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LOS SAGRADOS MANUSCRITOS DEL JAGUAR BLANCO

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CAPÍTULO. “La carta misteriosa”.



Me sentí muy asombrado al recibir desde Yucatán una carta por servicio de mensajería urgente. Era extraño, aunque tengo amigos en la península, no esperaba que nadie de ellos me escribiera.

Venía en sobre membretado, como ya casi no los hay y estaba escrita a mano con caligrafía palmer. Resaltaba la tinta sepia sobre el fino papel de algodón. Leí mi nombre con extrañeza: Sr. Fernando de Ita. El remitente era Anatolio Rivadeneira Rondón. Abrí la carta con mucho cuidado, como si fuera una pieza de museo, algo en mi corazón, como una punzada, me avisó que esa carta traería un vuelco dramático y definitivo a mi vida.

Desde niño me gustó la lectura, ya más adelante me dio por escribir, lo sentía como una pasión en mí ser. Recuerdo mucho a Teresa Zaga, amiga de mis padres, desde niño la admiré porque era una Señora muy grande y culta, en su casa, que se ubicaba muy cerca de los Viveros de Coyoacán, había una biblioteca, que recuerdo como un espacio mágico, lleno de libros, cromos, fotografías, mapas que me llevaron desde entonces a lugares distantes en el tiempo. Ella me permitía husmear en todo lo que contenía ese lugar, ahí fue donde me sedujeron los libros.



En esa biblioteca tomé la decisión de estudiar letras y desde muy joven empecé mi trabajo como periodista en un diario nacional, donde aprendí el oficio. Más adelante me fui de corresponsal de guerra a Centroamérica, en la década de los ochenta, y también en el levantamiento de los indígenas mayas en Chiapas en 1984, donde seguí muy de cerca los conflictos de las comunidades indígenas y campesinas, originados por los despojos y abusos de las empresas transnacionales, especialmente las mineras canadienses. Y pese a lograr  obtener una buena posición  y trabajo me sentía vacío. Los logros sociales  y materiales  no me  hacían pleno. Algo en lo más hondo me decía que la vida es más profunda y que las metas son intangibles,    que    los    bienes    materiales    y    la    sociedad    son circunstancias, ese vacío ya empezaba a asfixiarme y no tenía claro exactamente a qué se debía.

Empecé a leer la carta que iniciaba con un: “Estimado Señor Fernando de Ita, sé que estoy viviendo mis últimos días, motivo por el cual me atrevo a escribirle, mi nombre es Anatolio Rivadeneira Rondón, pertenezco a una familia que tiene muchos siglos de vivir en Yucatán. Le resultará extraña mi carta, pero después de mucho cavilar decidí que Usted es la persona indicada para conocer mis orígenes, es muy importante lo que quiero decirle, es preciso que una persona como Usted, dedicada al periodismo y comprometido con nuestro país sepa de “los Sagrados Manuscritos del Jaguar Blanco” de los cuales soy heredero. Mi familia los ha poseído desde el inicio de la Colonia y es imperativo darle a conocer su contenido, para que no se pierda en el olvido este legado, ya que como le comento, sé que en pocos días moriré.

 



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