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TOLLAN Y SU GOBERNANTE QUETZALCÓATL. Alfredo López Austin, Leonardo López Luján.

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En las fuentes documentales del Posclásico y de la Colonia temprana, ninguna ciudad portentosa alcanzó la fama de Tollan. Sin embargo, la complejidad de su naturaleza ha desafiado a los estudiosos durante siglos, pues abarca, con límites imprecisos, los ámbitos del mito, la leyenda y la historia.


UNA CIUDAD, UN PERSONAJE

La díada Tollan-Quetzalcóatl ha desafiado durante siglos a los estudiosos de la tradición que hoy llamamos mesoamericana y, sin duda, seguirá captando su interés durante mucho tiempo, en la medida en que se vayan develando enigmas y planteando nuevas incógnitas. El problema central de esta misteriosa díada es la multiplicidad de sus manifestaciones: la ciudad maravillosa y su sabio gobernante eluden toda ubicación precisa, pues sus referencias no sólo aparecen en épocas muy diversas de la historia y en lugares sumamente distantes de la geografía, sino también fuera del tiempo y el espacio de los mortales. Lo anterior obliga a estudiar la díada Tollan-Quetzalcóatl en su ubicuidad mesoamericana y en su muy amplia duración.

Exige, de igual manera, enfocar el problema desde cada una de sus tres dimensiones: el mito, la leyenda y la
historia. Para ello deben distinguirse los caracteres específcos de tales dimensiones, pero sin desarticularlos, tarea en la que es necesario precisar los arquetipos mítico-le-endarios y explicar los contextos históricos de orden político-ideológico.

En un origen, ciudad y gobernante pertenecen al ámbito divino, Tollan como centro cósmico irradiador de la luz de la aurora y punto de dispersión original de los pueblos; Quetzalcóatl como dios de múltiples atributos,  cuyas representaciones iconográficas le asignan una existencia milenaria. Vale decir que ante el carácter mítico de la díada los investigadores han optado por interpretaciones antagónicas. Una de ellas, perteneciente a la llamada perspectiva evemerista, propone que una ciudad terrenal llamada “En los Tules” fue enaltecida a la categoría de edificio cósmico, y que un personaje de carne y hueso (un héroe cultural) de nombre “Serpiente Emplumada” fue elevado a la calidad de dios. En cambio, bajo la otra óptica se invierte totalmente el sentido del proceso, afirmándose que el mito fue el que se proyectó en la materialidad del devenir histórico, reproduciendo una y otra vez sobre la tierra  y  sobre  los  hombres  el  arquetipo  de  la  ciudad  paradigmática y la deidad ejemplar. Desde hace mucho tiempo nosotros nos hemos inclinado por la segunda interpretación, basándonos en que los antiguos mesoamericanos acostumbraban sacralizar sus ciudades más importantes como réplicas de lugares míticos (recordemos Colhuacan, Tamoanchan, Coatépec, etc.), y creían que sus divinidades podían introducirse en el cuerpo de seres humanos privilegiados para convertirlos en hombres dioses y transformarlos en vehículos de sus designios (López Austin, 1973).

TOLLAN Y QUETZALCÓATL EN EL MITO

De acuerdo con las descripciones de las fuentes escritas, principalmente de las procedentes del Centro de México y los Altos de Guatemala, la Tollan mítica era maravillosa, “una ciudad fortísima, en tierra opulentísima”. Los textos exaltan su feracidad sin escatimar admiración. Nos cuentan que allí se cosechaban calabazas “de una braza en redondo”; las mazorcas de maíz eran tan grandes que tenían que cargarse abrazadas; los hombres podían trepar a las matas de bledos como a ramas de árboles; el algodón brotaba en forma natural teñido de todos colores, y así nacía también el cacao de sus campos. Bellas aves canoras de plumajes policromos cruzaban los cielos de la ciudad. Su gobernante Quetzalcóatl era sabio, virtuoso y dueño de inmensas riquezas. Por morada poseía cuatro palacios: el del oriente estaba recubierto de oro; el del poniente, de esmeraldas y turquesas; el del sur, de concha y plata, y el del norte de piedras rojas, jaspes y conchas.

En ellos se adivinan los cuatro pilares cósmicos que lucían los colores específicos de los rumbos del universo.
En la Tollan mítica se levantaba el célebre “Monte del Grito”. Desde su cúspide se convocaba a la gente “de más de cient leguas” de distancia, prodigio aún presente en los relatos indígenas actuales que hablan de los seres primigenios.

La ciudad de Tollan también era conocida como “El Cerro Amarillo, el Cerro Verde”, evocando con este apelativo los colores opuestos y complementarios que simbolizan el ombligo del universo y el momento preciso de la creación. Otros de los nombres de la capital portentosa son Zuyuá en maya yucateco y Vucub-Pec, Vucub-Zuivá en maya quiché. Esta  última  designación significa “Siete-Cuevas, Siete-Barrancas”, por lo que Tollan se identifica con el mítico Chicomóztoc (“En las Siete Cuevas”) de los nahuas, útero múltiple del que los pueblos surgen a la vida.

Los  habitantes  de  Tollan pertenecían a la totalidad de las razas humanas y hablaban una misma lengua. Eran grandes artífices, diestros en todos los “oficios mecánicos”, pues éstos habían sido inventados por  el  propio  Quetzalcóatl.  Las fuentes escritas también los denominan “gente mágica”, porque  en  su  historia  aparecen seres fantásticos como hechiceros, gigantes  y  hasta  un mago que hacía bailar a la gente en la palma de su mano.

Pero, como era de esperarse, la armonía y  la  riqueza  paradisíacas  de  este  lugar mítico no podían durar para siempre. Llegaron a su fin cuando  los  toltecas pecaron, según dicen las  fuentes  sin  dar muchas precisiones. Como consecuencia, tuvieron  que  abandonar Tollan en la aurora del mundo, antes de la salida del Sol.

Salieron en grupos y se distribuyeron poco a poco sobre la faz de la tierra. Al dejar la ciudad maravillosa, fueron diferenciándose entre sí, adquiriendo cada pueblo su propia lengua, su dios patrono, sus imágenes divinas, su bulto sagrado, su oficio particular entre la diversidad de las artes...
Invariablemente, los viajes de los expulsados resultaron penosos. Las fuentes afirman que algunos pueblos debieron cruzar un brazo de mar; otras, que jamás probaron alimento en el camino. Al fin llegaron a sus destinos respectivos y esperaron con su asentamiento en la tierra prometida la salida prístina del Sol que daría inicio a la historia.

Tollan, por tanto, no sólo fue una ciudad coronada por la gloria. Fue el sitio donde se fragmentó la humanidad genérica, antes del principio del mundo, para dar origen a la diversidad de los pueblos. De manera concomitante, Quetzalcóatl fue el dirigente de toda la humanidad en ese tiempo de gestación.

LA DÍADA TOLLAN-QUETZALCÓATL Y EL ORDEN ZUYUANO

Tras la caída de Teotihuacan se generalizó en Mesoamérica un profundo reacomodo político y económico. Fue precisamente a finales del periodo Clásico (550-650 d.C.) y durante todo el Epiclásico (650-900 d.C.) cuando se gestaron  importantes  manifestaciones de un credo, basado  en  la  díada Tollan-Quetzalcóatl, que se fue extendiendo a lo largo y a lo ancho del territorio  mesoamericano.

En un artículo muy brillante, William L. Ringle, George J. Bey III y Tomás Gallareta  (1998)  utilizan  la categoría   de   “religión  mundial”  para analizar y calificar este culto. Por nuestra parte, nos propusimos explicar su surgimiento, dispersión, formas de manifestación, articulación  política  y decadencia  en  el  libro Mito y realidad de Zuyuá (1999).

Sostuvimos entonces que el culto naciente no representó una franca ruptura con las prácticas y creencias anteriores. Era, por el contrario, una derivación religiosa que enfatizó mitos, ritos y personajes divinos existentes siglos atrás, independientemente de que tal derivación produjo fuertes choques entre los tradicionalistas y los innovadores, con siderados éstos como herejes.

El nuevo culto, con un intenso contenido político, se ajustaba a las inestables relaciones mesoamericanas, y los seguidores imponían sus principios e instituciones con el auxilio de las armas y el predominio mercantil.

Las figuras míticas de Tollan y Quetzalcóatl postularían entonces un orden político que justificaba el naciente poder de estados pluriétnicos, hegemónicos, militarizados, cabeceras de sistemas regionales que rivalizaban entre sí por el control del comercio.
Este orden –al que hemos dado el nombre de zuyuano– no destruía las ancestrales configuraciones políticas, integradas éstas en torno  al  principio  étnico  y  de  parentesco;  las  agrupaba  y estructuraba en conjuntos territoriales mayores, delegándoles funciones gubernamentales específicas, pertinentes a una formación estatal más compleja. Era una pretendida recomposición –por vía forzada, militar– de la paz y la armonía arquetípicas, globalizantes y legítimadoras de Serpiente Emplumada y su ciudad primordial.

TOLLAN Y SUS MÚLTIPLES PROYECCIONES TERRENALES

Como hemos visto, Tollan lleva en su nombre la referencia a un sitio acuático y primigenio. Ángel María Garibay K. traduce directamente “Entre juncias” y extiende la aplicación del término a ciudades determinadas por la abundancia y la fertilidad. Sin duda influyó en la interpretación del sabio historiador la pluralidad de capitales a las que las fuentes históricas del siglo XVI aplican este apelativo o alguno de sus equivalentes.

En igual forma, el nombre Serpiente Emplumada (Quetzalcóatl en náhuatl, Kukulcán en maya yucateco, Gucumatz en maya quiché), otras de sus denominaciones (como “El Conquistador” o “Cuatro Pies”) o sus características sobrehumanas se transmiten a personajes históricos, gobernantes de diferentes urbes en distintas épocas.

Correlativamente, la rica simbología de la díada Tollan-Quetzalcóatl está presente en el arte público de los principales centros de poder que, bajo una ideología similar, fueron surgiendo poco a poco en el amplio territorio mesoamericano desde el Teotihuacan de la fase Metepec y alo largo de todo el Epiclásico y el Posclásico. Hay indiciosm suficientes de zuyuanismo en Cacaxtla y Xochicalco, capitales éstas marcadas por el signo del militarismo y el carácter pluriétnico de su población.

Entre las indudables materializaciones de la Tollan mítica, Chichén Itzá encabeza la lista en cuanto a magnificencia. Otras Tollan terrenales son la poderosa Cholula (Tollan-Chollolan) y la beligerante Tula hidalguense (Tollan-Xicocotitlan), cuyos topónimos están calificados en las pictografías por espesos tulares. Algo semejante pasa con Mexico-Tenochtitlan, representada en el Códice Sierra con el glifo de los tules.

Otras ciudades más quedan en la indefinición geográfica –o cosmológica–, entre ellas la famosa “Oriente” de los quichés. Obviamente, a esta lista debemos agregar Teotihuacan, cuyas ruinas eran así consideradas por la gente del  Posclásico, lo cual puede comprobarse en el Mapa Quinatzin, documento en que el glifo del lugar de los tules está acompañado de la glosa teotihuacan  tlahtoloyan (“Teotihuacan, el tribunal”).

Como se dijo anteriormente, la díada Tollan-Quetzalcóatl se manifiesta en tres planos superpuestos: el mítico, el legendario y el histórico.
Lamentablemente, estos planos no son fácilmente discernibles en las fuentes, lo que ha provocado la mayor parte de las confusiones entre los especialistas. El mito ya ha sido identificado líneas arriba como el arquetipo fundacional de toda una tradición político-ideológica.

La leyenda aparece como la alusión a una Tollan terrenal (pero prodigiosa, como Tollan-Xicocotitlan), gobernada por un personaje humano (pero ejemplar, como Ce Ácatl Topiltzin), ambos estimados como fuentes de legitimidad para la política expansionista zuyuana. Por su parte, la historia registra poderosas urbes llamadas Tollan, todas ellas sagradas, sedes de juzgados supremos y cabeceras a
las que acudían los señores designados en sus pueblos en busca de la confirmación del poder recientemente adquirido (como el jefe chichimeca Tecpatzin, quien ratificó su cargo en Tollan-Chollolan). Estos ritos de promoción política comprendían, según la calidad del aspirante, la perforación de los lóbulos de las orejas, el labio inferior, el tabique o las alas nasales, tras lo cual se les insertaba en el hueco una joya distintiva. El más importante de estos actos, la perforación del tabique, era conocida en náhuatl con el nombre de  yacaxapotlaliztli.

TEOTIHUACAN COMO UNA TOLLAN

Pese a lo anterior, algunos estudiosos han buscado y siguen buscando entre las Tollan mundanas una prístina, la que habría servido como modelo civilizatorio a todas las demás, aquella a la que supuestamente se refieren las fuentes documentales que hablan de la ciudad maravillosa. Desde la Ilustración y hasta las primeras décadas del siglo pasado, la opinión generalizada favorecía a Teotihuacan. Esta identificación, sin embargo, se puso en tela de juicio en 1939 en el seno de la Sociedad Mexicana de Antropología
(SMA).

Un año más tarde, con el inicio de las exploraciones de Jorge R. Acosta en Tula Xicocotitlan, se fincaron las bases para una nueva explicación, apuntalada en datos históricos, geográficos, lingüísticos y arqueológicos. Ésta tomó cuerpo en la Primera Mesa Redonda de la SMA, en 1941, donde se produjo un acalorado debate. Un sector de sus miembros defendió que la Tollan de las fuentes era la Tula recién excavada, la del estado de Hidalgo, imponiéndose mayoritariamente a quienes seguían defendiendo que la ciudad prodigiosa era Teotihuacan. Wigberto Jiménez Moreno, Paul Kirchhoff y Alfonso Caso estuvieron entre los principales impulsores de la nueva tesis en la que la cultura arqueológica Mazapa devenía equivalente de la cultura histórica tolteca. En cambio, Enrique Juan Palacios fue el más ardiente defensor de la tesis derrotada.

Con el paso del tiempo, nuevamente se ha venido fortaleciendo la idea de que las fuentes se referían a Teotihuacan cuando hablaban de Tollan. Tal y como lo reflejan sus publicaciones desde los años cincuenta, Laurette Séjourné nunca cejaría en esta opinión. Por su parte, Davíd Carrasco (1982) sostuvo que sólo Teotihuacan tuvo la grandiosidad suficiente para ser el modelo político. Poco después Dennis Tedlock (1985) propuso a Teotihuacan como la Tollan Occidental y sugirió que Kaminaljuyú fuera una de las posibles ciudades dignas del título de Tollan Oriental.

Hemos dicho que ni el culto zuyuano rompió con la ancestral religión mesoamericana, ni la política zuyuana desconoció el gobierno de los antiguos señores, sino que los incorporó siempre a un nuevo orden estatal. Esto hace plausible que muchos de los principios y símbolos
ideológicos zuyuanos, entre ellos el de la ciudad mítica hecha realidad sobre la tierra, hayan hundido sus raíces en muy antiguas concepciones cosmológicas.

¿Fue Teotihuacan, ya desde el Clásico, llamada o considerada Tollan? Es difícil contestar a esta interrogante. Al menos no se ha encontrado en Teotihuacan ninguna evidencia arqueológica o iconográfica de que sus habitantes se concibieran a sí mismos como
verdaderos toltecas, ni de que llamaran Tollan a su ciudad. Sin embargo, el problema ha adquirido interesantes dimensiones entre los estudiosos de los mayas del Clásico. En fechas recientes, David Stuart (2000) planteó la posibilidad de un vínculo entre a) el glifo maya de lectura fonética pu; b)el significado que las palabras pu o puh tienen en algunas lenguas mayas (“caña”,“espadaña”, “enea”), y c) algunos símbolos mayas de es algunos símbolos mayas de estilo teotihuacano, en cuyo contexto aparece el glifo. Stuart
nos dice: “Algunas escenas iconográficas de la región maya usan el signo maya ‘espadaña, caña’ como topónimo, asociándolo directamente en cada caso con un simbolismo derivado de Teotihuacan”.

La propuesta de Stuart ha impulsado el trabajo de otros especialistas, sobre todo en el campo de la epigrafía. Erik Velásquez,  por ejmplo, tras  una minuciosa  investigación lingüística, epigráfica e iconográfica, habla de la continuidad a través de los siglos de algunos símbolos mayas clásicos de estilo teotihuacano que parecen prolongarse en la simbología zuyuana. Con base en su interpretación, Velásquez se inclina por la tesis de que Puh fue una ciudad arquetípica; pero considera que Teotihuacan desempeñó un papel importante en el fortalecimiento del arquetipo ancestral.

Como  un  arcoiris  inasible,  la  imagen  de  Tollan  va incitando perspectivas más lejanas de interpretación. Fundados también en la propuesta de Stuart, pero sobrepasándola, Linda Schele y Peter Mathews, remiten hipotéticamente la imagen de la ciudad legitimadora a los remotos tiempos olmecas.
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• Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones
Antropológicas, UNAM. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Actualmente investiga sobre los
principales paradigmas de la cosmovisión mesoamericana.
• Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris. Investigador del Museo del Templo Mayor,
INAH. Profesor de la ENCRYM, INAH. Con Judy Levin publicará un libro para jóvenes sobre la historia de la
arqueología de Tenochtitlan (Oxford University Press)
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Tomado de: http://www.mesoweb.com/about/articles/AM067.pdf

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