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¿Qué he visto en los Códices? Rodrigo de la Torre Yarza. CIESAS.

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Analizar los códices ha sido para mis investigaciones un recurso que complementa mi visión interdisciplinaria sobre diversos temas. No obstante haber indagado sobre algunas cuestiones en varios de estos documentos, de ninguna manera me considero un experto conocedor de ellos y sobre todo de ninguno en particular. Sin embargo, desde niño tuve la oportunidad de conocer y observar algunos que me generaron un interés en lo desconocido, preguntándome qué decían. Fue durante la carrera de Antropología que los cursos de etnohistoria me acercaron más a ellos. Dado que mi licenciatura fue orientada a la lingüística, el interés en las lenguas amerindias, sus formas de escritura y representación de ideas provocó mi atención puesto que pude relacionar la lingüística con los sistemas de escritura prehispánica.

Despertada mi curiosidad para entender tales formas de comunicación, encontré útil estudiar una maestría en artes, con especialidad en diseño y comunicación visual en la Academia de San Carlos de la UNAM, para cuya tesis me enfoqué en una sola página del Códice Mendocino: “El Palacio de Moctezuma”. Comparando esa imagen con muchas otras de diversos códices, como el Osuna, Florentino y el Durán entre otros, en los cuales se representa un mismo tipo de edificio, observé, analicé y teoricé sobre varias ideas que quedaron pasmadas en un artículo titulado precisamente “El Palacio de Moctezuma”. En la búsqueda de detectar los códigos iconográficos, pictográficos o de sistemas de escritura, observé que dicha representación era más que un sólo edificio, y que se trataba de un ejemplo notable del mestizaje que vinculaba los sistemas de comunicación europeos y mesoamericanos, y una clave para relacionar arte y antropología. Debo subrayar el gran aporte que encontré en el Capítulo once del Códice Florentino donde justamente se aborda, se representa, se describe y se ofrece una interpretación de los diversos tipos de casas y construcciones del México prehispánico. Del análisis de esa página se desprendió una propuesta metodológica para cruzar información en el esfuerzo de identificar, materialmente, es decir, arqueológica y arquitectónicamente, así como lingüísticamente e iconográficamente, ese tipo de edificios. La identificación de patrones y las prácticas de representación nos señala que no se trata de productos casuales, sino de estructuras metódicamente diseñadas.

Junto con el estudio de las artes plásticas, la antropología, la lingüística y otras disciplinas, el estudio de la arquitectura ha sido otra de mis pasiones y, enfrentado al “Palacio de Moctezuma” me sentí en la necesidad de estudiar otra maestría, ahora en arquitectura, con el fin de profundizar y confrontar los conocimientos con los de otra especialidad de la propia antropología: la arqueología. La pregunta siguiente era: ¿cómo reconocer, relacionar, identificar, los edificios, pirámides y demás construcciones representados en los códices con aquellos que deja ver la arqueología? A pesar de no ser arqueólogo, considero que es posible entender el dato de los restos materiales valiéndome de otros que aportan las diferentes especialidades antropológicas y otras que no lo son, como las matemáticas, la geometría y trigonometría. Esta conjunción de vías de comparación, que sin duda enriquecen nuestro conocimiento, son parte sustancial de toda cultura, aunque las apartemos como “ciencias exactas”. Lingüísticamente es preciso destacar los aportes que los vocabularios de lenguas indígenas nos ofrecen, en donde, entre muchos otros temas encontramos los términos que refieren a aquellos edificios que la arqueología no puede deducir por sus propios medios. En cualquiera de los vocabularios o artes de las lenguas indígenas mesoamericanas podemos encontrar tales “Rosetas” para conocer sus significados y funciones.

En este camino, las interminables preguntas surgen de la observación las obras monumentales que son la expresión sociocultural que llamamos arquitectura y urbanismo, y entendiendo por otra parte el término observar como el ejercicio de medir y comparar, entonces el primer método necesario para empezar a comprender el sentido de esas obras, fue registrar y entender sus medidas, principio sin el cual no podíamos definir que estábamos enfrentándonos metódicamente a una cuestión propia de la arquitectura. El objetivo era, entonces, poder mostrar que eran producto de un cuidadoso cálculo y la aplicación de principios y reglas necesarias para el diseño de toda arquitectura. Teníamos, en primer lugar que demostrar que esas obras y su orden no son producto de la casualidad constructiva, sino que en su concepción operaron y se aplicaron conocimientos de carácter matemático, geométrico y trigonométrico, los cuales, como en todas las civilizaciones, se desprenden de la astronomía, la madre de las ciencias exactas, detectando con ello patrones de medidas que correspondían a un sistema integral de armonías, propias de un pensamiento y de una lógica estructural. En tal situación consideré necesario definir lo que estaba haciendo, pregunta de la cual nació mi idea de que estaba tratando de deducir los sistemas de medida del espacio y del tiempo, tema que ha conducido parte de mi trabajo en estos campos.

Tiempo y espacio son como los dos lados de una moneda, las dos nociones fundamentales para entender la historia; ¡como los medirían? Preciso fue ponerme a estudiar qué es un calendario y cómo se estructura, así que me sumergí en el tema de los calendarios mesoamericanos, para poder entenderlos y compararlos con los de otras civilizaciones. Desde Sahagún y otros cronistas, buscando respuestas me encontré estudiando las Ruedas Calendáricas de Veytia y otros autores que representaron esas fórmulas prehispánicas de ordenamiento del tiempo. El origen de la medida del tiempo y el espacio no se puede definir si no hay movimiento, así que había que repasar lo que la ciencia astronómica y la llamada Arqueoastronomía han aportado para entender esos edificios que responden al conocimiento de una dinámica universal.

De tal manera, para mi tesis de Maestría en Arquitectura me enfoqué en un solo edificio de la Ciudad de Monte Albán proponiendo, a partir de lo que se había dicho por otros investigadores, y a partir del análisis formal de sus elementos pictográficos, así como de la aplicación de datos provenientes de otras fuentes, como códices, imágenes en papel, piedra o pintura mural, en donde presumo se representa ese tipo de edificio. El llamado “edificio J” u observatorio, nombrado así por Alfonso Caso, recibe en ese trabajo el título de Yohoo Cocijo Pitoo “Casa del Señor (Dios) Cocijo” de acuerdo a varias explicaciones que revelan, de acuerdo a los datos que aporto en la investigación, su significado y función.

Para poder profundizar y resolver mis preguntas presenté a la Facultad de Arquitectura un protocolo de tesis en el cual propuse el estudio de la arquitectura de Monte Albán, tema que fue rechazado considerándolo “muy antropológico”. Curiosamente ése protocolo lo presenté en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la misma UNAM, donde fue aceptado bajo el título: “Esbozos de una lectura de la arquitectura de Monte Albán”, donde las contribuciones de mis miradas a diferentes códices y sus datos en este aspecto de la cultura que llamamos arquitectura aparecen con una visión antropológica interdisciplinaria. Quiero destacar un aporte que considero relevante en ese trabajo y de la manera de trabajar, engarzando los avances conseguidos en esas etapas de mis estudios. Hasta donde sé, en Monte Albán sólo dos edificios han sido identificados por su forma y su función; Alfonso Caso propuso que el edificio con nomenclatura “J” podría ser un observatorio, y yo lo llamé Yohoo Cocijo Pitoo; el otro edificio reconocido es el Juego de pelota, que por su particular forma se reconoce en el patrón mesoamericano. Aparte de estos, los demás edificios y conjuntos arquitectónicos mantienen su nomenclatura técnica sin haber sido identificados sus significados. Gracias a los vocabularios en lenguas indígenas he propuesto la identificación de otros y particularmente el que he llamado siguiendo el vocabulario Zapoteco de Córdoba como Yohoo Quehui (Casa sede del Señor Principal= Palacio de Gobierno) el cual corresponde siguiendo mis argumentos al llamado en Nahuatl Tecpan Calli. Ambos términos significan lo mismo, y son lo que se llamó en castellano como Casas Reales. Además de esta correspondencia lingüística reconocida en códices, existen elementos arquitectónicos e iconográficos derivados de mi primer estudio del “Palacio de Moctezuma” o Tecpan Calli los cuales sostienen esta afirmación. En la nomenclatura arqueológica ese conjunto arquitectónico todavía se llama “Plataforma norte” lo cual no aporta ningún significado.

Entre otros códices, lienzos y otras representaciones, encontré en el Códice Vindobonensis información sobre el proceso constructivo del Rey Ocho Venado Garra de Tigre en su unificación del reino Mixteca; asimismo, enriqueció mi visión una revisión comparativa de mapas y lienzos que fui descubriendo en el Catálogo de J.B. Glass, enfocándome en sus representaciones arquitectónicas identificando algunas constantes, no obstante las diferencias culturales y temporales.

Varios códices y fuentes etnohistóricas representan o describen aspectos de ese notable aspecto de cultura que llamamos religión, y pocos documentos lo hacen sobre las ciencias. El orden sociocultural que se expresa en la religión se relaciona con las formas y estructuras de la arquitectura. Reconocer esta posible relación, expuesta en fuentes que tratan las estructuras de pensamiento religioso, ayuda a encontrar soluciones a las interrogantes que cada especialidad en particular enfrenta. La expresión más común para referirse a la arquitectura, edificios y ciudades, tanto por expertos como manera popular, es la de que se trata de “templos” o “centros ceremoniales”, opinión muy simplista y cargada de prejuicios que podemos corregir mediante los aportes extraídos de las diversas fuentes mencionadas.

Si se nos permite entonces comparar la arquitectura con un códice, escrito o pintado, y podemos leer el lenguaje de la arquitectura como sucede con otras formas de expresión, podría decir que lo que he reconocido en ellos son algunas relaciones de sentido entre formas y estructuras socioculturales, hecho que es posible gracias a un conjunto de preguntas tejidas interdisciplinariamente, de las que tal vez la más profunda a la que me he enfrentado, eje de mis trabajos que han buscado entender, a través de la arquitectura y mediante la invaluable ayuda de los códices es: Deus architectus mundi.

Ciencia, filosofía y religión en un pensamiento integral mesoamericano.
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Tomado de<:
http://ichan.ciesas.edu.mx/puntos-de-encuentro/que-he-visto-en-los-codices/

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