El racismo NO es un fenómeno cultural de gustos y preferencias. Es en esencia, la base del capitalismo, es decir, la explotación deshumanizada de los pueblos invadidos desde 1492 por los europeos.
En efecto, desde que Cristóbal Colón, el judío catalán, -personaje que exterminó a todos los indígenas de las Antillas-, decretó que los “descubiertos” no tenían alma y religión, pasaron a la categoría de “animales”, que según las tesis griegas, podían ser “utilizados” para servicio de los “seres humanos” que los hubieran dominado/domesticado.
Así, los pueblos originarios del continente pasaron a ser animales para la explotación de la naturaleza y servidumbre de la “gente de razón”. Como los burros, vacas o caballos, no se les necesitaba pagar un salario y menos tenerles consideraciones o trato como seres humanos. Esta estupidez liberaba las conciencias de sus explotadores y asesinos. Todo esto, por supuesto abalado por “la Santa Iglesia Católica Romana”, mediante el riguroso diezmo producido por la explotación y depredación.
En 1821 el Virreinato de la Nueva España gobernado por gachupines, pasó a ser “México”, gobernado por criollos. El sistema colonial se disfrazó de una república bananera, done los criollos ineptos, acomplejados y corruptos, definieron “el proyecto económico de su país”, en el que los capitales extranjeros invertirán recursos y tecnología, ellos pondrán mano de obra esclava y abrirán totalmente las arcas de los recursos naturales, para que inversionistas y criollos se hagan ricos. Los mestizos y los indígenas han sido castas inferiores excluidas sin ningún derecho al servicio de los extranjeros y de los hijos de los hijos de los extranjeros.
El racismo en México ha cobrado una validez universal. Es una forma HIPÓCRITA de relación social en todos los niveles. Esto es generado por la actitud de “colonizador-colonizado”, de modo que el racismo no solo es de “blancos acomodados” para abajo, sino es un mal nacional y aún es más brutal en los mestizos e indígenas.
La descolonización implica vernos en un espejo y reconocer la parte racista y clasista que existe en la percepción del mundo y la vida. Herencia cultural de cinco siglos en la que todos estamos inmersos.