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EL REGRESO DEL CONEJO EN LA CARA DE LA LUNA ALFREDO LÓPEZ AUSTIN

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<br>EL REGRESO DEL CONEJO EN LA CARA DE LA LUNA 
<br>ALFREDO LÓPEZ AUSTIN
Ilustración: Griss Romero
Ojarasca 271, Periódico La Jornada
Veinticinco años atrás, Alfredo López Austin publicó El conejo en la cara de la luna, una deliciosa colección de 18 ensayos sobre la mitología mesoamericana en el espejo de otras culturas y otras épocas históricas. El tiempo lo ha convertido en un pequeño clásico de la divulgación y la reflexión sobre el pasado mesoamericano. Aquellos textos fueron presentados originalmente en las páginas de Ojarasca entre 1991 y 1992, en una sección ad hoc llamada ?Mitologías?. Al cumplir nosotros 30 años el pasado octubre, ofrecimos una reseña conmemorativa ( http://ojarasca.jornada.com.mx/2019/10/12/fascinacion-del-mito-4290.html ).

Hoy regresa a nuestras páginas el sensacional Conejo lunar, más específico, oriental a ratos y hasta budista, en este ensayo imperdible que presentamos para deleite y maravilla de nuestros lectores.

LOS CONEJOS DEL TEMPLO MAYOR

Hasta el día de hoy no se han encontrado en el Templo Mayor rastros orgánicos de conejos. Sin embargo, la figura del conejo surge rozagante en el recinto sagrado, ya como signo calendárico, ya como nombre de los dioses. Hace cuarenta años, el 27 de marzo de 1978, vio de nuevo la luz la imagen de una diosa esculpida en piedra verde. Había pasado siglos enteros en la oscuridad de su cista, sobre un lecho de arena, caracoles y conchas marinas. La diosa había descansado en el Templo Mayor, bajo la escalinata de Huitzilopochtli, muy cercana al gran disco de Coyolxauhqui (Figura 1). Eduardo Matos Moctezuma me aviso? de su hallazgo y fui de inmediato a conocer a la diosa. Entre la rica simbología tallada en la roca se veía su nombre sobre el lado derecho del pecho: Uno Conejo. En el lado izquierdo estaba grabada la figura de un personaje que también lucía su nombre: Dos Conejo. Este portaba la característica nariguera lunar. Sobre el vientre, la diosa de piedra verde tenía un gran disco bordeado por lo que supuse entonces eran pares de pencas de maguey, lo que convertía la circunvalación en el cuenco excavado en el centro de la planta, visto desde arriba. Las ondulaciones del agua figuradas dentro del disco hacían pensar en que el contenido era el aguamiel listo para ser extraído por el tlachiquero. Así? empezaban a reunirse en aquella diosa los elementos del complejo agua-pulquemaguey- Luna-conejo, y el pequeño ser grabado sobre su pecho, Dos Conejo, ostentaba el nombre del jefe de los cuatrocientos dioses conejos de la embriaguez (López Austin 1979). La imagen, en su conjunto, alentaba una de mis obsesiones iconográficas.

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