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¿QUÉ ES UN DOCUMENTO HISTÓRICO?



¿Qué es un documento histórico? En términos restringidos documento es un escrito fidedigno y original que puede servir de testimonio con el que puede probarse un suceso; en términos generales es cualquier objeto que sirve para probar algo.

En este o en el otro caso, el documento histórico es el objeto genuino y original, no falseado, que da a conocer la verdad de un acontecimiento, una época, un carácter, una fisonomía, o la existencia de algo de calidad o de significación histórica. Por lo tanto, una pieza de cerámica con pinturas o leyendas, las ruinas de una ciudad, una estela con relieves, un retrato, una representación gráfica, o un escrito, puede ser considerados como documentos históricos a condición de que siendo de la época y lugar a que se atribuyen, y fidedignos, den a conocer la realidad histórica y verídica a que se refieren.

En este sentido: a) nada falsificado o que falsee puede ser documento histórico en relación con lo falsificado o falseado; b) una representación gráfica cualquiera o un escrito será documento histórico cuando no altere los acontecimientos a que se refiere, c) si las palabras del testigo de los hechos se ajustan a la verdad, constituyen testimonio; d) si el documento que se da como testimonio de un hecho histórico no es fidedigno, es decir, no manifiesta la verdad objetiva, puede, sin embargo, ser un documento histórico, si la relación que él contiene nos permite descubrir la verdad objetiva, o bien revela o ayuda a revelar un carácter o un propósito; e) en ese caso el documento será histórico en cuanto a él mismo como objeto, es decir, en cuanto que es manifestación de una psicología individual o colectiva en una época determinada; pero no lo será por lo que concierne a los hechos a que se refiere su contenido.

A la luz de este punto de vista voy a juzgar las Cartas de Relación de Hernán Cortés, como documento histórico.

¿QUÉ ES UN DOCUMENTO HISTÓRICO?

Estas cartas, que fueron escritas por Cortés a Carlos V, aparentemente para darle a conocer los hechos de la Conquista de México y su propia actuación en ella, ¿se ajustan a la verdad? ¿Son documentos que dan testimonio de todas y cada una de las cosas que narran? ¿Puede la historia basarse en ellas para construir con sus elementos el edificio de la historicidad de aquel acontecimiento? Para contestar a esta pregunta, el historiador, como el buen juez, ha de plantearse el problema en todos sus aspectos. En efecto, el juez que quiere conocer la verdad en una causa y que tiene en sus manos el relato de los hechos que presenta el agente de ellos, indagará primero qué intereses personales tiene que defender el que va a ser juzgado, y en consecuencia, si dicho sujeto está interesado en ocultar la verdad o en manifestarla sin deformaciones. Si lo primero, alterará los hechos, callará algunos e inventará otros. La alteración del testimonio será tanto mayor y más cuidadosamente fraguada, cuanto mayor sea la importancia para el acusado, de lo que se juega en la causa, o el alcance de lo que se acusa, o de lo que se defiende.

Sirve también para orientar al juez acerca de la veracidad del documento que examina, conocer la calidad moral del acusado. Claro está que el buen juez no toma como único testimonio para el juicio el documento producido por el que va a ser juzgado, pues eso sería una ingenuidad incomprensible e imperdonable, que haría sospechoso de complicidad o simplemente de parcialidad, al juez que así procediera; o al menos probaría su incapacidad. El buen juez llamará a testigos independientes, estudiará sus declaraciones y las comparará con los dichos del acusado; estará obligado a oír a los de la parte contraria; y en caso de delito, escuchará a la víctima, cuyas declaraciones tienen siempre mayor validez moral que las del victimario, pues mientras este trata de ocultar su crimen y deformar los hechos a fin de preparar su defensa, la víctima, por el contrario, quiere que se conozca en toda su plenitud, por la experiencia vivida, cuanto le han hecho y lo que ha sufrido. Tratará también de descubrir los particulares intereses de cada testigo, su calidad moral, y las condiciones psicológicas en que se produjo el testimonio, si forzado por amenaza, real o supuesta, si por defensa de sus propios intereses, si por interés común, material o afectivo con el acusado, u otras circunstancias semejantes, o por ignorancia; y sobre todo, cada vez que se pueda, se compulsarán los testimonios de unos y otros, con la realidad material y moral, con las circunstancias de tiempo y lugar y otras concernientes a las personas que directa o indirectamente intervinieron en la realización del hecho; sólo mediante este acopio de documentos y pruebas puede emprenderse la difícil tarea de esclarecer la verdad, basado en lo cual se pronunciará la sentencia correspondiente; sólo así se podrá justipreciar el valor que como testimonio veraz tuvo cada uno de los documentos presentados; entonces se sabrá si el documento principal, en torno del cual ha girado el estudio o la investigación, tuvo por mira defender intereses, o narrar simplemente los hechos, y aun así, se tendrán también en cuenta las naturales limitaciones del individuo.

Traslademos ahora el problema entero al campo de la historia y en nuestro caso, el de la conquista o mejor dicho de la invasión de Anáhuac.

Los historiadores que primero conocieron del hecho, en el campo español y católico, eran cada uno juez y parte (y digo católico, porque todos los que escribieron entonces acerca de la Conquista, seglares o religiosos, eran católicos); afirmaban un suceso (la Conquista) que, por una parte, precisamente en la forma en que se narraba, halagaba su doble causa común; y por otra, no lo conocían sino a medias, es decir, precisamente a través de las narraciones interesadas del autor, que era Cortés, o de sus amigos o procuradores ante la Corte. Si otros testimonios se presentaron en España y si llegaron a sus oídos otras versiones, no fueron atendidas, pues el buen éxito del suceso y la ganancia que para España y para la Iglesia representaba éste, eran argumentos suficientes para afirmarlo y enaltecerlo. Pero aún hay más:
fuera de los historiadores españoles, los reyes de España, que eran los jueces políticos en el terrible drama de un pueblo, a sabiendas de la calidad del sujeto, Cortés, y de las malas artes empleadas por él, callaron y con ello aprobaron el hecho, efectuado contra las normas legales y las doctrinas del derecho internacional y cristiano, contemporáneas, que lo condenaban, y condenaban a su autor. Los relatos de los vencidos, cuando contrariaban la versión oficial, fueron ocultados, o mutilados, o no se les prestó atención, ni aun a los producidos por los frailes residentes en México que recogieron testimonios verdaderos; todos aquellos pasaron a segundo plano, hasta que muchos se perdieron. Podremos decir pues, que los primeros historiadores, aun obrando de buena fe, fueron juez y parte y no supieron o no pudieron elevarse al plano universal humano que requiere el juicio sereno y la realidad objetiva, y la psicológica en donde no hay partidos.

De esa manera los relatos contenidos en las Cartas de Cortés, prevalecieron como norma de verdad para la acción oficial y para escribir la historia de la Conquista o invasión de México; de tal manera sirvieron de fuente histórica para ella, que, durante la Colonia, por haber prohibido los reyes españoles la publicación de relatos verídicos, constituyeron el documento oficial de la Conquista y lo continuaron siendo en el siglo y medio que ha transcurrido después de la dominación española, no obstante que, en su transcurso, se han venido conociendo versiones contrarias, como son las contenidas en la obra de Sahagún y en otras de igual validez provenientes aun de los mismos conquistadores y aliados.

A pesar de todo ello, todavía se aceptan como válidas las mismas inexactitudes con que Cortés nos brindó los sucesos de la Conquista.

Examinemos por nuestra parte dichos documentos y sus características de testimonio.
A la luz del estudio comparativo de los escritos y declaraciones verbales de testigos presenciales de la Conquista, o de los que de alguna manera intervinieron en ella, por una parte, y del contenido de las cinco Cartas de Relación, por la otra, se descubren en éstas ciertas características en cuanto a la naturaleza y calidad de las informaciones que Cortés envió al rey. Dichas características producidas intencionalmente o no, por Cortés, pueden señalarse como sigue:

1. En sus cartas, Cortés narra hechos inexistentes.
2. Altera casi todos los sucesos.
3. Calla acontecimientos que sí sucedieron.
4. Deforma los hechos mezclando verdad con mentira.
5. Narra incompletamente los hechos, para darles otra
fisonomía y significado, deformándolos.
6. Se atribuye acciones que corresponden a otros.
7. Atribuye a otros, errores en que él incurrió.
8. Calumnia a otros para justificarse.
9. Calla sistemáticamente los nombres de sus soldados
cuando debía mencionarlos; se conforma con decir:
mandé a un capitán, vino un capitán, etcétera. Si los
nombra, es para referir sus fallas, o cuando ya murieron.
10. No precisa la ubicación de los lugares que menciona,
porque nunca, excepto una vez, dice los rumbos cardinales hacia donde se encuentran respecto a algún punto de referencia, ya conocido. Lo cual resulta favorable a sus intereses.
11. No cita las fechas de los sucesos sino por excepción, aumentando con ello la vaguedad y confusión del relato, lo cual conviene a sus intereses, en previsión de futuras coartadas.
12. Tejiendo verdad con mentira pinta su actitud en relación con sus compañeros, con los vencidos y con los intereses del rey y de la Iglesia, de tal manera que forja de su persona una imagen que no concuerda con la realidad.
13. De igual modo va forjando una imagen de sus contrarios, en la forma que le conviene para la prosecución de sus fines (el ejemplo clásico es el de Motecuhzoma).
14. Hace absolutamente confusas sus narraciones cuando así le conviene; por ejemplo, en todo lo relativo al Pánuco.
15. Aunque no intencionalmente, corrompe los nombres propios indígenas de lugar y de persona, al grado de hacerlos irreconocibles, y usa frecuentemente corrupciones diferentes cada vez que los repite.
16. Interpreta falsamente lo que ve y oye, intencionalmente afirmando significados que no tienen las cosas, los hechos ni las palabras. (Ejemplo: la cortesía y la hospitalidad.)
17. Nunca hace descripción física de personas.
18. Hace descripciones admirables, aunque breves, de
lugares y de cosas, cuando no se oponen a sus propósitos fundamentales o trata de lograr el asombro del rey por su obra y descubrimientos.
19. Da ocasionalmente informaciones geográficas y etnográficas dispersas, breves e insuficientes.
20. Por regla general no se ocupa de los aspectos cultu-
rales.
En seguida haremos notar los casos más salientes que ilustran cada uno de los puntos anotados, lo cual nos permitirá considerar la importancia que tienen aquéllos para la historia y para la valoración de las referidas cartas, juzgándolas como documento histórico.
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Tomado de:
https://inehrm.gob.mx/recursos/Libros/Eulalia.pdf

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