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Entomoterapia: curaciones entre los antiguos pueblos mayas de la península de Yucatán, México

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(Fragmento del texto)

ELOHI
Diana Cahuich-Campos et Fabio Flores Granados
Introducción
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Desde la antigüedad el uso de distintos tipos de artrópodos, particularmente insectos y los productos extraídos de estos animales, han sido parte de los recursos terapéuticos en los sistemas médicos de muchas culturas alrededor del mundo e incluso han tenido un papel místico y mágico en el tratamiento de muy diversas enfermedades (Costa-Neto 2005; Costa-Neto et al. 2006). Aunque relativamente simple, tanto la anatomía, fisiología y comportamiento, como el papel ecológico y desarrollo evolutivo de los artrópodos les permitiría adaptarse a prácticamente todos los ambientes acuáticos y terrestres, siendo los insectos el grupo taxonómico más diverso y numeroso, ya que representa alrededor del 85% de toda la fauna en el planeta, lo que equivale al 65% de toda la diversidad de especies hasta ahora conocidas (Brusca y Brusca: 593-600). Si bien una buena cantidad de insectos y arácnidos han sido ampliamente estudiados por actuar como parásitos, alergizantes, ponzoñosos, o vectores de diversas enfermedades en humanos, animales y plantas (De la Fuente) el conocimiento de sus propiedades curativas, así como del uso medicinal que a estos les dieran las antiguas culturas, es un campo aún poco explorado.

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Hoy día, la utilización de casi 60 especies de insectos entre los grupos indígenas de Latinoamérica, cuyas propiedades inmunológicas, analgésicas, antibacteriales, diuréticas, anestésicas y anti-reumáticas han sido constatadas por la ciencia médica (Alves y Alves), sustenta la idea de que no pocos insectos y otros artrópodos fueron ampliamente utilizados en el pasado y que, dadas sus propiedades curativas, dicha tradición perdura desde mucho tiempo antes de la época prehispánica en Mesoamérica (Ramos-Elorduy y Pino: 195-196). Para el mismo territorio contamos con registros de, al menos, 252 especies que los pueblos zapotecos, mixtecos y mayas, entre muchos otros, siguen empleando en la actualidad para aliviar diversas enfermedades y curar padecimientos digestivos, respiratorios, nerviosos, circulatorios y óseos, involucrando para ello la utilización de diversas partes y productos de los mismos animales con los que, a su vez, se elaboran una variedad de sustancias y remedios terapéuticos (Ramos-Elorduy y Pino, ídem).

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Dado que al alimentarse, los insectos, arácnidos, miriópodos y crustáceos asimilan muy diversas sustancias químicas, que luego transforman en compuestos bioactivos concentrados con propiedades específicas, los ancestrales remedios indígenas encierran, en sí mismos, diversos principios homeopáticos y naturistas (Serrano-Gonzalez et al.: 24-25). Ello explica que en la medicina tradicional mesoamericana, al igual que en la de muchas otras culturas del continente americano, dichos artrópodos, sean solos o mezclados, enteros, molidos, en emplastos, infusiones o tostados, han sido empleados desde el pasado para curar afecciones respiratorias, renales, hepáticas, estomacales, intestinales, parasitarias, pulmonares, bronquiales, pancreáticas, del aparato reproductor, renales, dermatológicas, endocrinas e inmunológicas, entre otras. (Cahuich-Campos: 16-17).

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Perdido su origen en el pasado, las antiguas nociones entomológicas fueron registradas en diversas fuentes coloniales tempranas y su transmisión, de generación en generación, no solo habla de la vigencia de aquellos conocimientos sino también avala su eficacia a través de las prácticas de sanación que no pocos curanderos del área maya continúan ejerciendo (Flores 2014).

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Desde la época precolombina y al igual que muy diversos animales, los artrópodos tuvieron gran importancia para los habitantes del área cultural mesoamericana, así como para muchos otros pueblos cuyo desarrollo tuvo lugar más allá de sus fronteras septentrional y meridional (Serrano-González et al.: 24-26). Ya fuese por sus propiedades curativas, o por determinadas características biológicas, no pocos fueron los pueblos que generaron, y aún preservan, profundos co­nocimientos sobre estos organismos, tanto por ser parte de la dieta alimenticia o para otros usos, como por ser la base de distintas prácticas terapéuticas, o incluso por ser considerados como animales agoreros y marcadores ambientales (Flores 2014) (fig. 1).

1 Registros de trabajo de campo aún no publicados. Distintos informantes mayahablantes.

Figura 1. Insectos y arácnido comunes en el área maya peninsular con distintas etnocategorías de uso (Flores 2014)1
Figura 1. Insectos y arácnido comunes en el área maya peninsular con distintas etnocategorías de uso (Flores 2014)1
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Así, ante la falta de estudios arqueológicos enfocados en las antiguas formas de curar enfermedades, las fuentes coloniales tempranas constituyen una alternativa de aproximación, puesto que algunos de dichos documentos guardan valiosa información sobre las nociones naturalistas que los pueblos mesoamericanos, al igual que muchos otros, desarrollaron mucho tiempo antes de la Conquista. Ejemplos de ello son el Códice Florentino, el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, y la Historia Natural de Nueva España, que versan sobre los conocimientos naturalistas de pueblos nahuas del centro de México, quienes utilizaron y clasificaron muy distintos artrópodos útiles, y en los que se reportan al menos 14 de estos animales (pertenecientes a nueve órdenes), que curan 35 enfermedades (Serrano-González et. al.)

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Junto con diversa información histórica (Hart; Peniche; Bracamonte y Sosa) y el sustento de datos etnográficos compilados en campo (Flores 2014) el examen minucioso de dichas fuentes cobra particular relevancia, no solo para lograr recuperar aquellos saberes ancestrales sino también para conocer las distintas formas de aprovechamiento de los recursos faunísticos y vegetales involucrados en los procesos de salud y enfermedad de los pueblos mesoamericanos del pasado.

El contexto natural y cultural

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El extenso y heterogéneo territorio que suele conceptuarse como el área maya, con alrededor de 400,000 Km², es escenario de una notable diversidad cultural manifiesta en más de veinte grupos lingüísticos compuestos en su mayoría de población indígena cuyas prácticas de aprovechamiento de la biota, desde las tierras altas a las tierras bajas y zonas costeras, han sido estrategias ampliamente difundidas y de gran profundidad histórica (Pérez Suárez).

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Sin embargo, a pesar de que en muchas comunidades persisten muy diversas estrategias tradicionales de apropiación, y aunque los conocimientos etnobiológicos del área maya peninsular son los mejor documentados entre las lenguas mesoamericanas (Flores 2014), los datos concernientes a las relaciones humanos/artrópodos siguen siendo muy escasos, destacando la falta de estudios sobre la visión que los pueblos mayas tienen, y han tenido, de este tipo de animales. A diferencia de los no pocos ejemplos de aquellas plantas y animales significativos en la época prehispánica por su valor simbólico, económico o ecológico (Marcus; Schlesinger; Schele y Freidel, entre otros), la información sobre los artrópodos en general, así como su utilización específica en diversos tratamientos terapéuticos, y las enfermedades que eran tratadas con estos animales, son datos prácticamente inexistentes.

    2 Transcripto en caracteres latinos, y encontrado en Nunkiki, Yucatán, México.
    3 Especialistas rituales mayas, terapeutas, yerbateros, hechiceros, “el que sabe”.
    4 Filo Artrópoda, subfilo Crustáceo, clase Malacostraca, orden Isópoda, suborden Oniscidea.

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Al igual de como pudo suceder en otros lugares de Mesoamérica, las actuales prácticas de medicina tradicional en la península de Yucatán se remontan a la época precolombina, y de ello dan amplia cuenta fuentes etnohistóricas como Landa y Herrera y Tordesillas, en las que se señala que desde el pasado, existían en la región sacerdotes médicos o especialistas en el arte de curar, los que además utilizaban ampliamente muy distintas plantas, hongos y animales con propiedades medicinales. En este sentido, los ensalmos y conjuros descritos en el Ritual de los Bacabes (Arzápalo), copia de un códice del siglo VII, y cuya escritura, a finales del siglo XVI2, representan ventanas para asomarse al antiguo concepto maya de la enfermedad así como a distintas creencias sobre su origen y el papel que en ello jugaron los médicos ritualistas o h-men, “el que sabe”.3 Fortuitamente, en algunas de aquellas encantaciones, traducidas del maya por escribas indígenas, afloran muy diversos conceptos y saberes relacionados con las antiguas prácticas de entomoterapia dado que la obra no solo contiene remedios para los piquetes de avispas o incluso tratamientos para afecciones renales usando artrópodos como las cochinillas4 sino también porque incluye imprecaciones para tratar el encantamiento de las arañas o por ejemplo, para cuando una persona aparecía en la puerta del h-men con una picadura de alacrán (Centuroides sp.), para que este lo conjurase.

Figura 2. Artrópodos del área maya, y artefactos líticos asociados a contextos rituales y ofrendas del Clásico tardío hallados en la Plaza Mayor de Dos Pilas en el Petén Guatemalteco (Stiver 1993, citado por Flores 2014).
Figura 2. Artrópodos del área maya, y artefactos líticos asociados a contextos rituales y ofrendas del Clásico tardío hallados en la Plaza Mayor de Dos Pilas en el Petén Guatemalteco (Stiver 1993, citado por Flores 2014).
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De igual forma, en el mismo texto emergen diversas estampas o descripciones que permiten recrear determinadas prácticas de curación en las que dichos especialistas apelaban a los dioses para que sus remedios, que operaban tanto a nivel simbólico como pragmático, tuviesen los efectos deseados en la persona enferma o también para cuando el h-men “luchaba” con los espíritus-vientos que, como causantes de la enfermedad, tenían necesariamente que ser conjurados. Enmarcados en la antigua perspectiva cíclica mesoamericana que implicaba en todo momento sucesivos eventos de destrucción y creación del tiempo y en los que se veían inmersos la vida y la muerte, este tipo de pasajes ilustran la eventual necesidad de aquellos especialistas no solo de conocer las artes médicas sino también de tener las cualidades necesarias, los saberes y el poder, para lograr mediar con las fuerzas sobrenaturales la ocurrencia de la enfermedad misma. Echando mano de muy diversas suertes de prognosis o adivinación dirigidas a evitar la muerte de las personas afectadas por algún padecimiento cuyo tratamiento involucrase el uso de algún artrópodo, la curación o terapéutica empleada debió fundamentarse no solo en profundos conocimientos entomológicos por parte de los médicos ritualistas sino también en la capacidad de observar muy diversos signos naturales que regían el mismo acto de sanación. Así, no es fortuito que la acción de adivinar, registrada en el norte peninsular como k´intah o kinyah (Barrera-Vázquez 1991: 403-04; Pérez: 177), aluda tanto al sacerdote de ídolos como a la acción específica de medicar con augurios, hechizos y rogativas. En este sentido, la información epigráfica sustenta la idea de que tales nociones pudieron ser construidas en la época prehispánica, cuando los sabios o chilames invocaban a alguna divinidad o fuerza sobrenatural para que esta interviniese, evitara o propiciara, la ocurrencia de determinado padecimiento o enfermedad en las personas (fig. 2).

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Por otra parte, diccionarios maya-españoles, como el Calepino de Motul (Ciudad Real), el Bocabulario del Mayathan (Acuña), y el de Pío Pérez entre otros, igualmente aportan valiosa información no solo sobre los antiguos sistemas clasificatorios de la flora y la fauna sino también sobre las enfermedades que las personas padecían así como las habilidades de los especialistas en curarlas. Es así que en el Calepino estos últimos serían descritos por su capacidad de causar o curar enfermedades indistintamente asomando además frecuentes referencias sobre la estrecha relación que había entre la medicina precolombina maya y los ámbitos de lo religioso y la hechicería. En este sentido, Gubler (322-323) señala que en el sistema mesoamericano de creencias, al no existir una clara separación entre los aspectos benévolos y malévolos de los dioses u otras entidades, estos mismos podían ejercer al mismo tiempo tanto influencias positivas como negativas y un ejemplo de los poderes o atributos que pudieron invocar los especialistas prehispánicos es el caso de Ix Chel, deidad maya de la gestación, los trabajos textiles, de la luna y la medicina, cuyas facultades para curar igualmente podían ser utilizadas para provocar enfermedades o ciertos padecimientos en las personas.

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Las fuentes más prolijas en información sobre las antiguas practicas medicinales en el área maya peninsular, son los libros de Chilam Balam, especialmente los de Chan Cah, Ixil, Kaua y Na, así como algunas páginas del códice Pérez, extenso documento compilado por Juan Pío Pérez en el siglo XIX. En general, dichos textos versan sobre los pronósticos y la influencia de los astros en el destino y la salud del hombre con base en distintos remedios herbolarios, purgas y sangrías. Complementándose con otros manuscritos como el de Mena y de Sotuta, cuyas recetas curativas usando plantas fueron incorporadas por Roys en The Ethnobotany of the Maya (1976 [1931]), ya mucho antes, en las Relaciones de Yucatán (1898 y 1900), había sido resaltada la importancia de la farmacopea tradicional maya (Gubler: 323).5 Aunque asoma frecuentemente la influencia europea en la mayoría de los textos referidos, escritos principalmente durante el siglo XVIII (Calderón 1981; Caledrón 1982; Barrera-Vázquez 1999; Caso Barrera), abundan en estos las descripciones y nociones florísticas y faunísticas medicinales que desde entonces, heredadas de sus ancestros, preservan los mayas peninsulares.

Las fuentes

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Todo parece indicar que los distintos libros del Chilam Balam fueron redactados de forma independiente por diferentes sacerdotes quienes, utilizando tal vez un mismo almanaque español, traducirían e intercalarían cada quien, su propia versión del conocimiento médico, histórico y esotérico que poseían (Calderón 1982).6 Si bien tales manuscritos han servido de base para elaborar diversas obras sobre la flora medicinal, el estudio de la fauna utilizada con iguales fines, particularmente los artrópodos, no ha tenido la misma atención a pesar de las muchas y variadas interacciones entre estos organismos y las comunidades indígenas mesoamericanas (Gómez et al.). En este sentido, el reciente estudio de Cahuich-Campos (2013) sobre las respectivas traducciones de los manuscritos de Chan Cah, Tekax y Nah (Calderón 1981, Calderón 1982) así como del documento facsimilar del Chilam Balam de Ixil (Caso Barrera), en cuyas recetas médicas figuran diversos artrópodos, permitió identificar las partes y productos de los animales empleados así como las formas de preparación en diversos tratamientos y enfermedades que se atendían poco antes, así como durante la época colonial temprana. Comprendiendo un total de 49 recetas, 21 correspondieron al texto de Ixil, 20 al de Tekax y Nah, y 8 al de Chan Cah, y en conjunto, todas refirieron el uso de 13 tipos de artrópodos para curar 39 padecimientos (Cahuich-Campos). Mientras que 38 de las enfermedades referidas fueron aquellas reconocidas por la ciencia médica occidental, que afectan el cuerpo “físico de la persona”, y su causalidad es natural o terrenal, una más, reconocida como el viento o tamcaz en el manuscrito de Chan Cah (Calderón 1982), fue considerada como de filiación cultural. Registrada igualmente en el Calepino de Motul como, Enuaramiento o pasmos, gota coral o enfermedad de frenesí <o epilepsia>, que enmudece, entontece y ensordece al que tiene tamacaz (Ciudad Real: 533), este padecimiento aún es referido hoy día por los mayas peninsulares como iik “aire”, “mal aire” o “mal viento”, entidad que además de tener la facultad de “traer” a la temible plaga de langosta (Flores 2011: 39), igualmente propiciaba el arribo de seres sobrenaturales tanto del ámbito doméstico como del silvestre, con capacidad de ocasionar toda clase de perjuicios o de provocar enfermedades, sea en personas, animales, plantas u objetos.

    7 Descrito en el texto como: “arte para ver la orina de los enfermos, así como la de los sanos… Si se (...)
    8 Las equivalencias entre las categorías de enfermedades registradas en los manuscritos de Chan Cah, (...)
    9 Con base en el principio de similitud enunciado por Hahnemann en 1796: “toda sustancia capaz de ind (...)

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En general, los padecimientos referidos no solo aluden a enfermedades naturales sino también a síntomas o malestares que asimismo pudieron ser categorizados de acuerdo a aquellos sistemas y aparatos del cuerpo que afectaban incluyendo además las enfermedades de filiación cultural así como ciertos casos como el de la mosca (Diptera), considerada en el Chilam de Chan Cah, como indicador de enfermedad y muerte (Alves y Rosa, citados por Cahuich-Campos: 18).7 Otros males categorizados como indefinidos, y para los que se menciona el uso de artrópodos para tratarlos, fueron el “de las hormigas recias”, la fiebre del avispero, la gota, hinchazón de garganta, y dolor de corazón cuyo uso implicaba que los animales fuesen empleados, solos o mezclados con plantas medicinales nativas y/o con productos provenientes de Europa, para atender males relacionados principalmente con los sistemas digestivo, nervioso y urinogenital.8 Tal sincretismo habla no solo de las variadas formas en que los mayas peninsulares irían amalgamando las nuevas concepciones europeas con sus propios conocimientos ancestrales sino también de las maneras en que estos mismos se adaptarían a los complejos procesos históricos a los que se vieron sometidos sin que por ello dejasen de dar cuenta de sus profundos conocimientos naturalistas en dichos manuscritos. Las nociones entomoterapéuticas identificadas en los Chilames incluyeron igualmente el uso de tratamientos basados en principios homeopáticos para atender algunas lesiones y envenenamientos (Caso Barrera ).9 Ello concuerda con lo señalado por Ramos-Elorduy, respecto al llamado “principio de similitud” que igualmente fue practicado en muchas otras partes de Mesoamérica para tratar afecciones como por ejemplo cálculos en la vejiga por la semejanza entre este órgano y los femorales de la pata trasera de los chapulines y grillos, entre otros tetigónidos. Bajo la misma hipótesis, el gusano blanco también se usa contra la impotencia sexual, mientras que las cucarachas se emplean contra el cáncer, malestares estomacales, tos y regeneración física.

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Para el caso del área maya peninsular, el manuscrito de Ixil por ejemplo, contiene recetas para curar la picadura de avispa (Vespidae) utilizando como ingrediente principal el mismo veneno del insecto, o la del alacrán (Centruroides sp), para cuyo ataque se “debía tomar el alacrán que lo pico, rasgar su vientre, sacarle las entrañas y embarrarlas sobre la picadura, con lo que se quitarᔠ(Caso Barrera), y en el caso de la fiebre del avispero, en el chilam de Tekax y Nah se recomienda el uso de la colmena de la avispa (Calderón 1982). Respecto a las picaduras de alacranes (Centruroides ochraceus y C. gracilis), lo anterior se constata hoy día en diversas comunidades de la península donde los arácnidos son utilizados para desvanecer verrugas una vez que estos fueron tostados y pulverizados para luego integrarlos a la comida de la persona afectada.10 Aunado al marcado simbolismo que los mayas prehispánicos atribuirían a los alacranes, sea por su relación con la fertilidad de los humanos y de la tierra, o como marcador astronómico y ambiental (Flores 2014), los síntomas producidos por su veneno igualmente fueron registrados en el Códice Madrid (Láminas 79, 80, 82, 83 y 84), donde el personaje que representa a la deidad Ek Chuah o alacrán negro, luce en su boca labios gruesos y rojos lo que podría estar figurando la sensación de su engrosamiento y calor luego de la picadura del arácnido (Sotelo 2012 : 33-35), y muy seguramente, del llamado alacrán negro (Centuroides gracilis), una de las dos especies más comunes en la península de Yucatán (Pinkus et al.: 155); (fig. 3).


Figura 3. Detalle de la deidad Ek Chuah o alacrán negro, en la lámina 83ª del códice Madrid; vasija K1226
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Aún hoy día, estos espiritistas mayas, cuyas funciones rebasan las concernientes a la atención médica, igualmente dirigen otras ceremonias y rituales relacionados particularmente con las actividades agrícolas y, tal como fuesen registrados a finales del siglo XVII, dichas nociones entomológicas pudieron tener su origen en tiempos remotos como resultado de la transmisión de antiguos conocimientos empíricos sobre estos, y muchos otros tipos de artrópodos (fig. 4).


Figura 4. Dionisio Dzib, h-men de Kikil, Yucatán, instala el altar de ofrenda a los Yum tsiles.
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Respecto al conocimiento de las partes y/o productos de los artrópodos que debían utilizarse en la elaboración de las recetas en los Chilames, se señala el uso de aceites, entrañas, cuerpo y aguijones así como la cera, miel, veneno, e incluso las larvas de algunos organismos junto con el empleo de panales de abejas y avispas. Hoy día, la utilización de la miel, cera y panales sigue siendo una práctica terapéutica común en diversas comunidades mayas peninsulares para el tratamiento de afecciones oculares o de oídos, como antibiótico para problemas respiratorios, digestivos, en quemaduras o heridas de la piel siendo usados además de distintas formas para atender a las mujeres parturientas (González y Quezada-Euán). Las nociones terapéuticas registradas en los Chilames incluyen igualmente preparaciones en las que se mezclan diversos tipos de artrópodos en una misma receta y con estas se atendían ocho distintos padecimientos o enfermedades (Cahuich-Campos : 16-23). Junto con el tratamiento para la fiebre del “avispero” en el que se utilizaban colmenas de la avispa (Vespidae), para otras afecciones se empleaba la libélula (Odonata: Anispotera) y para evitar la orina se recomendaba el uso de la grana cochinilla (Dactylopius coccus) y el grillo (Orthoptera) en un mismo remedio (Calderón 1981 y 1982); véase síntesis en el cuadro 1).

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TOMADO DE https://elohi.revues.org/712

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