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LA NACIÓN ANTE EL DILEMA DE REPARCHAR O REFUNDAR

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Lo que hoy es la nación mexicana, nace de varias vertientes históricas. La primera, es que es hija de una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo del planeta; y la que alcanzó la más alta calidad de vida para todo su pueblo.

La segunda; es que, sus cimientos modernos surgen de un acto de violencia, despojo y muerte, que ha durado cinco siglos. Tres siglos a manos de la corona española y los gachupines y los dos últimos siglos, en manos de los criollos y de una ideología neocolonial.

El Estado mexicano surge en 1824; bajo un acuerdo entre criollos y gachupines, por finalizar la guerra de once años por el poder; y como España, por la Constitución de Cádiz, cambió la monarquía por la república. Criollos y gachupines, decidieron hacer “su propio país”.

En la milenaria etapa; antes de la invasión española, se vivieron tres periodos. El primero fue formativo, de más de seis mil años. El segundo de esplendor, de más de mil años. El tercero de decadencia, de más de seis siglos. A pesar de que cuando llegaron los invasores, se encontraba el Anáhuac en un periodo de decadencia “filosófica-religiosa”, la calidad de vida era; por mucho, más elevada que la de los europeos.

Mientras los anahuacas vivían en una democracia participativa, los europeos vivían en una monarquía. Los primeros tenían una religión ancestral endógena, los segundos tenían una nueva religión en la península, producto de un sincretismo de más de mil años e impuesta por el Vaticano. Los primeros tenían una excelente alimentación, salud y educación escolarizada para todos, los segundos tenían una alimentación muy limitada, vivían de manera insalubre y no tenían escuelas para el pueblo.

La invasión se realizó debido a los problemas y trasgresiones de la filosofía y religión ancestral (tolteca), hecha por el pueblo nahua, llamado mexica, quien al disminuir la imagen filosófica-religiosa de Quetzalcóatl; símbolo de la educación, la sabiduría y la espiritualidad, los mexicas a partir de 1440, la cambiaron por su numen tutelar, traído de los desiertos del Norte. Huichilopoztli era el símbolo de la voluntad de poder, la guerra y la materia. Con la asesoría política, filosófica y religiosa de Malinche; así como el apoyo militar de Ixtlilxóchitl y sus 300 mil guerreros, Hernán Cortés provocó una guerra civil entre los pueblos nahuas del Altiplano.

A la caída de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521, los españoles inician la conquista del Anáhuac, con el apoyo militar de los pueblos nahuas del Altiplano que se unificaron; vencedores y vencidos, en torno Al liderazgo de Cortés. La invasión y conquista del Anáhuac sigue hasta nuestros días, con una extraordinaria y heroica resistencia de los pueblos y culturas originarias.   

El periodo Colonial de tres siglos, se puede entender como un espacio de lucha intensa; a veces explosiva, las más de las veces subterránea, pero siempre, terriblemente intensa y silenciosa, entre tres grupos. Los gachupines, que representaban el poder y los intereses de la corona. Los criollos, que representaban a los hijos de españoles que se creían los dueños verdaderos de estas tierras; pues, según ellos, sus antepasados las habían conquistado y los gachupines se las habían apropiado.

Estos dos grupos fueron muy reducidos en número. El tercer grupo, eran el de los pueblos anahuacas que vivían en calidad de derrotados, por lo que su condición era marginal y de pobreza. A pesar de ser el mayor número, no tenían mayor significado en las decisiones de la corona; y menos aún, entre los gachupines y criollos, que sólo los veían como mano de obra esclava.

Para 1800; se calcula en números redondos, existían seis millones de habitantes en el Virreinato de la Nueva España; de los cuales, cinco millones eran anahuacas. En 1828, los criollos traicionan a los gachupines y los expulsan de México. No solo durante el virreinato, sino todo el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la población rural fue del 70% del total del país. En ese 70% de población rural, la presencia de la Cultura Madre ha sido dominante.

El punto es, que desde 1824, las personas, ideologías y cultura que trazaron “la historia de este país”, han sido una elite de criollos y avecindados extranjeros y sus hijos, los que han decidido cuál es el rumbo y destino de “su país”. Del otro lado, la gran mayoría del pueblo, fueran anahuacas y mestizos, rurales o urbanos, siempre han vivido marginados de la toma de decisiones del país. Su participación activa, desde 1521, “ha sido como carne de cañón y mano de obra esclava”, o como voto cautivo, mansos trabajadores y dóciles consumidores.

De esta manera, México es el constructor de mentes europeizadas, importadoras de modelos políticos, económicos, sociales, educativos y culturales, traídos de Europa y ahora de E.U. Las elites criollas han querido siempre copiar modelos externos. Nunca han sentido inspiración por la Civilización Madre; y mucho menos, la han conocido y valorado.

El desprecio y la destrucción ha sido la misma desde el Siglo XVI. La gente blanca del poder económico, político y cultural, desprecia a la mayoría de los habitantes de este país, “su país”, por ser anahuacas, por tener el fenotipo o tradiciones y costumbres ancestrales. Para ellos, en todos los ámbitos de la vida nacional, su referente ha sido y es, España, Francia, E.U. y Europa en general.

Cuando escuchamos a “los historiadores de la patria”, generalmente ponen en boca de unos cuantos, “Los Sentimientos de la Nación”; es decir, de todo ese pueblo que finalmente desprecian y nuca han tomado en cuenta, pero siempre han actuado en nombre de él. Desde el mismo José María Morelos, Agustín de Iturbide, José Antonio López, Benito Juárez, Porfirio Díaz, Francisco I.  Madero, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Miguel Alemán, por citar solo algunos.

Tal vez sea Lázaro Cárdenas, el único dirigente nacional que ha en verdad escuchado al pueblo y se ha preocupado por él. En general, todos lo citan en sus discursos como el motor de sus acciones, pero en la realidad histórica, los grupos de poder siempre han respondido a los intereses de las elites blancas de poder.

La “apasionante historia” del siglo XIX, como dice Paco Ignacio Taibo II, se resume a “un apasionado enfrentamiento” de conflictos ideológicos, políticos y económicos, de un reducido grupo de personas que “construyen su patria, de ellos y para ellos”, unos inspirados por la masonería yorkina, otros por la masonería escocesa. Unos inspirados por E.U. y sus intereses y otros inspirados por los europeos y sus intereses. Unos federalistas, los otros centralistas, unos liberales, los otros conservadores, unos priistas, los otros panistas, unos de morena y los otros del priam; pero todos ellos, de espaldas del pueblo, siempre mintiéndole y defraudándole, siempre “salvándolo” y siempre robándole. 

El modelo económico, político, educativo y cultural “de este país”, siempre ha sido ajeno al pueblo. Siempre es importado, tratando de “beneficiar” al pueblo que desprecian y desconocen. Una patria corrupta de unos cuantos; y un “padrastro”, desalmado para el pueblo.

Los historiadores hablan de las luchas por la construcción del país. Pero la pregunta es, ¿“el país de quién”?, de las minorías criollas extranjerizantes explotadoras o el de las mayorías anahuacas pobres, ignorantes y enajenadas, a quienes se les ha amputado su conciencia histórica de manera sistemática y total. Un país, inspirado en la fuente colonial o en la civilización ancestral.

En 1824, los criollos y gachupines piensan en un país, de ellos y para ellos, no en las masas anahuacas que fueron; en ambos bandos, solo la carne de cañón.  López de Santa Anna gobernó 30 años para él y sus amigos, no para el pueblo y menos para la nación. Aún los llamados hombres de La Reforma, un grupo de blancos que lucharon por construir un país “como los de Europa”, en el que los pueblos anahuacas y sus culturas no estaban incluidas.

El Propio Benito Juárez tenía el fenotipo anahuaca, pero su pensamiento era extremadamente eurocéntrico. Fue el mismo Maximiliano quien en sus políticas de Estado, el único que tomó en cuenta a los pueblos y culturas anahuacas en el Siglo XIX. Para Porfirio Díaz y José Yves Limantour, el modelo era francés y los anahuacas solo eran un lastre que se debían civilizar y modernizar, para ubicarlos como obreros y empleados para modernizar el país.

Desde 1824, el Estado mexicano neocolonial de ideología criolla, se ha dedicado; con una estrategia a veces brutal y otras subliminal, a destruir toda presencia de la Civilización del Anáhuac en el pueblo.

Exaltando hasta la saciedad los modelos extranjeros y despreciando los elementos culturales ancestrales; Ridiculizando lo propio y exaltando lo ajeno. En una, “operación maligna y dolosa”, han logrado que el pueblo, no solo tenga una brutal amnesia de su esencia y raíz ancestral; sino que sienta desprecio y vergüenza de ella. El Estado mexicano ha logrado tener a un pueblo amnésico; y además, un pueblo ignorante de lo mejor de sí mismo, amputado de su memoria histórica y su identidad cultural ancestral. Sin dignidad, sin honor, manso y sumiso. Temeroso y violento; cínico y sinvergüenza; flojo, corrupto y auto invalidado, apto para toda explotación. 

A pesar de la torpeza, corrupción y traición a “su patria” de las elites criollas en el poder económico y político, México y su pueblo son un gran negocio, que la corrupción, la impunidad y la voracidad esquizofrénica de la cleptocracia dirigente, están poniendo en riesgo. El pueblo manifiesta su rechazo en las urnas en las pasadas elecciones (Julio 2018), por tanta traición a la patria y destrucción del Estado.

Llega AMLO; con la esperanza de muchos, ante la creciente inseguridad de un Estado fallido. AMLO no es un revolucionario en el sentido de que pretenda cambiar al Estado; él es, solo un “reformador” que pretende restablecer el Estado de Derecho. Promete; en el mejor de los casos, volver a como vivíamos hace 40 años. Esta es la razón por la cual, la irresponsable y antipatriótica clase en el poder lo acepta.

Enorme y casi imposible se antoja la misión que se ha propuesto AMLO. Erradicar la corrupción y reestablecer el Estado de Derecho. Pero muy necesaria e indispensable ante el abismo al que avanzamos con la kakistocracia que nos ha gobernado. No solo necesitará él mismo ser totalmente IMPECABLE y escrupulosamente VIRTUOSO; sino todos los que le acompañan en el gobierno.

La gran responsabilidad de ese pueblo que lo votó y ha puesto en él toda su esperanza; tal vez la última esperanza, es que sean implacables con los corruptos del nuevo gobierno; y también con los que detentan el poder político y económico que permanecen en el poder, y que lucharán como hienas y chacales heridos por defender sus prebendas y corruptelas.

 

De fracasar AMLO, como dijo aquél, “la patria estará perdida”.

Pero de lograrlo; que así lo esperamos todos los bien nacidos, ¿qué, en verdad, se habrá logrado?, ¿Volver a la seguridad y a la estabilidad social y económica de hace cuarenta años? El modelo neocolonial de explotación del pueblo y los recursos naturales por un puñado de familias y empresas, en nada se habrá modificado.

La ignorancia y amnesia programada del pueblo por el Estado neocolonial de ideología criolla, se mantendrá intacta; o tal vez, más fortalecida. El dilema es cambiar para seguir igual o cambiar para mejorar. Re-parchar o re-fundar la nación.

Desde 1521, la colonización cultural asume que; el 13 de agosto de ese año, se acabó total y definitivamente la “historia prehispánica” y que los cimientos del país, son básicamente el periodo colonial; y que hoy en día, los anahuacas, somos mexicanos, (es decir, mexicas), que ya no existe la Civilización del Anáhuac y sus pueblos y culturas anahuacas han desparecido; y que somos un país mestizo, monolingüe, mono cultural y con una sola identidad nacional y una sola cultura moderna, en el que el pasado está escrito en los libros de texto, en letras de oro en los congresos, en los bronces de las plazas y en el nombre de las calles de las ciudades. Más nada.

La pregunta es que, sí, ¿esta “toma de conciencia” de 30 millones de personas quedará en “cambiar para seguir igual”?, o que pudiera seguir una ruta de recuperación total, de nuestra identidad cultural y nuestra memoria ancestral, para que con el patrimonio de sabiduría y experiencia civilizatoria; conocido como Toltecáyotl, que nos llevó en su tiempo, a alcanzar los más altos estándares de calidad de vida para todo el pueblo; por lo menos durante mil años, y que con esa sabiduría ancestral, podamos diseñar y construir otro modelo de comunidad, en el que los valores y principios ancestrales guíen las más elevadas aspiraciones de los seres humanos consientes. 

No se pretende volverse a ponerse plumas y habitar las zonas arqueológicas. Si no, hacer lo que están haciendo en estos días, civilizaciones tan antiguas como la nuestra. China e India, están trabajando en el presente la construcción de sus países, con la sabiduría de su milenario pasado.

El Anáhuac y la Toltecáyotl no han muerto o están desaparecidos, solo es que no existen en los ojos y en las mentes de los colonizadores y los colonizados, desde el Siglo XVI, hasta nuestros días.

Pero de la misma forma en que el pasado sigue vivo en la vida cotidiana de los pueblos y gobiernos de China e India, en nuestro territorio sigue vivo, vigente y presente el pasado, que nos ha dado fortaleza, resistencia y coraje para resistir cinco siglos de opresión e injusticia.

Ese pasado que nos enraíza profundo en la Madre Tierra y nos dá “un rostro propio y un corazón verdadero”; y todo cuanto somos y tenemos como personas, familia y pueblos.

La administración de AMLO, está obligada; “por sus buenas intenciones”, a restituir la memoria histórica y la identidad cultural del pueblo por parte del Estado. Se requiere una verdadera revolución cultural, para volver a la raíz y esencia de nuestra forma de ver, sentir e interpretar el mundo y la vida. Los valores y principios que deben regir al gobierno, a los funcionarios y al pueblo.

AMLO puede iniciar un movimiento de restitución de nuestra Cultura Madre. Sin dejar lo que hemos logrado en apropiaciones culturales en estos cinco siglos; no solo de Europa, sino de África y Asia, que nos han enriquecido y que hoy forman parte de nuestros elementos culturales.

Pero es indiscutible que con los elementos culturales “propios-nuestros”, podremos encontrar el mejor detonante, para volver a vivir en armonía y equilibrio. Como lo hicieron por siglos nuestros Viejos Abuelos. El futuro de la Matria (Cultura Madre), está en el conocimiento pleno de su pasado. Lo difícil no es hacerlo, sino imaginarlo.

 

Yahuiche, Oaxaca, agosto de 2018

 

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