Desde el inicio de los tiempos, el ser humano ha tenido que enfrentar el mundo, la vida y la muerte, desde dos posiciones fundamentales, con sus innumerables variantes y tesituras.
Desde la perspectiva espiritual o desde la material. Dos formas opuestas y complementarias. Esencialmente, el par de opuestos complementarios que, dialécticamente explican la existencia, desde la perspectiva “humana”.
En general, las civilizaciones más antiguas y con origen autónomo, sustentaron su desarrollo humano, desde la perspectiva del Espíritu. En ellas, “la materia” es un medio que permite el “trabajo” del Espíritu en el plano humano.
Sin embargo, es la cultura Occidental la que se ha encaminado por el desarrollo del mundo material. Esta visión nace de la “fusión de las apropiaciones culturales” de los remantes de las civilizaciones Madre, que surgieron entre los ríos Eúfrates, Tigres y Nilo, y que para el año 336 a.C. se encontraban en decadencia. Razón por la cual, el macedonio, Alejandro el Magno, las invadió y saqueó culturalmente para dar las bases a través de su fusión, de lo que más adelante conoceremos como cultura grecolatina, pero que tiene su génesis en la sabiduría de Mesopotamia, Egipto e India.
El ser humano, cuando llega a un estadio de madurez existencial, cuando ha dejado, por evolución, su estado “básico-animal” y se cuestiona el significado y la trascendencia de su propia existencia, se enfrenta al problema ontológico del ser. ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde iré?
En la Historia de la Humanidad, especialmente en la antigüedad, encontramos variados y diferentes caminos que se definieron por la visión espiritual-trascendente. La renunciación total al mundo material. El sacrificio simbólico y real, al cuerpo humano, como símbolo de la materia. El dolor y la carencia como vía a la iluminación para llegar al mundo del Espíritu. La espiritualidad y hasta en la religión, llegando a los espacios extremos del fundamentalismo.
De igual manera, podemos apreciar el camino opuesto. El del culto al mundo material, y con él, al de los sentidos. La visión “del aquí y del ahora”. De que lo único que se ve y se toca, es lo real y verdadero. De la limitación y finitud de la existencia, y de la realidad “de los placeres” terrenales. Hasta llegar al fundamentalismo “religioso”, del culto “al Becerro de Oro”. Entendida en la filosofía popular, como “el cuanto tienes, cuanto vales” y el dicho, “muerto el perro se acaba la rabia”.
Los antiguos habitantes del Anáhuac, como toda civilización Madre”, también se plantearon el problema ontológico del Ser. Resulta importante señalar que desde la temprana época olmeca (1500 a.C.), ya encontramos muy claramente definida, lo que será a lo largo de por lo menos tres mil años, la respuesta que iluminará el periodo de esplendor con la cultura tolteca (200 a.C.-850 d.C.) y a pesar del decaimiento cultural de periodo Postclásico, se mantendrá aún en los mexicas o aztecas (1325-1521 d.C.).
Asombra encontrar en “La Historia Universal”, una civilización que desde el mismo inicio de sus orígenes, ya nos presenta totalmente definida la respuesta al problema ontológico. En efecto, los olmecas “como tales” aparecen alrededor del año 1500 a.C., determinados ya con una propuesta filosófica totalmente decantada, que se mantendrá intacta, en lo esencial, hasta la invasión europea. Tal vez, la única salvedad es la trasgresión que hicieron los mexicas al pensamiento tolteca, a partir del año 1440 d.C., con la ascensión al poder de Tlacaélel, el ideólogo del imperialismo mexica, que trasgredió miles de años de la Toltecáyotl y en menos de 81 años, llevó no solo a los mexicas, a una catástrofe cultural-civilizatoria, sino que involucró a todo el Anáhuac.
La respuesta de la Toltecáyotl, al problema antológico del Ser, la encontramos presente iconográficamente desde los olmecas, en el periodo de tiempo conocido como Preclásico. Se mantendrá vigorosamente durante el siguiente periodo conocido como Clásico, en la llamada cultura tolteca. Y llegará incólume hasta el final del periodo Postclásico con la cultura mexica.
La Toltecáyotl resuelve el problema filosófico de manera precisa y clara. La respuesta es “el equilibrio”. El justo medio, el centro que unifica y armoniza a los opuestos complementarios. Y de manera simbólica lo representan con la figura del “Quetzalcóatl”. La metáfora y la parábola serán el lenguaje del Espíritu. Con “Flor y canto” los antiguos habitantes del Anáhuac nos hablan del maravilloso mito de “La Serpiente Emplumada”.
Iconográficamente la encontramos presente en La Venta, Tabasco y en Chalcatzingo, Morelos, en la cultura olmeca al inicio de la civilización del Anáhuac. Pero indiscutiblemente que ésta “iconografía”, es la punta de un inmenso iceberg filosófico tolteca. Así como “la paloma”, representa iconográficamente para los judeo-cristianos, el Espíritu Santo. Por ello “La Serpiente Emplumada”, será el motivo relevante en Teotihuacan en el periodo Clásico del esplendor, y posteriormente, en el periodo Postclásico decadente en Tenochtitlán.
Es el quetzal, el símbolo del Espíritu. En tanto es el ave con el plumaje más hermoso que vence la gravedad y levanta el vuelo a las alturas insondables del Espíritu.
Es la serpiente, el símbolo de la materia. En tanto es el reptil, el animal que se arrastra sobre el mundo material y en donde ejerce su poder.
Los sabios y milenarios toltecas, definen entonces la respuesta, al problema ontológico del ser, por medio del EQUILIBRIO. Encarnar el símbolo del Quetzalcóatl en la vida de todos los días, en el mundo real, es el desafío, no solo de Los Guerreros de la Muerte Florecida, sino de todos: masehuales, hombres y mujeres; yaquis, nahuas, zapotecos o mayas. De ayer y de hoy.
Esta es la razón por la cual, la institución de estudios superiores conocida como Calmécac, era conocida por “la casa de la medida”. En efecto, es la MEDIDA, lo que le permite al ser humano llegar el equilibrio. El equilibrio, de tal suerte, no solo es SABIDURÍA, sino fundamentalmente BELLEZA. Razón por la cual los toltecas definieron el campo del conocimiento filosófico como, “Flor y Canto”. En la que la primera, representa simbólicamente la belleza, y el segundo, la sabiduría.
La figura filosófica del “Quetzalcóatl” se nos presenta clara y luminosa desde el inicio de la creación del Anáhuac. Alcanzará el cenit, en el universo teotihuacano, y será expandido en todos los confines civilizados del Cen Anáhuac por los sabios maestros toltecas.
Quetzalcóatl para las culturas anahuacas, desde los olmecas hasta los mexicas, será el símbolo de la perfección humana. Lo mismo que Krishna y Zoroastro son para la India e Irak respectivamente. De esta manera, Quetzalcóatl ocupa un lugar fundamental para la comprensión de la Toltecáyotl y de lo que hoy somos los pueblos herederos de la sabiduría de los toltecas.