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SI NO TE NOMBRO, NO TE RECONOZCO…NO EXISTES

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Desde 1492, la invasión al Anáhuac y la Tawantinsuyo formó parte de una estrategia, de las fuerzas más oscuras y retrógradas, por destruir y desaparecer la civilización continental, que abarcaba desde lo que hoy es Alaska hasta la Tierra del Fuego, conocida en el Norte del continente como Cem Anáhuac y en el Sur, como Abya-Yala. En efecto, la civilización china conocía la existencia y los grandes alcances de los seres humanos de este lado del Océano Pacifico. La información que recibió el Vaticano, más los mapas chinos, fueron los elementos para que “los mercaderes” y la iglesia católica vinieran a apoderarse de la riqueza y a destruir el conocimiento y la sabiduría ancestral, que había sido inventados y sistematizados durante miles de años en el continente. Estos conocimientos y esta sabiduría permitieron el mayor “desarrollo humano”, para una amplia parte de la población del continente.

A la caída del Imperio Romano, y al paso de los siglos, la iglesia católica tomó el poder de la “península europea”; y como los pueblos barbaros y guerreros del Norte habían sido evangelizados, el Vaticano, para asegurar el diezmo de nobles como de ciervos, se dedicó, ardua y exhaustivamente, a perseguir y asesinar a las personas de conocimiento ancestral de la península y a destruir las religiones ancestrales. No podía existir ninguna sabiduría, conocimiento y religión, que atentara contra su poder material y religioso. Mil años de este holocausto y epistemicidio en Europa, fueron el antecedente de la invasión, ocupación y destrucción de la civilización en el Cem Anáhuac y en Abya-Yala. Se conjugaron la ambición material y la intolerancia hacia el conocimiento, la sabiduría y la religión. Esto produjo uno de los mayores holocaustos y epistemicidios de la historia de la humanidad, que ha durado cinco siglos.

 

El problema, es más profundo y obsceno. Lo que pretende hacer el neocolonialismo ideológico y cultural, es mantener “desconocidos e innombrados” a nuestros Viejos Abuelos, un pueblo que creó la civilización que alcanzó el más alto desarrollo humano en la historia de la humanidad. “Si no te nombro, no te reconozco”.

La civilización invadida SI TIENE UN MILENARIO NOMBRE, en la lengua franca, el náhuatl, que hablaban todos los pueblos invadidos, se reconoce como ANÁHUAC, y, por consiguiente, sus hijos son “anahuacas”.

El Vaticano, que ha sido “la mano que mece la cuna”, sabía, por los chinos, qué acontecía del otro lado del Atlántico. Esta es la razón por la cual la invasión se convirtió en un holocausto y en el peor epistemicidio de la historia humana.

Literalmente el plan era DESAPARECER a la Civilización del Anáhuac. Confundieron, los castellanos, el mundo desconocido por conocido, y nos llamaron “indios”, porque dijeron que habían llegado a la India. Más tarde, nos dijeron “indígenas”, para superar el epíteto de indio, que más que nada, refleja la ignorancia del invasor.

Pero, indígenas, son todos los pueblos del mundo, porque todos son “originarios de su región”. Indígenas son los alemanes y franceses. Entonces, por qué, no se utiliza el termino con los colonizadores. Por qué, se insiste, tercamente en llamar a nuestros abuelos: indios, naturales, aborígenes, prehispánicos, indígenas, precortesianos, precolombinos, mesoamericanos, pueblos originarios, etc.

El asunto es más oscuro y profundo, “si no te nombro, no te reconozco”. En efecto, desde que Cristóbal Colón determinó que no teníamos alma, y como tal, éramos como animales, por lo cual no teníamos posesión de nada, y todo lo que había en el continente era, por derecho real y divino, propiedad de las coronas peninsulares y sus vasallos que venía en heroica empresa a “descubrir y fundar”.

Para los “empresarios-mercaderes” que financiaron la invasión, desde el propio Colón, que ahora se sabe que era un judío catalán, todas las expediciones fueron financiadas por particulares. “El descubrimiento” y la conquista fue una empresa de particulares con un pago “por derechos” del 20% de lo robado a la corona, llamado “Quinto Real”.

Pero “la verdadera empresa”, era la destrucción total de la civilización invadida. No se iba a tolerar, bajo ningún motivo, que existiera una civilización que sustentara su estructura en la creación y desarrollo de la sabiduría y el conocimiento. Los logros alcanzados, como la cuenta perfecta del tiempo, el cero matemático, la invención de la primera calculadora, la invención del maíz, la milpa y los sistemas intensivos de producción de alimentos, como la chinampa, el poseer un sistema de educación para todo el pueblo, entre muchos otros, eran totalmente inaceptables para el Vaticano, que basó su poder, a partir de la caída del Imperio Romano, en mantener a los pueblos barbaros y guerreros del Norte, en la ignorancia total.  

En los primeros tres siglos de la invasión, se trató de destruir todo vestigio material, intelectual y espiritual de la civilización agredida. El Objetivo era literalmente desaparecer el conocimiento y la sabiduría, argumentando que era diabólica y primitiva. La supuesta evangelización, fue la coartada perfecta, para iniciar una brutal persecución de los poseedores del conocimiento y los seguidores de las tradiciones ancestrales, que llegó a convertirse en un pavoroso terrorismo de Estado.

La iglesia católica en México, ha encubierto hábilmente este epistemicidio y este holocausto. Para lo cual, la “historia antigua de México”, ha estado en manos de la iglesia, desde Bernardino de Sahagún hasta nuestros días. Estos crímenes de lesa humanidad, la iglesia, hábilmente, los ha convertido en un humanitaria y altruista tarea de sacrificados mártires, que lograron expulsar al demonio y salvar las almas de “los naturales”. 

A partir de la independencia política de España y la posterior expulsión de los peninsulares, los criollos crearon “su país de ellos y para ellos”. En este país, equivocadamente llamado México, porque no todos sus habitantes han sido y son “mexicas”. Los criollos durante el siglo XIX se dividieron en dos bandos y se dedicaron a pelar política y militarmente. El país de los criollos, fue invadido por Estados Unidos y despojado de más de la mitad del territorio. Los conservadores, derrotados política y militarmente fueron a Francia a pedir una intervención en favor de sus intereses políticos y económicos.

Durante el siglo XIX, los criollos despreciaron totalmente a la civilización Madre, a la cual, pertenecía mayoritariamente el pueblo, y buscaron imitar a la cultura francesa. Lo anahuaca era sinónimo de atraso y primitivismo digno de erradicarse. Fue un tiempo en que los particulares de Europa y Estados Unidos saquearon impunemente, el patrimonio cultural del Anáhuac, que había sobrevivido a la barbarie colonial.

En el siglo XX y XXI, la maquinaria destructiva que inició en el siglo XVI, sigue funcionando, ahora de manera más sofisticada. Cuenta con el respaldo total del Estado y gobierno mexicano, la iniciativa privada y las empresas trasnacionales. El punto es mantener a los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos de la civilización del Anáhuac en una total pérdida de la memoria histórica y la identidad cultural.

Recibe el pleno apoyo y respaldo de “la academia”. Investigadores, científicos y artistas, encubiertos en una visión “cientista” y europeizada del arte y la cultura, siguen “investigado” el pasado “prehispánico del país”, con la misma ideología de Hernán Cortés. Busca afanosamente, con “cuatro tepalcates”, descifrar el gran potencial científico y espiritual del Cem Anáhuac. Siguen descubriendo en las “ruinas mesoamericanas”, los buscados sacrificios humanos y los vestigios de las grandes batallas de los pueblos guerreros.

Escriben grandes libros y reivistas, hacen vistosos documentales, dan magnas conferencias, sobre “los antiguos mexicanos”. El México prehispánico se ha convertido en un excelente negocio para atraer al turismo. Los Tollan se convierten con todo el cinismo y la impunidad, en “Disneylandias prehispánicas”, para el disfrute de propios y extraños, y la ganancia de voraces empresarios. 

La estrategia “cinco centenaria”, ha sido y sigue siendo, desaparecer a una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo del mundo. La que alcanzó el más alto grado de desarrollo y plenitud, para todo su pueblo. La forma más sencilla de desaparecerla es “no nombrarla”. Los hijos de sus hijos, no saben quiénes fueron sus antepasados, se les ha hecho pensar que fueron los mexicas. Y que, a partir del 13 de agosto de 1521, se derrotó extinguió la Civilización del Cem Anáhuac.   

Para el Estado necolonial criollo, los 7800 años del periodo formativo representado con la cultura llamada olmeca, y los 1050 del periodo Clásico del esplendor representado con la cultura llamada tolteca, NO TIENEN LA MAYOR IMPORTANIA. Son solo, un insignificante antecedente, para ubicar en el “altar de la historia prehispánica”, a la cultura mexica.

Para la ideología criolla, “El Imperio Azteca”, es la base y los cimientos de “su país”. Representan algo así, como los griegos, de la cultura europea. Son el gran pueblo de poderosos y valientes guerreros “que conquistaron todo el territorio”, dominando a todos los pueblos y ubicando a la ciudad de México-Tenochtitlán, como “el ombligo” del mundo prehispánico.

De esta manera, si se nombra a la civilización del Anáhuac, no se reconoce su milenaria existencia. Si no se reconoce, no existe. Si no existe, nos quedamos sin la milenaria herencia cultural, sin la sabiduría y conocimiento ancestral. Nos quedamos, conquistados y avasallados por 550 europeos que derrotaron a cientos de miles de “guerreros aztecas”. Nos quedamos, permanentemente, derrotados, sojuzgados y vencidos, por la superioridad extranjeras, desde Hernán Cortés hasta Carlos Slim.

Descolonizar es dignificar, es humanizar y crear los cimientos para un país, donde se acaben para siempre: los vencedores y los vencidos. Un país en el que todos estemos incluidos y que todos gocemos de las mismas oportunidades y derechos. Un país, digno de nuestro luminoso y ancestral pasado.

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