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Educar en lenguas indígenas.

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Educar en lenguas indígenas.
Tere Garduño Rubio
La Jornada
20 febrero 2020.
Se discutió en diciembre pasado en la Cámara de Diputados la iniciativa para
consagrar como derecho la educación en lengua materna. Más de 50 años de
escuchar los primeros balbuceos infantiles hasta el encuentro con los
pensamientos formales críticos de cientos de adolescentes me permiten
manifestarme por dicho derecho. Por medio de la lengua materna nombramos por
vez primera al mundo, reconocemos su diversidad e interpretamos la realidad para
construir nuestra cosmovisión; conocemos las primeras palabras amorosas, las
canciones de cuna, expresamos nuestras vivencias, angustias, temores, sueños,
fantasías, alegrías y nos advertimos sujetos ya que la lengua materna nos da un
nombre que nos hace únicos e irrepetibles. Al ser nombrados, nos diferenciamos
paulatinamente de nuestra madre, al mismo tiempo que nos apropiamos de la
herencia, tradiciones e historia familiar para configurar una identidad personal,
familiar, local, regional y nacional.

El reconocimiento del derecho de hablar y aprender en la propia lengua materna es
lo que nos hace un país multicultural. No sólo debemos enorgullecernos de la
maestría de la arquitectura mesoamericana o de la precisión de los calendarios
solares; los herederos de esas culturas, que son los pueblos originarios, tienen el
mismo derecho de admiración y reconocimiento. Es por medio de la lengua propia
como se dibuja todo su universo cultural y se requiere consolidar el valor de los
hablantes mediante un proceso de legitimación. El mencionado reconocimiento
implica la comprensión, el aprecio, el conocimiento de la pluralidad étnica, cultural
y lingüística del país en una relación de equidad y respeto mutuo. Al negarles ese
derecho, negamos su identidad y borramos su presencia en un universo nacional
en el que decimos reconocer la pluriculturalidad lingüística y étnica de los diversos
pueblos que constituyen la nación.
Es fundamental que en las comunidades hablantes de lenguas originarias, los más
jóvenes se sientan orgullosos de hablarlas. Al negarles la educación en su lengua
materna, los expulsamos de su universo cultural para que busquen integrarse a
una comunidad hispano-hablante con la cual no comparten los valores culturales.
El derecho a la lengua materna implica que las palabras se integren al idioma
mayoritario. Cuando a una niña le ponen Xochiquetzalli, o de Zyanya, o a un
varón, el de Cuauhtémoc o Cuauhtli, ellos conservan esos términos y permiten el
reconocimiento de su historia. Cuando usamos términos comal, tlacoyo o petate
los estamos integrando al español y consolidando la vida de esas palabras del
náhuatl. El derecho al aprendizaje en la lengua materna implica también el
reconocimiento y la integración de esa lengua en el español. Es pues el momento
de integrar el conocimiento de las lenguas indígenas en el currículo nacional.
Hablando desde una perspectiva de soberanía cultural, es más importante
reconocer el panorama lingüístico del país e integrar en el currículo el aprendizaje
de lenguas y culturas originarias, antes de aprender una lengua extranjera. Para
todo ello se requiere un contexto jurídico, una voluntad política y un presupuesto.

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