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UN POSIBLE IMPERRIO TEOTIUHACANO Ignacio Bernal

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UN POSIBLE IMPERRIO TEOTIUHACANO Ignacio Bernal

En este trabajo se elabora un primer intento de más amplia comprensión de lo que fue la realidad teotihuacana. A juicio del arqueólogo, doctor Ignacio Bernal, el análisis de numerosos elementos puede llevar a afirmar que Teotihuacán fue metrópoli y centro de algo muy semejante a lo que se ha designado a través de la historia como un imperio.

En el caso concreto de Teotihuacan, donde no tenemos dato históricos, necesitamos recurrir exclusivamente a la arqueología para tratar de investigar hasta qué punto podemos hablar de un imperio teotihuacano. No podemos pensar en un imperio cuya cabeza no sea una ciudad propiamente dicha. Tanto imperio como ciudad son términos que se refieren a un nivel superior al del mundo tribal. Entonces nuestro primer punto será proponer que Teotihuacan fue una ciudad y no un centro ceremonial. Este punto parece de fácil demostración si se tiene en cuenta en primer lugar el enorme tamaño construido y urbanizado (unos 32 km.2) y en segundo lugar las grandes diferencias que existen dentro del área. En efecto, independientemente de los monumentos de ín­dole religiosa, existen habitaciones que podemos llamar pala­cios, otras de tamaño mediano y finalmente chotas de artesano o de agricultores. Todo ello parece demostrar una estratifica­ción muy clara, base necesaria para que exista una ciudad. Se trata además de un sitio particularmente rico no sólo en grande monumentos públicos sino en la producción de toda clase de objetos menores. Tiene un gran estilo artístico. Podríamos considerar a Teotihuacan como el sitio más rico de Mesoamérica. Por tanto parece bien establecido que se trata ele una ciudad con un patrón urbano plenamente caracterizado. Una ciudad de esta importancia, que tiene además división de trabajo, estratificación social, y comercio con muchas áreas.

UN POSIBLE IMPERRIO TEOTIUHACANO Ignacio Bernal No puede concebirse sino a base de un grupo organizado que rija sus destinos. Ya que se trata de una ciudad y no de una sociedad aldeana, tendremos que convenir en que en Teotihua­can sí hubo un gobierno estatal; en otras palabras, que Teoti­huacan es la cabeza de un Estado. Pero el que Teotihuacan sea la cabeza de un Estado no implica necesariamente que sea la cabeza de un imperio.

No es éste el momento de discutir las características de un imperio y las diferentes formas en que éstos han existido, pero sí debemos de indicar que imperio necesariamente significa que el poder se ejerce sobre varias regiones, antiguamente soberanas, aparte de la metropolitana. Estas regiones deben presentar una diversidad étnica y lingüística. ¿Es éste el caso de las regiones que posiblemente dominaba Teotihuacan? Veamos primero cuál puede haber sido la zona metropolitana de Teotihuacan y cuáles las fases de su desarrollo. Es probable que cuando se construyen las primeras pirámides, particularmente la del Sol y de la Luna, es decir hacia el fin de Teotihuacan I, ya la creciente ciudad controlaba todo el valle de Teotihuacan. Teotihuacan en la época III no pudo haber tenido menos de unos 120,000 habitantes ya que era más del doble del tamaño que el Tenochtitlan de Moctezuma.

No contamos en este número otros pobladores que en más de 100 sitios pequeños vivían en el valle de Teotihuacan y pertenecían a la misma cultura. Para sustentar a esta enorme población era necesario controlar no sólo el valle Teotihuacano sino también el valle de México y muy probablemente regiones más extensas. La extraordinaria abundancia de restos teotihuacanos en el valle de Puebla sugiere la importancia ahí de la cultura teotihuacana y la posibilidad <le que la zona metropolitana de Teotihuacan se haya extendido sobre los dos valles de México y Puebla.

Es interesante pensar que el patrón cultural tan característico de épocas posteriores con las dos capitales situadas respectivamente en cada uno de los valles pueda haber existido desde antes con la fórmula Teo­tihuacan-Cholula. Pienso que formaba parte también de la zona metropolitana la región hidalguense, alrededor de Tulancingo, ya que parece que allí encontramos la misma situación cultural.
Por lo que se refiere a otras áreas, distintas étnica y lingüís­ticamente, hacia donde tuvo lugar la expansión comercial de Teotihuacan, son particularmente importantes el valle de Oaxaca y la Mixteca, Veracruz, El Petén y los Altos de Guatemala, el Occidente y el centro norte de México, áreas todas donde hay indicios de la presencia teotihuacana. Pero esta influencia es de diferente grado y de diferente índole en los distintos sitios men­cionados.

Veracruz y Oaxaca parecen las más íntimamente conectadas y pienso que fueron las dos primeras áreas hacia las cuales se expandió Teotihuacan, probablemente durante la época II. El problema de las relaciones con Veracruz es sumamente complejo y se discutirá en otra ocasión. En cambio, en Oaxaca la situación parece un poco más clara aunque de ninguna manera está esta­blecida y sólo presento lo que sigue (como todo lo demás) en calidad de hipótesis de trabajo. Pienso que del valle de Puebla, por Tehuacán, tiene lugar la infiltración hacia el valle de Oaxaca y del mismo valle de Puebla, pero en este caso por Atlixco, hacia la Mixteca. Aquí hay pocos encuentros teotihuacanos; pero en cambio en el valle de Oaxaca son muy daros.

En la época de Transición Monte Albán II-IIIA la característica es la aparición muy súbita de objetos traídos de Teotihuacan y de objetos de producción local que imitan el estilo teotihuacano. No me extrañaría que durante este periodo, que debió de ser breve, haya habido una conquista teotihuacana en el valle de Oaxaca, aun cuando ésta se haya reducido a grupos pequeños de soldados o de sacerdotes jefes y no haya cambiado para nada a la población en general. El fin de esta época de transición puede señalar la desaparición, tal vez paulatina, de los teotihuacanos del valle de Oaxaca.

La época IIIA señala la formación definitiva. de los zapotecos; pero éstos conservan todavía una serie de rasgos que imitan localmente a Teotihuacan y que poco a poco se van volviendo locales. Las relaciones con el Petén y los Altos de Guatemala han ido, en el caso de Kaminaljuyú, estudiadas muy cuidadosamente por Kidder, 49 el cual sugiere incursiones militares más que una difusión. de rasgos culturales. Descubrimientos más recientes en Tikal y varios otros sitios han confirmado la presencia de ellos de rasgos teotihuacanos. Lo dicho anteriormente sugiere pues la presencia tal vez militar de teotihuacanos en la región de Veracruz, Oaxaca y Maya.

Mucho menos conocido es el Occidente de México. Sin em­bargo sitios como el Ixtepete, cerca de Guadalajara, parecen tener una época claramente teotihuacana y con rasgos tan mar­cados que no podrían ser el resultado de difusión, sino más bien de la presencia de Teotihuacan.

En el caso del Centro Norte de México empiezan a aparecer abundancia de datos que sugieren lo mismo y que esperamos discutir en otra parte. Sin embargo, aquí no encontramos sitios característicos' sino más bien una influencia general. En resumen, la arqueología indica una área metropolitana alrededor de Teotihuacan en que sólo encontramos (en esa época) cultura teotihuacana, áreas en las que la presencia teotihuacana es bastante clara y otras en que s<'>lo aparece en rasgos aislados. Puede aducirse que todos estos objetos o monumentos teotihuacanos en diferentes sitios son más bien el resultado de contactos comerciales o aun de influencias religiosas, emanados de la gran Metrópoli, y que no necesariamente significan el domi­nio más o menos permanente de los teotihuacanos. Sin embargo, hay que considerar las características tan particulares del comercio internacional en Mesoamérica.

Por lo que sabemos de datos posteriores, los comerciantes realmente no comercian sino con áreas que están controladas o que van a ser controladas por la ciudad que los envió. No parecen haberse aventurado muy lejos de la frontera o haberse salido de los caminos trazados por sus propios ejércitos. De ser esto cierto en tiempos de Teotihuacán, ello aumentaría la probabilidad de que esta Metrópoli hubiera controlado, aunque fuese en forma muy superficial, las áreas a que nos hemos referido. Es probable que Teotihuacan sólo estableciera colonias en esas regiones donde la población local, siempre más numerosa, absorbio a la corta o a la larga los elementos de la cultura teotihuacana. De ser aún parcialmente cierto este análisis, demostraría que Teotihuacan era la cabeza de un imperio que se hubiera exten­dido por regiones, muy similares por cierto, a las que m{1s tarde habían de absorber toltecas y aztecas.

Ahora bien, la tesis que piensa en la posibilidad de un imperio teotihuacano está, cuando menos en parte, en contradicción con el punto de vista, muy difundido; de que Teotihuacan -y en general toda la época clásica representa las teocracias pacíficas en contraste al militarismo de épocas posteriores.

En efecto, en Teotihuacan hay pocas indicaciones que pem1itenafirmar que se trata de un estado con tendencias militares. No tenemos esculturas o pinturas representando guerreros, no hay escenas de batallas ni hay fortificaciones; se han encontrado muchas puntas de proyectil, pero no es seguro que se usaran para la guerra. En cambio, tenemos una abundancia manifiesta de templos y de representaciones de sacerdotes o escenas religiosas, dioses y objetos de culto.

Sin embargo, hay algunos elementos que nos permiten pensar que la posición anterior no es enteramente exacta y que en el caso de Teotihuacan también hay un militarismo, aunque esté en cierto modo oculto, ya que los mismos militares eran sacer­dotes, y esta función, cuando menos desde el punto de vista de la representación artística, era la que predominaba.

En Teotihuacan desde la época II hay figuras claras de Xipe, de corazones humanos, de cuchillos de sacrificio y de la sangre como elemento precioso, evidencias de canibalismo, huesos humanos hechos trofeos y cabezas-trofeos. Hay también representaciones de caballeros águilas y tigres que, como sabemos por elatos aztecas, estaban íntimamente unidos a la necesidad ele hacer prisioneros para sostener la vida del Sol.

Es posible que en Teotihuacan fuera lo mismo. Los sacrificios humanos en Me­soamérica se hacen generalmente con prisioneros de guerra, ya que éstos son los más valiosos y no es posible tener prisioneros de guerra si no ha habido expediciones militares, aun cuando sólo fueran del tipo <le la guerra florida. Si ya existía el culto al Sol en la forma azteca y la necesidad de sostenerlo en vida me­diante el derramamiento de sangre humana, como parecen indi­carlo los hallazgos mencionados, todo ello está ligado muy ínti­mamente a guerras y a conquistas.

Por otro lado, Teotihuacan, más que ningún otro estado mesoamericano, tiene una permanencia, una seguridad y una tuerza que indican una situación perfectamente controlada en la que no es necesario hacer gala de un militarismo ruidoso. Basta que exista la fuerza para lograr la defensa y la seguridad sin que aparezca necesariamente representada sino que son más bien los jefes civiles, los sacerdotes, vestidos como los dioses, los que aparentemente rigen los destinos de la ciudad.

Más tarde, cuando la situación se vuelve incierta y el imperio es inestable como en Tula o en Tenochtitlan, el guerrero es indispensable en primera línea, y en vez de estar a la sombra de la capa del sacer­dote, se exterioriza y muestra los dientes. Se han indicado además ciertas consideraciones de orden gene­ral que tienden a reforzar la idea de que Teotihuacan también tuvo su aspecto militar. Hasta donde podemos juzgarlo por dos casos bastante bien conocidos, como son el de Egipto y Tibet, la teocracia represen­ta el repliegue, el abandono de toda idea de expansión y, en cierto modo, es la fosilización de situaciones anteriores. El Dalai Lama y el Faraón (en las épocas de repliegue egipcio) represen­tan al dios o son el dios mismo encarnado. Son inmensamente venerados pero no tienen fuerza expansiva y su país ni conquista a otros territorios ni tiene un desarrollo comercial al exterior. Estos ejemplos, y otros que pudieran aducirse, indican que no conocemos una situación en la que una teocracia inerme pueda . dominar a otros pueblos.

Y sin embargo es obvio que Teotihuacan de alguna manera impuso no sólo su estilo sino su cultura misma a casi toda Mesoamérica. No podemos pensar que el estado teotihuacano fuera un fósil o que esa cultura tan expansiva y poderosa se conformara con sobrevivir sin más ambiciones.
Por otro lado, si Teotihuacán se huhieri1 mantenido cuando menos 800 años como ciudad predominante sin ningún poderío, militar, esta Pax Augusta sería un caso de tal manera único en la historia, que es difícil creer que haya sucedido.

No conocemos en toda la historia universal un solo imperio que se haya podido formar sin recurrir, aunque sea indirectamente, a las armas, y en realidad en casi todos los casos se basa principalmente en ellas, aun cuando es evidente que por encima existe una ideología que las dirige. Un imperio es incompatible con la ausencia de fuerza militar, y todo el ambiente teotihuacano es eminentemente uno de orden y de riguroso alineamiento no sólo en lo físico sino aparentemente en lo social. El militarismo en general no es una causa sino un efecto necesario que en diferentes grados existe en todas partes. Lo que cambia es su importancia y sobre todo su prestigio. Todo parece indicar que en Teotihuacan fue escaso el pres­tigio del militar y de sus actividades. Es muy posible que ideas religiosas hayan dado a la guerra su "causa justa" y que el pres­tigio de las victorias fuera propiedad del sacerdote, ya que las ganaba el dios. En contra de lo dicho está el hecho palpable de que los militares no se dejan opacar por mucho tiempo y que el sacerdote, que se convierte en jefe de guerra, olvida fácilmente su misión divina. Es el caso de Julio 11, que quiere ser represen­tado por Miguel Ángel con la espada en la mano en vez de las llaves de San Pedro.

En Tula (Quetzalcóatl guerrero de joven) y, más claramente aún, en Tenochtitlan, hay una continua confusión e identificación entre jefe, sacerdote y guerrero. Moctezuma es el jefe polí­tico, tuvo una juventud militar y sobre todo es la representación misma de Huitzilopochtli. Así, en la piedra de Tizoc el emperador que conquista pueblos está vestido como el dios. Claro que aquí aparece representado en una actitud claramente dé conquis­tador y lleva las armas en las manos; pero el simbolismo puede ser el mismo que el del sacerdote teotihuacano. Esta situación de aparente falta de prestigio de la clase militar no es exclusiva de Teotihuacan.

Tenemos lo mismo en Monte Albán y en la fase Tzakol del área maya, donde tampoco apare­cen en. el arte. ¿Quiere decir que ninguno guerreaba o más bien que el guerrero está representado con las vestiduras del sacerdote? Ignoramos cuál fuera el tipo de gobierno teotihuacano. Puede haber sido personal o de grupo. Si se trataba de un rey es posible que alianzas dinásticas hayan favorecido a la expansión; es tam­bién posible la unión contractual con otros estados, unión que se disolvió con el tiempo. No debemos olvidar que las alianzas son bastante características en Mesoamérica.

Pero de cualquier manera es probable, por comparación con otros casos similares, que haya habido necesidad de una fuerza, aun cuando no se usara con frecuencia. Hay también la posibilidad de que la expansión se basara en una religión preponderante o más prestigiosa que las demás, y que por ello no necesitara recurrir a la fuerza. El cristianismo y el budismo, por ejemplo, se han extendido inmensamente sin que las armas hayan jugado un papel importante en esa difusión. Claro que estas religiones difundidas no constituyen un imperio; pero sus restos arqueológicos pueden confundir al investigador. Es imposible precisar hasta qué punto Teotihuacan exportó sus dioses, su sacerdocio o sus ceremonias, sin que esto significara dominación política. En todos lados encontramos dioses y objetos ceremoniales muy parecidos a los teotihuacanos. Pero más bien indican que la raíz de todas las religiones mesoamericanas es la misma, y no que Teotihuacan haya impuesto sus dioses sobre los dioses de las otras naciones.

Es sin embargo curioso, por ejemplo, que con la influencia o la conquista teotihuacana al fin de Monte Albán II, aparezca en esa cultura una proliferación de dioses antes no conocidos y que en gran parte corresponden a los dioses teotihuacanos. Lo mismo parece suceder en Guerrero y posiblemente en Veracruz. En resumen, aunque los datos arqueológicos no son claros, hay una serie de consideraciones demográficas, económicas, religiosas y aun militares que nos permiten suponer que Teotihuacan fue efectivamente un imperio. Esto no quiere decir que haya necesariamente absorbido polí­ticamente a toda Mesoamérica ni que su expansión haya sido del mismo tipo y de la misma duración en las diferentes áreas en donde hemos encontrado indicios de la cultura teotihuacana.
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Tomado de:
www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/teotihuacan_aztecas/132_04_03_Interpretacion.pdf

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