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“Los maestros de la palabra, los tlatolmatinime, como se les llamó en su lengua, eran sacerdotes, poetas y sabios, autores de discursos, empeñados en dominar el difícil arte de expresar el pensamiento con el matiz adecuado y la metáfora que abre el camino a la comprensión. Eran, como se lee en un texto indígena, “artistas del labio y la boca, dueños del lenguaje noble y la expresión cuidadosa”. Muchos de ellos, eran también maestros en centros prehispánicos de educación, donde, junto con lo mejor de la herencia cultural prehispánica, se enseñaba también el tecpillatolli, o sea el lenguaje noble y cuidadoso. Esos mismos maestros de la palabra habían creado las que se llamaban icniúhyotl, fraternidades de sabios y poetas...” (Miguel León Portilla. 1980)
En efecto, desde los mismos orígenes de la sabiduría humana, ésta se ha guardado-transmitido en la lengua de los pueblos. Como ejemplo diremos que la Biblia, el libro impreso más antiguo del mundo, fue guardado-transmitido a lo largo de siglos enteros por el pueblo hebreo.
“Los mesoamericanos habían desarrollado una oralidad que se manifestaba, en diversas circunstancias, en forma de cantos, discursos y recordaciones de acontecimientos importantes, divinos o humanos. Dicha oralidad puede describirse como una forma de tradición oral que se aprendía sistemáticamente en las escuelas y templos.
Para transmitirla, los sacerdotes y sabios utilizaban sus libros o códices. Los mayas leían en sentido estricto las secuencias logosilábicas de sus libros. Los nahuas y mixtecas amoxohtoca, “seguían” el camino de las secuencias de las pinturas y glifos incluidos también en sus códices”. (Miguel León Portilla. 1968)
En la palabra, el conocimiento se transmite directamente. En el idioma náhuatl los Viejos Abuelos atesoran valiosos conceptos como: “topial in tlahtolli” el legado de nuestra palabra, “to-pializ” lo que nos compete preservar, “yuhcatiliztli” la acción que lleva a existir de un modo determinado, “Toltecáyotl” el conjunto de instituciones y creaciones de los toltecas.
“Eran nuestros abuelos, nuestras abuelas,
nuestros bisabuelos, nuestras bisabuelas,
nuestras tatarabuelas, nuestros antepasados.
Se repitió como un discurso su relato,
nos lo dejaron y vinieron a legarlo
a quienes ahora vivimos,
a los que salimos de ellos.
Nunca se perderá,
nunca se olvidará,
lo que vinieron a hacer,
lo que vinieron a asentar,
su tinta negra, su tinta roja,
su renombre, su historia, su recuerdo.
Así en el porvenir
jamás perecerá, jamás se olvidará,
siempre lo guardaremos
nosotros, hijos de ellos.”
(Fernando Alva Ixtlilxóchitl)
La civilización del Anáhuac tenía en su lengua franca, el náhuatl, palabras que nos revelan la profundidad de su pensamiento y su sabiduría sistematizada. Por ejemplo: “amoxcalli” biblioteca, “tonalámatl” libro de la cuenta de los días y los destinos, “xiuhámatl y tlacamecayoámatl” libro de los años y los linajes, “teoámatl” libro acerca de las cosas divinas, “cuica-ámatl” libro de los cantares, “lemic-ámatl” libro de los sueños, “amoxohtoca” seguir el camino del libro, “altehuehuehtkahtolli” antigua palabra del pueblo, “huehuehtlahtolli” testimonio de la antigua palabra. De este último tomaremos un fragmento de las palabras que le dirige una madre a su hija:
“Ahora mi niñita, tortolita, mujercita, tienes vida, has nacido, has salido, has caído de mi seno, de mi pecho. Porque te ha forjado, porque te ha moldeado, te hizo, te formó menudita tu padre, tu señor. Ojalá no andes sufriendo en la tierra. ¿Cómo vivirás al lado de la gente, junto a las personas? Porque en lugres peligrosos, en lugares espantosos, con gran dificultad se vive. Así, un poquito concede a las personas, las haces merecer su fama, su honra, su calor, su tibieza, su dulzura, su sabrosura, el Señor Nuestro.” (Miguel León Portilla. 1991)
Tomado del libro:
Historia Verdadera del México Profundo.
de Guillermo Marín