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COLONIZACIÓN ESPIRITUAL EN MÉXICO. Luis Barjau

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Investigador de la
Dirección de Estudios Históricos
Del INAH.

Este trabajo es el inicio de un estudio sobre aspectos históricos que han conformado una mentalidad colonizada entre los mexicanos. Aquí abordó las particularidades de la condición colonizada de un prototipo de intelectuales; los antecedentes históricos que propicien dicha condición; algunas hipótesis sobre el concepto de colonización mental de los intelectuales; se inicia una revisión de un cronista del siglo XVI, fray Bernardino de Sahagún, escogido entre muchos para ejemplificar los principios y el desarrollo del proyecto ideológico de occidentalización de los indios americanos, por parte de los conquistadores españoles.

 


Se trata de discutir las características de una modalidad existente en la cultura mexicana: la colonización de muchos de sus intelectuales para ello comenzaré enfocando los antecedentes históricos del fenómeno y analizando la obra de algunos de sus más notables participantes.


El intelectual mexicano ha sido desde el siglo XVI un sujeto de colonización social y espiritual muy particular. Esta particularidad deriva de las condiciones especiales en que se desarrolla la historia de México: a) el encuentro de Europa con las culturas mesoamericanas constituye el contacto más tardío que dos complejos culturales importantes y significativos, han tenido en la historia universal; b) la tardanza de este encuentro consintió un proceso de singularidad e identificación consigo mismo, de ambos complejos culturales por separado, a un grado extremo en el caso mesoamericana; c) la radicalidad de la conquista española, que mermó la población indígena en 14 millones de habitantes en un periodo de 18 años, logró imponer una administración burocrática de la sociedad local en manos occidentales, que no volvió nunca a manos indígenas, a pesar del movimiento de independencia de 1810 y de la revolución de principios de este siglo; también logró imponer, definitivamente, el idioma español, la religión cristiana, y en diversa, pero dominante medida, usos y costumbres de occidente; d) la mudanza me habla del ser pensante mexicano, particularidad en la condición colonizada de los nacionales. Una sola de ellas –aunque hay muchas-, de carácter psicológico y político a la vez, está dada por el hecho de que es más bien infrecuente que los intelectuales mexicanos reconozcan su condición mental colonizada, como han hecho de manera activa, no individuos aislados, sino distintos movimientos políticos de intelectuales en África, en el cercano y en el Lejano Oriente desde la segunda gran Guerra hasta nuestros días.


El reconocimiento de las condiciones mentales colonizadas, de los intelectuales mexicanos, es un primer paso, ineludible, para la concientización y liberación espiritual de los mismos y de la nación.


Cuando se afirma que el intelectual mexicano ha sido un sujeto de colonización social y espiritual muy particular, no queda de ninguna manera excluido el resto de la sociedad mexicana como sujeto de colonización, sino sólo se afirma que los primeros sufrimos el mismo proceso, pero en forma particular, y esto marca la diferencia.


La particularidad de la colonización de intelectuales mexicanos, se da por la naturaleza de las funciones de los mismos en el seno de la sociedad: funciones técnicas, idiomáticas, gráficas, iconográficas, musicales, etc.


Aunque hay una tendencia de identificación de lo que es un intelectual, en favor de los escritores, muchos otros, algunas veces, tienen influencias más poderosas en la elaboración de las creencias y las ideas que imponen en la cultura nacional.


La función del intelectual en la sociedad, obviamente tiene mucho que ver con la invención de la política, la legislación, las creencias, las versiones históricas, el gusto estético, los problemas “de identidad”, y el resto de las elaboraciones mentales que contribuyen a la formación de un consenso más o menos común de lo que es la “realidad nacional”.


En México es particularmente colonizada la mentalidad de los intelectuales, porque éstos tienen que asumir con mayor precisión, el conocimiento del lenguaje, la religión, la versión oficial del pasado histórico y el aparato jurídico “nacional” (es decir, las armas de colonización que usó el europeo), que no conforman creaciones propias, sino formas culturales que fueron impuestas desde el exterior; porque se ven forzados a manejar herramientas intelectuales pseudo locales, cuando la historia económica (factor principal de la identificación de los grupos humanos en sus lugares de origen) de México, nunca ha podido ser independiente; y a buscar una ubicación universal a partir de la aceptación de que los valores procesados tienen orígenes extranjeros. Simplemente dicho: el carácter especial de la colonización del intelectual en México se da por el hecho de que casi nadie acepta sus propias condiciones de pensador que utiliza conceptos y categorías lógicas de origen extranjero (cuando la historia nacional se debatió siempre en el problema colonial), siendo esta una premisa fundamental de concientización y de liberación.


La identidad efectivamente es un tema ubicuo, pero es también, al mismo tiempo, como problema, un atavismo que promueve en la mentalidad de los nacionales, inseguridad y alineación tales, que los ponen en situación de desventaja en la competencia universal, permiten la injusticia y el abuso por parte de las metrópolis neocolonial es a las que, cada vez por medio de nuevos mecanismos, quedan sujetos.


La ubicuidad pues del problema de identidad, no equivale a su inexistencia ni es, por su condición, un problema de menor importancia. Al revés: su indefinición es precisamente su fuerza opresora, la expresión de la sutileza de una ideología lenta y astutamente estructurada por el poder colonial desde el momento de la conquista, y por la inercia del desarrollo de la cultura occidental sobre el mundo mesoamericano, que fue devastado. Si en nuestro mundo contemporáneo el primer elemento de estructuración de esa ideología (el poder colonial representado antaño por España) está en buena medida eliminado, queda el segundo (la inercia), menos obvio, y multiplicado aún en nuestras propias acciones y enredo de nuestra idiosincrasia. Y éste opera allanando el camino que produce cada vez los mecanismos de sucesión socioeconómica que sobre nuestras cabezas ejercen las hegemonías imperiales. Pero si eliminar la primera de esas formas de dominación fue ardua tarea, más lo ha sido la lucha contra la segunda, aunque asume formas sombrías y fantasmagóricas. El  colonizado está habitado por esta oscura forma de su enemigo. En realidad es tal colonizado por consentir en sí mismo un fantasma intruso; por no haber tenido la fuerza requerida para separárselo.


Para bien o para mal, el contacto más tardío en la historia universal, de dos complejos culturales muy importantes, fue el de occidente con el mundo mesoamericano en la primera mitad del siglo XVI. Pero mientras España erraba en el mar a la búsqueda de alternativas a la cerrazón y miseria dejada por nueve siglos de organización árabe y feudal, los aztecas en Mesoamérica constreñían aún más la versión de las cosas del mundo que los hombres de estas tierras habían articulado: se olvidaba Teotihuacan, se prohibían las viejas ideas de la culta Tula, se volvió al sacrificio catártico en la religiosidad; entre 1428 y 1453 Tlacaélel hacía quemar las bibliotecas que hablaban de un mundo antiguo y distinto en visita.

La cultura española se expandía y buscaba; la mesita se constreñía y se apartaba con sus propios pensamientos. Nunca en la historia un encuentro como este. El asombro fue particular para los mexicanos, acostumbrados a ver y a entender culturas muy similares a la suya. Dicho asombro encarnó y cobró dimensiones políticas con el legendario encuentro en Xuluco de 1519, de Hernán Cortés y el rey Moctezuma II Xocoyotzin. Se enfrentaban dos mundos: uno de aventureros en dátiles sobre un mar todavía surcado de monstruos; hastiado y empobrecido por la soledad y el aislamiento de un medievalismo ya desestructurado; otro de idólatras cuyas certezas se edificaban en la introversión, hierático y ritual frente a númenes inexorables, con esa bárbara honorabilidad que da el permanecer todavía distantes del símbolo del dinero y sus codicias.


Fragmento tomado de:
http://www.descolonizacion.unam.mx/pdf/Ch1_2_Colonizacion.pdf#page=1&zoom=auto,-143,601






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