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Tláloc sigue enterrado aquí; se llevaron a Chalchiuhtlicue: Guadalupe Villarreal

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Un mito rodea el 50 aniversario de la salida del monolito del pueblo de Coatlinchán

Sigue en la montaña a más de 4 mil metros, dice la maestra jubilada y testigo de los sucesos de aquel 16 de abril

Sostiene que en Antropología se exhibe la Piedra de los Tecomates

Teníamos en contra al Ejército; los soldados fueron muy groseros. Se llevaron la piedra en una plataforma hecha especialmente para ello, recuerda la maestra, quien en la foto posa para la cámara. La imagen es cortesía de la entrevistada
Arturo Cruz Bárcenas
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 5 de abril de 2014, p. 8

Coatlinchán, Edomex.

El próximo 16 de abril se cumplirán 50 años de que la piedra de la deidad prehispánica Chalchiuhtlicue fue sacada de su sitio ancestral, San Miguel Coatlinchán, para ser colocada en el Museo Nacional de Antropología (MNA), en Chapultepec, afirmó en entrevista Guadalupe Villarreal, oriunda de esta localidad, maestra de secundaria jubilada y testigo de aquel día en el que los soldados se llevaron el monolito.

Ese día, pobladores lloraron de rabia porque se oponían a que fuera sacado de ahí. Nada pudieron hacer, pues era orden del presidente, de Adolfo López Mateos, y la instrucción estuvo a cargo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien se empecinó, dice la maestra.

 

Hoy, el sendero hacia el sitio donde estuvo la gran piedra sagrada enfrenta la amenaza de la mancha urbana, con asentamientos del Frente Popular Francisco Villa; camiones de basura van y vienen y tiran sus cargas en el otrora río, que hoy no es más que un esqueleto seco.

Para llegar al punto donde estuvo el monolito basta caminar una media hora desde el centro de Coatlinchán o llegar en automóvil o camioneta en unos 10 minutos, hasta las faldas de montañas y cerros, en uno de los cuales, arriba, a más de 4 mil metros de altura, dice la maestra, está enterrado Tláloc, por ahí.

Era un paraíso

Villarreal recordó aquel 16 de abril de 1964, cuando la deidad fue sacada. En los alrededores quedan algunos olivos, traídos por los conquistadores españoles, pero la vegetación ha cambiado. Los terrenos se han fraccionado y las tierras de labor están en proceso de extinción. Hace unas décadas veníamos a lavar al río.

Señala el paisaje. Se observan decenas de casas que pronto serán habitadas. Aquí antes había barrancas, ríos con agua todo el año.

Guadalupe Villarreal nació en Coatlinchán. Al hablar, su tono denota nostalgia. Esto era un paraíso. El paisaje deja ver rocas de gran tamaño que da la idea de un entorno prehistórico. “El bosque llegaba hasta las faldas de las montañas y los acueductos siempre tenían agua, pero hoy todo eso se acabó. Había numerosas plantas medicinales. Tengo un trabajo sobre esos recursos, sobre los rituales vinculados con el agua, con fenómenos meteorológicos. Tengo un seguimiento de Chalchiuhtlicue, desde que estaba en la cañada hasta que se la llevaron al MNA.

¡Por aquí salió la piedra, Chachiuhtlicue! Rompieron todo e hicieron desmanes.

En las faldas de los cerros de esa cañada se puede observar el rastro de la gran piedra. Es el Lugar de los Ritos a la Señora de las Aguas Terrenales.

Da unos pasos y señala hasta un punto lejano, arriba: Allá, por allá, está enterrado Tláloc.

Añade que Tláloc no podía estar en Teotihuacán, porque era El Señor de las Aguas Celestes, de la Lluvia. Mis ancestros iban a rendirle honores a Tláloc, pero se dijeron que estaba solo, por lo que era necesario darle una compañera. Los de aquí le dieron por compañera a Chalchiuhtlicue. ¿Dónde la iban a poner? Aquí, donde descansa una serpiente de agua que está, a lo largo, desde el Monte Tláloc. Es una serpiente. Era un río permanente. Tenía que estar en la parte baja, porque era la Señora de las Aguas Terrestres. Tláloc está arriba y Chalchiuhtlicue abajo, pero no están separados, porque los une la serpiente de agua.

Piedra de los Tecomates

En el Museo Nacional de Antropología está, por tanto, ella y no él. Está Chalchiuhtlicue y no Tláloc. Es la Piedra de los Tecomates.

Precisó que el monolito de Chalchiuhtlicue siempre estuvo a ras de suelo. “¡Es una gran mentira que estuviera enterrada! ¡Nunca nadie la descubrió y siempre estuvo a flor de tierra! Aquí, cuando estaba la piedra, se hacían ceremonias católicas. Este era un lugar maravilloso, con un bosque alpino, el río que se perdía entre el bosque y matorrales; por otro lado, los montes de Tláloc; de este lado una gran cantidad de niveles, como si fueran bancos. Hay una especie de avenida que se llama la Calzada de la Piedra. Es necesario recrear eso con computadora.

Chalchiuhtlicue estaba acostada. En Antropología incluso está mal orientada. Aquí, donde estaba, era como un coliseo. Ya todo se destruyó.

Recordó: “En 1962, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, quien estuvo al frente de las obras del Museo Nacional de Antropología era Pedro Ramírez Vázquez, a quien el presidente le dijo que había que llevar una estatua o algo por el estilo que representara las culturas de México. Recorrieron muchos lugares. López Mateos comentó que de estudiante había ido al pueblo de Coatlinchán, donde había una pieza. Ordenó que se fuera a verla. Llegaron y contestaron que era imposible llevarla, porque el camino no permitía sacarla, así como por el peso y el tamaño. Mandó que se hiciera lo que fuera necesario para que se la llevaran. En 1962 hicieron la primera junta. La piedra y la zona eran visitadas por gente muy distinguida y fina, por turismo de calidad. Ramírez Vázquez dijo a los delegados del pueblo que se llevarían la piedra, y le contestaron que no. Yo estuve ahí. Los principales del pueblo reiteraron que no se la iban a llevar. López Mateos mencionó que si el pueblo no quería, entonces que no se la llevaran. No quería conflictos porque ya iba a terminar su gobierno, pero Ramírez Vázquez reiteró en una junta que se iban a llevar a Tláloc. La gente se empezó a reír: ‘A ver, llévénselo. A ver si lo encuentran’. Pero él se refería a Chalchiuhtlicue. En 1963, contra la voluntad de los vecinos, empezaron a dinamitar, a destruir el paraíso.” Según ellos se llevaron a Tláloc.

“El pueblo nunca firmó para dar su consentimiento. La piedra estaba acostada; su cabecita siempre al lado sur.

Tláloc está aquí, en la montaña, a 4 mil 175 metros. Es el centro ceremonial más alto del mundo. Ni Machu Pichu.

¡Cuidado!

Recomienda tener cuidado, porque cuando ella era niña y visitaba la piedra, alrededor se oían risas, como de duendes.

–¿Regresará Chalchiuhtlicue?

–¡No va a regresar! ¡No va a regresar la Piedra de los Tecomates! Tecomates son jícaras, que se llenaban de agua de lluvia, porque ella estaba acostada. Tiene 12 tecomates.

“Cuando se la llevaron yo estaba en la Normal de Maestros y recuerdo que llegué acá como a las cuatro de la tarde. Este era un lugar sagrado y vi la plataforma más grande del mundo. Eran los últimos días de febrero. La campana estaba tocando. La gente ya se había organizado y exigieron a los que vinieron que se retiraran, porque no se iban a llevar la piedra, que ese no era Tláloc. Que si querían a Tláloc que fueran por él, a ver si lo encontraban. Niños, niñas, muchachas, muchachos, viejos... ¡todo un pueblo estaba en la plazuela! Unos a destruirla y otros a tirarla! Eran las 12 de la noche y la gente empezó a destruir la plataforma. La piedra estaba en un columpio y los pobladores no tenían más armas que las de la agricultura. Toda la noche estuvo la gente dale y dale a la plataforma. Como a las cinco de la tarde cayó la piedra. Se escuchó un estruendo y la tierra se cimbró. A las 10 de la mañana –tengo las fotos– subió el Ejército al pueblo. Los soldados comenzaron a regarse como cucarachas. Los lugareños escondieron la dinamita, y se advirtió que si se llevaban a Chalchiuhtlicue mejor la harían explotar. Teníamos en contra al Ejército; los soldados fueron muy groseros; se llevaron la piedra en una plataforma hecha especialmente para ello. Fue empujada por una dos conformadoras y arrastrada por cuatro tráileres. La gente lloraba. Algunos que se enteraban apenas corrían para ver si era cierto. Los soldados gritaban que la gente debía regresarse.”

Los viejos de Coatlinchán, dijo la maestra, cuentan que la piedra ya había sido regalada por Porfirio Díaz a Estados Unidos. No frutificó. Hasta que llegó ese 16 de abril de 1964. Hace 50 años.

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