Hace cien años, el Presidente Porfirio Díaz Morí celebró el primer centenario del inicio del estallido social que la historia oficial ha llamado pomposamente Guerra de Independencia. En el cual los criollos iniciaron una lucha por el poder económico y político en contra de sus parientes los gachupines.
Se dispusieron grandes y costosos festejos con los que la clase gobernante y beneficiada del estallido social de 1810 querían proyectar al mundo europeo de su época, los avances civilizatorios y modernizantes (entiéndase la europeización) que gozaba México.
Por supuesto que las fiestas estaban totalmente afrancesadas en su fondo y en su forma. Se invitaron a autoridades, personajes, representaciones militares de otros países al gran fasto que fue diseñado para la elite económica y política del porfiriato. Se inauguraron magnas obras para embellecer a la ciudad de México. Todo esto con un gran dispendio y derroche de dinero que el pueblo empobrecido y hambriento necesitaba con urgencia. Días después se inicia otro estallido social nacido esencialmente de las mismas causas del de 1810.
Un pueblo que no conoce su historia esta condenado a repetirla. Asombrosamente con la misma intensión aunque sin el liderazgo y la capacidad política y económica del General Díaz, el Presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa realizó los festejos del bicentenario del estallido social de 1810. Una gran cena de gala en el que la vajilla especialmente manda a hacer para tan importante acontecimiento de la vida nacional, costó casi dos millones de pesos. También se invitaron a los poderosos y beneficiarios del sistema: empresarios blanqueadores de narcodólares, dueños de la multimedia que somete y enajena al pueblo, lo más selecto de la fauna política y sus carteles, etc.
No se logró, ni remotamente realizar las obras que Don Porfirio nos legó. Ni siquiera se pudo terminar un luminoso monumento que no encendió. Pero si se invitó a contingentes militares representantes de otros países, incluido por supuesto el de Estados Unidos, quien después de tres invasiones, pareciera y solo pareciera, como que empieza a realizar el reconocimiento del terreno de la cuarta invasión.
Pero lo que fue brutal y descabellado, producto de una dirigencia panista inculta, apátrida e inepta, fue el espectáculo millonario que organizó el 15 de septiembre en el zócalo de la ciudad de México. Si hace cien años trataron los científicos de parecer franceses. Los tecnócratas neoliberales educados en las universidades norteamericanas pretendieron hacer un festejo totalmente gringo, es decir, literalmente un schou.
En efecto, lo que vimos los mexicanos a través de la televisión comercial, fue un schow igual al de un juego de campeonato de fútbol americano profesional de Estados Unidos. Circo sin pan para la gran familia mexicana de frontera a frontera y de costa a costa a todo color. El banquete millonario solo fue para los excelentísimos y selectos invitados del presidente y de su gobierno.
El espectáculo, que tuvo comerciales subliminales de un gran almacén norteamericanos, estuvo a punto de presentarnos al pato Donal, superman y al hombre araña, para beneplácito de la infancia y la juventud mexicana. Creíamos que después del mamotreto del coloso, por cierto, mala copia como siempre de las asombrosas y monumentales marionetas hechas en madera y perfectamente articuladas que los franceses desde hace tiempo exponen en verano en Paris. Aparecerían en grandes muñecos de plástico inflados con gas y guiados por cientos de niños disfrazados de nopales tricolores los amados super héroes de nuestros dirigentes, con anuncios de empresas trasnacionales de refrescos, pizzas y hamburguesas. Como se ve nada nuevo en estos dos siglos de festejos y explotación colonial.