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CHILE: LA LARGA RESISTENCIA MAPUCHE*. Raúl Zibechi.

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El pueblo mapuche, su historia, su cultura, sus luchas, han sido cubiertos por un manto de silencio. Las pocas noticias que llegan desde el sur de Chile están casi siempre vinculadas a la represión o a denuncias de «terrorismo» por parte del Estado chileno. Pese al aislamiento social y político, reducidos a una penosa supervivencia en las áreas rurales y a empleos precarios y mal pagos en las ciudades, siguen resistiendo a las multinacionales forestales y a las hidroeléctricas, y buscan mantener vivas sus tradiciones.

 

«Estoy considerado por el Estado chileno un delincuente por defender mi familia y mis tierras», señala Waikilaj Cadim Calfunao, 25 años, miembro de la comunidad Juan Paillalef, en la IX Región, Araucanía, en una breve carta que nos envía desde la Cárcel de Alta Seguridad en Santiago, donde la guardia no nos permitió el ingreso por razones burocráticas. Con escasa diferencia, otros presos mapuches se pronuncian de la misma forma.

José Huenchunao, uno de los fundadores de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), detenido el 20 de marzo pasado, fue condenado a diez años por haber participado en la quema de máquinas forestales. «Las cárceles son un lugar de castigo que el Estado chileno y sus operadores políticos y judiciales han destinado a quienes luchan o representan al pueblo-nación mapuche», escribió Huenchunao el 21 de marzo desde la prisión de Angol28. Héctor Llaitul, 37 años, también dirigente de la CAM, detenido el 21 de febrero bajo los mismos cargos que Huenchunao, inició una huelga de hambre para denunciar el montaje político-judicial en su contra. La mayor parte de los más de 20 presos mapuches han recurrido a huelgas de hambre para denunciar su situación o para exigir el traslado a cárceles cercanas a sus comunidades. aislar a los luchadores.»29

«Mi comunidad ha sido fuertemente reprimida puesto que todos los integrantes de mi familia están presos (mamá, papá, hermano, tía, etcétera)», señala Calfunao en su carta, y describe cómo las tierras de su comunidad han sido «robadas» por las forestales y el Ministerio de Obras Públicas, robo avalado por los tribunales que no respetan «nuestro derecho consuetudinario y nuestras costumbres jurídicas». Está acusado de secuestro por haber realizado un corte de ruta, de desórdenes públicos y destrucción de neumáticos de un camión forestal que trasladaba madera de la región mapuche. Cualquier actividad que realicen las comunidades para impedir que las forestales les sigan robando sus tierras, es incluida por el Estado chileno bajo la legislación «antiterrorista» heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.

Al sur del Bío Bío

Llegando a Concepción, 500 kilómetros al sur de Santiago, el estrecho valle entre la cordillera andina y el Pacífico, surcado por cultivos frutales que convirtieron a Chile en un importante agroexportador, el paisaje comienza a modificarse abruptamente. Los cultivos forestales envuelven colinas y montes. Las autopistas mudan en caminos que serpentean montaña arriba y se pierden entre los pinos. De improviso, una densa y blanca humareda anuncia una papelera, rodeada siempre de inmensos y extensos cultivos verdes.

Lucio Cuenca, coordinador del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA), explica que el sector forestal crece a un ritmo superior al 6 por ciento anual. «Entre 1975 y 1994 los cultivos se incrementaron un 57%», añade. El sector forestal aporta algo más del 10% de las exportaciones; casi la mitad se dirigen a países asiáticos. Algo más de dos millones de hectáreas de plantaciones forestales se concentran entre las regiones V y X, tierras tradicionales de los mapuches. El pino abarca el 75% frente al 17 del eucalipto. «Pero casi el 60% de la superficie plantada está en manos de tres grupos económicos», asegura Cuenca.

Explicar semejante concentración de la propiedad requiere –como en casi todos los órdenes en este Chile hiper privatizado– echar una mirada a los años 70 y, muy en particular, al régimen de Pinochet. En los 60 y 70 los gobiernos demócrata cristianos y socialistas implementaron una reforma agraria que devolvió tierras a los mapuche y fomentó la creación de cooperativas campesinas. El Estado participó activamente en la política forestal tanto en los cultivos como en el desarrollo de la industria. Cuenca explica lo sucedido bajo Pinochet: «Luego, la dictadura militar realizó una contrarreforma modificando tanto la propiedad como el uso de la tierra. En la segunda mitad de los 70, entre 1976 y 1979, el Estado traspasó a privados sus seis principales empresas del área: Celulosa Arauco, Celulosa Constitución, Forestal Arauco, Inforsa, Masisa y Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, que se vendieron a grupos empresariales a un 78% de su valor». El pinochetismo marca la diferencia: la industria forestal en Chile está en manos de dos grandes grupos empresarios nacionales, liderados por Anacleto Angelini y Eleodoro Matte.

En el resto del continente, la industria está en manos de grandes multinacionales europeas o estadounidenses. Es en este punto donde la nacionalidad de los propietarios no tiene la menor relevancia. En Chile, sólo el 7,5% de las plantaciones forestales está en manos de pequeños propietarios, en tanto el 66% pertenece a grandes propietarios que poseen un mínimo de mil hectáreas forestadas. Sólo el grupo Angelini tiene 765 mil hectáreas, mientras que el grupo Matte supera el medio millón.

«Las regiones donde se desarrolla este lucrativo negocio –sigue Cuenca– se han convertido en las más pobres del país». Mientras Angelini es uno de los seis hombres más ricos de América Latina, en las regiones VIII y IX la pobreza supera el 32%, el índice más alto del país. «Las ganancias no se reparten y nada queda en la región, salvo la sobreexplotación, la contaminación, la pérdida de diversidad biológica y cultural y, por supuesto, la pobreza», remata el coordinador de OLCA. Para los mapuches, la expansión forestal es su muerte como pueblo. Cada año la frontera forestal se expande unas 50 mil hectáreas.

Además de verse literalmente ahogados por los cultivos, comienzan a sentir escasez de agua, cambios en la flora y la fauna y la rápida desaparición del bosque nativo. Un informe del Banco Central asegura que en 25 años Chile se quedará sin bosque nativo. Todo indica, no obstante, que la expansión forestal es imparable. Pese a las denuncias sobre el deterioro ambiental y social, por encima de la resistencia de decenas de comunidades mapuche pero ahora también de pescadores y agricultores, y aún por encima de análisis de organismos estatales que advierten los peligros de seguir desarrollando la industria forestal, para 2018 se duplicará la cantidad de madera disponible en 1995, según informa la Corporación de la Madera. Eso llevará de modo ineluctable a que se abran nuevas plantas de celulosa. Chile externaliza una serie de costos (laborales y ambientales) que le permiten producir la tonelada de celulosa a sólo 222 dólares, frente a los 344 de Canadá y los 349 de Suecia y Finlandia.

Es el único argumento de peso. Tres siglos de independencia Es imposible comprender la realidad actual del pueblo mapuche sin remontarse a su historia. A diferencia de los otros grandes pueblos del continente, los mapuches consiguieron imponer su autonomía e independencia a la Corona española durante 260 años. Recién fueron doblegados a fines del siglo XIX por el Estado independiente de Chile. Esta notable excepción marca la historia de un pueblo que, desde muchos puntos de vista, ha acuñado suficientes diferencias con sus semejantes originarios como para impedir generalizar sus historias y realidades.

Se estima que a la llegada de los españoles había un millón de mapuches, concentrados sobre todo en la Araucanía (territorio entre Concepción y Valdivia). Era un pueblo de pescadores, cazadores y recolectores, se alimentaban básicamente de papa y porotos que cultivaban en claros de bosques, y al piñón de la araucaria, el gigantesco árbol que dominaba la geografía del sur.

Aunque eran sedentarios no constituían pueblos; cada familia tenía autonomía territorial. La abundancia de recursos en tierras muy ricas es lo que permitió que existiera «una población muy superior a lo que un sistema económico preagrario podría abastecer», sostiene José Bengoa, el principal historiador del pueblo mapuche (Bengoa 2000).

Esta sociedad de cazadores-guerreros, donde la familia era la única institución social permanente agrupada en torno a caciques o loncos, era bien diferente de las sociedades indígenas que encontraron los españoles en América. Entre 1546 y 1598 los mapuches resistieron con éxito a los españoles. En 1554 Pedro Valdivia, Capitán General de la Conquista, fue derrotado por el cacique Lautaro cerca de Cañete, hecho prisionero y muerto por «haber querido esclavizarnos».

Pese a las epidemias de tifus y viruela, que se cobraron un tercio de la población mapuche, una segunda y otra tercera generación de caciques resistieron con éxito las nuevas embestidas de los colonizadores. En 1598 cambió el curso de la guerra. La superioridad militar de los mapuches, que se convirtieron en grandes jinetes y tenían más caballos que los ejércitos españoles, puso a los conquistadores a la defensiva. Destruyeron todas las ciudades españolas al sur del Bío Bío, entre ellas Valdivia y Villarrica, que recién fue refundada 283 años después luego de la «pacificación de la Araucanía». Una tensa paz se instaló en la «frontera».

El 6 de enero de 1641 se reunieron por primera vez españoles y mapuches en el Parlamento de Quilín: se reconoce la frontera en el Bío Bío y la independencia mapuche, pero éstos dejarían predicar a los misioneros y devolverían a los prisioneros. El Parlamento de Negrete, en 1726, reguló el comercio que era fuente de conflictos y los mapuches se comprometieron a defender a la Corona española contra los criollos. ¿Cómo explicar esta peculiaridad mapuche? Diversos historiadores y antropólogos, entre ellos Bengoa, coinciden en que «a diferencia de los incas y mexicanos, que poseían gobiernos centralizados y divisiones políticas internas, los mapuches poseían una estructura social no jerarquizada. En la situación mexicana y andina, el conquistador golpeó el centro del poder político y, al conquistarlo, aseguró el dominio del Imperio. En el caso mapuche esto no era posible, ya que su sometimiento pasaba por el de cada una de las miles de familias independientes» (Op. Cit.).

De paso, habría que agregar que el predominio de esta cultura explica también la enorme dificultad con que cuenta el movimiento mapuche para construir organizaciones unitarias y representativas. Hacia el siglo XVII, influenciada por la Colonia que había difundido la ganadería extensiva, la sociedad mapuche se fue convirtiendo en una economía ganadera mercantil que controlaba uno de los territorios más extensos poseído por un grupo étnico en América del Sur: se habían expandido hacia las pampas y llegaban hasta lo que hoy es la provincia de Buenos Aires. Esta nueva economía fortaleció el papel de los loncos y generó relaciones de subordinación social que los mapuches no habían conocido. «La mayor concentración de ganado en algunos loncos y la necesidad de contar con dirigentes que negociaran con el poder colonial, intensificó la jerarquización social y la centralización del poder político», señala el historiador

Gabriel Salazar.

La economía minera de la nueva república independiente necesitó, luego de la crisis de 1857, extender la producción agrícola. A partir de 1862 el ejército comenzó a ocupar la Araucanía. Hasta 1881, en que los mapuches fueron definitivamente derrotados, se desató una guerra de exterminio. Tras la derrota los mapuches fueron confinados en «reducciones»: de los 10 millones de hectáreas que controlaban pasaron al medio millón, siendo el resto de sus tierras rematadas por el Estado a privados.

Así se convirtieron en agricultores pobres forzados a cambiar sus costumbres, formas de producción y normas jurídicas.

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Tomado de:

Autonomías y emancipaciones América Latina en movimiento

http://biblioteca.hegoa.ehu.es/system/ebooks/19558/original/Autonomias_y_emancipaciones.pdf?1383563096

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Raúl Zibechi (nacido el 25 de enero de 1952 en Montevideo) es un escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.

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