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La diáspora de los tesoros precolombinos

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La diáspora de los tesoros precolombinos
Keros incas de oro. Foto: Especial.
Ciudad de México, 18 de mayo de 2019 (Proceso).- Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), poeta y diplomático, representó a Carlos V en el Concilio de Trento. Investigadores contemporáneos le atribuyen la autoría del Lazarillo de Tormes, la primera novela picaresca de la literatura española. Amigo de Teresa de Jesús, el humanista y políglota le donó su célebre biblioteca a Felipe II, pero a sus excelentes libros agregó una de las exiguas colecciones de objetos prehispánicos existentes en España. Se hacía referencia a esta colección como un acopio de numerosos ídolos de oro y piezas de las Indias.
La falta de interés de la Metrópoli por las culturas precolombinas fue más que evidente, lo cual se sustenta en el hecho de que el material cultural proveniente del Nuevo Mundo no constituyó en España una colección en el sentido técnico del término.
Si bien es cierto que los nuevos territorios y monumentos indígenas le pertenecían a la Corona española, el reino carecía de una política de colección y preservación?
De las piezas que arribaron a España como novedades producto de obsequios o de botines y que acabaron dispersándose por toda Europa, con un futuro incierto.

<>Las evidencias
Se cuenta con referencias de que Felipe II, heredero de la colección de su padre, Carlos V, impulsó una selección muy acotada de arte plumario en sus dominios del Nuevo Mundo, como constatara Francisco de Toledo (1515-1582), el quinto virrey de Perú.
Entre las pocas alusiones a la colección precolombina de Felipe II destacan las de los embajadores franceses; son los casos del clérigo Claude de l?Aubespine (1559-1562); Jean Ebrard, señor de Saint-Sulpice (1562-1565).
Raymond de Rouer, señor de Fourquevaux (1565-1572); Jean de Vivonne, señor de Saint-Gouard (1572-1582), y Pierre de Segusson, señor de Longlée-Renault (1582-1589), que son precedentes de gran valía.
Pero fueron Pierre de Villars (1623-1698) y su esposa Marie Gigault de Bellefonds (1623/1626-1706) quienes, ante la Corte de Carlos II de España (1661-1700), se expresaron con mayor detalle sobre el acervo albergado en el Real Alcázar de Madrid.
Tales evidencias provienen del intercambio epistolar entre Gigault de Bellefonds y Marie-Angelique du Gué de Bagnols, señora de Coulange (1641-1723). Esta correspondencia se cuenta entre las mejores crónicas en torno al reino de Carlos II.
Más aún, Gigault de Bellefonds y Coulange pertenecen a la tradición epistolar de la espléndida literata francesa Marie de Rabutin-Chantal, conocida como Madame de Sévigné (1626-1696).
El inventario levantado en 1666 de los acervos de bienes culturales albergados en el Palacio del Alcázar menciona sin mayor precisión documentos de las Indias, así como objetos de arte plumario.
La colección de pintura europea en la Corona española fue integrada en gran medida gracias a la intervención de Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco Tovar (1587-1645), conde-duque de Olivares?
Quien hacia 1630 fue nombrado alcaide del Palacio del Buen Retiro, lo que implicaba hacerse cargo de los asuntos administrativos, contables y jurisdiccionales de la casa real en ausencia del monarca. Sin embargo, Olivares jamás mostró interés por el arte precolombino.
La colección mencionada estuvo expuesta a diversos incendios en los siglos XVII y XVIII. Es memorable el último, acaecido en la Noche Buena de 1734 en el Alcázar de Madrid.
Fue el pintor de cámara Jean Ranc quien dio el rebato a Felipe V, quien se hallaba hospedado en el Palacio del Buen Retiro.
Los frailes del contiguo Convento de San Gil coadyuvaron al rescate de la colección real y la alojaron en la armería del palacio, en las casas arzobispales y en la residencia del marqués de Bedmar. Ninguno de los objetos plumarios y documentos sobrevivieron.
Los acervos de Felipe II y Felipe IV, junto con los del Museo de la Trinidad, constituyen el núcleo de la colección del Museo del Prado, que este 2019 festeja su bicentenario.
Poco después, y bajo la dirección de Anton Raphael Mengs (1728-1779), pintor de cámara de Carlos III y teórico del neoclasicismo, se realizó un inventario de los tesoros reales, que estaban dispersos en muchos sitios.
A sugerencia de Mengs, José de Guzmán y Guevara ?marqués de Montealegre, mayordomo mayor y, por ende, jefe de la Casa Real de Carlos III? realizó el recuento en 1771. Ningún objeto prehispánico ni documento de las Indias fue ya mencionado.
Felipe V fue también un amante de las artes; bajo su reinado se creó la Real Academia Española y la Real Academia de la Historia.
Construyó asimismo el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, y fundó en 1711 la Biblioteca Nacional. En 1716 la Corona creó por primera ocasión una política sobre el coleccionismo, que incluyó los bienes precolombinos.
<>Perú en España.
En el Nuevo Mundo, Mesoamérica no fue la única región de la cual se extrajeron cantidades significativas de piezas que fueron a parar al tesoro español.
La historia es conocida: en su primera entrevista con Atahualpa o Atabaliba (ave de la fortuna), como se le conocía al jefe inca, Francisco Pizarro lo tomó prisionero?
Bajo la acusación de que había arrojado al suelo una Biblia ofrecida por el obispo dominico fray Vicente de Valverde, y con ello ultrajado las Santas Escrituras.
El evento también desató la infausta matanza de Cajamarca. Para la liberación de Atahualpa se convino un cuantioso rescate en oro que se acopió por toda la región inca.
Ante la premura de la colecta, se realizó el saqueo de los baños de Atahualpa, pillaje al que le siguió la profanación del santuario yunga de Pachacamac, perpetrado en abril de 1533 por Hernando Pizarro, y la puesta a saco de sus tesoros.
Las piezas precolombinas de oro fueron fundidas en su mayoría para facilitar la repartición del botín. Lo mismo hizo Hernán Cortés con parte del tesoro de Axayácatl albergado en el palacio de éste en Tenochtitlan.
Pizarro expolió también la Mascapaicha, único símbolo del poder en la tradición incaica, consistente en una borla de fina lana roja con incrustaciones de hilos de oro y plumas del ave corequenque que habita en la región andina de Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
La Mascapaicha le otorgaba al Sapa Inca los títulos de gobernador del Cuzco e Inca del Tahuantinsuyo. El símbolo lo ceñía el sumo sacerdote (Willaq Uma) en la ceremonia de coronación.
En uno de los primeros actos de vasallaje, Pizarro usurpó las funciones del sacerdote inca, perturbó el rito religioso y le ciñó la Mascapaicha a Manco Inca Yupanqui, hermano de Atahualpa, quien había jurado sumisión al soberano español.
Francisco Pizarro envió a su hermano Hernando para que realizara el pago del Quinto Real a Carlos V ?tributo que se entregaba a la Corona cuando los súbditos se hacían con un tesoro.
En enero de 1534 desembarcó en Sevilla la Nao Santa María del Campo, la segunda de tres, con un cargamento de oro y plata que excedía cualquier imaginación europea y que refulgió en toda España durante décadas.
Muy pronto en España se popularizó el término perulero para aludir a la persona que retornaba a la Metrópoli tras haber hecho fortuna en Perú. El sobrenombre se extendió a todas las Indias, incluso a sevillanos que no habían emprendido la travesía.
El tesoro proveyó a Carlos V de la liquidez necesaria para financiar la campaña de Túnez en contra de Hayreddín Barbarroja, el almirante del imperio otomano y de los bereberes.
A la destrucción del patrimonio inca debe agregarse la de los quipus, que eran cordones de diferentes colores y orientaciones, y anudados también de maneras diversas. El Inca Garcilaso de la Vega ya había hecho referencia a ellos.
Conforme a las investigaciones recientes, constituían una escritura táctil que hacía posible la comunicación entre los diferentes clanes en un entorno multiétnico y multilingüista, como lo era la sociedad inca. (Gary Urton, Jeffrey Splitstoser y Sabine Hayland)
<>Epílogo.
Una de las primeras conclusiones de este análisis es que existe una simbiosis incontrovertible entre la labor clasificatoria y las colecciones. Inherente a la naturaleza humana, el coleccionismo ha sido un catalizador de la clasificación.
Y esta última, a su vez, constituye una suerte de espejo donde se reflejan las percepciones y pensamientos colectivos de la humanidad, en tanto que las colecciones fungen como su representación material.
La narrativa histórica del coleccionismo es pues la del ser humano que tiende a acopiar, apropiar y extender las taxonomías y sistemas de conocimiento a la herencia cultural.
En sus inicios el coleccionismo permeó en la Iglesia, y el humanismo cristiano postulado por el Concilio de Trento le dio una perspectiva distinta.
Su práctica continuó en el periodo de la Ilustración, durante el cual se gestaron modificaciones sustanciales en el intercambio de conocimientos, lo que dio origen al surgimiento de nuevas instituciones en toda Europa.
Las colecciones de bienes culturales mexicanos cobraron relieve en Italia, ya que fue en ese país donde, a finales del Renacimiento, adquirieron un carácter secular bajo el mecenazgo de aristócratas, mercaderes y burócratas cuya motivación era demostrar su fortuna y legitimar su estatus social.
A medida que las colecciones adquirían un carácter público se desarrollaba su proceso de sistematización, se publicaban los primeros catálogos y se arraigaba en definitiva su naturaleza enciclopédica.
La divulgación de los catálogos cobró una importancia primordial en la esfera del conocimiento; de esta manera sus autores se convirtieron en pregoneros de la ciencia. Los objetos precolombinos se vieron favorecidos por esta nueva tendencia.
La catalogación satisfizo varios propósitos, entre ellos el de salvaguardar las colecciones ante las tentaciones depredadoras y asociar a éstas el nombre del coleccionista. El surgimiento del mecenazgo también participó de esta tendencia.
Del coleccionismo se transitó al patrocinio de la investigación, que expandía y completaba la metáfora enciclopédica. A partir de este hecho es evidente el cambio de paradigma en las colecciones.
Así, el modelo dejó de representar el universo con la divinidad como núcleo; al contrario, la motivación ya era esencialmente secular y permitió al soberano reafirmar su poder en sus dominios, así fuera en forma simbólica, y glorificar y solemnizar la influencia familiar.
El acceso de embajadores y dignatarios a esas colecciones era un gesto muy apreciado y un síntoma inequívoco de la potestad imperial.
La Ilustración singulariza una nueva forma de coleccionismo. Su postulado se oponía a que se privilegiara exclusivamente lo que debería considerarse moderno, y propugnaba principios racionales en la organización de la colección.
Los objetivos eran didácticos, por encima de la apetencia que despertaba la rareza o el esplendor de las piezas, lo que determinó la prevalencia de la exhibición y la selección de los bienes que provenían de la naturaleza.
En el coleccionismo se gestó asimismo una clara simbiosis entre las publicaciones y el cometido educativo; fundamentos que propiciarían el acceso público a las exhibiciones privadas.
Así, la finalidad educativa se volvió primordial, y bajo este nuevo enfoque se inició un proceso de información hacia el gran público a través de publicaciones de inventarios y de catálogos. En el caso de las pinturas, las obras se ordenaron por escuelas y con base en secuencias históricas.
Las artes visuales fueron separadas de los objetos provenientes de la naturaleza, así como de las artesanías.
Lo anterior se evidencia en los criterios de clasificación de las colecciones, en los que resultaba irrelevante la proveniencia de los bienes culturales; con ello se superaron también las inexactitudes y equivocaciones renacentistas.
Lo relevante es que a las antigüedades mexicanas se les confería un atributo pagano. Bajo este criterio denominativo, la máscara de turquesa, la testa mixteca y la serpiente bicéfala de turquesa albergadas en el Museo Británico fueron catalogadas inicialmente como egipcias.
Estas piezas fueron adquiridas en subasta pública para el Museo Británico en París en los años 1866, 1868 y 1894 por William Adams y Augustus Wollaston Franks.
Resulta evidente que ese esquema no correspondía a una narrativa etnográfica, sino a una concepción teológica que buscó arraigar la noción de paganismo.
España, en donde el poder real coexistía con el poder religioso, se vio impedida para articular una política en sentido técnico del coleccionismo de objetos precolombinos; tesoros que quedaron expuestos a una diáspora por toda Europa.
En la actualidad el coleccionismo de bienes arqueológicos mexicanos se estructura bajo fundamentos distintos (específicamente, en el caso de este análisis, con base en el interés de las piezas precolombinas).
El coleccionismo, sin embargo, comparte un común denominador con la Conquista, ya que continúa fomentando el pillaje y el expolio para satisfacer la voracidad del mercado ilícito.
* Doctor en derecho por la Universidad Panthéon-Assas.
Este ensayo se publicó el 12 de mayo de 2019 en la edición 2219 de la revista Proceso.
https://www.proceso.com.mx/584627/la-diaspora-de-los-tesoros-precolombinos-segunda-parte-y-ultima <>

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