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ÍCONO MÁXIMO DE LA UNIVERSIDAD Hermann Bellinghausen

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ÍCONO MÁXIMO DE LA UNIVERSIDAD Hermann Bellinghausen


Don Pablo llega a la centena firme en sus trincheras, admirado a escala continental y temido aún por los poderes del país.

Periódico La Jornada.
17 noviembre 2022.
EL RECTOR MÁS importante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en los recientes cien años, y el único de izquierda en la historia de la universidad más antigua del continente, duró en el cargo apenas dos años y siete meses, entre mayo de 1970 y el aciago diciembre de 1972. Pocos han durado menos; después de él se harían frecuentes las relecciones por ocho años. Pablo González Casanova comenzó un cambio profundo que pudo hacer de nuestra universidad la vanguardia ética y académica de América Latina, pero fuerzas internas y externas se lo impidieron. El acoso contra su rectorado fue política expresa del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, quien logró deshacerse de él desde su segundo año de gobierno, y entregó la casa de estudios al grupo de científicos reaccionarios y burgueses encabezado por Guillermo Soberón Acevedo, mismo grupo que a la fecha, 50 años después, conserva el poder en la UNAM.

Paradoja mayor es que en 2022, tanto González Casanova como su némesis y alguna vez amigo Echeverría Álvarez, lleguen con vida a los cien años. Más diferentes no podrían ser su fama pública y el respeto ganado. El ex mandatario es un paria político. El fantasma del 68 no le dio nunca respiro, siendo él un responsable principal de la matanza de Tlatelolco y la brutal represión que le siguió. Su presidencia se volvería en su contra: no sólo decapitó a la UNAM y al Excélsior de Julio Scherer García, también comandó una guerra sucia contra sus oponentes de izquierda radical y repitió la represión criminal contra estudiantes el jueves de Corpus de 1971.

Don Pablo, por el contrario, llega a la centena firme en sus trincheras, admirado a escala continental y temido aún por los poderes del país. Dedicó su vida a imaginar, construir y animar instituciones educativas y culturales, colecciones de libros e investigaciones colectivas de gran calado. Siempre desde la academia, la trascendió participando en las luchas del pueblo mexicano. Las discute acompañándolas.

Una de mis imágenes favoritas de don Pablo data de agosto de 1994, en Guadalupe Tepeyac, en vísperas de la Convención Nacional Democrática convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la selva Lacandona, para la cual era uno de los invitados primordiales. Durante ese año, el EZLN gobernó de facto grandes territorios de las montañas de Chiapas. La selva era un territorio muy otro, controlado autónoma y casi inopinadamente por los indígenas insurrectos. En el retén a la entrada de la comunidad, un riguroso grupo de jóvenes milicianos realizó la revisión a don Pablo. De pronto, detrás uno de esos pasamontañas una voz tojolabal lo reconoció: ?¡Don Pablo!?. El miliciano le confió emocionado que había sido su alumno en algún curso en la Universidad Chapingo. La emoción de don Pablo fue mayor: había alumnos suyos entre quienes hacían la revolución.

ÍCONO MÁXIMO DE LA UNIVERSIDAD Hermann Bellinghausen


Mi primera imagen de González Casanova es de hecho una fotografía. En la marcha del rector Javier Barros Sierra en septiembre de 1968, se ve en primer plano al robusto y alto ingeniero, un hombre del sistema, ex secretario de Obras Públicas, constructor de caminos y puentes, desafiando al gobierno priísta al lado de los estudiantes inconformes y golpeados. Detrás de él, alzando la cabeza casi sobre los hombros del rector, un González Casanova menos joven de lo que aparenta, también hombre del sistema, asoma con esos ojos bien abiertos que siempre han escrutado lo que sigue allá adelante. Era el secretario general de la UNAM. Las autoridades universitarias, por única vez en la historia, desfilaban por la calle contra el gobierno, entonces de Gustavo Díaz Ordaz (el otro paria histórico del 68). La foto de José Dávila Arellano apareció en la revista Life semanas después.

Cuando cursaba mi preparatoria, moría de ganas de dar el gran salto a la UNAM, que estaba golpeada y trataba de levantarse. Entonces ocurrió la otra gran represión estudiantil por cortesía de Echeverría. El ataque de los halcones en San Cosme fue la declaración de guerra del Estado contra la UNAM dirigida por González Casanova. Poco después de mi anhelado ingreso en 1972, el campus central de Ciudad Universitaria pasó a control de un grupo armado de jóvenes liderados por los ultras Miguel Castro Bustos y Mario Falcón, muralista anacrónico. Además de vandalizar específicamente el flamante Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), ocuparon la torre de Rectoría y cometieron constantes fechorías a nombre de la ?revolución?. En Economía florecían los ?enfermos? de Sinaloa. La cafetería de la Biblioteca Central, extensión del aula de Huberto Batis, el mejor maestro que tuve a mi paso por Filosofía y Letras, era administrada y vigilada por chavitos con metralleta, mientras hablábamos de literatura y bebíamos café.

En diciembre de ese año, el naciente Sindicato de Trabajadores de la UNAM, dominado por el Partido Comunista en su fracción que no cayó en la cárcel ni fue perseguida por el gobierno, logró la renuncia de González Casanova, quien durante su breve rectorado se dio tiempo de crear las dos mayores extensiones universitarias jamás emprendidas, bajo un concepto pedagógico riguroso y popular a la vez: el CCH, un innovador bachillerato, y el sistema de Universidad Abierta. Contra viento y marea, ambas creaciones suyas siguen en pie.

Tras el asedio al rector por parte de fuerzas de izquierda, todo cambió y la UNAM tomó un rumbo distinto. En mi siguiente imagen él no sale: el biomédico Soberón Acevedo es investido rector por la Junta de Gobierno en el estacionamiento de Medicina, a orillas del campus, casi a escondidas. Una estampa deprimente. El gobierno, de plácemes. Comienza entonces la dinastía que gobierna la UNAM hasta hoy, que si bien no logró acabar con el legado de don Pablo, lo acotó y subordinó a un muy distinto concepto de universidad.

Décadas después, otra imagen de don Pablo sin él la proporcionó el homenaje póstumo a Miguel León Portilla en la Sala Nezahualcóyotl. Una gala en honor al gran académico, dócil y privilegiado por las administraciones universitarias. Se dieron cita todos los ex rectores vivos, desde los decrépitos Soberón Acevedo y Octavio Rivero Serrano hasta el último cachorro, Enrique Graue. Don Pablo no se sentó con ellos.

En la balanza de recursos económicos ejercidos y toneladas de concreto construidas a partir de Guillermo Soberón, ganan de calle todos estos rectores. De calle. A partir de su renuncia, González Casanova se dedicó a construir una universidad menos material pero profunda. Con su capacidad de liderazgo y su carisma creó, uno tras otro, decenas de proyecto colectivos, instituciones intermedias y publicaciones.

En mis años de médico y sindicalista participé en uno de los tantos proyectos algo locos del ex rector: la colección en 17 volúmenes La clase obrera en la historia de México, publicada en 1986 por Siglo XXI. Por esos años coincidimos en el consejo editorial de Nexos, fui editor de algunos de sus ensayos y su compañero en la fundación de La Jornada. Con voz grave y asordinada, siempre parecía tener la clave, la solución a futuro, la idea que provoca ideas. En la propia UNAM, desde la creación de la carrera de Sociología y su papel renovador en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en los años 70, su huella no ha descansado.

Junto con Luis Villoro, Adolfo Gilly y Alfredo López Austin, conforma la máxima expresión intelectual de la izquierda crítica mexicana contemporánea. Incontables veces acudió al llamado de los zapatistas de Chiapas y se afanó por ellos en donde fuera. Y siempre, un surtidor de preguntas y propuestas, un animador, un entusiasta de lo nuevo.

Recuerdo Nexos en los años 80 como un trabuco de gente inteligente con iniciativa y liderazgo cultural y político: Enrique Florescano, Guillermo Bonfil, Arturo Warman, Alejandra Moreno Toscano, Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis. Aún entre todos esos jefes, la autoridad de don Pablo era incontestable y, si se me permite, superior. Tampoco se puede obviar su aporte al periodismo crítico y al debate por la paz y la verdadera democracia.

Cumple un siglo de vida y tiene la gratitud de las luchas de emancipación y los exilios de nuestro continente, las grandes protestas estudiantiles, la emergencia nacional indígena a partir del zapatismo y la resistencia teórico?práctica contra el neoliberalismo.

Una imagen más, para terminar. En abril de 2018, a sus 96 años, se convierte en el comandante Pablo Contreras del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN. En cachucha beisbolera, hace el saludo militar a la comandancia que le toma protesta, en presencia de sus viejos conocidos el comandante Tacho y los subcomandantes Galeano y Moisés.

¿Tenemos acaso un maestro con un periplo más dilatado y entrañable que el de Pablo González Casanova, tesoro mayor de la universidad mexicana y compañero inquebrantable de las luchas de liberación en América Latina? ?

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