfr. Mircea Eliade, The Sacred and the Profane, A Harvest Book-Harcourt, San Diego 1987 (1a ed.: 1957). “Since the sacred mountain is an axis mundi connecting earth with heaven, it in a sense touches heaven and hence marks the highest point in the world; consequently the territory that surrounds it, and that constitutes ‘our world’, is held to be the highest among countries...All these beliefs express the same feeling, which is profoundly religious: ‘our world’ is holy ground because is the place nearest to heaven” (pp.38-9). 

4. Robert Adams, The Evolution of Urban Society (Early Mesopotamia and Prehispanic Mexico), Aldine publ., Chicago 1966, p. 120.  

5. En State Formation in Early China (Duckworth, Londres 2003), Li Liu y Xingcan Chen escriben, refiriéndose a los inicios del segundo milenio aC: "La elite de Erlitou parece haber monopolizado la metalurgia más sofisticada del tiempo y la producción de recipientes de bronce. Considerando que estos recipientes eran usadosprobablemente como instrumentos de comunicación con los ancestros deificados, la elite de Erlitou controlaba también el ritual más sagrado lo que confirmaba su legitimidad a gobernar" (p. 80).

6. Mircea Eliade, Imágenes y símbolos, Taurus, Madrid 1999 (Ed. or.: Gallimard, Paris 1955), p. 51 y Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona 1997 (Ed. or.: Basic Books, Nueva York 1973), p. 89.

7. Richard S. MacNeish, “Food Production and Village Life in the Tehuacan Valley”, Archaeology, vol.24, n°4, 1971, p. 314.

8. Sobre la dificultad de fijar fechas definitivas y las variaciones asociadas al uso de nuevas técnicas, v. Joyce Marcus y Kent V. Flannery, “The Radiocarbon Dating of Public Buildings and Ritual Features in the Ancient Valley of Oaxaca”, FAMSI (www.famsi.org) 2004.


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Ugo Pipitone.
CIDE
junio 2006
www.cide.edu
Tomado de:
http://investigadores.cide.edu/ugo.pipitone/OaxacaPrehispa

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