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Hispanismo e indigenismo: la polémica de los (verdaderos) huesos de Cortés y Cuauhtémoc. FELíCITAS LÓPEZ PORTILLO T.

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En la segunda mitad de los años cuarentas de este siglo, en

plena euforia alemanista, se desató en nuestro país una

encendida polémica entre indigenistas e hispanistas. La

razón: el descubrimiento de los restos de Hernán Cortés en

la iglesia del antiguo Hospital de Jesús, por él fundado en 1524,

y los del "Emperador" Cuauhtémoc, en Ichcateopan, Guerrero,

hallazgo hecho realidad por el admirable tesón de doña

Eulalia Guzmán. 1

La polémica, que alcanzó a la opinión pública a través de los

medios, a las altas esferas oficiales y a la intelligentsia de la época,

tuvo una de sus expresiones en la confrontación entre "sabios" y

"científicos", estos últimos armados con todos los instrumentos

de la ciencia moderna. Es el tiempo de la entronización de la técnica

y su esperado fruto, la eficiencia y la productividad; según

el discurso oficial, estas últimas nos sacarían de la pobreza y el

atraso. Por otra parte, a la razón de Estado le urgía que los restos

del último soberano azteca resultaran auténticos: el gobierno

alemanista (1946-1952) requería de una misse en scene de este

tipo. Los tres primeros años habían sido difíciles en el terreno

económico, a causa del ajuste provocado por la postguerra, y de

los mismos problemas estructurales que arrastraba la economía.

Estas dificultades se patentizaron en 1948, cuando ocurrieron una

serie de manifestaciones populares de descontento, debido a que

existían serios problemas de carestía y desabasto. A partir de 1950

la situación mejoró: se tuvieron fmanzas sanas y el crecimiento

del PIB tuvo un promedio anual de 5.7% en el sexenio, tasa superior

a la demográfica, que fue de 3.3%.2

 

La tónica de estos años la da la siguiente declaración de

Manuel Germán Parra, subsecretario de Economía: "La instauración

y el desarrollo del capitalismo en nuesrro país y la liberación económica de México han sido y continúan siendo hasta

el presente los dos grandes objetivos de la Revolución

Mexicana." (HOY, 13-v-1950, Núm. 690.) Los esfuerzos en pos

del crecimiento económico, con base en la iniciativa privada

pero con una fuerte presencia de intervencionismo estatal, se

cobijaban bajo la subjetiva consigna de la "mexicanidad". Ésta

significaba "la conciencia de que en nosotros mismos -en nuestro

esfuerzo tesonero en el trabajo y en nuestras convicciones

morales y espirituales- radica la solución de nuestros problemas".3

Son los tiempos de la "filosofía de lo mexicano",

movimiento de autoafirmación, a la vez que se propugnaba el

universalismo de toda expresión humana.

 

Mas vayamos a nuestro asunto. En noviembre de 1946 se

encontraron los restos de Hernán Cortés, que habían pasado por

ocho reinhumaciones anteriores.4 El hallazgo fue posible gracias a

las pesquisas de Francisco de la Maza y Alberto María Carreña,

"mocho profesional", como él mismo se nombraba. Un español,

funcionario republicano, había conseguido el acta suscrita

en 1836 por don Lucas Alamán, administrador de los bienes

del duque de Terranova y Monteleone, descendiente del Conquistador,

donde daba cuenta de la localización de la tumba.

 

En 1823 habían sido removidos los restos y puestos bajo las gradas

del altar mayor del templo del Hospital de Jesús, en la víspera del

16 de septiembre, a consecuencia de los solemnes festejos en honor

a los héroes de la Independencia. Se temió, con razón, que la turba

enardecida los profanara. En 1836 fueron trasladados, de nuevo

con el mayor secreto, a una de las paredes del mismo templo, lejos

de la humedad. Los restos fueron encontrados en tres urnas superpuestas:

de plomo, de cedro y de cristal, envueltos en finas

telas y brocados. Después de los esmdios conducentes, en julio

de 1947 fueron reinhumados en el mismo lugar, colocándose una

placa de bronce para dar cuenta del acontecimiento.5 El homenaje

oficial se concretó a declarar monumento histórico al Hospital

de la Purísima Concepción yJesús Nazareno. En diciembre de este

mismo año de 1947 se conmemoraron los cuatrocientos años del

fallecimiento de Hernán Cortés, fecha que por lo demás pasó

inadvertida.

 

Los tiempos no estaban para estas conmemoraciones. Los

conservadores, que fueron quienes enarbolaron la bandera hispanista,

habían sido derrotados hacía mucho tiempo, desde el

siglo pasado. Si bien todavía alentaba a algunos de sus seguidores,

la época pertenecía por entero a los indigenistas, amparados y

apoyados por las esferas oficiales. El Estado revolucionario había

tomado como una de sus consignas la reivindicación y recuperación

de nuestro pasado indígena. Personalidades como

Manuel Gamio, Ignacio Marquina y Alfonso Caso pusieron las

bases de las modernas antropología y arqueología mexicanas, y la

valoración de las raíces autóctonas inspiraba a pintores, músicos,

literatos y demás residentes del gabinete de las musas.

Precisamente quien encabezaba esta corriente era Diego Rivera,

el santón de la izquierda durante estos años. El pintor había

recibido su consagración definitiva en 1949, cuando se celebró la

Exposición Nacional de cincuenta años de su labor artística, en el

Museo de Artes Plásticas. En los años de 1944-1945 dio inicio a

los murales de los corredores del Palacio Nacional, pero al salir

a la luz p'ública los huesos del Conquistador fue cuando pintó a

éste como un individuo completamente disminuido. Antes lo

 había pintado como se estilaba en la iconografía tradicional,

como un guapo varón renacentista, parecido a Carlos V.

 

El mural de la Conquista del Palacio Nacional fue realizado

en 1951; según propia confesión, el artista se inspiró, pata su malhadado Cortés, en los estudios del eminente criminalista Alfonso

Quiroz Cuarón -quien los elaboró a partir de fotografías de los

huesos. Su dictamen apunta que en los restos de Cortés "se observan

evidentes estigmas degenerativos. que corresponden a un

padecimiento: el enanismo por sífilis congénita del sistema oseo".6

Esta sentencia cayó como anillo al dedo para los indigenistas, que

no desaprovecharon la oportunidad de hacer mofa de un Cortés

sifilítico o, de perdida, tuberculoso. No tornaron en cuenta que el

Conquistador, en 1521, tenía 34 años, y que murió de 63. Otros

estudios, menos maniqueos, revelaron que padecía de osteosis, una

enfermedad de los huesos, lo que explicaba la deformación que

presentaban éstos.

 

A partir del descubrimiento de los restos de Hemán Cortés se

desató una verdadera fiebre de búsqueda de despojos, una epidemia

de "huesitis". (Burlas aparte, durante este periodo se popularizó

el dicho: "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error."

0, corno festejaba Excélsior en su frase de la semana: "¿Quién, en

la época en que vivimos, no anda en busca de un hueso?")? Se rastrearon los restos de Francisco Javier Clavijero en la iglesia de Santa

Lucía, en Bolonia, y se concluyó que, habida cuenta de la gran cantidad

de osamentas pertenecientes a jesuitas mexicanos existentes

en el presbiterio de la iglesia, era imposible su localizaci6n; en

marzo de 1947, mediante la tradición oral, se hallaron los restos de

los Niños Héroes; a mediados de este mismo año se encontraron

en las Lomas de Padierna los de soldados mexicanos y norteamericanos que habían participado en la batalla de este nombre; en marzo de 1948 llegaron a nuestro país los despojos de don Carlos

Pereyra, y don Nemesio García Naranjo, aprovechando el viaje,

pidió el traslado de los huesos de don Porfirio Díaz, que aún

reposan en el cementerio Montparnasse de París.

 

Pero el hecho que va a desatar una verdadera zarabanda en el

caldeado clima ideológico de la época es el hallazgo de los

supuestos restos de Cuauhtémoc, el 26 de septiembre de 1949.8

Desde el descubrimiento de los restos del Conquistador los indigenistas

se querían sacar la espina. Es más, hubo quien señalara

que este hecho no era más que parte de un complot continental de

ensalzamiento hispánico, corno lo probaba el reconocimiento de la

momia de Francisco Pizarro, en Perú, el mismo año de 1946. Sea

como fuere, el caso es que desde febrero de 1949 empezaron a

aparecer en la prensa noticias referentes a que la tumba de

Cuauhtémoc se encontraba en Ichcateopan, pueblecillo simado en

la sierra de Guerrero, cercano a Taxco; precisamente bajo el altar

principal de la iglesia de Santa María de la Asunción, donde antes

había estado e! "gran teocalli". Desde principios del siglo pasado los

habitantes de! lugar habían solicitado que dicho altar se declarara

"intocable". En 1899 se volvió a tener noticia de que allí se encontraba

la tumba, lo que dio pretexto para que se apuntara que don

Porfirio había sido quien armó todo e! tinglado. La verdad es que

existía una tradición oral, antigua y muy fuerte, según la cual este

pueblo contenía los restos; apuntalaba tal aserto su nombre, que

significa "dios envuelto en a1godones".9 En marzo doña Eulalia

Guzmán fue comisionada para verificar la veracidad de la conseja.

Lo primero que hizo fue rastrear la tradición oral, analizar los documentos encontrados en la parte posterior de una imagen de la

Virgen, patrona del pueblo --que indicaban el sitio exacto del

entierro, con la firma de Motolinía como testigo-- y enseguida

proceder a la excavación debajo del altar mayor de la citada iglesia.

 

El templo data del siglo XVI, y fue reforzado en 1639, pero difícilmente

fue construido antes de 1529, fecha del supuesto enterramiento.

Apoyaba la tradición oral el hecho de que, desde tiempo

inmemorial, según los vecinos del lugar, se mantenía prendida

una vela en el altar -precisamente donde se encontraba la tumba.

Se ofrecían misas en su honor (Cuauhtémoc fue ahorcado, según

la historiadora, e! 28 de febrero de 1525, martes de Carnaval) ya

que e! último soberano mexica había sido bautizado. También se

hacían ceremonias y bailes conmemorativos de! sacrificio del héroe.

 

Doña Eulalia, después de vencer múltiples contratiempos

-parece ser que las autoridades del instituto donde prestaba sus

servicios no estaban muy convencidas de la veracidad del asunto--

y con la autorización y apoyo entusiasta de las autoridades

del estado de Guerrero, encabezadas por e! gobernador, general

Baltazar Leyva Mancilla, desenterró unos huesos calcinados, un

óvalo de cobre con las inscripciones "1525-1529. Rey e S. Coatemo",

y una punta de flecha y cuentas. La gente de Ichcateopan

nunca dudó de la autenticidad de los restos; prueba del fervor que

animaba a sus habitantes es la exclamación de uno de los peones

que excavaban, quien cayó de rodillas y dijo: "Gracias a Dios,

porque voy a ver a mi Rey." Los estudios de doña Eulalia aseguraban

que Cuauhtémoc era hijo de Ahuírwcl, señor de

Tenochticlan, y de Tlilalcapacl, princesa de Ichcateopan y nieta

de Netzahualcóyocl, primo de Moctezuma Xocoyotzin y Cuiclá-

huaco Cortés lo mandó ahorcar y decapitar en lzancanak, cerca de

los márgenes de! Usumacinta, y desde ahí lo habían trasladado sus

súbditos, a través de! istmo de Tehuantepec. Más de uno señaló

regocijado que habría sido más fácil llevar el cadáver a España, que

cargarlo en andas a través de la impenetrable selva por donde

supuestamente se hizo el recorrido.

 

A partir del descubrimiento se desató una avalancha de

homenajes al "único héroe a la altura del arte". (El terreno había

sido abonado por el libro de Héctor Pérez Martínez, Cuauhtémoc.

Vida y muerte de una cultura, publicado en 1948, y que

resultó un verdadero best seller.) Se promulgó que el 12 de

octubre Ichcateopan fuera la capital del estado de Guerrero.

 

Como era de esperar, le llovieron promesas de construirle escuelas,

carretera y drenaje. El Congreso de la Unión, en sesión

solemne, acordó poner en el recinto, en letras de oro, el nombre

de Cuauhtémoc; su presidente declaró que "El mejor homenaje

que se puede rendir al héroe es la obra realizada en beneficio del

pueblo" (Tiempo, 21-x-1949, Núm. 390, p. 1). Es más, si por algún

milagro encarnara, estaría satisfecho pues la tierra volvía a ser de

los suyos. En el colmo del entusiasmo, los "padres de la patria"

señalaron que había que erigirle una estatua en una de las cimas

más altas de México, de preferencia en El Bajío, centro del país,

para convertirlo en el vigía de todos los mexicanos. El Senado de

la República acordó constituir un "Patronato para la construcción

de un monumento a Cuauhtémoc", donde se colocaría

tierra de todas las tierras indígenas. El secretario general del PRl

comparó a doña Eulalia con la Corregidora, y se declaró a 1950

"año de Cuauhtémoc". En la Ciudad de México la antigua calzada

de La Piedad tomó su nombre. El mejor salón de las escuelas

públicas estaba dedicado a su memoria y se elaboró un documental

cinematográfico con la historia del hallazgo. El INBA convocó

a cuatro concursos para honrar su memoria: obra de teatro,

pieza de teatro infantil, ballet e himno. Las monedas de plata

con la efigie del héroe, que circulaban desde 1947, eran afanosamente

atesoradas por el público. (Por cierto, también se buscó el

tesoro.) Se promulgó la Jornada Nacional de Homenaje a

Cuauhtémoc, del 7 al 20 de noviembre ~l desfile de este día le

fue dedicado. Los maestros de primaria y secundaria, ejidatarios,

campesinos, etcétera, movilizados por los sectores corporativos del

partido oficial, acudían en "peregrinación cívica" al ''Altar de la

Patria". La descubridora de los restos -nombrada "hija predilecta"

del estado de Guerrero-- desde un principio sentó las bases de

la exaltación provocada por el hallazgo. El "joven abuelo" era el

"arquetipo de valores morales, el héroe más puro de la historia de

México, ejemplo para la juventud que debe encontrar en él la virtud".l1

(Por cierto, afirmaba tener pruebas que demostraban que

el guerrero mexica ¡se había conservado casto!)

El tercer aniversario de la toma -de posesión del licenciado

Miguel Alemán, ello. de diciembre de 1949, fue ocasión de un

homenaje de las Fuerzas Armadas a Cuauhtémoc en su estatua

de Reforma -inaugurada por don Porfirio Díaz en 1887, cuando

don Francisco del Paso y Troncoso dio un discurso en náhuatl

enalteciendo la necesidad de la unión de todos los mexicanos-; en

esa ocasión el general Santiago Piña Soria, jefe del Estado Mayor,

asentó que el último "Emperador" azteca era "símbolo de la

resistencia frente a la agresión extranjera" y ejemplo de honor,

dignidad y sacrificio para los soldados de México: "Cuauhtémoc,

en lo heroico, es de la estirpe de Hidalgo, de Morelos, de

los Niños Héroes, así como de la estirpe severa, patriótica y

nobilísima de Juárez." (Tiempo, 2-XII-1949, Núm. 396, p. N.) El

representante del DDF fue más lejos: el guerrero azteca era el más

grande héroe de la humanidad, mayor incluso que César y

Carlamagno: "Cuauhtémoc reúne en sí los valores y los gestos

de todos los héroes de todos los tiempos." (Tiempo, 7-x-1949,

Núm. 388, p. 4.)

 

Los ánimos no menguaron cuando, el 14 de octubre de 1949,

la comisión nombrada para verificar la autenticidad de los restos

dictaminó que éstos eran falsos. La prensa, que los llamó "sabios

oficiales", se ensañó contra sus integrantes: arquitecto Ignacio

Marquina, doctor Silvia Zavala, doctor Eusebio Dávalos

Hurtado, profesor Javier Romero, arquitecto Alfredo Bishop,

teniente coronel Luis Tercero Urrutia, licenciado Alfonso Ortega

MartÍnez y mayor Roberto Tapia Téllez. 12 La parte medular

del dictamen emitido anotaba que los huesos examinados

pertenecían a cinco personas, inclusive niños y mujeres, que la

inhumación se realizó después del siglo XVI, que las firmas

atribuidas a Motolinía eran apócrifas y que la placa de metal

había sido oxidada artificialmente. Sin embargo, se cuidaron de

señalar que:

 

La primera comisión, al rendir este dictamen, estima oportuno

separar con nitidez la admiración y respeto que sentimos los mexicanos

por la figura de Cuauhtémoc, del problema netamente

científico que consiste en establecer la autenticidad del hallazgo de

Ichcateopan, logrado por la señorita Guzmán con innegable tesón

e indiscutible probidad, y apoyada, con altura de miras y patriotismo,

por el culto gobernador del estado de Guerrero, general

Baltazar Leyva Mancilla. 13

 

A fines del mes de septiembre Alfonso Caso e Ignacio

Marquina habían acudido a Ichcateopan, donde saludaron con

entusiasmo el hallazgo pero cambiaron de opinión después de

los estudios pertinentes, actitud que les fue reprochada acremente.

Se acusó a los miembros de la comisión de haber actuado

a las volandas y de emitir un dictamen "superficial y no

válido"; asimismo, de que temían perder sus "huesos", que los

mantenían dentro de la nómina oficial. Es más, se amparaban

bajo intereses "antipatrióticos y antimexicanos". Diego Rivera,

en una comida que una asociación feminista brindó a doña

Eulalia, declaró que no eran sabios, sino "resabios". Si anteriormente

se habían declarado auténticos los huesos de Cortés, de

los Niños Héroes y de los soldados de Padierna, ¿por qué ahora,

que se trataba de los de Cuauhtémoc, existían tantos remilgos?

Debería efectuarse un examen científico al ayate de Juan Diego,

a ver si era cierto lo de la aparición de la Virgen. "Si los

campesinos, indios sublimes que guardan la tumba del jefe, disparan

sobre los negadores contra un muro de Ixcateopan, habrán

hecho una obra de absoluta justicia histórica", remató (Tiempo,

28-x-1949, Núm. 391, p. 1).

 

EI gobierno, por voz del licenciado Manuel Gual Vidal,

titular de la Secretaría de Educación Pública, apuntó que la

grandeza de Cuauhtémoc estaba por encima de sus restos

materiales, auténticos o no, por lo que los homenajes proseguirían.

Lo cierto es que, a partir de las dudas expresadas y

del posterior dictamen, también negativo, el régimen poco a

poco se deslindó del problema e hizo hincapié en que somos

una nación mestiza: a partir de la Independencia todos los

mexicanos constituimos un solo pueblo. Se había cumplido

así con uno de los propósitos estatales: dar cohesión y sentido

de pertenencia nacional a todos los habitantes de México. El

ex presidente Alemán da cuenta de la polémica en sus memorias,

y apunta que el culto a los héroes permite legar a las

nuevas generaciones "una clara y orgullosa conciencia de su

identidad nacional" .14

 

Las cosas no terminaron ahí. Doña Eulalia, con una fe de

cruzado en su causa, organizó otro grupo de estudio, esta vez

encabezado por el doctor Alfonso Quiroz Cuarón, quien era el

director del Departamento de Investigaciones Especiales del

Banco de México. 15 junto con el doctor José Gómez Robleda y

el ingeniero Liborio Martínez, se dispuso a proseguir con las

investigaciones. 16 A este grupo se le llamó "peritos del Banxico",

sin serlo propiamente. Se pidió el auxilio del Instituto de Física

de la UNAM para el estudio de las oxidaciones del óvalo de cobre;

los doctores Carlos Graef, Octavio Cano y Marcos Moshinsky

certificaron que la oxidación presentada por el mismo había sido

hecha a través de los siglos. O, al menos, esto dedujeron los llamados

"peritos" pues en carta posterior el doctor Graef aclaraba

que en el documento presentado por él y sus colaboradores: "No

hay una sola palabra que se pueda interpretar como un intento

de determinar la mayor o menor antigüedad de la placa de

cobre de la que proviene la muestra estudiada." También refutó

los estudios del doctor Bustamante, que se comentan más

adelante.

 

El doctor Enrique Bustamante, de la Universidad de

Princeton, certificó que la placa tenía una oxidación de más

de trescientos años; el ingeniero Cuevas, especialista en mecá-

nica de suelos, afirmó que la fosa donde se encontraron los restos

se había hecho antes de que se edificara el templo, y que éste fue

terminado en 1539. El profesor Luis Chávez Orozco defendió a

don Florentino Juárez, depositario de los supuestos documentos

probatorios, de la afirmación del doctor Silvia Zavala, quien lo

acusó de haber sido un formidable mitómano. A fines de 1949

dan a conocer su dictamen:

 

En consecuencia, concluimos que los estudios realizados, todos

ellos en posibilidad de ser comprobados y verificados, demuestran

científicamente y objetivamente que los restos humanos descubiertos

por la maestra Eulalia Guzmán, son de Cuauhtémoc, último rey y

señor de los mexicanos, mártir y héroe supremo de la historia de nuestra

Patria. 18

 

Ante la polvareda desatada por los dos dictámenes contrapuestos,

la SEP decidió formar una nueva comisión, esta sí

definitiva, que diera por finiquitado el asunto. El 6 de enero

de 1950, como regalo de Reyes, se dieron a conocer los nombres

de los integrantes de la misma: doctor Alfonso Caso, del

INI; doctor Arturo Arnáiz y Freg, de El Colegio de México;

doctor Manuel Gamio, del Instituto Indigenista Panamericano;

doctor Rafael Illescas Frisbie y doctor José Joaquín

Izquierdo, de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la

Investigación Científica; profesor Wigberto Jiménez Moreno,

del Seminario de Cultura Mexicana; doctor Julio Jiménez

Rueda, del AGN; doctor Pablo Martínez del Río, del Instituto

de Investigaciones Históricas de la UNAM, e ingeniero Pedro

C. Sánchez. 19. Antes que nada, los miembros de la "Comisión

Investigadora de los Descubrimientos de Ichcateopan" montaron

una guardia de honor en el monumento a Cuauhtémoc

sobre la Avenida Reforma. Doña Eulalia se apresuró a declarar

que, de los once miembros de lo que la prensa dio en llamar

"Gran Comisión", sólo dos sabían de qué se trataba. No estaban

Acostumbrados

 

más que a manejar los archivos de los escribanos de su Majestad:

cosas perfectamente ordenadas. Pero se hacen bolas cuando

afrontan cosas vivas como el de la tumba de Cuauhtémoc, en el

cual no pueden consultar a nadie porque hay documentos en los

que no aparece la fe del notario y que, además, no están testimo-

niados. Son, en síntesis, sabios de gabinete (Tiempo, 7-N-1950,

Núm. 414, p. n).

 

Agregó que debía tomarse en consideración que, por tratarse

de un organismo oficial, prevalecería el criterio político

sobre el propiamente científico.20 Esto no dejaba de ser un

contrasentido pues si había alguien interesado en que se confirmara

la autenticidad de los restos, era precisamente la esfera

oficial.

 

En el ínterin, mientras la Comisión de los "Supersabios"

se afanaba por esclarecer la verdad del descubrimiento de

marras, los estudios de Quiroz Cuarón y seguidores prosiguieron,

doña Eulalia incluida (quien, por cierto, elaboraba una

investigación sobre las Cartas de Relación de Hernán Cortés

donde intentaba probar que el audaz extremeño era un redomado

mentiroso). A mediados de 1950 dieron a conocer un estudio

"científico" que asentaba, a partir de los restos encontrados, que

éstos pertenecían a un individuo de las siguientes características:

 

Veinticinco años de edad, atlético, de forma elegante y juvenil, de

estatura elevada, de caracteres sexuales bien desarrollados, longitípico

esténico de la variedad hipertiroidea, dolicocéfalo, miembros

largos, potente aparato locomotor de veloces y rápidos movimientos,

cara ovalada, tez blanca, grandes ojos. Emotivo, irritable,

de inteligencia precoz, de capacidad crítica notable, de tono afectivo

dominante y apasionado y de funciones intelectuales lógicas. 21

 

En febrero de 1951 la "Gran Comisión" entregó al secretario

de la SEP su veredicto negativo, donde se lee que, entre otras

pruebas adversas, "los documentos que se han aducido, son

apócrifos o falsos; la inscripción que ostenta la placa es moderna,

y los huesos son, por lo menos, de cuatro individuos

diferentes".22 Hubo quienes expresaron que los huesos debían

declararse auténticos, porque así lo exigía el interés nacional.

Arturo Arnáiz y Freg, vocero de la citada comisión, escribió que

"Lo fácil y, al propio tiempo lo impropio e inadmisible, hubiese

sido dejarse alucinar por testimonios deficientes, por documentos

plagados de anacronismos o por las inclinaciones místicas de

grupos entusiastas y mal orientados". 23 Lo único que se buscaba

ba era la verdad: "Es un timbre de gloria para todos los firmantes

del dictamen final, que -aparte de haber laborado sin

remuneración alguna- se nos haya injuriado por mantener los

fueros de la investigación científica, sin torcer la verdad por

móviles patrioteros."24 La respuesta no se hizo esperar: doña

Eulalia acusó que la multicitada comisión no había hecho las

suficientes pruebas científicas, y que no se habían trasladado ni

siquiera al lugar de los hechos. Por lo tanto, "Las pruebas siguen

incólumes. La comisión ha sido una asamblea deliberante"

(Tiempo, 16-I1-1951, Núm. 459). La SEP, como Poncio Pilatos,

se lavó las manos:

 

Dada su propia naturaleza, las diversas opiniones formuladas

por los miembros de la comisión no pueden construir una

decisión de carácter resolutivo. En estas condiciones, debe considerarse abierta la investigación para recibir las luces de los

especialistas en las diversas ramas que con ella se relacionan y, en

general, de los estudiosos que con sus conocimientos y su amor

a la egregia figura de nuestro máximo héroe indígena prosigan la

tarea emprendida.25

 

Tan abierta quedó la cuestión, que en 1976 volvió a

sacarse el cadáver del armario. Por decreto ejecutivo se ordenó

al INAH una nueva investigación, y para tal fin se creó la

Comisión para la Revisión y Nuevos Estudios de los Hallazgos

de Ichcateopan. Como cinco lustros atrás, se buscaba un paliativo

para encubrir una conflictiva situación, como era la del

estado de Guerrero en estos años. Eduardo Matos Moctezuma

destaca que la misma fue sometida a diferentes tipos de presión

pero que no se claudicó en la búsqueda de la verdad científica.

Se llegó a una conclusión similar a las de las dos ocasiones

anteriores: no había "base científica para afirmar que los

restos hallados el 26 de septiembre de 1949 en la iglesia de

Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Gro., sean los restos

de Cuauhtémoc, último señor de los mexicas y heroico defensor

de México-Tenochtitlan".26 La Secretaría de Educación

Pública rechazó el dictamen negativo. "Una vez más, la historia

se repetía. "27

 

Mas traigamos a colación algunos ejemplos de la polémica

que se desató en aquellos años, análoga a la levantada con

motivo de la conmemoración de los quinientos años del descubrimiento

de América. (Lo que muestra que estamos lejos de

la hegeliana recomendación de asimilar el pasado; éste está

todavía demasiado vivo entre nosotros, lo que provoca heridas

"enconadas" [Paz dixi~.) Doña Eulalia tuvo una importante tribuna

en la revista Cultura Soviética, editada por el Instituto de

Intercambio Cultural Mexicano-Ruso, 28 lo que no favoreció

mucho su causa, dado el clima imperante de guerra fría. Por

ello, se acusaba desde Excélsior que existía una "conjura comunista"

para desatar el caos y el rencor social; la bandera enarbolada

era la reivindicación del mundo indígena:

 

No en vano advenimos, desde la comedia ósea de Ichcateopan de

la camarada Eulalia, que lo de los huesos del héroe autóctono sería

utilizado por elementos comunistas para pretender resucitar complejos

raciales y de este modo sembrar agitación y dividir a los

mexicanos, cuando más necesitan estar unidos.29

 

La citada historiadora, orgullosa de su ascendencia indígena

-de la que hacía ostentación- no dejó de recibir las puyas

de quienes se inclinaban hacia la corriente hispanista. Estaba

tan fascinada con la cultura azteca, que muy bien podía haber

sido una "teixamique": mujeres viejas que, según Sahagún,

esperaban al pie del templo de Huichilobos los cadáveres de los

sacrificados. Portaban jícaras con tamales y salsa de mole, y

cuando los cuerpos se precipitaban gradas abajo les introducían

comida en la boca y los rociaban con la salsa. Los españoles

destruyeron "este precioso sistema religioso que permitía comer

tamales con carne de personas, y en el que había oficios tan dignos

como el de teixamique".3o Quienes ensalzaban la labor

española en América hacían hincapié en la sanguinaria religión

mexica: "Cuauhtémoc defendía su religión, los sacrificios humanos,

los tanques de sangre en que se bañaban los papas, las

caminatas al cerro de la Estrella en que las propias madres

iban pinchando, con púas de maguey, hasta dejarlos desangrados

y exánimes, a sus hijos." Oesús Guisa y Azevedo, Lectura,

15-x-1949, Núm. 4, t. LXII, p. 197.) Doña Eulalia contestaba

Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Gro., sean los restos

de Cuauhtémoc, último señor de los mexicas y heroico defensor

de México-Tenochtitlan".26 La Secretaría de Educación

Pública rechazó el dictamen negativo. "Una vez más, la historia

se repetía. "27

 

Mas traigamos a colación algunos ejemplos de la polémica

que se desató en aquellos años, análoga a la levantada con

motivo de la conmemoración de los quinientos años del descubrimiento

de América. (Lo que muestra que estamos lejos de

la hegeliana recomendación de asimilar el pasado; éste está

todavía demasiado vivo entre nosotros, lo que provoca heridas

"enconadas" [Paz dixi~.) Doña Eulalia tuvo una importante tribuna

en la revista Cultura Soviética, editada por el Instituto de

Intercambio Cultural Mexicano-Ruso,28 lo que no favoreció

mucho su causa, dado el clima imperante de guerra fría. Por

ello, se acusaba desde Excélsior que existía una "conjura comunista"

para desatar el caos y el rencor social; la bandera enarbolada

era la reivindicación del mundo indígena:

 

No en vano advenimos, desde la comedia ósea de Ichcateopan de

la camarada Eulalia, que lo de los huesos del héroe autóctono sería

utilizado por elementos comunistas para pretender resucitar complejos

raciales y de este modo sembrar agitación y dividir a los

mexicanos, cuando más necesitan estar unidos.29

 

La citada historiadora, orgullosa de su ascendencia indígena

-de la que hacía ostentación- no dejó de recibir las puyas

de quienes se inclinaban hacia la corriente hispanista. Estaba

tan fascinada con la cultura azteca, que muy bien podía haber

sido una "teixamique": mujeres viejas que, según Sahagún,

esperaban al pie del templo de Huichilobos los cadáveres de los

sacrificados. Portaban jícaras con tamales y salsa de mole, y

cuando los cuerpos se precipitaban gradas abajo les introducían

comida en la boca y los rociaban con la salsa. Los españoles

destruyeron "este precioso sistema religioso que permitía comer

tamales con carne de personas, y en el que había oficios tan dignos

como el de teixamique".3o Quienes ensalzaban la labor

española en América hacían hincapié en la sanguinaria religión

mexica: "Cuauhtémoc defendía su religión, los sacrificios humanos,

los tanques de sangre en que se bañaban los papas, las

caminatas al cerro de la Estrella en que las propias madres

iban pinchando, con púas de maguey, hasta dejarlos desangrados

y exánimes, a sus hijos." Oesús Guisa y Azevedo, Lectura,

15-x-1949, Núm. 4, t. LXII, p. 197.) Doña Eulalia contestaba

esta última, se celebraría "el día de la señorita Eulalia Guzmán,

que comenzaría a comernos a cachitos, con antropofagia

antropológica" (Mañana, 15-x-1949, Núm. 320, p. 29). Si bien

Cuauhtémoc es el héroe "que está más cerca del corazón mexicano",

y ejemplo a seguir por su fidelidad a sí mismo y a su

pueblo hasta la muerte, Cortés es el verdadero creador de nuestra

nacionalidad: "Desde todos los puntos de vista, y con todos

sus defectos, lo que creó la Colonia fue mejor que lo que existía

bajo el dominio aborigen."33 La exaltación de los pueblos

nativos era una estrategia anglosajona para denigrar a España

tal y como lo probaba la virulencia de la leyenda negra. El filó-

sofo, desde años atrás, había deslindado su posición: no era más

que "sentimentalismo blandengue" el de los redentores de

indios: "Los españoles oprimieron a los indios, y los mexicanos

seguimos oprimiéndolos, pero nunca más de lo que los hacían

padecer sus propios caciques y jefes."34

 

Los medios escritos de comunicación fueron una importante

caja de resonancia de la polémica. Por ejemplo, en HOY,

"revista de México y para México",35 se editorializaba que

ambos, Cuauhtémoc y Cortés, eran raíces de nuestra nacionalidad.

Mas alrededor de la primera figura se concentraban dos

corrientes ideológicas: el cuauhtemocismo (sic) y el amor

auténtico a la patria. "El cuauhtemocismo es falsedad y

fetichismo. Es la veneración de un muerto; la idolatría de un

personaje histórico y, en el fondo real y exacto, el odio a España,

raíz, también insustituible, de nuestra nacionalidad." El

México actual era la expresión de la comunión de dos razas,

edificadas "firmemente sobre la roca inconmovible del espíritu

y de la fe" (8-x-1949, Núm. 659, p. (1). Tiempc?6 era más militante.

Los miembros de la comisión Marquina-Zavala no eran

más que "historiadores caducos y formalistas", todo por haber

emitido un dictamen negativo; lo que era indiscutible "es la

calidad de Cuauhtémoc como raíz y cumbre de México" (28-

x-1949, Núm. 391, p. 1). El Nacional defendió la autenticidad

de los restos; negarlos era un "malinchismo execrable". Ángel

Torres y González, reportero de este periódico, aseguraba que

cuando Cortés recibió la noticia de la ejecución del héroe cayó

desmayado a causa del remordimiento.37 Si bien éramos

producto del mestizaje, todavía existían "algunos sectores

que rememoran los excesos contra los indios en la conquista

para labrarse fortunas fáciles". 38 El discurso indigenista

equiparaba a los hispanistas con los sectores más reaccionarios

del país, que en el pasado no habían vacilado en poner en peligro

a la patria.

 

La presencia de los huesos de Cuauhtémoc sobre la tierra que tanto

amó y que tan señeramente defendió, es un argumento toral contra

la historia, la filosofía y hasta el derecho que forjaron los conquistadores

y que después se encargaron de apuntalar los serviles y los

descastados.39

 

El general Lázaro Cárdenas prestó su apoyo a la causa de

doña Eulalia. En abril de 1950 acudió a Ichcateopan en compañía

de su hijo y del general Francisco J. Múgica; en agosto encabezaba

el Comité Pro-Autenticidad de los Restos de Cuauhtémoc, compuesto en su mayoría por maestros rurales del estado de Guerrero, a quienes se tildó de "comunistas".40

 

Después del tercer dictamen se pidió una "civilizada reconciliación"

entre indigenistas e hispanistas. Como escribió Octavio

Paz en 1951, en el prólogo a la edición francesa de la obra

citada de Pérez Martínez, "no se puede reducir la historia al

tamaño de nuestros rencores". El joven guerrero azteca era un

mito popular, y en otros tiempos se le hubiera deificado. "Si

Guadalupe Tonantzin encarna la vieja relación con el

cosmos a través de la madre divina, Cuauhtémoc representa,

por el contrario, la soledad del héroe que lucha

y muere solo, abandonado por los dioses y los hombres."

Por otra parte, el Conquistador siempre ha sido

un personaje controvertido, incluso en vida:

 

Guerrero, político, diplomático, aventurero, ávido de riquezas

y mujeres, católico devoto, Cortés fue también un

descubridor de tierras y un fundador de ciudades. Fue

un hombre extraordinario, un héroe en el antiguo sentido

de la palabra. No es fácil amarlo, pero es imposible no

admirarlo.41

 

Su figura divide a los mexicanos; debe dejar de ser el

mito negativo que ha sido durante mucho tiempo para

acceder a la categoría que le corresponde: la de un personaje

histórico.

 

La polémica reseñada propició el afianzamiento de

la unidad nacional en aras de un nacionalismo auspiciado

por el Estado; eran los tiempos de la "cortina de

nopal" y de la búsqueda del carácter de lo mexicano.

 

"El encuentro de los huesos de Cuauhtémoc sirvió de

verdadera catarsis nacional y la década de 1950 fue más

conciliadora."42 Desgraciadamente, esto no sucedió con

la conmemoración de los 500 años. Surgieron las

consabidas acusaciones de genocidio contra los indios

de parte de los españoles y, junto con esto, una militante

hispanofobia que llegó al extremo de derribar

varias estatuas de frailes y virreyes ilustres, amén de los

destrozos causados a la estatua de Cristóbal Colón.

Apareció con virulencia la militancia indigenista de quienes no

son precisamente indígenas,43 y fue visible la indiferencia oficial

ante el aniversario. Cuánta razón tiene Álvaro Mutis cuando

arremete contra estas manifestaciones: "Insistir en esta cantinela

(la del genocidio) es mostrar una inmadurez histórica alarmante."

"La historia del hombre sobre la tierra está constituida

por una cadena ininterrumpida de genocidios implacables.

Volver sobre ellos y lamentar el desastre que produjeron, es tan

necio como estéril."44 Vaya este recordatorio como una contribución

al desvanecimiento de nuestros fantasmas. ¿O estaremos

condenados a seguir sin reconocernos en la herencia

hispánica o, en su defecto e igualmente grave, en la indígena?

Como recomienda el maestro Edmundo O'Gorman, hay que

comprender a los muertos, no condenarlos. •

____________________

Tomado de:

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/files/journals/1/articles/14086/public/14086-19484-1-PB.pdf

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