LOS HECHOS ACTUALES
DESPUÉS de muchos años - en un prolongado proceso histórico de controversias, de proposiciones y acciones diversas de instituciones gubernamentales- en el México de hoy al hablar de cultura se parte de una concepción amplia del término, entendido como el conjunto de actividades y productos materiales y espirituales que distinguen a una sociedad determinada de otra. Abarca todo cuanto ha recibido el hombre en herencia social y todo cuanto ha innovado, ya sea en la vida material, en la social o en la espiritual. Se refiere a toda concepción que el hombre tiene del mundo y de la vida, de la sociedad, de la naturaleza y del cosmos. En este sentido se afirma que no ha existido, no existe ni existirá ser humano o grupo social, pueblo o nación alguno sin cultura, pues ella constituye la característica esencial del hombre como ser social.
Al unirse a otros términos, el concepto de cultura da lugar a distintas expresiones con contenidos propios. Así, por ejemplo: cultura nacional, cultura popular, pluralidad cultural, patrimonio cultural, identidad cultural, etc., denominaciones diversas, aunque específicas, de un mismo fenómeno: la cultura.
Hoy aceptamos que México es un país pluricultural, en el que la riqueza cultural de cada grupo étnico y de cada grupo popular crea - en el campo de la historia- la identidad nacional, que aparece como una suma de concepciones, conocimientos, tradiciones, valores, cualidades y diversidades. Por eso importa revalorar la cultura y sus diversas manifestaciones, pues ello significa la revalorización del trabajo del hombre, de las formas de organización social producto de la historia: la afirmación de la dignidad popular y con ello la nacional.
Los protagonistas de estos procesos de cultura plural son, además de los grupos indígenas, los diferentes grupos mestizos que se manifiestan como culturas regionales, herederos de una historia local y regional, así como los grupos representativos de estas culturas debido a procesos migratorios configuran grandes áreas de poblaciones populares en la metrópolis del país, lo que a su vez crea otras modalidades de cultura popular.
La cultura nacional se caracteriza por su diversidad de manifestaciones étnicas y regionales. La pluralidad étnica es un hecho; las modalidades del desarrollo cultural, condicionadas por los diferentes ecosistemas con sus recursos y posibilidades específicos son otro hecho, como lo son también las diversas lenguas indígenas y las diferentes modalidades del castellano. Esta pluralidad, lejos de ser una traba para el desarrollo cultural de la nación, representa - por el contrario- una reserva fundamental y múltiple de experiencias, iniciativas y capacidades colectivas dignas de preservarse y desarrollarse por medio de políticas culturales que afirmen y apoyen la diversidad dentro de la unidad.
Así como cada grupo étnico y cada región tiene su propio patrimonio cultural consistente en su lengua y su historia, sus formas de vida y de expresión, sus monumentos religiosos e históricos y sus objetos y símbolos de identificación como grupo, así también el patrimonio cultural de México está conformado por el cúmulo de todos esos patrimonios colectivos parciales, a los que se agregan los de significación propiamente nacional en cuanto a territorio, bienes inmuebles y muebles, representativos de la riqueza histórica y artística del país. El patrimonio cultural abarca tanto las obras del pasado consideradas como el patrimonio histórico de la nación, heredado de generaciones anteriores, así como las prácticas, creaciones e innovaciones de las generaciones recientes y actuales en tanto cultura viva del presente. Su preservación es una responsabilidad primordial del Estado, especialmente si se tienen en cuenta las destrucciones y saqueos de sitios arqueológicos y coloniales, por lo que toca a las obras del pasado, así como las presiones de la propaganda consumista a que se ven sometidas las capacidades creadoras de los grupos populares en el presente.
Hasta ahora el Estado mexicano ha tenido una amplia experiencia en la identificación del patrimonio cultural histórico y su conservación: monumentos arqueológicos, coloniales, históricos, documentales, artísticos, que han constituido el acervo patrimonial de la nación, entendido como el conjunto de objetos, espacios y hasta ciudades que requieren conservación y mantenimiento mediante diferentes técnicas; pero no se ha trabajado suficientemente sobre la cultura viva y en creación constante, a partir de la cual se desarrolla la identidad plural del país y la identidad de cada una de sus regiones.
La cultura viva de la nación se configura por todas las creaciones de los grupos étnicos y populares como son el lenguaje, las tradiciones orales, la literatura popular; las distintas manifestaciones de las artes populares: la música, las danzas y bailes tradicionales, y las artesanías; las concepciones y prácticas históricas diversas: oral, local, étnica y regional; los distintos conocimientos sobre la naturaleza, la flora, la fauna, la medicina tradicional; las técnicas y tecnologías desarrolladas a lo largo de seculares tradicionales para aprovechar los recursos naturales que ofrece el medio ambiente; la culinaria, la arquitectura, la vestimenta, los juegos, las formas de recreación, las maneras como el pueblo resuelve sus problemas y aspira a un futuro mejor, como innova constantemente y cómo esto se transforma en conciencia y en identidad. Se trata del patrimonio de los hombres vivos, presentes, actuantes, que dan rostro, personalidad y voz propia a la nación; que manifiestan su indomable voluntad de permanecer, de ser, de hacer y transmitir lo mejor de sí mismos, es decir, su cultura, a nuevas generaciones de hombres; transmitirles la capacidad de crear en lo material, en lo mental y en lo espiritual.
Ahora bien, muchas de estas manifestaciones culturales que identifican a los diversos grupos populares y regionales, están expuestas al deterioro, a la falsificación, o la destrucción debido a la acción de otros grupos dominantes. En el caso de las artesanías y de la música, por ejemplo, ello ocurre debido a la imposición de las normas de una sociedad de consumo a minorías que tienen otra tradición en su modo de organizar la vida; en el caso de la lengua y tradiciones orales, para citar otro ejemplo, se debe a la imposición de patrones educativos homogenizadores. Lo mismo sucede, ciertamente, con el saber y las técnicas tradicionales: las formas de explotación impuestas a los grupos étnicos destruyen los ecosistemas, alteran la calidad de la vida humana y corroen, por consiguiente, elementos que dan su identidad al grupo respectivo.
Ante estos hechos, surge imperiosa la necesidad de respetar y defender los patrones culturales de los grupos étnicos y populares; reconocer a cada grupo el derecho a su identidad; fortalecer los elementos culturales que dan a los grupos su cohesión social; propiciar la creatividad existente en los grupos étnicos y las clases populares a partir de sus propias tradiciones; apoyar su respectiva recuperación de los espacios socioculturales para que dichos grupos desarrollen sus propios proyectos y, en suma, proveerlos de los instrumentos que les permitan concebir, elaborar, orientar y realizar aquellas acciones que consideren más necesarias e idóneas para fortalecer su identidad.
El Estado, entonces, habrá de propiciar la autogestión cultural de los diversos grupos que conforman la nación, tarea de gran urgencia porque existe un grave peligro: la pérdida de nuestra identidad. Si revisamos la historia del país a lo largo de las ultimas décadas, la perdida de nuestra identidad cultural constituye un problema vital para el destino de la nación mexicana. La desnacionalización cultural provoca la pérdida paulatina de la conciencia histórica, el olvido o el desinterés por la herencia cultural, la desvaloración de la propia realidad y la sobrevaluración de la cultura metropolitana. La pérdida de su identidad constituye para cualquier nación un problema fundamental. Es la pérdida de la raíz misma de su razón de ser, de su autoconciencia, de su confianza en el futuro.
No entendemos por identidad cultural una estructura fija de los patrones y pautas de conducta, de las maneras de ser y sentir, de concebir los proyectos educativos, sociales y políticos, sino un proceso histórico cambiante y abierto. Un proceso que se alimenta, esencialmente, de las fuerzas materiales y espirituales de una sociedad. La identidad de una nación es consecuencia de un proceso social que involucra tanto a los idiomas como al patrimonio cultural, hábitos, aspiraciones, creencias y concepciones sociales; así como las costumbres, las formas de vida, la creación y el goce de la cultura.
La afirmación de la identidad no debe convertirse en un proceso esquemático y empobrecedor, ni en instrumento de manipulación al servicio de las relaciones sociales. La afirmación de la existencia de una cultura nacional, factor de unidad entre los mexicanos, no es contradictoria a los procesos de las luchas sociales que persiguen una sociedad democrática.
La defensa de la identidad cultural tampoco contradice las necesidades de modernización económica y tecnológica. Lo importante es abordar esta modernización con plena conciencia de lo que somos y deseamos, de lo que queremos preservar y transformar. Abordarla como un acto de voluntad, no como una inercia; emplear el progreso al servicio de nuestras necesidades y no a la inversa.
Ahora bien, el desarrollo de una conciencia nacional a través de la cultura y la afirmación de nuestros propios valores históricos y culturales en el presente no deben ser concebidos como procesos excluyentes u hostiles a los valores universales de la cultura. La afirmación de nuestra identidad no debe llevarnos a un amurallamiento o a una desvinculación de la vida cultural del mundo; por el contrario, debe conducirnos a un diálogo fecundo con otros valores y realidades culturales.
Por último, el fortalecimiento de nuestra identidad no debe ser concebido como una decisión política centralizadora y autoritaria del gobierno de la República. Somos una nación plural que tiene un tronco común, pero cuya mayor fuerza reside en la diversidad de las culturas que la integran. El respeto a la pluralidad cultural y el impulso a su desarrollo autónomo es esencial para preservar la riqueza cultural de México.
En suma, es tiempo de cobrar conciencia de que el patrimonio cultural vivo es la sustancia de nuestra nacionalidad; no reconocerlo sería negarnos como nación; no apoyar su defensa sería abandonar la esencia del país.
Por eso afirmamos que México debe reencontrarse con sus orígenes indígenas, mestizos y populares. Ésta es la única posibilidad real de renovación cultural de nuestro país. Escuchar la voz del pueblo es una necesidad imprescindible que ilumina nuestras confusiones y crisis; estimular y difundir la voz popular contrarresta las voces ajenas, dominadoras, colonizadoras que se oponen a nuestro desarrollo independiente.
De aquí la importancia de una política cultural correcta; es decir, de aquella que anota entre sus objetivos principales desarrollar una cultura propia y preservar la identidad nacional. Esto determina deberes y responsabilidades para el Estado y también para las organizaciones sociales.
El Estado debe apoyar con profundidad e intensidad las iniciativas de los creadores de la cultura; es decir, de los más amplios sectores de la población y, prioritariamente, las de sus grupos étnicos y populares, de tal manera que el pueblo recupere su palabra, el valor de sus saberes como orgullo de su herencia cultural secular, para que desarrolle, asimismo, las riquezas de su pluralidad, y participe, disfrute y reciba los beneficios de sus creaciones.
También es indispensable que el Estado atienda de una manera prioritaria a las nuevas generaciones para que entren en contacto, conozcan, valoren y preserven nuestras tradiciones históricas y nuestro patrimonio cultural. La identidad de una nación descansa esencialmente en la vocación de autoconocimiento.
Una política cultural correcta debe contemplar dos grandes tareas: fortalecer la soberanía nacional y desarrollar la democracia. Por lo que se refiere a la primera gran tarea, la independencia de la nación reside no sólo en sus recursos naturales o en la solidez de su economía, sino que descansa esencialmente en la existencia de una sociedad con conciencia de sí misma, de su tradición histórica, de su capacidad creadora para hacer frente a los problemas de su presente y de su porvenir. Nuestra independencia reside en el vigor de nuestra identidad.
Sin embargo, no existirá una soberanía nacional sólida si ella no se sustenta en una vida democrática, abierta a la más amplia participación de sus sectores populares.
Para llevar a cabo estas grandes tareas se conocen las necesidades, las demandas y los problemas. Por ello, la política cultural tiene que ser resultado de un esfuerzo nacional, en el que el Estado debe ser un animador, el gran promotor que expresa su voluntad de crear las condiciones para que el desarrollo de planes, programas y proyectos culturales se dé y se haga propicio, en donde, a partir de los valores y expresiones de la cultura popular, los propios grupos populares sean corresponsables y gestores en la conformación de la cultura nacional. Una política basada en lo anterior impulsa el desarrollo de la cultura, el reconocimiento y enriquecimiento de la identidad nacional para fortalecer a la nación. Por ello, también debe fortalecerse la vida democrática, que no puede perfeccionarse si no admite o crea los espacios para las identidades étnicas, regionales y minoritarias.
Ya antes se hizo referencia a que la pérdida y deterioro de nuestra identidad cultural constituye un problema vital para el destino de la nación mexicana, pues existen políticas de dominio que buscan destruir sus raíces culturales e identidades étnicas y regionales.
Enfrentar dicho peligro adquiere relevancia en los planes, programas y proyectos culturales que deben propiciar el desarrollo de las ideas antes referidas y que se sintetizan en los siguientes principios de política cultural.
1) Asumir política, jurídica y educativamente que México es un país pluricultural y plurilingüístico.
2) Profundizar la defensa del patrimonio histórico cultural, ampliando su conocimiento, disfrute y usos económicos, sociales y educativos.
3) Desarrollar la cultura viva, la cultura popular; es decir, el patrimonio cultural del presente, como práctica cotidiana del pueblo: culturas étnicas, regionales y populares creadoras de valores que se heredarán a las generaciones del futuro.
4) Propiciar la autogestión cultural: El desarrollo de las capacidades propias, con autonomía de las organizaciones sociales, étnicas y regionales, tradicionales o no.
5) Vincular la cultura propia, concebida como fuente primordial, a los contenidos de la educación, vehículo principal para desarrollar nuestras identidades.
6) Interacción, en el sentido de una mutua transferencia de conocimientos y reflexiones sobre lo propio de las culturas indígenas y populares, en un marco de convivencia y conjugación libre de identidades. Esto se ha de dar tanto entre las culturas diversas da cada región como entre diferentes regiones entre sí.
7) Hacer más fluidas las corrientes de mutua influencia entre las expresiones de cultura popular de México y las expresiones de cultura popular del resto de los países del orbe. En este sentido habría que ampliar los programas de intercambio que nos permitan acercar la cultura universal a los grupos étnicos y populares, y viceversa, proyectar a planos internacionales los innegables méritos de esos grupos en el terreno de la creación cultural.
Si estos principios ? entre otros- llegan a ser comunes a todos, se requiere que toda política cultural sea coherente con ellos, que dé respuestas y apoyos ciertos y concretos; una política que en el campo de las culturas populares sea firme plataforma y que oriente y haga posible todo programa y proyecto institucional o autónomo tendiente a preservar, defender y acrecentar nuestras identidades y que permitan la:
QUÍNTUPLE RECUPERACIÓN CULTURAL
1) Recuperación de la palabra, es decir, del lenguaje como instrumento de transformación; pasar de idiomas orales a idiomas escritos, de la literatura oral a la escrita y desarrollar de esta manera los valores, dignidad y orgullo de todos los idiomas de México (57 en total), de las lenguas indias y el castellano en sus diversas modalidades regionales para que sean reconocidos jurídicamente instrumentos de comunicación de interés nacional; así se les ratificará como vehículos de cultura y se ampliará la capacidad de comunicación social entre todos los mexicanos. Afirmados en la palabra de los indígenas y de ciertos grupos mestizos, se enraizará y perfeccionará la palabra de los mexicanos. Además, debe contemplarse también la recuperación de las artes populares todas: música, danza, canto, drama, expresiones plásticas y de arquitectura, en tanto modalidades, signos y símbolos, no sólo de expresión sino también de comunicación.
2) Recuperación de la memoria, es decir, el desarrollo de la historia y ampliación de la conciencia histórica de cada grupo, de cada región, lo que implica ampliar la visión del quehacer histórico, el reconocimiento preciso del pasado y su uso para la compresión del presente y estar, así, en mejores condiciones de desarrollar los proyectos sociales del presente y del futuro. En la recuperación de esta memoria los medios de comunicación pueden nutrirse para su gran responsabilidad. Es aquí también donde se ubican las tareas de recuperación del patrimonio cultural, histórico, arqueológico, colonial, documental y artístico.
3) Recuperación del conocimiento como valoración y preservación sistemática de los saberes tradicionales de los grupos étnicos y populares, referidos a las relaciones del hombre y el grupo con la naturaleza: flora, fauna, recursos naturales, modos de producción, tecnología, alimentación, plantas medicinales, medicina tradicional, arquitectura tradicional, equilibrio ecológico, etc., así como las relaciones de los hombres entre sí. Conocimiento que debe difundirse, apreciarse y usarse como vía de liberación y que será la base de una tecnología apropiada para cada sector de la nación. Su difusión en el campo educativo y a través de los medios de comunicación es una de las tareas principales.
4) Recuperación de los espacios. La recuperación de los espacios sociales, de participación y de decisión, por parte de los grupos étnicos y populares, implica revalorar las formas de organización social y de vida democrática de nuestras comunidades, pueblos y organizaciones diversas; el reconocimiento de su importancia por los medios de comunicación social y, asimismo, el desarrollo de nuevos espacios de participación y comunicación popular.
5) Recuperación de la identidad. La recuperación de la identidad de los grupos étnicos y de las culturas regionales, como síntesis y efecto de las anteriores recuperaciones, y que debe articularse a los proyectos educativos, de acción cultural y de comunicación, así como a la reflexión y diseño de proyectos propios sobre problemas del presente y las aspiraciones para el futuro.
La Quíntuple Recuperación Cultural a que se ha hecho referencia implica diversos procesos de análisis, reflexión y acción sobre el pasado, sobre el patrimonio cultural histórico y sobre la cultura viva; también requiere de un proceso de prospección al futuro, la determinación conceptual y la identificación de los valores que han permitido construir el país y prepararse para erigir el modelo cultural que ayude a la nación a superar la crisis y resurgir transformada y abierta hacia el futuro.
En esa proyección al porvenir todos debemos ser actores protagónicos: las mujeres, los niños, los jóvenes y los ancianos, para que seamos capaces de promover y fortalecer un solidario esfuerzo de desarrollo social y cultural, y con ello el futuro de la sociedad mexicana en la democracia y en la justicia.
La historia de México nos muestra que en la unión y la fortaleza de los grupos populares, y en su patrimonio cultural, descansa la mejor defensa de nuestra identidad. Los protagonistas de esos procesos de cultura plural son, además de los grupos indígenas, los diferentes grupos mestizos que se manifiestan como culturas regionales y locales, herederos de una historia propia en la cual el individuo no se pide ni se aísla, sino actúa en concordancia con su tiempo, su espacio y su circunstancia social.
El patrimonio cultural de nuestra nación está expuesto hoy en día a los embates del colonialismo cultural y a la clara mediatización de los grandes medios masivos de comunicación, cuyo gran desafío aquí se sugiere: imaginemos las características de dichos medios si, en términos de solidaridad con las generaciones del porvenir, una parte de su esfuerzo se dirigiera a la recuperación de la palabra, de la historia, de los conocimientos, de los espacios sociales y las identidades de los diversos rostros del México plural.
La Quíntuple Recuperación Cultural es, en fin, un instrumento conceptual útil para fortalecer la identidad nacional, en donde la participación de los medios es esencial. Por ello se demanda que éstos sean solidarios con el país, con su pasado y su futuro. Solidarios, en el presente, con cada uno de los grupos creadores de cultura propia, porque cuando la educación y la labor de los medios se realizan al margen de esta actitud de solidaridad, niegan su razón de ser y puede hablarse entonces de subordinación ideológica, de no-comunicación, identificándose con la elaboración de productos que constituyen una anticultura, toda vez que niegan la cultura propia e introducen modelos de conducta ajenos, formas artificiales, consumo, moda, que no puede sustentarse en la propia historia y tradición, en la propia personalidad cultural, ocasionando falsas expectativas y demandas que corresponden a otros centros y a otros sectores, y que dan origen a nuestra supeditación sumisa ante los designios del dominador.
Por ello, es imprescindible que los medios respondan, también a la necesidad de formular y desarrollar un proyecto de renovación cultural en el que el pueblo disfrute su cultura, la autoestime y le permita ser factor digno y orgulloso de su estirpe histórica. Porque cuando se emplean modalidades negativas de comunicación éstas desagregan las opciones reales de la comunicación, no sólo entre grupos sociales, sino también en el interior de ellos; impiden así la comunicación entre generaciones y fracturan la transmisión oral y la herencia cultural necesarias para el desarrollo de una identidad.
Así, por ejemplo, se anula la comunicación entre ancianos y niños para buscar tan sólo la comunicación vertical ligada al consumismo. Por antí-tesis recordemos las concepciones de la pintura mural mexicana, antes de que existiera la televisión, como uno de los grandes refuerzos para la enseñanza, la información y el fomento de la identidad y, en el mismo sentido, otros ejemplos como el de Radio Educación (creada en 1929) y de diversas publicaciones educativas de gran tiraje, culturales y de prensa, tanto como los intentos cinematográficos ligados ? directa o indirectamente- a las causas del pueblo.
Por todo lo anterior, se precisa la aplicación de cuatro orientaciones básicas para la comunicación social en el fomento de la cultura popular:
1) Que los medios respondan a la necesidad de formular un proyecto de renovación cultural en el que el pueblo disfrute de su cultura, la enriquezca y le permita ser factor digno y orgulloso de su estirpe nacional.
2) Que el pueblo pueda acceder al uso directo de los medios de comunicación para desarrollar y producir su cultura para que se exprese sin mediación, comunique sus diversos componentes, y pueda crear y renovar sus espacios culturales y sociales. De esta manera, los medios de comunicación se pueden utilizar para decidir el proyecto de la cultura del futuro, para que el pueblo pueda estar en posibilidad de tomar posiciones y decidir por sí mismo y no ser inducido a hacerlo con base en proposiciones que le son ajenas.
3) Que los medios de comunicación social se empleen para desarrollar en su acción el valor supremo de la solidaridad, para que seamos solidarios entre nosotros mismos, solidarios con nuestro pasado histórico y nuestra herencia cultural múltiple y diversa; críticos frente al presente y constructivo respecto al futuro. Solidarios también con otras culturas y con otros pueblos. Apuntalar el respeto a nosotros, pero simultáneamente el respeto a los demás. Y, lo más importante: ser solidarios con las generaciones del futuro, lo que implica interrogarnos sobre qué clase de país y de cultura les dejamos a los niños de hoy, que son los hombres del mañana.
4) Que sea impulsada la vitalidad popular hacia la creación y uso de medios opcionales de comunicación social directos e informales, de la misma manera en que recientemente viene sucediendo con:
a) Los purépechas, nahuas y mazahuas de Michoacán, los totonacos de Puebla y Veracruz, y los zapotecas y mixes de Oaxaca, al emplear las plazas públicas para llevar a cabo encuentros sobre tradiciones orales y otros temas de su interés.
b) Los encuentros de cultura popular que llevan a cabo los mayas desde agosto de 1982 en Mani, Yucatán, lugar donde el Obispo Landa quemara los antiguos códices y libros sagrados, pretendiendo así destruir a la cultura maya.
c) Los encuentros interétnicos de jóvenes de diversas etnias del país que concurren a Michoacán y Oaxaca para intercambiar ideas y experiencias sobre el papel que desempeñan sus conocimientos tradicionales en la actualidad, con el propósito de defender sus identidades, expresiones lingüísticas y estéticas, y sus organizaciones, etcétera.
d) Los eventos organizados por el Museo Nacional de Culturas Populares, donde se concitan los intereses e inquietudes de los sectores del pueblo que buscan una comunicación bidireccional con sus propios símbolos, expresiones, estilos y creaciones culturales: campesinos, obreros, pescadores, mineros, maestros, artesanos, músicos, etcétera.
En México ha sido muy prolongado el proceso histórico y social en que se ha dado el debate de las ideas que llevaron a asumir políticamente que nuestra cultura es plural; para aceptar nuestras diversidades étnicas, regionales y populares y, en consecuencia, construir programas y proyectos institucionales en los campos de la antropología, el indigenismo, la cultura y la educación. Se ha alcanzado un alto nivel político, entre otros factores, porque el Plan Nacional de Desarrollo de 1982-1988, al menos de una manera indicativa, señala estas orientaciones, y el Programa Nacional de Educación, Cultura, Recreación y Deporte acoge iniciativas y metas deseables en este campo para el sexenio 1984-1988. Se trata de dos plataformas básicas que han impulsado el desenvolvimiento de las ideas referidas, aunque sean por ahora sólo un inicio, al crear condiciones para diversos proyectos de instituciones nacionales, tales como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), El Instituto Nacional Indigenista (INI), La Dirección General de Educación Indígena (DGEI), la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas (DGCP), La Dirección de Promoción Cultural (DGPC), y el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA), entre otras. Y más aún, concepciones y líneas de trabajo semejantes se abren paso paulatinamente, en áreas de cultura y educación de diversos gobiernos estatales, en especial de aquéllos que presentan una alta densidad de población india. Esto tiene importancia en la medida de que la política aún predominante en México generalmente postula la necesidad de una homogeneidad en todos los órdenes de la población, y borrar las diferencias es ?en consecuencia- una de las tareas básicas de todo proyecto social, educativo y cultural así orientado. Se trata de una visión política hegemónica y de su consiguiente acción en el mismo sentido; pero el relativo éxito de esta postura no indica necesariamente que se finque en la realidad multiforme, sino, antes bien, significa que se ha pretendido conformar a partir de un modelo teórico elaborado por corrientes del pensamiento social y político del siglo XIX, en que prevalecía la idea fija de establecer un Estado-nación homogéneo.
De aquí la importancia del análisis histórico tanto de las ideas rectoras como de las instituciones y sus programas; se impone la reflexión que permita discernir el trigo de la paja en la acumulación de las experiencias sociales, educativas y culturales; es preciso identificar lo que es vigente, lo que es promesa, y a la vez es futuro. Urge tener la capacidad de diseñar nuevos proyectos conforme a nuevas necesidades; proyectos que llevarán, históricamente, a superar en un futuro, aún lejano, las contradicciones étnicas que surgen de la situación colonial de origen (desde el siglo XVI), y la posición cultural y de proyectos sociales que se da entre las problemáticas particulares del indio y del mestizo.
En México, respecto a la nación y al Estado, los grupos indígenas constituyen cuantitativamente grupos culturales minoritarios al contrastarse con el grupo étnico mayoritario de los mestizos, subconjunto dominante en todos los órdenes. De aquí la necesidad de reformular la idea de la nación como una nación pluricultural.
En su origen, la cultura de los mestizos mexicanos surge también como una cultura subordinada, pero, a diferencia de los indígenas, aquélla nace en el siglo XVI sin personalidad propia, ni rasgos muy definidos. Sólo después de atravesar el crisol biológico, de crecer numéricamente y de labrar los rasgos de su rostro cultural, se manifiesta como el sector más dinámico, aunque sumergido en la constante tormenta de sus tendencias contradictorias. Es así como se inicia el proceso de búsqueda de su propia identidad. Después de la guerra de Independencia, los mestizos se ubican en todos los estratos de la sociedad mexicana, en virtud de su presencia y participación en todas las clases sociales. Por contraste, los indígenas no intervienen, como tales, en todas las clases sociales; se ubican en sitios precisos de la estructura social piramidal del país. Además, las diferencias culturales entre mestizos e indígenas se dan siempre como contradictorias, aunque a menudo ambas participen en una misma clase social.
Bajo la perspectiva de la identidad cultural, también es diferente el comportamiento de indígenas y mestizos. Para los primeros el dilema es, desde la época colonial, la conservación de su identidad étnica mediante su resistencia cultural, o la de su pérdida, por la asimilación. También se enfrentan al problema de saber guardar y transmitir la tradición cultural que los identifica, y al mismo tiempo, enfrentarse al cambio, es decir, a la transformación cultural. Para los mestizos, por el contrario, su proceso ha sido el de la búsqueda de identidad, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando se desarrollan los primeros planteamientos de las características de una ?cultura nacional?, como un proyecto de las clases entonces ascendentes y que posteriormente se establecerían como hegemónicas. Éstas desarrollan su propio modelo de cultura aunque sujetos a la influencia de moldes europeos: la nación y la cultura nacional se conciben homogéneas y a ellas deberán integrarse todos aquéllos que tienen una cultura diferente, como los indígenas; pero éstos se resisten y saben, a pesar de las fuerzas opositoras, guardar la continuidad de tradiciones que les permiten conservar su personalidad, pero que no impiden su transformación ni su cambio.
Por estas razones, entre otras, la reciente reforma municipal merece todo el apoyo de las instituciones de cultura, ya que precisamente está dando paso a una renovación importante en terrenos en que anteriormente la política cultural se limitaba a ser espectadora de hechos consumados y decididos desde el centro. En efecto, las modificaciones al Artículo 115 de la Constitución propiciarán una mayor conciencia de las capacidades y potencias propias entre los municipios del país, y con ello será posible introducir modalidades de autogestión en el campo de la cultura popular desde el ayuntamiento. Para desconcentrar ordenada y eficazmente los servicios y bienes culturales destinados a los sectores populares se tienen que redistribuir las oportunidades que actualmente se condensan en la capital y en algunas urbes con algún grado de industrialización. Según el Centro Nacional de Estudios Municipales sería conveniente ?lograr el equilibrio regional de la producción agrícola e industrial, así como de la distribución de los productos. Para ello, es necesario desconcentrar los recursos financieros, materiales, técnicos y humanos, y redistribuirlos en el territorio nacional?12.
En este contexto, habría que tomar en muy en cuenta las estructuras culturales que recibirán los beneficios de la reforma municipal, ya que no se trata de fortalecer a las oligarquías, caciques, intermediarios, acaparadores y toda la gama de explotadores del indio y las clases marginales de los municipios del país. Al respecto, el propio Centro Nacional de Estudios Municipales surgiere lo siguiente:
Para la consecución de estos objetivos es necesario, en primer lugar, la implantación de industrias que satisfagan las necesidades de insumos para la agricultura. Debido al alto costo que plantea el establecimiento de industrias con alta tecnología, así como la dependencia hacia el exterior que traen consigo, la solución municipal por esta vía parece ser, además de poco factible, poco recomendable.
Una manera de salvar el problema es impulsar los trabajos tradicionales; es decir, aquellas formas de trabajo que con la entrada del mercado capitalista a los sectores rurales del país han ido desapareciendo. Tal es el caso de los oficios como el de carpintero, herrero, zapatero, etc., y el de la producción de artesanías como textiles, cerámica, alfarería, talabartería, etcétera.
En el caso de los oficios y artesanías, su impulso y orientación hacia la producción de los artículos necesarios para la agricultura y los servicios que demanda la comunidad, puede constituir la solución al problema de la escasez de productos industriales, especialmente en los municipios de mediano y bajo desarrollo, ya que son los que cuentan con menos recursos y en los que este tipo de trabajos tienen mayor importancia. No obstante, en los municipios de alto desarrollo también pueden constituir una relativa solución13.
Lo anterior pone en evidencia la preocupación del gobierno de incluir en la reforma municipal una serie de medidas tendientes a refuncionalizar algunas de las aptitudes creativas y productivas de los sectores tradicionales de la población. Y éste es sin duda un avance significativo, pues se está pensando en acciones que conjugan aspectos de la vida cotidiana, valga decir, de la cultura, de estos sectores, en su relación con la tierra, con el trabajo y con las identidades regionales. Y más aún, se dará concreción a la demanda presidencial según la cual ?... una política de descentralización de la vida nacional no sólo debe cubrir los aspectos políticos, administrativos, ni siquiera económicos. Una política de descentralización de la vida nacional debe tener un alto contenido de descentralización de la educación y de la cultura?14.
Adicionalmente, ésta es una forma de reconocer que la preeminencia de la llamada ?alta cultura? sobre las culturas regionales y populares tienen mucho de falacia tendenciosa, y que en nuestros días se está imponiendo un concepto de cultura que abarca no sólo las manifestaciones del genio y la experiencia de algunos individuos educados de una manera cosmopolita y universitaria, sino toda una gama de expresiones, materiales e inmateriales, que los grupos humanos van creando en relación con su ámbito natural, con otros grupos sociales y con sus propias tradiciones y anhelos. Éste es el caso de las culturas populares, generadoras de valores, conductas, bienes, situaciones y elementos afectivos que dan sentido a la dinámica social en que aparecen, a la vez como una pulsión colectiva y como una necesidad de afirmación en un tiempo y en un sitio determinado. Los linderos de su aprehensión teórica son un tanto imprecisos y en ocasiones se confunden debido principalmente a las diferentes categorías de análisis que se emplean para determinarlos (sociológicas, económicas, antropológicas, demográficas, etc.) Así sucede cuando, por ejemplo, se trata de distinguir entre cultura de las minorías y cultura de masas, en donde pueden coincidir algunos aspectos de la producción simbólica de ambas sin que por ello pertenezcan a la misma categoría. Lo mismo puede decirse de la confusión entre mero folclor y arte popular genuino.
Aquí cabe hacer mención de los objetivos y lineamientos bajo los cuales ha venido trabajando la Dirección General de Culturas Populares de la Secretaria de Educación Pública. Éstos son:
I. Crear conciencia y proponer en la sociedad nacional el respeto de los valores culturales y tradicionales de los indígenas y de los grupos populares, urbanos y rurales.
II. Estudiar, rescatar, preservar, fomentar y difundir todos los valores, creaciones y manifestaciones culturales generados por los grupos populares, étnicos y regionales, cuyo conjunto contribuye a caracterizar la identidad pluricultural del país.
III. Coadyuvar con diferentes organizaciones sociales para dar impulso al desarrollo de las culturas populares, étnicas y regionales, alentando las iniciativas creadoras de las diferentes comunidades que las constituyen y que atienden a la animación cultural.
IV. Capacitar a miembros de las culturas populares, étnicas y regionales, para que se dediquen al estudio, rescate, reflexión, defensa, promoción y difusión de sus valores tradicionales y sus espacios culturales, como medios de afirmación, fortalecimiento y desarrollo de la identidad pluricultural del país.
V. Elaborar, a partir de los valores culturales de los grupos populares, étnicos y regionales, contenidos diversos para el Sector Educativo.
VI. Consultar con las organizaciones populares, étnicas y regionales, la formulación y ejecución de programas que conciernan al desarrollo de las culturas propias de sus comunidades.
VII. Cooperar con las diferentes dependencias del Sector Educativo, con los gobiernos Federal, estatales y municipales, y otras instituciones, en la formulación de políticas, programas y acciones para la investigación, capacitación, fomento y difusión de las culturas populares.
VIII. Promover, fomentar y difundir el conocimiento e investigaciones de los valores y expresiones de las culturas populares, étnicas y regionales, en todos los sectores sociales y culturales del país, a través de acciones propias y/o coordinadas con otros organismos e instituciones.
IX. Rescatar, registrar, estudiar y difundir las lenguas, dialectos y formas de habla popular de los miembros de las diferentes etnias y comunidades de la República, como una forma de afirmación de la identidad cultural, para procurar la preservación de las principales lenguas y culturas indígenas del país.
X. Fomentar el conocimiento e intercambio de los valores y expresiones de las culturas populares con la comunidad internacional.
XI. Promover, fomentar y difundir, por medio del Museo Nacional de Culturas Populares, las creaciones de la cultura popular mediante exhibiciones y actividades paralelas.
XII. Fomentar la creación y preservación de los archivos y bibliotecas de las tradiciones y las artes populares.
XIII. Realizar todas aquellas funciones que las disposiciones legales confieren a la Secretaría, que sean afines a las señaladas en las fracciones que anteceden y que encomiende el Secretario del Ramo.
En este punto vale la pena recordar lo que se ha dicho líneas atrás respecto a la composición de las culturas populares, esta vez presentando un pequeño cuadro ilustrativo.
Cultura popular
Cultura indígena Cultura mestiza
del campo de la ciudad del campo
En la práctica, el trabajo de la Dirección General de Culturas Populares se despliega de una manera flexible y adaptada a las particularidades de las regiones. Cada Unidad Regional de Investigación y Promoción cuenta entre sus integrantes a antropólogos, lingüistas, historiadores, biólogos y otros especialistas en áreas humanísticas, sociales y biológicas, además de técnicos y animadores. Esta orientación multidisciplinaria tiene ventajas y desventajas, toda vez que debe establecerse un consenso mínimo en cuanto a los criterios, procedimientos y objetivos que rigen la perspectiva globalizadora desde la cual cada miembro de la Unidad aporta según sus capacidades e intereses científicos. Haciendo un esfuerzo de síntesis, se puede afirmar que la homogeneidad se debe dar alrededor de los siguientes pasos dentro de la labor de la Unidad:
a) Selección de las regiones en las cuales se trabajará, a partir, esencialmente, de criterios de urgencia (etnias amenazadas de extinción cultural) o de criterios opuestos (etnias que por su masiva presencia demográfica y cultural demandan atención)
b) Reclutamiento selectivo de miembros adultos de las comunidades involucradas en el programa;
c) Capacitación para los miembros de las comunidades seleccionadas, y
d) Finalmente reinserción del personal capacitado a sus regiones de origen, para que inicien sus trabajos de investigación y promoción en calidad de promotor cultural.
Particularmente importante en este proceso es la selección adecuada de los promotores, pues lo que se busca es que éstos sean capaces de generar reflexiones y actividades de modo endógeno, es decir, que puedan despertar en su comunidad una militancia a favor del rescate de su propia cultura. Por ello, en el curso de los trabajos de capacitación de candidatos se insiste en la recuperación de la historia (que incluye lo antiguo y lo tradicional) como ejercicio colectivo tendiente a revisar la versión parcial de la cultura dominante. De allí surge una nueva visión de los valores propios de la comunidad, la cual debe servir de disparador de ideas y proyectos para el futuro del grupo de que se trate. El promotor ha de ser un hombre (o mujer) entendido en los rasgos de la pluralidad cultural: la suya y la proveniente de los sectores sociales regionales y/o nacionales dominantes, por lo que resulta preferible que conozca en alguna medida la lengua del grupo con el cual trabajará colectivamente. Su primer movimiento dentro de las comunidades bajo su influencia será promover iniciativas culturales de su comunidad y región, lo que llevará a cabo no como un jefe o líder, sino como un servidor de su pueblo cuya recompensa es el prestigio social y, en ocasiones, algún estímulo de carácter económico. El Manual del promotor cultural15 fija para éste las siguientes funciones:
1) Ejercer la defensa activa de la cultura propia, tanto contra los que la niegan como contra los que la manipulan.
2) Si se trata de una comunidad india, promover el uso y estudio de la lengua indígena en las actividades de tipo educativo, cultural, recreativo e informativo y revalorar el prestigio de las modalidades del castellano regional.
3) Fortalecer en la gente la confianza en sus propios valores, combatiendo toda manifestación de la identidad negativa.
4) Promover la organización de las comunidades para el aprovechamiento directo e indirecto y el control de su patrimonio cultural.
5) Promover la capacitación de las personas interesadas en estudiar y desarrollar algún aspecto específico de su cultura.
6) Organizar actos culturales (cine, teatro, música, danza, conferencias, cursos, festivales, exposiciones, etcétera)
7) Realizar, solicitar, coordinar, y dar seguimiento a las investigaciones en el área, exigiendo en cada caso un beneficio real para el grupo, y oponiéndose a las que encuentre inconvenientes o sospechosas.
8) Recopilar y ordenar todo el material impreso que exista sobre su grupo, comunidad o etnia, así como sobre los otros grupos de la región;
9) Elaborar proyectos culturales que serán sometidos, cuando sea preciso, a las instituciones locales, estatales y federales para su aprobación y apoyo en el aspecto económico o científico.
10) Reunir todas las piezas con interés arqueológico y etnográfico que hubiere en la región, con miras a la creación de un Centro Cultural Comunitario.
11) Apoyar la creación de bibliotecas públicas en las comunidades, y difundir el hábito de la lectura.
12) Apoyar la formación de talleres literarios y de tradición oral con los narradores y poetas de la región, donde se hará lectura crítica y teoría literaria elemental, y se volcarán en la escritura los contenidos de la tradición oral.
13) Apoyar a los artesanos y artistas populares de su comunidad y región, y la formación de talleres que impulsen el desarrollo de dichas actividades. Asimismo, promover la formación de asociaciones de artesanos, músicos y otras personas, para la mejor defensa de sus intereses,
14) Si hubiera en la región emisora de radio, intervenir en la programación de las mismas y mantener un espacio semanal para difundir los valores de la cultura étnica.
15) Estimular a los maestros y apoyarlos en la medida de lo posible para que introduzcan en los contenidos y actividades educativas los valores de la cultura popular.
16) Tomar fotografías y realizar grabaciones que documenten las principales costumbres del pueblo, su música, su historia, sus conocimientos y sus tradiciones orales, etcétera.
17) Publicar periódicos y libros, con el apoyo de personas capacitadas para mantener tal empresa.
18) Abrir debates populares sobre la conveniencia de adoptar o no un determinado elemento de la cultura ajena, y las adaptaciones que se harán al mismo.
Cabe hacer mención, asimismo, de la labor que viene desplegado el Museo Nacional de Culturas Populares, avocado a atender diversos aspectos de la cultura popular para difundir los valores, las creaciones culturales y las iniciativas de los grupos populares, étnicos o regionales. Por medio de exposiciones, eventos paralelos, investigaciones y acopio de documentación, se da servicio a alrededor de 40 000 personas anualmente, especialmente a la población escolar. Entre las exposiciones que este museo ha organizado en apoyo a las tareas de la Dirección General de Culturas Populares, a la cual pertenece, destacan ?El maíz, fundamento de la cultura mexicana?. ?Obreros somos?, ?La vida en un lance?, ?El país de las tandas?, y ?El circo?, entre otras dedicadas a preservar diversos elementos vivos de la cultura de México. Sus eventos de animación cultural y de recuperación de tradiciones populares ?de manera muy especial las urbanas- constituyen modelos innovadores en el país y en el extranjero.
En 1983 se reforma y adiciona la Ley de Premios, Estímulos y Recompensas Civiles, para dar cabida, dentro del Premio Nacional de Artes y Ciencias que entrega anualmente el presidente de la República, al Premio en la rama de Artes y Tradiciones Populares, que es el único que puede otorgarse a comunidades y grupos (el arte popular es, generalmente, una creación colectiva tradicional) Este hecho debe considerarse como un gran avance en el reconocimiento de las potencialidades creativas y expresivas de los sectores populares. Su significado va más allá de la simple entrega de un galardón de alta jerarquía en nuestro país; revela, lo que es más importante aún, la intención decidida del gobierno de la República de exaltar la imaginación, el genio, la fantasía y la voluntad de forma de nuestros creadores: músicos, artesanos, grupos de danza y teatro genuinamente populares, cuyo apego a la tradición asegura la continuidad de sus valores culturales.
Adicionalmente, el Estado ha puesto en marcha programas específicamente dedicados a identificar, preservar, estimular y coadyuvar a la comercialización de las artesanías mexicanas, expresión de una sensibilidad y una cultura que se materializa en formas bellas y útiles a la vez. En este campo, el Fondo Nacional parta el Fomento de las Artesanías ha venido desarrollando una labor intensa al lado del PACUP, PROGRAMA creado durante el presente sexenio, y en el que concurren instituciones y organismos del sector educativo como el propio FORNART, la Dirección de Culturas Populares y el Instituto Nacional Indigenista. Por medio de concursos, compra y distribución directas, apertura de crédito blandos a artesanos y otras acciones, se intenta mantener el carácter genuino de los productos artesanales, sus materiales de origen y su salida comercial en las mejores condiciones posibles. Estas manifestaciones de cultura popular tienen un bien ganado prestigio nacional e internacional que, sin embargo, en los últimos años han tendido a deteriorarse debido principalmente a: la adopción de medios mecánicos en donde antes privaba la manualidad; la imitación de patrones, motivos y diseños occidentales en detrimento de las imaginarías locales; la falta de un inventario completo de las más valiosas producciones artesanales; insuficiente difusión tanto nacional como en otros países; falta de investigaciones profundas sobre la relación que hay entre producción artesanal, arte popular y cultura nacional, y entre estas expresiones y el medio ambiente en que se manifiestan; y por último, el desorden en el mercado de las artesanías. Resulta de la mayor importancia reforzar los programas de investigaciones interdisciplinarias en torno a esta actividad de nuestro pueblo, para estar en posibilidad de darle un mayor impulso y asegurar su permanencia entre los valores culturales de México.
El interés de algunos extranjeros (desde Frederic Starr, que en 1899 publica en Londres su Catalogue of Collection of Objects Illustrating the Folklore of México, pasando por el México desconocido de Carl Lumholtz, Los huicholes de Robert M. Zingg o la colección del matrimonio Cordry, hasta Frances Toor, editora de Mexican Folkways, impulsó al plano internacional el gusto por las tradiciones del arte popular y las artesanías de México.
Sin embargo, sólo hasta fechas relativamente recientes se logra determinar con cierta auciocidad en qué consisten las artes populares.
En 1942 Alfonso Caso había intentado una reubicación del concepto de arte popular en estos términos:
El arte popular no es la continuación del arte de los aborígenes precortesianos. No es tampoco un arte europeo por su técnica o por su inspiración. Si lo llamamos mexicano es porque, como otras manifestaciones culturales de México y como la población misma, está integrado por elementos europeos que se han injertado en el tronco indígena y manifiesta, en todos los momentos de su evolución ?como no podría dejar de hacerlo-, la historia de México en su pasado prehispánico, en las aportaciones que influyeron en el país durante la Colonia (aportaciones europeas y asiáticas) y en la síntesis de estos elementos desde la Independencia hasta nuestros días. Por otra parte, los productos del arte popular, aunque indígenas en su mayoría, no lo son en su totalidad, y hay ciertos productos de arte popular que no son elaborados por los indígenas de los pequeños pueblos, sino por los mestizos de las grandes ciudades, por ejemplo la Talavera de Puebla, el vidrio de Texcoco o de México, etc. etc. Sería en consecuencia un error llamar al arte popular arte indígena, pero sería un error mayor estimar que el arte popular de México es un arte europeo16.
Útil definición, si bien habría que apuntar que existen otras igualmente precisas (la de Jas Reuter es una de las mejores) entre los estudios de esta rama de las artes de nuestro país. Pero más importante es saber que la preocupación de intelectuales, artistas y escritores ?como el Dr. Atl, Adolfo Best Maugard, Salvador Novo, Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, Daniel Rubín de la Borbolla, Manuel Gamio, Luis Chávez Orozco y Porfirio Martínez Peñaloza, para sólo mencionar algunos de los nombres más significativos- sobre el destino y continuidad de las artes populares y las artesanías, ha generado respuestas institucionales tendientes a darle protección a estas actividades cultivadas por más de cinco millones de mexicanos. Un ejemplo más de ello es la creación, en junio de 1983, del Programa de Protección y Estímulo a los Valores Tradicionales de las Artesanías y las Culturas Populares, a iniciativa del entonces secretario de Educación Pública, licenciado Jesús Reyes Heroles. Los objetivos para los cuales fue creado este instrumento son:
Coordinar y evaluar las acciones de los organismo federales que laboran con este sector de la población (Dirección General de Culturas Populares, FONART, Museo Nacional de las Artes e Industrias Populares del INI, entre otras, para llevar a cabo la operación de proyectos específicos aprobados por el Programa.)
Apoyar y fortalecer la acción de los municipios y gobiernos estatales en la preservación de las tradiciones artesanales y culturales regionales y locales, mediante la celebración de convenios.
Apoyar las iniciativas y programas endógenos y autogestionarios de los artesanos y los grupos étnicos, regionales y populares creadores de cultura popular.
Rescatar las materias primas de uso artesanal y tecnologías en vías de extinción.
Esta importante responsabilidad debe realizarse aun en contra de quienes le niegan presencia y universalidad a las artes y tradiciones populares aduciendo, como lo ha hecho Arnol Hauser, que: ?Según la opinión más extendida, el pueblo es esencialmente improductivo; no produce apenas, sino que la mayoría de las veces sólo reproduce? (citado por Porfirio Martínez Peñaloza en su ensayo ?Sobre varias definiciones del arte popular?, SEP, México 1978) Las mil y una formas que adopta esta expresión de nuestro pueblo ha podido desanimar a más de un esteta en su indagación de lo mexicano, de la tradición eterna y siempre niña que configura el arte entre las capas más desprotegidas de la sociedad pluricultural que somos. No obstante, dicha responsabilidad no puede soslayarse, so pena de deteriorar una parte sensible de nuestra identidad nacional. Ya Manuel Gamio demostró en su trabajo sobre la población de Teotihuacan que no sólo es deseable, sino también factible, inculcar el aprovechamiento industrial de las materias primas locales: cerámica, sombreros, tejidos, implementos de fibras de maguey, etc., entre los pueblos con relativo atraso económico de la República. Su ejemplo debería retomarse y sus esfuerzos en favor de las comunidades campesinas ser objeto de una más detenida consideración. Ello estaría acorde con los planteamientos antes mencionados, que se refieren a la descentralización y a la reforma municipal que ha puesto en marcha el actual gobierno. En este sentido está pensado el otorgamiento anual del Premio Nacional en la rama de Artes y Tradiciones Populares, pues constituye un estímulo y un reconocimiento a los maestros artesanos y artistas populares contemporáneos del país.
El Estado mexicano sustenta su legitimidad en la voluntad de las clases populares. No puede, en consecuencia, desdeñar la cultura que estos sectores producen y mantienen sino, antes bien, está obligado a dar respuesta y estímulo a los requerimientos y demandas culturales de la población, incluyendo desde luego a los grupos étnicos y populares. Una política cultural congruente por parte del Estado tendría que establecer como objetivo principal coadyuvar a la liberación de estos sectores de la población, una liberación en la que están comprometidos los más altos valores de nuestra identidad como nación. Existen ya las bases para producir ese gran vuelo en la acción gubernamental hacia ellos. El Plan Nacional de Desarrollo fija para el sector educativo tres fines fundamentales: promover el desarrollo integral de los individuos y de la sociedad mexicana; ampliar el acceso de todos los mexicanos a las oportunidades educativas, culturales, deportivas y recreación, y mejor la prestación de servicios en estás áreas. El mismo documento establece:
El federalismo se fortalece con una vida cultural más equilibrada, con la descentralización y el apoyo a las culturas de las regiones, de los estados y de los municipios mismos. El nacionalismo en la política y en la economía alcanza pleno sentido con el aliento y defensa de nuestra identidad cultural.
Ante esta toma de posición, las autoridades del sector educativo han puesto en marcha una serie de medidas tendientes a apoyar la cultura nacional, en general y las culturas populares en particular, y cuyos programas prioritarios son:
1) Investigar, preservar y difundir el patrimonio cultural de la nación, tanto los bienes arqueológicos, históricos y artísticos cuanto las manifestaciones tangibles e intangibles de las culturas indígenas y populares, tales como las artesanías, las tradiciones, las costumbres y las lenguas, entre otros valores que florecen en las diferentes regiones del país.
2) Combatir la centralización de los bienes y servicios culturales, propiciando y apoyando las iniciativas culturales de los estados, los municipios y las comunidades, con especial atención a las zonas fronterizas.
3) Enriquecer los contenidos culturales de la educación, estrechando los vínculos entre el sector educativo y la cultura, y ampliando las oportunidades de formación y capacitación del magisterio en las tareas de animación y promoción cultural. Se incluye aquí la necesaria tarea de mejorar la calidad de la educación artística.
4) Utilizar en toda su capacidad los medios de comunicación social para que los programas que difunden constituyan una opción ante los mensajes enajenantes y consumistas transmitidos por los medios electrónicos comerciales, y coadyuven a la movilización a favor de la defensa de la cultura nacional.
5) Promover el hábito de la lectura formativa, informativa y recreativa que despierte en los ciudadanos un espíritu crítico que libere las conciencias de prejuicios y extienda las oportunidades de entrar en contacto con los valores de la cultura nacional y universal transmitidos a través de proyectos editoriales y bibliotecarios.
6) Atender las necesidades culturales y recreativas de los niños y de los jóvenes, fomentando en ellos el conocimiento de nuestra historia y el aprecio de los valores que conforman nuestra identidad nación.
Es claro, pues, que el Gobierno Federal tiene ahora una política cultural que recoge las bases para satisfacer algunas de las aspiraciones más altas de los mexicanos. Así, en el Programa Nacional de Educación, Cultura, Recreación y Deporte 1984-1988, dichos programas encuentran su fundamento y principales línea de acción. Se acepta allí que:
? amplios sectores de la población han quedado al margen de la vida cultural (?) Las acciones culturales se han concentrado en las urbes, beneficiando predominantemente a las clases sociales más favorecidas del medio urbano. Pero, lo que es más grave, se han considerado poco valiosas las diversas manifestaciones de la creatividad de los grupos marginados (?) El gran desafío a que se enfrentará el país en los próximos años será el de dar al desarrollo una dimensión cultural, para satisfacer las necesidades de la población?
Sin embargo, simultáneamente en dicho programa se sigue hablando de ?elevación cultural? en el viejo sentido, lo cual quiere decir que aún se piensa que debe ser la cultura popular la que acceda, en ascenso vertical, hasta las capas ?superiores? de la alta cultura. Si uno de los objetivos de la revolución educativa es la ?construcción de una nueva sociedad?, cuya bases descansen en el proyecto revolucionario de 1917 y en el fortalecimiento y depuración de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado, entonces se hace necesario reducir las contradicciones que aún se deslizan entre los planteamientos mejor intencionados.
Se insiste en que el país debe ?modernizarse?, pero se pasa por alto el hecho de que ésa ha sido la tendencia desde nuestro acceso a la vida independiente, amén de los esfuerzos redoblados que en ese sentido se han hecho desde hace unos treinta o cuarenta años. Pero en el discurso actual sobre la necesidad de modernizar el proceso de nuestro desarrollo no aparecen con claridad suficiente los intereses de las minorías étnicas y, en general, de los grupos populares, de los campesinos y, en una palabra, los sectores marginados de la sociedad nacional. Tal pareciera que la planificación económica se estuviera llevando a cabo en un país uniformemente desarrollado, homogéneo y dispuesto a acceder a la modernización aun a costa de su integridad cultural, es decir, de una realidad social diversificada. Por ello, en este terreno sería necesario admitir que hay cierta incompatibilidad ?desde luego, no irreductible a priori- entre el proceso de modernización y los esfuerzos por defender la pluralidad cultural de México. Se trataría de demostrar que el proyecto nacional no puede emanar sólo del poder y los objetivos políticos y económicos. Nuestro ingreso a la economía ?modernizada? debería tener en cuenta que está de por medio nuestra identidad cultural. En el futuro inmediato se impone incorporar una reflexión seria sobre la relación entre proceso ?modernizador? desde arriba y el fortalecimiento de la cultura nacional desde abajo. El proyecto nacional parece haber entrado en una etapa de transformaciones aceleradas que cuestionan algunos de sus fundamentos. Las tecnologías avanzadas han creado un clima de permanente contacto con realidades ajenas que promueven falsas expectativas de bienestar entre la población de medianos y escasos recursos. Las tendencias integracionistas de la economía mundial han dejado en el desamparo a vastos sectores de las sociedades preindustrializadas, las cuales no cuentan sino con su cultura para hacer frente a la penetración promovida particularmente por los medios masivos de comunicación. Débil defensa, si consideramos las cantidades estratosféricas de recursos dedicados a generar una cultura del consumo y una estandarización de las preferencias en todas las esferas de la vida cotidiana de los ciudadanos. Es por ello que la educación desempeña un papel tan importante en la conciencia crítica de nuestra sociedad.
Las políticas de dominio han tratado siempre de erosionar las formas culturales de los dominados. Entre las necesidades de expansión de las grandes economías de mercado nacionales y transnacionales está la de promover conductas consumistas uniformes, que respondan dócilmente a su oferta de bienes y servicios por encima del discernimiento de quien hace uso de ellos. Esto conduce, más tarde o más temprano, a un proceso de desgaste inexorable de la conciencia histórica de los pueblos, de su identidad y, finalmente, de su soberanía. Actualmente se está librando una lucha tenaz en México por imprimir a los medios de comunicación a nuestro alcance un sentido social más amplio, que induzca actitudes críticas y, sin hostilidades hacia las culturas de otras naciones, ponga el acento en nuestros propios valores y capacidades. Los medios electrónicos e impresos tendrán, en los próximos años, que hacer las veces de puentes para el diálogo continuo con nosotros mismos y con los demás. La defensa de nuestra identidad, en este sentido, no consiste en negar ciegamente la utilidad de dichos medios, sino en extender los beneficios que han introducido en el mundo contemporáneo hasta que la cultura viva del país pueda valerse de ellos para emitir sus mensajes, mostrar sus potencialidades y acrecentar su conocimiento de todo aquello que vale la pena conocer en el mundo. Sólo vinculando estrechamente la política educativa y cultural con la política de los medios de comunicación social será posible hacernos de un arsenal ideológico suficiente para rechazar toda voluntad de dominio sobre nuestras vidas.
Paralelamente a estos esfuerzos, la batalla se está dando directamente sobre el terreno a través de programas y acciones como son los del Programa Cultural de las Fronteras, de la Dirección General de Bibliotecas, de la Dirección General de Promoción Cultural, de las Casas de la Cultura ?también conocidas como Casas del Pueblo- e Institutos Culturales de los estados; Oaxaca, Tabasco y Yucatán son tres de los ejemplos más notables en los que se están creado estos espacios al servicio de expresiones regionales y locales, además de la promoción de valores nacionales y universales. El Programa Nacional de Bibliotecas Públicas ha extendido su red en toda la República, fomentando el hábito de la lectura y abriendo oportunidades formativas, informativas y recreativas a sectores de la población que antes se veían marginados de este beneficio. Por su parte, Promoción Cultural de la SEP se ha marcado como objetivo principal el de proporcionar y alentar en los educados, en el magisterio y en la población en general, un desarrollo cultural participativo en el que se toman muy en cuenta las características de cada región, estado y municipio; cabe mencionar en especial la labor que esta dependencia ha venido desarrollando en el campo de la capacitación de maestros para la animación y la promoción cultural de sus comunidades de origen. En ello va la posibilidad de fortalecer los vínculos entre educación y política cultural. La suma de estos esfuerzos se ha hecho posible gracias al espíritu de colaboración de las autoridades estatales y municipales, sin cuya participación se harían invisibles los proyectos y acciones emprendidos.
En la década de los años sesenta empieza a crecer la participación de los propios grupos étnicos en la configuración de la política indigenista y, a principios de los años setenta, se desarrolla una corriente internacional de amplia discusión sobre las principales tendencias, objetivos, resultados y límites del indigenismo17. Esta corriente cuenta con seguidores en México (Bonfil, Warman, Stavenhagen, etc.), de cuyas iniciativas surge lo que se conoce como la antropología crítica, que entra decididamente en la escena de las ciencias sociales a poner en tela de juicio los planteamientos del indigenismo tradicional, en los que se marca como finalidad última la integración del indígena a la sociedad mestiza moderna. Enriquecida por la participación de intelectuales, antropólogos y dirigentes populares, la reflexión desembocó en el planteamiento, ante las autoridades gubernamentales, de la necesidad de revisar y -en su caso- modificar la política del Estado hacia los indios del país. Los resultados no se hicieron esperar y, entre ellos, quizá el de mayor importancia haya sido que se propició una participación más orgánica de los grupos étnicos en los asuntos que directamente atañen a la preservación de sus valores culturales. Asimismo, por primera vez en 1977, el documento que recoge el programa educativo de ese sexenio reconoce explícitamente la importancia de la pluralidad cultural de la nación mexicana, y el lugar que ésta debe ocupar en la planificación económica y social del país.
Uno de los más importantes medios de comprensión y solución de la problemática indígena y de los sectores populares ha sido y sigue siendo la investigación en el campo de la antropología social. El 19 de septiembre de 1973 se funda el que fuera entonces Centro de Investigaciones Sociales del INAH, cuya continuación es ahora el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) Como su nombre lo indica, se trata de una institución de docencia e investigación de alto nivel. El objetivo principal para el que fue creado el CIESAS ha sido explicado por el doctor Guillermo Bonfil, uno de sus directores, como sigue:
Para tratar de revisar cuáles podrían ser las medidas adecuadas encaminadas al mejoramiento de la investigación en el seno del Instituto, se integró desde los primeros meses de 1972 un equipo de difusión con investigadores del Instituto y también con algunos colegas que no estaban trabajando directamente en él. Recuerdo bien que en ese grupo de consulta estuvo, desde luego, el doctor Ángel Palerm, junto con Arturo Warman, Margarita Nolasco, Enrique Valencia, Leonel Durán y Enrique Florescano. En algunos momentos y, en ese marco, surgió la idea de que la posibilidad de mejorar la investigación consistía en captar a los mejores investigadores que fuera posible, tanto nacionales como extranjeros, en un número adecuado para que hubiera una masa crítica suficiente y poner junto a esos investigadores del más alto nivel, a investigadores jóvenes que se formaran, no a través de un sistema escolar, ni a través de cursos o clases, sino directamente mediante la participación en investigaciones dirigidas por este personal de alto nivel18.
En fechas recientes este importante organismo ha emprendido una revisión a fondo de sus principales cometidos, con lo que se busca consolidar y ampliar los alcances de su labor. Actualmente están instalados el CIESAS del Golfo y el CIESAS del Sureste, que forman parte de una futura red nacional de este tipo de centros que permitan aprehender con mayor acuciosidad las realidades sociales de un país cuya vida cultural en los estados tiene una gran dinámica, y requiere por lo tanto de un número creciente de instituciones abocadas a programas de investigación y estudios avanzados. En este caso están, entre otros actuales, El Colegio de Michoacán; El Colegio de Sonora; la Escuela de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia; los institutos y escuelas de las universidades de Yucatán, Veracruz y México; la Universidad Autónoma Metropolitana; la Universidad Iberoamericana; el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM; EL Instituto Nacional Indigenista, y el Instituto Indigenista Interamericano19.
En la actualidad (finales de 1986), al lado de estos esfuerzos en materia de investigación y docencia, promoción y difusión de la cultura, y conservación del patrimonio histórico y artístico, se está dando un proceso de revisión de las políticas culturales en nuestro país que apunta hacia la necesidad de asimilar o integrar un corpus jurídico que proteja los hechos culturales de los mexicanos e introduzca una visión más amplia respecto a lo que éstos constituyen entre los derechos humanos. Desde que el concepto aparece en la historia, los derechos humanos han sido fuente y finalidad de múltiples ordenamientos jurídicos tanto nacionales como internacionales. En este sentido, organismos como la ONU han puesto en marcha programas y acciones específicas destinados a proteger el derecho a la vida; la prevención y sanción del genocidio y el etnocidio; la abolición de las servidumbres, la esclavitud y el trabajo forzado; las libertades de asociación, de pensamiento, de expresión, de información, y el derecho a la educación y a la cultura, entre otros.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos establece en su primer artículo que ?todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros?; y en su Artículo 27, establece como uno de sus fines fundamentales el derecho de toda persona ?a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten?.
Sin embargo, ni en las Naciones Unidas ni en sus organismos especializados se ha logrado establecer un instrumento amplio que consagre con toda precisión los derechos culturales, en general, y el de las minorías étnicas, en particular. En la Declaración de México (véase anexo) emanada de la Conferencia Mundial Sobre Política Culturales, realizada en nuestro país en julio de 1982, se habla ya de la importancia de preservar la identidad cultural, no sólo de cada pueblo sino también de cada grupo social incluidas las minorías culturales, puesto que ?identidad cultural y diversidad cultural son indisociables?. En el documento se aborda el tema sin ambigüedades cuando se asienta que:
A fin de garantizar la participación de todos los individuos en la vida cultural, es preciso eliminar las desigualdades provenientes, entre otros, del origen y posición social, de la educación, la nacionalidad, la edad, la lengua, el sexo, las convicciones religiosas, la salud o la pertenencia a grupos étnicos, minoritarios o marginales.
Dignas de mención en este mismo contexto son, también, las conclusiones del Simposio Internacional de Expertos sobre el tema Derechos de Solidaridad y Derechos de los Pueblos, que se llevó a cabo en la República de San Marino en octubre de 1982. Las conclusiones 18 y 19 de dicho Simposio dicen así:
18. Un pueblo autóctono o una población minoritaria que vive dentro de una entidad política, económica y cultural mayor, deben poder beneficiarse de una igualdad de trato con el otro pueblo o los demás pueblos que la componen. Debe, en particular, poder mantener sus valores, sus concepciones y sus modos tradicionales de vida, y escoger libremente su marco cultural, principalmente el educativo y el lingüístico.
19. Si las desigualdades demográficas, económicas o sociales muy profundas pusieren en peligro la supervivencia de un pueblo autóctono o minoritario, deberán aplicarse medidas de ?recuperación? o de ?discriminación positiva? de carácter provisional, a fin de dar a ese pueblo los medios de beneficiarse, de un modo real, de todos sus derechos y libertades.
Existe un reconocimiento expreso de la necesidad de desarrollar una nueva conciencia sobre los alcances de lo que conocemos como derechos humanos, de manera que abarquen también ciertos aspectos culturales de sectores cuya capacidad de defensa y desarrollo ha sido hasta ahora subsumida entre los grandes temas que atañen a las culturas dominantes en un país y en un tiempo determinados. México ha desempeñado un papel activo en la formulación de las principales tesis en torno al derecho a la educación y a la cultura. Como miembros de la UNESCO desde su fundación, hemos participado en todas las batallas en favor de la paz mundial y la cooperación intelectual entre los pueblos y los gobiernos del mundo. Empero, el esfuerzo que definirá el alcance y profundidad de esta cruzada debe partir del ámbito nacional, para que los reclamos de las minorías étnicas respecto a sus derechos de ?permanencia diferenciada? y de ?autodeterminación histórica?, así como en relación con su posibilidad de constituirse en fuerzas políticas autónomas, constituyan una realidad cotidiana entre nosotros. Hasta hoy en día dichos reclamos suelen quedarse en denuncias de violaciones a sus derechos fundamentales por la vía de su marginación, los cacicazgos, el latifundismo disimulado, el minifundi, los créditos de usura, el burocratismo oficial, el acaparamiento de sus productos, la discriminación política, el uso de la violencia, la falta de obras útiles de infraestructura, la falta de seguridad social y la limitada educación que reciben.
En la base de la legitimidad del Estado mexicano se hallan los sectores populares, su voluntad de ser parte del proyecto nacional y su voluntad de alcanzar mejores condiciones de vida. Por ello, el Estado se ha de considerar el primer responsable de la estricta observancia de los derechos humanos. De ahí que, al asimilar éstos a los derechos culturales de la nación, es decir, al aceptar como tarea de justicia social la ampliación de las oportunidades culturales del pueblo, el Estado esté dando continuidad a lo expresado por el Artículo 3° Constitucional, que considera a la democracia ?no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo?.
Sin embargo, ante la dispersión, impresión o carácter a veces sólo enunciativo de las normas fundamentales dedicadas a proteger la permanente regeneración espiritual del ciudadano, se debe considerar que en México ya existen las condiciones para la creación de una Carta de Derechos Culturales y su reconocimiento dentro del marco de la Constitución. Se trata de los derechos del pueblo a preservar, disfrutar, participar y difundir su cultura, entendida no como privilegio de unos cuantos, sino como necesidad imperiosa de los más. Un derecho a defender el rostro propio que nuestra historia no ha procurado tras mil y una penalidades y vicisitudes, sin que ello implique dar la espalda a los mejores productos culturales de otros pueblos del mundo. De ninguna manera debe pensarse tampoco en aflojar los lazos entre el Estado y la sociedad civil sino, antes bien, este proceso debe verse como una depuración de dicho vínculo con miras a ensanchar los caminos hacia la democratización integral de la nación. La Carta de Derechos Culturales está llamada a ser el arma que nos haga menos vulnerables frente a los embates imperiales del exterior, y más fraternales y humanos respecto al plural florecimiento de la cultura dentro del país. En suma, no se propone realizar un ejercicio académico más, sino dar el gran paso hacia delante que nos permita enfrentar los retos del siglo XXI con la entereza y la voluntad inquebrantable de un pueblo que ama su libertad, anhela alcanzar más altos estadios de justicia y se dispone a encarar su destino sin doblegarse ante las adversidades. Es por ello que resulta indispensable que esta Carta de Derechos Culturales sea apoyada por disposiciones constitucionales.
El Artículo 38° de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (y por consiguiente los reglamentos interiores de cada secretaría correlativos) faculta a la Secretaría de Educación Pública para ?orientar las actividades artísticas, culturales, recreativas (?) que realiza el Sector Público Federal?, responsabilidad que le otorga a dicha entidad la preeminencia en cuanto a la concertación de esfuerzos institucionales y sociales para definir los lineamientos y orientaciones de la política cultural que habrá de seguirse. Existe una gran cantidad de organismos e instituciones, tanto federales como estatales, que no atienden a este ordenamiento y actúan por sus fueros, produciendo duplicación de funciones y dispendios en donde podría haber ahorros derivados de la suma de esfuerzos y la complementariedad en la aplicación de los recursos disponibles. Por este motivo, se considera que el primer paso de orden técnico jurídico que habría que dar para la creación de la Carta de Derechos Culturales debería ser el devolver a la SEP su función rectora en la materia, y facultarla para promover ante los órganos legislativos adecuados la elevación de este instrumento jurídico a rango constitucional. Ello redundaría, adicionalmente, en una mejor coordinación de la labor cultural del Estado mexicano, definiendo y multiplicando los campos de su acción hacia las mayorías del país.
Durán Solís, Leonel; ?El proyecto nacional y las culturas populares. Una aproximación? en México 75 años de revolución IV, Educación, Cultura y Comunicación 1, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, D.F. 1988, pp. 261-290
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