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Conquista y encomienda en la Nueva Galicia durante la primera mitad del siglo XVI: “bárbaros” y “civilizados” en las fronteras americanas. Salvador Álvarez

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Salvador Álvarez (salvarez@colmich.edu.mx)

El Colegio de Michoacán

 

Luego de la ruina de la capital de los aztecas, la oposición guerrera se extinguió muy rápidamente. Así, en unos pocos años los españoles se enseñorearon, casi sin enfrentar resistencia armada alguna, del conjunto de las poblaciones que habitaban las ricas tierras de las altas cuencas y valles de la llamada “Mesoamérica nuclear”.

 

En contraste, cuando los españoles alcanzaron las regiones mesoamericanas de alta cultura, pero menor densidad demográfica, los conquistadores debieron afrontar guerras interminables y sangrientas. Allí los españoles debieron recurrir al concurso de grandes contingentes de indios provenientes de las regiones de alta civilización de la Mesoamérica nuclear, los cuales fungieron recurrentemente como “aliados de guerra” de los españoles en el resto de sus conquistas en la Nueva España.

Este proceso se repitió luego en la Nueva Galicia, en donde la presencia a la vera de los españoles de contingentes formados por decenas de miles de indios provenientes de las regiones de alta civilización mesoamericana, no solamente condenó a las poblaciones aborígenes a una larga y sangrienta conquista a la cual no fueron capaces de resistir, sino que terminó por desestructurar y trastocar por entero sus antiguas formas de vida.

 

(Conquista, civilizaciones, indios, Nueva Galicia, expansión territorial)

 

Aliados indios y fronteras de guerra

La conquista y las civilizaciones mesoamericanas

 

En 1520, en su segunda Carta de Relación, Hernán Cortés informaba a Carlos V acerca de los sucesos principales de su empresa. Entre ellos daba cuenta de cómo, a raíz de la rendición y captura de Moctezuma, él mismo había designando nuevos “señores indios” para las provincias recién conquistadas:

 

[...] sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Mutezuma y al señor de Tezuico que se decía Cacamacin y a dos hermanos suyos y a otros muchos señores que tenía presos y como todos los habían muerto los enemigos aunque eran de su propia nación y sus señores algunos de ellos, excepto a dos hermanos del dicho Cucamacin, al cual antes yo, en nombre de vuestra majestad y con parecer de Mutezuma, había hecho señor de esta ciudad de Tesuico y provincia de Aculuacán [...]

 

Tercera carta-relación de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Coyoacán 15 de mayo de 1522, en: Mario Hernández Sánchez-Barba ed., Hernán Cortés: Cartas y documentos. Introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, México, Editorial Porrúa, 1963, 127.

 

Dueño absoluto de la situación sobre el terreno, Cortés se proclamaba vector de la translatio imperi, y se precavía al mismo tiempo de futuras contestaciones a sus actos. Su argumento consistía en afirmar que la sujeción de los aztecas, incluso si se hacía por medio de la guerra, no constituiría un acto ni injusto ni tiránico de su parte dado que, por su intermediación, el “emperador” azteca había reconocido el señorío del rey de España. Por ende, los vasallos de Moctezuma, es decir, los indios en su conjunto, quedaban obligados a aceptar su nuevo estado. Pero más allá de todo este “juego” retórico-jurídico, el texto de Cortés nos enseña mucho acerca de la percepción que los conquistadores tenían de su propio papel en esos eventos. No deja de sorprender, en efecto, esa especie de ilimitada confianza en la sumisión “voluntaria” de los indios al dominio español y al señorío de la Corona de España. Más notable resulta aún si apuntamos cómo todo ello se acompañaba también de la idea de que sería posible confiar pacíficamente a los propios “señores de la tierra” el cuidado y el control de los demás indios.

Si tomáramos todo asunto desde la perspectiva de una “historia de bronce”, cargada de héroes y antihéroes, los “nobles” indios colocados por Cortés a la cabeza de ciudades enteras, harían figura de “antihéroes” y sobre todo de “cobardes”, de “colaboradores” del conquistador y junto con ellos iría en primer término su “jefe” Moctezuma, el peor de todos.

 

Por su parte, los nombramientos que les fueron otorgados por el conquistador, aparecerían como una pura “baladronada” de su parte, toda vez que la toma de la “gran Tenochtitlán” ni siquiera se había consumado aún. Y sin embargo, el tiempo terminaría por darle la razón a Cortés. Por principio de cuentas, la pacificación llegó, efectivamente, muy pronto, al menos en una gran parte de los territorios nuevamente conquistados.

 

Recordemos cómo, luego de la ruina de la capital de los aztecas, la oposición guerrera se extinguió muy rápidamente. Así, en unos pocos años los españoles se enseñorearon, casi sin enfrentar resistencia armada alguna, del conjunto de las poblaciones que habitaban las ricas tierras de las altas cuencas y valles de la llamada “Mesoamérica nuclear”.

 

Acerca de cuáles fueron las condiciones que hicieron posible tan rápida y fácil progresión conquistadora, las explicaciones más sensatas pasan, desde luego, por el tipo de civilizaciones a las que los españoles se enfrentaron en esas áreas. Se trataba, como sabemos, de sociedades agrícolas avanzadas, altamente jerarquizadas y que habían desarrollado formas de organización complejas que operaban en muy diversos niveles.

 

Éstas iban, según interpretan la mayoría de los autores, desde altas jerarquías “político-religiosas” encargadas de la concentración del tributo en los principales centros de poder, de los grandes ejercicios ceremoniales y de la organización de la guerra. Por su parte, en la base de las mismas se hallaban estructuras de alcance esencialmente local del tipo del altepetl y el calpulli. Podría decirse que al menos una pequeña parte de la explicación de la rápida y casi pacífica sumisión de estas poblaciones al poder español, se encuentra precisamente en la rápida desaparición de las primeras y en la permanencia de las segundas. Dicho de otra manera, durante los primeros años y, en general, a lo largo de las primeras décadas de la conquista, muchas cosas transcurrieron como si, una vez diezmados los aztecas y demás grupos asociados a ellos y reducidos, por su parte, los tlaxcaltecas y demás “aliados” de los españoles al papel de “indios amigos”, la organización guerrera de aquellas sociedades hubiera colapsado. Tal pareciera que junto con esas formas de organización guerrera, se hubiera derrumbado también lo esencial de las estructuras de gobierno supralocal que pudieron existir hasta entonces en esas sociedades.

 

Es, sin duda, un proceso de este tipo, junto con el brutal choque microbiano que acompañó la corta, pero violentísima fase armada de la conquista cortesiana, el que explica el hecho de que tan rápidamente los españoles pudieran sentar sus reales en áreas en donde los aborígenes los superaban al infinito en número. Todo ello, insistimos, sin prácticamente encontrar ninguna resistencia guerrera frontal ni directa.

 

Recordemos cómo, en unos cuantos años solamente, a la debacle de los aztecas y la “asimilación” de los tlaxcaltecas como “indios amigos”, siguió la incorporación al área de influencia de los españoles del conjunto de las poblaciones de habla y cultura náhuatl que ocupaban el centro del gran altiplano volcánico. Junto con ellos, muchos otros grupos vecinos, culturalmente cercanos, cierto, pero de distintas lenguas, fueron incorporados también pacíficamente al dominio español. Fue, por ejemplo, el caso de los matlatzincas, de los otomíes, de los mazahuas y demás habitantes de las tierras del Valle de Toluca y la alta cuenca del río Lerma.

 

Algo muy semejante sucedió también cuando los españoles penetraron áreas ocupadas por otras destacadas civilizaciones agrícolas mesoamericanas, distintas en lengua y tradición cultural respecto de las anteriores, pero que tenían en común con aquellas el haber desarrollado también muy altos índices de densidad de población. Evoquemos los valles zapotecas, las tierras altas mixtecas o la meseta tarasca. En todas esas regiones, al cabo de campañas militares tan extraordinariamente cortas como exitosas, en muy pocos años los españoles lograron incorporar un número enorme de núcleos de población indígena a su área de influencia.10

 

Lo que puede verse, en todo caso, es que en esas regiones la conquista militar, propiamente dicha, dejó de tener sentido para los conquistadores y en los hechos se detuvo, justo en el momento en el que lograron establecer un primer sistema de tributación de bienes y mano de obra regular, permanente, estable y pacífico por parte de los indios. Un hecho tangible es que este tránsito entre la vida que estas poblaciones habían conocido antes y su nuevo estatuto como “pueblos” tributarios de los españoles, fue posible gracias a la supervivencia y la permanencia de estructuras organizativas de nivel local capaces de proveer los bienes y fuerza de trabajo que los españoles les demandaban a los indios. Estructuras socioterritoriales del tipo del calpulli y sobre todo del altepetl, o sus equivalentes locales, más allá de las regiones de cultura náhuatl, fueron las que en la práctica debieron absorber, así fuera al precio de profundas transformaciones, algunas de las consecuencias más directas del choque de la conquista.11

 

La manera de lograrlo fue terriblemente costosa. Consistió no tanto en “pactar”, como en someterse pacíficamente a los diferentes tipos de exacción coercitiva que los españoles les impusieron bajo la forma de tributos, tanto en gente como en productos.12 Este proceso derivó luego en desplazamientos masivos de población, del tipo de los que acompañaron a las primeras reducciones, todo ello en un contexto de profunda debacle demográfica, hasta que todo ello terminó por minar las energías vitales de innumerables de estas unidades socioterritoriales. Muchas, en realidad la mayor parte de ellas, desaparecieron al ritmo vertiginoso de la caída demográfica, mientras que las que lograron sobrevivir sólo lo hicieron al precio de recomponerse y terminar transformándose en algo muy distinto de lo que fueron alguna vez.13

 

La rapidez con que semejante tránsito se produjo en las regiones densas de alta civilización agrícola, no deja de sorprender. Incluso mueve a relativizar hechos evocados en la historiografía como, por ejemplo, el del carácter eminentemente “guerrero” de la organización política de varias de estas sociedades en tiempos prehispánicos. Incluso, mueve a repensar la naturaleza misma de los “imperios” y “estados” prehispánicos en esas regiones.14 Sin embargo, más allá de este tipo de especulaciones, lo importante es recalcar que esta clase de respuesta pacífica frente a la nueva hegemonía española, se dio de manera muy semejante en distintas regiones de alta civilización y elevada densidad de población del centro de la recién creada Nueva España. Sin embargo, la geografía de este fenómeno no podría calcarse sobre la de ninguna civilización u horizonte cultural en particular, sino que corresponde, más bien, con aquélla marcada por los límites de las regiones de más alta densidad de población en el mundo mesoamericano. Un ejemplo que ilustra bien este fenómeno, sería el de la región de los zapotecas. Allí, John K. Chance observa las profundas y marcadas diferencias en el nivel de organización social que es posible observar entre los asentamientos densos del Valle de Oaxaca y aquellos mucho más ralos y dispersos de la Sierra Zapoteca, propiamente dicha:

 

[...] a ninguna de las comunidades de las regiones montañosas se podría considerar urbana, e incluso cabría preguntarse si las unidades políticas no se aproximaban, más bien, a un nivel de organización de Estado [del tipo de la] “jefatura”. Los asentamientos de la Sierra por lo general eran más pequeños, mucho más pobres, con una estratificación muy incipiente y economías menos especializadas que en el Valle […]15

 

Chance añade que esta región de la montaña zapoteca nunca fue, incluso desde tiempos prehispánicos, propicia para la obtención de tributos.

 

De acuerdo con Barlow, nos dice, la sierra zapoteca se convirtió en una suerte de “frontera incómoda”, que permaneció al margen de la penetración de los aztecas en el momento de su máxima expansión.16 Los conquistadores españoles no fueron más afortunados al apersonarse en esa zona, de hecho y en palabras del propio Chance: “la conquista de la Sierra Norte de Oaxaca fue uno de los episodios más brutales y prolongados del siglo xvi en México”.17 El juicio de Chance resulta quizás exagerado, si se piensa en otros todavía más largos y sangrientos procesos de conquista acaecidos en distintas regiones americanas; sin embargo, acierta en lo esencial. En efecto, luego de una muy violenta primera pacificación por parte de capitanes como Francisco de Orozco y Pedro de Alvarado, después de 1522, la región de la Sierra Zapoteca entró en un proceso prolongado de guerra, de suerte que muy pronto Cortés y su gente la abandonaron. De hecho, no podría hablarse de una verdadera pacificación de esta zona por parte de los españoles, sino hasta la década de 1530 para las vertientes orientales de la misma y de hecho hasta muchísimo más tarde en el caso de las regiones costeras.

 

Notas

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1 Tercera carta-relación de Hernán Cortés al emperador Carlos V, Coyoacán 15 de mayo de 1522, en: Mario Hernández Sánchez-Barba ed., Hernán Cortés: Cartas y documentos. Introducción de Mario Hernández Sánchez-Barba, México, Editorial Porrúa, 1963, 127.

2 Sobre el tema de la translatio imperi en las crónicas de la conquista: Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, México, Tava Editorial, 1993.

3 Sobre la sumisión de los indios al señorío del rey de España véanse, por ejemplo, los estudios anexos a la edición de Silvio Zavala y Agustín Millares de los textos de Juan de Palacios Rubios y Fray Matías de la Paz: Silvio Zavala-Agustín Millares Carlo, eds., Juan de Palacios Rubios. De las islas de la mar Océano (1512). Fray Matías de la Paz Del dominio de los reyes de España sobre los indios (1512), México, Fondo de Cultura Económica, 1954.

4 Guy Rozat Dupeyron, “Lecturas de Motecuzoma. Revisión del proceso de un cobarde”, Historias, octubre 1993-marzo 1994, 31-40.

5 Sobre este último aspecto: José Lameiras Olvera, Los déspotas armados, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1985.

6 Véase, por ejemplo, James Lockhart, Los nahuas después de la conquista: historia social y cultural de los indios del México central del siglo xvi al xviii, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, 29-139.

7 Para un análisis del papel de las alianzas entre indios y españoles Ruggiero Romano, Les mécanismes de la conquête coloniale: les conquistadores, París, Flammarion Questions d’histoire, núm. 24, 1972.

8 Uno de los raros estudios que abordan ese tema es el de José Lameiras Olvera, El encuentro de la piedra y el acero: la Mesoamérica militarista del siglo xvi que se opuso a la irrupción europea, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994.

9 René García Castro, Indios, territorio y poder en la provincia Matlatzinca: la negociación del espacio político de los pueblos otomianos, siglos xv-xvii, Zinacantepec, Estado de México, El Colegio Mexiquense - conaculta-inah, 1999, en particular pp. 35-56. Igualmente del mismo autor: “Pueblos y señoríos otomianos frente a la colonización española. Cambios económicos y sociales en la región de Toluca siglos xvi y xvii”, Relaciones, Estudios de Historia y Sociedad, vol. xx núm. 78, primavera 1999, Zamora, El Colegio de Michoacán, 113-154.

10 Para el caso de los valles zapotecas: John K. Chance, La conquista de la Sierra: españoles e indígenas de Oaxaca en la época de la colonia, Oaxaca, Instituto Oaxaqueño de las Culturas, 1998, en especial pp. 19-57. Para el de los tarascos: Benedict J Warren, La conquista de Michoacán 1521-1530, Morelia, Fimax Publicistas, Colección Estudios Michoacanos 6, 1977, en especial pp. 187 y ss.

11 Véase al respecto: Pedro Carrasco, “La jerarquía cívico-religiosa de las comunidades mesoamericanas: antecedentes prehispánicos y desarrollo colonial”, Estudios de Cultura Náhuatl, unam, vol. 12, 1976, 102-107.

12 René García Castro, Indios, territorio y poder..., especialmente pp. 97-126. Igualmente: Bernardo García Martínez, Los pueblos de la Sierra : el poder y el espacio, México El Colegio de México, 1987, en particular, pp. 75-76.

13 Para una visión general sobre el tema: Woodrow Borah, “Population Decline and the Social and Institutional Changes of New Spain in the Middle decades of the Sixteenth Century”, Actas xxxv Congreso Internacional de Americanistas, Viena, 1960, 172-178.

14 José Lameiras Olvera, Los déspotas armados…, Igualmente : José Luis Rojas, Los aztecas: entre el dios de la lluvia y el de la guerra, Madrid, Anaya, Biblioteca Iberoamericana núm. 30, 1988, especialmente pp. 34-39.

15 John K. Chance, La conquista de la Sierra: españoles e indígenas de Oaxaca en la época de la colonia, Oaxaca, Instituto Oaxaqueño de las Culturas, 1998, 31. Existe un evidente problema de traducción en la edición citada, el cual hemos intentado corregir, para restituir su sentido original al texto, por medio de las palabras colocadas entre corchetes.

16 Robert H. Barlow, The Extent of the Empire of the Culhua Mexica, Berkeley -Los Angeles, Ibero-Americana, núm. 28, 1949, 123. John K. Chance, La conquista de la Sierra…, p. 32.

17 John K. Chance, La conquista de la Sierra…, p. 37.

 

http://www.colmich.edu.mx/files/relaciones/116/pdf/originales/02.Relaciones116(133-296).pdf

 

 

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