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Asamblea con los ancestros en Wirikuta: peritaje tradicional wixárika

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Eduardo Guzmán Chávez

 

Cuando hablamos de riqueza cultural corremos el riesgo de patinar en la superficie. Dicen que México es reconocido en el mundo como asiento de una gran diversidad de culturas. Lo que afanosamente se promueve desde las instituciones oficiales como “la riqueza de nuestros pueblos” es mera curiosidad turística del discurso folclórico que omite el reconocimiento constitucional del derecho de los pueblos indígenas a conservar y mejorar el hábitat y preservar la integridad de sus tierras. Nada menos que aquello sobre lo que se alza la conciencia de su identidad indígena, para no hablar del patrimonio intangible de sus sabidurías pluriterrenales y antropocósmicas.

¿Cuál es la fuente nutricia de las sabidurías a un tiempo ancestrales y novísimas de los pueblos originarios?,  ¿cuál es esa brasa ardiente a la que vale la pena vindicar en los términos de la libre determinación del espíritu y la autonomía de las mentes libres, obligadas por lo tanto a acudir en solidaridad con aquellos mexicanos cuya experiencia está forjada en el agravio y la discriminación, en el despojo de sus tierras y en la justicia denegada?

 

Visión cosmoardiente, o brasavisión cósmica, sencilla y llanamente a nuestros pueblos indígenas nunca se les ha olvidado que la Tierra está, en la cosmovisión donde la miran, viva y sensible y pensante y dicharachera en un su idioma tan concreto y tan hermoso que ellos no han dejado de estudiar para hablar con Ella como habla uno con la Madre, con Ella como conjunción de raíces abuelas. Así pliegan y despliegan su vida: en armonía con esa ascendencia genealógica.

 

El pueblo wixárika o huichol de la sierra Madre Occidental es un pueblo de cantadores, sembradores mesoamericanos del maíz pretolteca, grandes peregrinos, rezanderos, curanderos, practicantes consumados del arte de fluir en los ciclos estacionales del año solar, acomodando armónicamente su oración cotidiana en los nichos energéticos de la naturaleza. Ellos son hábiles bordadores del dibujo que pone de relieve con color la trama sagrada que une todo lo vivo. Ellos ahora están pidiendo que escuchemos la voz de sus mayores-naturaleza y están pidiendo respeto para esa palabra.

 

Ancianos huicholes han venido revelando desde hace un par de décadas que las velas que sostienen la vida en los puntos cardinales están casi apagadas y nomás la que se yergue en el centro tenue, débilmente responde. Es una metáfora del desastre ambiental que la ciencia monitorea. Algunos ancianos dijeron que una ofrenda que conjunte la fuerza de todos los centros ceremoniales wixaritari (plural de huichol) en el altar de Wirikuta podría servir para reavivar esas velas primordiales.

 

Wirikuta misma, el jardín sagrado donde se archiva en flor la memoria del origen y se renuevan los permisos de la fertilidad, es también una metáfora del desastre ambiental por venir: consorcios mineros y agroindustrias son capaces de romper el frágil equilibrio de ese paisaje sagrado. Con su actividad productiva, mientras se hinchan sus paquetes accionarios en la bolsa de valores, son capaces de semejante hazaña.

 

Delegaciones del pueblo wixárika han ido a la sede de la ONU en Nueva York y a Vancouver en Canadá, donde se halla la matriz de la empresa First Majestic, y ahí han expuesto en qué radica la importancia de Wirikuta desde el punto de vista de la continuidad de la vida. Aquí en México han pedido al gobierno federal y al estatal de San Luis Potosí que cumplan su compromiso institucional de garantizar la preservación de este tesoro cultural y ambiental. Por esa senda caminaron en octubre pasado hasta la residencia presidencial de Los Pinos para pedir que todos los lugares sagrados y en especial Wirikuta sean respetados.

 

Artículos fundamentales de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, decretos estatales y planes de manejo alineados con leyes ambientales y convenios internacionales ¿son acaso insuficientes para detener el avance voraz y depredador de las empresas mineras en Wirikuta?

 

Ahora el pueblo wixárika se concentra y moviliza en la unidad de todas sus comunidades, de todos sus centros ceremoniales, y acuden a consultar la voz de los ancestros que habitan en Wirikuta para saber cómo proteger y renovar la vida. Es una reunión con los antepasados en la perspectiva acuciante del futuro inmediato. Es la continuación de un diálogo con la naturaleza ahí acosada.

 

Los inversionistas se ilusionan por su parte con las cuantiosas ganancias que podría redituarles la extracción de los minerales del semidesierto potosino en el polígono de las 140 mil hectáreas que actualmente reconoce el decreto estatal como Área Natural Protegida de Wirikuta. Pero vemos que en esa misma área está en juego el fundamento energético mediante el cual se regula el equilibrio que permite la vida y sus dones de fertilidad y creatividad.

 

La sabiduría de la verdad disuelve en este litigio cualquier falso dilema entre tradición y modernidad. Una cosa es el derecho a invertir y hacer negocios y otra cosa es suponer que todo sitio, absolutamente todo lugar sobre la superficie del territorio nacional puede ser sometido a la lógica del capital. La explotación minera a gran escala en Wirikuta transgrede para empezar el postulado constitucional según el cual la composición pluricultural de la nación se sustenta originalmente en sus pueblos indígenas. Somos una nación pluriétnica y plurilingüística, eso quiere decir que la visión de la ganancia no es la única manera de mirar y de vivir en estas tierras nuestras. Dar por buena a cielo abierto la explotación minera en Wirikuta es decretar en los hechos la muerte de una cultura al arrasar (con algo más que mantras al progreso y la competitividad) su fuente nutricia en aras del cálculo egoísta. Ecocidio y etnocidio son crímenes de lesa cosmovisión.

 

Representantes de todos los centros ceremoniales del pueblo wixárika de Nayarit, Jalisco y Durango peregrinan y este 6 de febrero consultan en diálogo profundo con la naturaleza para renovar el acuerdo de la vida. Funcionarios, académicos, filósofos, artistas, campesinos:  escuchemos con atención el mensaje de estos cantadores peregrinos mayores. Y honremos ese privilegio.

 

Eduardo Guzmán Chávez

(para publicarse en La Jornada)

 

 

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