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La arqueología mexicana en tiempos porfirianos y revolucionarios. Bertrand Lobjois.

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Resumen: A través de nuestra ponencia, presentaremos los avances decisivos de la arqueología mexicana bajo el mandato de Porfirio Díaz y luego durante la Revolución. Resaltaremos elementos centrales de la política arqueológica porfiriana. Destacaremos las figuras centrales de la arqueología durante esta parte esencial de México. Veremos cómo esta rama de la antropología se convirtió en una herramienta al servicio del poder, y cómo era sometida a una cierta visión de la identidad mexicana.

 

Palabras claves: historiografía, arqueología, México, Porfiriato, Revolución

Introducción.

Teotihuacán, Xochicalco, Monte Alban, el Templo Mayor de Tenochtitlán son clasificados dentro del Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO. Pero, ¿quién en la actualidad se acuerda de esos exploradores, quiénes a mediados del siglo XIX mostraron el México prehispánico al resto del mundo por medio de acuarelas como lo hizo Guillermo Dupaix, las primeras fotografías del francés Brasseur de Bourbourg, o de la labor inmensa del austriaco Alexander von Humboldt? Poca gente probablemente los recuerda. Sin embargo, ser explorador no significa necesariamente brindar el cuidado y el estudio necesarios con los cuales un arqueólogo moderno considera sus descubrimientos. Por ejemplo Désiré Charnay, otro viajero francés, no dudó en usar dinamita para “excavar” la Pirámide B en Tula, Hidalgo (1885).

Los diferentes gobiernos y dirigentes desde la Independencia, han tratado de exaltar el sentimiento nacional. Con la llegada de la figura controvertida de Porfirio Díaz al poder en 1877 y su reelección en 1884, la sociedad mexicana alcanza una cierta forma de estabilidad. Queremos mostrar cómo su largo mandato fue positivo para la arqueología y el conocimiento de nuestras culturas antepasadas. Explicaremos cómo las infraestructuras porfirianas siguieron vigentes durante la Revolución, con la meta clara de fortalecer los gobiernos y la identidad nacional.

Leyes y decisiones políticas

En 1827, ya se había votado una ley para prohibir la exportación de monumentos y antigüedades mexicanas. El primer presidente de México, Guadalupe Victoria, fundó el Museo Nacional de México, por decreto en el año del 1825. Luego el emperador Maximiliano de Habsburgo ordenó el traslado de las colecciones a la Casa de la Moneda en 1865.

Con Porfirio Díaz, se multiplicaron las decisiones legales y políticas para preservar e investigar el pasado prehispánico. Pero en 1896 se publicó un nuevo decreto sobre los permisos para hacer excavaciones arqueológicas, completado en 1897 por la Ley sobre Monumentos Arqueológicos: ahora se consideran los sitios arqueológicos como propiedad de la nación y los dueños de terrenos.

pueden ser expropiados para fines científicos, y cualquier deterioro o destrucción se considera como un delito federal1. Además se contempla la necesidad de una “carta arqueológica de la República” para conocer.

Una medida importante fue la creación del Gran Salón de Monolitos en el Museo Nacional en 1883. Dicha galería, ubicada en el fondo del museo, permitía una mejor protección de los monolitos más destacados como la Piedra del Sol o la cabeza de Coyolxauhqui, que se identificaría veinte años después gracias al historiador alemán Eduard Seler (1900-1901: p.117). En 1885, la creación de la Inspección y Conservación de monumentos arqueológicos por Justo Sierra tenía como objetivo la exploración y el rescate de los vestigios arqueológicos, limitando las investigaciones a extranjeros y los saqueos. Se asigna la jefatura de esta dependencia al arqueólogo Leopoldo Batres, quien ocupó el puesto hasta 19112.

En 1906, Justo Sierra decretó la separación de las colecciones del Museo Nacional: la multiplicación de los descubrimientos necesitaba un nuevo manejo de las colecciones y se trasladaron temporalmente las piezas arqueológicas hacia el Palacio Nacional donde permanecerán hasta el 9 de septiembre de 1910, con la reapertura del nuevo museo por Porfirio Díaz3. Este evento fue parte de los festejos del centenario de la Independencia.

El uso del pasado y de la historia prehispánica durante el Porfiriato tenía objetivos científicos pero sobre todo políticos. En este sentido Porfirio Díaz sigue los pasos de Juárez y de gobernantes precedentes de México, pero quiere que su país retome su lugar en el concierto de las naciones. Consideremos la década de 1880 como la del reconocimiento internacional de México gracias al pago de la indemnización de los conflictos pasados con EEUU y España; este reconocimiento se alcanzó también gracias a la exaltación de las culturas prehispánicas y de sus figuras portaestandartes que son Cuauhtémoc, Moctezuma o el episodio de la Noche Triste.

La arqueología para forjar una identidad nacional

La figura más importante de la arqueología mexicana durante el Porfiriato fue sin duda Leopoldo Batres, exmilitar, coleccionista y comerciante de antigüedades prehispánicas. Al trabajar de 1883 a 1888 en el Museo Nacional; ubicado en la calle Moneda, Batres adquirió la protección del secretario de Instrucción Pública, Justo Sierra y del mismo Porfirio Díaz. Antes de ser nombrado Inspector y Conservador de Monumentos Arqueológicos en 1885, Batres descubrió las pinturas murales del Templo de la Agricultura, en el ángulo suroeste de la Plaza de la Luna en 1884: lamentablemente carecen de realismo y de precisión (Teotihuacán, 2008: 33). Poco después se encontró una escultura monumental por la cual tenemos un dibujo de Chabrand (1892). Batres decidió sacarla del suelo a

1 Rutsch, 2004: 104-106 citando a Lombardo y Ruiz, 1988: 68-69.

2 Sobre la creación de esta institución independiente del Museo Nacional, véase Rutsch, 2004: 94-106.

3 Una fotografía de Porfirio debajo la Piedra del Sol fue tomada en 1905 y publicada hasta 1911 (Ramírez: 61).

pesar de sus dimensiones fuera de lo común y trasladarla al Museo Nacional Mexicano en 18864. Hoy en día, esta conocida como Diosa del Agua.

En 1902, Batres publicó un amplio reporte sobre las excavaciones que dirigió en la Calle Escalerillas, en la ciudad de México en 1900. No olvidó a sus prestigiados patrocinadores y les dedicó su libro a Porfirio Díaz, Joaquín Baranda y Ezequiel Chávez. Según Batres la presencia de dos esculturas representando a Ehécatl-Quetzalcoatl comprobarían que el edificio donde se encontraron, fue su templo. Una cabeza monumental de perro con pendientes de concha fue descubierta tiempo después, representando al dios Xolótl (Aztecs, 2002: cat. 140). Pero Batres la percibe como una cabeza de simio. De hecho no es el único error de interpretación cometido por él: confunde Xiuhtecuhtli y Tlaltecuhtli sobre un relieve esculpido o consideró que el Templo Mayor se encontraba debajo la catedral (1902: 53, fig.6). En 1901, encontró un ocelocuauhxicalli y una cabeza de Xiuhcóatl, la serpiente de fuego, debajo del edificio del Marqués del Apartado (Olivier, 2005: 52, fig.1).

Con la voluntad política de recuperar la arqueología y el pasado prehispánico, arrancaron nuevas excavaciones en Teotihuacán dirigidas por Batres entre 1904 y 1910. Era importante que México luciera para los festejos del Centenario de la Independencia. La intervención de Justo Sierra fue decisiva para tener los créditos suficientes para las excavaciones: él enfatiza la necesidad que estén realizadas por mexicanos (Rutsch, 2004: 108). Batres cita también a Seler, según quien “las excavaciones llevadas a cabo en Teotihuacán no sólo [eran] un servicio a la arqueología, sino a la humanidad entera” (1908: 5). Entre otros afirmó haber encontrado los restos de niños sacrificados en las esquinas de los tres cuerpos inferiores de la Pirámide del Sol (1906: 22).

Batres efectuó investigaciones y restauraciones también en el estado de Oaxaca. Su atención se enfocó primero sobre el sitio zapoteco de Monte Alban. A pesar de una hipótesis rara sobre el origen yucateco de los zapotecos, Batres concentró sus esfuerzos sobre el Edificio de los Danzantes donde encontró varias estelas (Batres, 1902: lám. V). Mitla es otro caso interesante. Conocida desde Fray Toribio de Benavente en el siglo XVI, viajeros y exploradores como el francés Désiré Charnay (1889), y el norteamericano Adolph F. Bandelier (1885) habían fotografiado sus edificios prehispánicos. Pero fue Batres (1908) quien realizó excavaciones y restauraciones en el “Grupo de las Columnas”, con un presupuesto de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública. La arqueóloga Nelly Robles explica también que Batres empleó al ejército para recuperar elementos arrancados al “Grupo de las Columnas”, protegiendo la zona colocando rejas y una caseta de vigilancia permanente (2009: 63).

La continuidad a pesar del cambio político

Irónicamente es cuando la arqueología del país alcanza su reconocimiento a nivel internacional que al mismo tiempo estalló la Revolución Mexicana. Después la victoria manipulada de Díaz contra Madero en 1910, este último proclamó el Plan de San Luis. Al mismo tiempo, San Juan Teotihuacan fue sede del XVII Congreso Internacional de Americanistas. El mayor encuentro de investigadores originarios

4 Esta escultura mide 3.19 m de altura y alcanza 16 toneladas (Teotihuacán, Guía Visual, 2008: 64-65).

del antiguo y del nuevo mundo fue la oportunidad para Batres de proponer un recorrido de Teotihuacán, durante el cual los participantes admiraron la Pirámide del Sol, recién excavada y restaurada (García-Bárcena, 2009, p. 40, figs. a, b, c). De hecho se criticó con justa razón la libertad con la cual Batres decidió dinamitar el cuarto cuerpo de la pirámide, creando un quinto cuerpo que nunca había existido, yendo en contra de las leyes federales. Para exponer el resultado de todas esas excavaciones se construyó el primer museo de sitio en Teotihuacán. Se abrió el 11 de septiembre de 1910, como parte de los festejos para el centenario de la Independencia.

Esos festejos fueron cuidadosamente planeados por la administración porfiriana con el fin de reafirmar el régimen, dar una imagen gloriosa y moderna de México como de su presidente. También debían exaltar el sentimiento de nacionalismo, completando el sentido de la pintura “indígena” al fin del siglo pasado. Una fotografía tomada en 1905 del General fue publicada hasta el 1911 en Crónica oficial de las fiestas del centenario de la Independencia de México5. En la misma obra, podemos observar el desfile del 15 de septiembre del 1910 cuando se representó el encuentro entre Moctezuma y Cortés (ibid.). Paralelamente, además de preservar las piezas arqueológicas recién excavadas, el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía se convirtió en un centro de investigación de primera importancia donde E. Seler colaboró brevemente en 1907 (Rutsch, 2003: 1).

En 1910, gracias a la presencia del antropólogo americano Franz Boas en México, se había creado la efémera Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana (EIAEA), cuya dirección fue asumida por dos mujeres pioneras en la antropología entre 1910 y 1914, mientras la Revolución estuvo a su paroxismo. Se trata de Zelia Nutall y de Isabel Ramírez Castañeda. La primera tuvo una vida bastante aventurera para una mujer de su época; pero, en un ambiente mayormente masculino, empezó a trabajar en el Museo Nacional Mexicano y en el Peabody Museum de Harvard desde 1886. Además su nombre queda estrechamente relacionado con un manuscrito zapoteco encontrado en la biblioteca de Lord Zouche, en Inglaterra: el códice Zouche-Nutall. Reveló también al publico el Códice Magliabecchiano. En 1910, dirigió excavaciones en Isla de Sacrificios, Veracruz. Después de diferencias violentas con Batres, renunció a su cargo de profesora honoraria del Museo Nacional y fundó EIAEA6. En cuanto a Ramírez Castañeda, fue colaboradora de Nutall y recibió la enseñanza de Boas y Seler. Acompañó al segundo y participó en exploraciones y excavaciones en Chichen Itza y Palenque (Rutsch, 2003).

1911 es un año clave para el país como par la arqueología mexicana. Mientras Díaz decidió abandonar el poder y exiliarse, Batres, negado por el nuevo gobierno, se vio obligado a salir de México hasta la presidencia de Venustiano Caranza. Los tiempos y los responsables cambiaron, sin embargo las investigaciones antropológicas no paraban, Manuel Gamio siendo la nueva autoridad de la antropología mexicana. Perteneció a la primera generación de alumnos del Museo Nacional con Ramírez Castañeda en 1906. Estudió con Boas en la Universidad de Columbia, Estados Unidos y tenía una concepción de la arqueología muy diferente de Batres: la considera como una rama de la

5 Garcia, 1911 citado en Ramírez, 2009, p. 61.

6 Para una biografía de Zelia Nutall, véase su obituario en Tozzer, 1933.

antropología y no de la historia. Recién egresado, se encargó de estudiar Azcapotzalco en 1906. Dirigió las excavaciones de la zona arqueológica Alta Vista en el municipio de Chalchihuites, Zacatecas en 1908 (Gamio, 1910-1911). Fue el primero en México en usar el método estratigráfico en San Miguel Amantla en 1913: este método sigue vigente en el trabajo arqueológico actual (García-Barcena, 2010: 42, figs. a y b). Luego encontró una esquina del Templo Mayor (Gamio, 1920-1921). En el mismo año, fue nombrado inspector general de Monumentos Arqueológicos, puesto que ocupó hasta el 1916. Sucedió a Eduard Seler como director de la EIAEA de 1916 hasta 1920 y el cierre definitivo de esta institución por falta de recursos. En 1916 publicó Forjando Patria, obra esencial en el pensamiento indigenista que fue rechazada en su tiempo7. En 1917, Gamio exploró y restauró la Pirámide de la Serpiente Emplumada, en Teotihuacán (Gamboa Cambezas, 1997). Reportó sus investigaciones en una publicación novedosa por su tiempo, agregando observaciones etnográficas sobre la población vecina del sitio (Gamio, 1922).

Paralelamente se amplió la ley de 1897 en dos ocasiones: en 1914 con La Ley sobre Conservación de Monumentos Históricos y Artísticos y Bellezas Naturales, y en 1916 con la Ley sobre Conservación de Monumentos, Edificios, Templos, y Objetos Históricos y Artísticos (Tovar y de Teresa, 1997: 92-93). Los líderes de la Revolución necesitaban, al igual que sus antecesores, el conocimiento del pasado, en particular prehispánico, para justificar su acción y adecuar su acción con el sentimiento de identidad nacional.

Conclusiones

Está reconocido que el Porfiriato, a pesar de ser un régimen dictatorial, brindo estabilidad política y económica a México. No se resolvieron todos los problemas sociales pero este periodo de estabilidad permitió lograr una verdadera política de investigación arqueológica pública que expusimos anteriormente. La arqueología debía servir el régimen de la Pax Porfiriana y difundir una imagen progresista y moderna de México, a pesar de una población mayormente analfabeta y de muy bajos recursos. Pero sirvió también a nutrir una paradoja: favorecer y conocer el pasado indígena mientras se reprimían violentamente las rebeliones de comunidades indígenas como los Yaquis y los Mayas. No obstante tenemos que recordar que la mayoría de las disposiciones legales o científicas siguieron vigentes durante la Revolución. La ley de protección del patrimonio fue profundamente reformada hasta 1947, mientras la Inspección de Monumentos Arqueológicos diseñada por Batres se convertiría en el Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1939.

Los gobiernos revolucionario y constitucionalista necesitaban justificarse: de cierta manera, el uso del patrimonio y de la historia prehispánica permitió sacar el país del caos. Con la Revolución mexicana y las investigaciones de Manuel Gamio, la arqueología asume un aspecto más antropológico, donde no se trata de enfatizar a personajes y hechos sino de entender culturas vía sus vestigios.

*Bertrand Lobjois, maestro en Ciencias Sociales de las religiones, Universidad de Monterrey, N.L.

 

7 Para el rechazo de la obra de Gamio, véase Lempérière, 1992: 43:

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