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La ?otra? Independencia de México: el primer imperio mexicano. Claves para la reflexión histórica (Fragmento) Ivana FRASQUET Universitat Jaume I de Castellón

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La ?otra? Independencia de México:
<br>el primer imperio mexicano. Claves para
<br>la reflexión histórica (Fragmento)
<br>Ivana FRASQUET Universitat Jaume I de Castellón
RESUMEN
La independencia de México ha sido abordada desde múltiples temas y planteamientos historiográficos.
En este trabajo pretendemos revisar algunas obras que desde el cambio político han contribuido a
comprender el proceso de independencia mexicano, así como la historiografía clásica sobre Iturbide.
Esto ayudará a comprender, desde parámetros más globales, un proceso que no puede ser abordado
desde los personalismos históricos.
Palabras clave: Agustín de Iturbide, independencia, revolución, Constitución, liberalismo.

Si hubiéramos de señalar los temas que más interés han suscitado en la historiografía
mexicana, sin duda la independencia sería uno de ellos, puesto que, como
?momento fundador? de la identidad nacional ha sido abordado desde múltiples
perspectivas y metodologías. Sobre la independencia, o más concretamente, sobre el
proceso de independencia mexicano ?en el que se incluye la desintegración de la
monarquía hispana y la formación del Estado-nación mexicano? se han escrito
numerosos trabajos que abarcan un amplio espectro temático.

La ?otra? Independencia de México:
<br>el primer imperio mexicano. Claves para
<br>la reflexión histórica (Fragmento)
<br>Ivana FRASQUET Universitat Jaume I de Castellón

Fundamentalmente, los análisis se han centrado en las cuestiones políticas pero son muchos también los
que se han dedicado a aspectos más concretos como la guerra insurgente, la participación
indígena, los actores sociales, la cultura o los temas de índole económico y
fiscal1. Sería imposible abarcar en un trabajo de esta extensión las aportaciones que
desde todas estas perspectivas han contribuido al estudio del periodo independentista
en México, de modo que, aunque se señalarán algunas de forma general, este artículo
se centrará básicamente en los aspectos políticos y de formación del Estado, y
casi de manera exclusiva en la historiografía que ha trabajado de forma extendida
los primeros años veinte. Es decir, desde la reinstalación de la monarquía constitucional
en 1820, pasando por el primer imperio mexicano hasta el inicio de la república
federal en 1824. Somos conscientes de que no se puede entender lo ocurrido a
partir de 1820 si no lo relacionamos con los procesos revolucionarios liberales desencadenados
desde 1808 en la monarquía hispánica, tanto en la península como en
México, así como en otras partes de América. Por ello, partiendo desde esta perspectiva,
relacionaremos los trabajos que en las últimas décadas se han dedicado a
explicar la independencia centrándose en este período.
Ya en los años posteriores a la consumación de la independencia, los propios
autores coetáneos dedicaron sus esfuerzos a narrar los acontecimientos que coadyuvaron
a la misma, imprimiendo a sus relatos un tono partidista sobre por quién
y cómo se había llevado a cabo ?la liberación del yugo español?. En sus obras, Servando
T. de Mier y Carlos María de Bustamante2, entre otros y con sus diferencias
entre ellos, elaboraron una visión del proceso independentista en la que, tras la
experiencia frustrada de la monarquía constitucional de inspiración ?española?, se
apostaba por una república federal cuyos orígenes había que buscar en otro sitio
diferente. Por ello, inmediatamente después de haberse decretado la forma republicana
federal en julio de 1823, el Congreso sancionó una ley en la que se establecían
como ?buenos y meritorios los servicios hechos a la Patria en los once primeros
años de la guerra de independencia?3. A partir de ese momento la guerra civil
desatada en 1810 pasó a ser considerada como el inicio de la lucha por la independencia.
Y con ella llegó también el culto a los héroes que la habían hecho posible4.
Hasta la fecha.
Es decir, fue exactamente con el decreto de 19 de julio de 1823 cuando los propios
diputados mexicanos empezaron a aportar elementos para construir la nacionalidad,
inmersos aún en la vorágine de los acontecimientos políticos del momento.
Dadas las circunstancias no era posible recurrir al referente heroico del recién abdicado
emperador, Agustín de Iturbide, por lo que hubo que buscar un poco más atrás
hasta encontrar a aquéllos que pudieran representar de forma efectiva el esfuerzo por
la independencia. Con el artículo 13 del decreto, los diputados ?inventaban? un panteón
heroico mexicano:
13. El Congreso declara beneméritos de la Patria en grado heroico a los Señores
D. Miguel Hidalgo, D. Ignacio Allende, D. Juan Aldama, D. Mariano Abasolo, D. José
María Morelos, D. Mariano Matamoros, D. Leonardo y D. Miguel Bravo, D.
Hermenegildo Galeana, D. José Mariano Ximenes, D. Francisco Xavier Mina, D. Pedro
Moreno, y D. Victor Rosales: sus padres, mugeres é hijos, y asi mismo las hermanas de
los Señores Allende, Morelos, Hidalgo y Matamoros, gozaran de la pension que les
señalará el Supremo Poder Ejecutivo, conforme á los extraordinarios servicios que prestaron
(?)5.
Y de ahí que la historiografía tradicional nacionalista ?reinterpretando a estos
autores? considerara que el pueblo mexicano ?cuyo origen y existencia se remontaba
hasta antes de la llegada de los españoles al continente?, cansado de sufrir la
opresión colonial se rebeló contra la tiranía y proclamó la forma de gobierno republicana
federal. Junto a esto, elevaron a la categoría de ?padres de la patria? a los
líderes insurgentes invocando en ellos el verdadero espíritu independiente, haciendo
tabla rasa del pasado colonial, negando por supuesto, cualquier influencia de ?lo
español? en la conformación del Estado y en la construcción de la nacionalidad. Por
ello la visión de la Historia oficial sobre la independencia ha sido, casi hasta la
fecha, la de ensalzar estas figuras heroicas, fundamentalmente la de Miguel Hidalgo
y José María Morelos, y construir una historia de bronce, de héroes y villanos, donde
se situarían indefectiblemente mexicanos y españoles en compartimentos estancos y
opuestos. Construcción nacionalizadora y nacionalista. Y al mismo tiempo, construcción
dinámica y cambiante.
Aunque esta perspectiva permaneció hasta bien entrada la década de los ochenta,
sí es cierto que desde los años cincuenta hubo intentos por abrir nuevos caminos
para el estudio de la independencia que superaran la versión oficial. Con visiones
diferentes y centrándose en temáticas distintas podemos nombrar el trabajo pionero
y novedoso de Nettie Lee Benson6 y la obra más influyente de Luis Villoro7. A partir
de entonces los temas se diversificaron, y a pesar de que los héroes y la historia
oficial no desaparecieron totalmente, quedaron temporalmente en segundo plano.
Los nuevos temas abiertos atraían a los historiadores preocupados por descubrir cuáles
habían sido las influencias ideológicas de la independencia o qué papel jugaron
otros grupos menos destacados por esa historia.
Fruto también de esta visión tradicional nacionalista fue el escaso interés que
parte de la historiografía dedicó al período inmediatamente anterior al inicio de la
república federal, esto es, desde la proclamación del Plan de Iguala en 1821 hasta la
jura del Acta constitutiva en 1824. Sobre todo, porque en un momento en el que se
relataban grandes gestas y se ensalzaban las figuras patrias, esto supondría elevar ?o
al menos igualar? a la categoría de héroe al personaje más denostado por la historiografía
mexicana: Agustín de Iturbide. Efectivamente, la fallida monarquía constitucional
auspiciada por Iturbide y convertida en Imperio Mexicano, coadyuvó a
forjar la ?leyenda negra? de este personaje. Las presiones que ejerció sobre los diputados,
la disolución del Congreso constituyente en octubre de 1822 y el intento de
construir un imperio de corte napoleónico8, le valieron los calificativos de déspota
y traidor con los que ha pasado a la Historia.
Por todo ello, si el proceso revolucionario iniciado en 1820 en la monarquía
española no podía ser reconocido como parte de la construcción de la nación mexicana,
ni tampoco el intento de un ?déspota? monárquico que nada tenía que ver con
el espíritu republicano, era evidente que en esos años no se podía haber producido
la independencia y la forja de la ?mexicanidad?. Había que buscar en otro sitio, y
así lo hizo la historiografía tradicional nacionalista. El resultado fue ?y ha sido? una
construcción ficticia y en muchas ocasiones lejana a la realidad en la que se sitúan
dos visiones opuestas que han ido moldeándose con el tiempo. Por un lado, la convicción
de que la monarquía y los monarquistas (realistas, españoles, ?gachupines?)
son, por definición, conservadores. Por otro, la de que la república es la única que
responde al ?buen gobierno?9.

1. ?RESCATANDO? A ITURBIDE

Si bien es cierto que la Historia oficial pasó a considerar la insurgencia como la
lucha por la independencia y a sus protagonistas como los héroes que la hicieron
posible, también hubo esfuerzos por rescatar la denigrada figura de Agustín de
Iturbide, en especial tras su muerte. Y al igual que en el caso de los insurgentes, el
mito del ?héroe de Iguala? empezó a fraguarse por los propios coetáneos del emperador.
Poco después de ser fusilado en julio de 1824 sus partidarios comenzaron a
inventar la tradición de su culto y fue el propio Antonio López de Santa Anna quien
en 1832 ordenó el traslado de sus restos a México para unirlos a los de los héroes de
la independencia10. Desde que se depositaron las cenizas de Iturbide en la catedral
de México en una ceremonia conmemorativa el 27 de octubre de 1838, no dejaron
de producirse ?aunque de forma ocasional? intentos por restaurar e institucionalizar
el culto a esta figura. El vigor con que resurgían los partidarios del emperador en
épocas en que el conservadurismo hacía su aparición en la historia ?la restauración
de Santa Anna en 1853 o el segundo imperio en 1865? contrastaban con los momentos
en que las relaciones Iglesia-Estado eran más tensas ?los años de la Reforma.

Tanto es así, que incluso en 1900, tal y como documenta Verónica Zárate, se creó
una ?sociedad patriótica Agustín de Iturbide? que intentaba rescatar su figura y convencer
de que la historia debía tratar al ex emperador como el verdadero ?Libertador
de la patria? y consumador de la independencia. Sin embargo, aconteció la Revolución
mexicana de 1910 y el nombre de Iturbide fue borrado del salón de sesiones
del Congreso y arrojado a la oscuridad y el silencio. La guerra cristera y el cardenismo
contribuyeron en las décadas siguientes a fomentar el conflicto entre la Iglesia y
el Estado impulsándose además estudios de temáticas económicas y sociales inspirados
en el marxismo11. Esta tendencia comenzó a diversificarse a partir de los años
cuarenta y sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el giro conservador
de la política mexicana propició la aparición de varias obras en torno a
Iturbide.
Así, se inició la recuperación del ?héroe de Iguala? intentando superar ?la campaña
de denigración y calumnia? que la Historia había vertido contra Iturbide. Se
publicó entonces, en 1944, Iturbide, varón de Dios, de Rafael Heliodoro Valle, y
posteriormente, en 1946 aparecían Iturbide: oficial realista, el libertador, el emperador,
de José Macías y al año siguiente veía la luz El libertador. Documentos selectos
de D. Agustín de Iturbide, de Mariano Cuevas12. Desde un planteamiento ideológico
conservador, estos trabajos ofrecían una visión idílica y personalista de
Iturbide en la que se describía a éste como héroe de la causa independentista, injustamente
denostado y acusado de traicionar a su patria, y lo elevaban a la categoría
de mártir tras su ejecución. Valle dedica la práctica totalidad de su libro a reproducir
pasajes de cartas y documentos de fuentes secundarias para reconstruir paso a
paso la vida de Iturbide desde su nacimiento hasta su muerte. Y a pesar de que el
autor intenta ofrecer una visión imparcial, no deja de llamar la atención que en el
relato cronológico no aparezca el momento en el que el emperador disolvió el Congreso
constituyente.
En el caso de Mariano Cuevas, éste consideraba que del mismo modo que la figura
de Bolívar era ensalzada como ?El Libertador? de América del Sur, en México se
debía hacer lo propio con Agustín de Iturbide. Y no sólo eso, su visión conservadora
restringía el reconocimiento de ?buen mexicano? a aquellos que así lo creyeran:
Nosotros también tenemos un Libertador efectivo. Los esfuerzos y la sangre de
Hidalgo y de Morelos no habían bastado para hacernos independientes; tuvo que venir
a darnos Patria y bandera otro mexicano, egregia figura de la Historia de toda la
América, varón esforzado, grande en los campos de batalla, más grande en el cadalso,
e inmenso en los recuerdos de todo mexicano bien nacido13.
A partir de entonces, la figura de Iturbide quedaba ligada a la defensa a ultranzade la religión católica, sobre todo en la obra del historiador jesuita Mariano
Cuevas quien en anteriores trabajos ya había identificado los intereses del pueblo
mexicano con los de la Iglesia católica.

Esta recuperación de la figura de Iturbide tuvo un efecto breve que traspasó las
fronteras nacionales mexicanas. El historiador norteamericano William Spence Robertson
publicó en 1952 su Iturbide of Mexico, un volumen que se convirtió rápidamente en
la obra más citada sobre la vida del ex emperador y casi, en su biografía ?oficial?14.
Mientras la mayor parte de la historiografía dedicaba sus esfuerzos a comprender de
manera global el proceso que culminó con la independencia y que se inició, cuando
menos, en 1808, la editorial Jus auspiciaba un buen número de obras que mantenían
vivo el culto a Iturbide. Es el caso de Iturbide, un destino trágico, de Alfonso Trueba
Olivares, Agustín de Iturbide, libertador de México, de Ezequiel A. Chávez y la obra de
Alfonso Junco, Insurgentes y liberales frente a Iturbide15. En esta época también aparecieron
los trabajos de Juan Fidel Zorrilla, Los últimos días de Iturbide y Jesús Romero
Flores, Iturbide pro y contra16 También, la editorial Tradición, se dedicaba a la tarea de
rescatar al ?libertador?, editando en 1977 una colección de documentos compilados por
José Gutiérrez Casillas, S.J., que pretendían ?conceder a Agustín de Iturbide el lugar en
la historia que merece?; mientras reimprimía la obra de Macías cuarenta años después17.
En España, a pesar de que la historiografía no ha dedicado demasiadas páginas al
proceso de independencia mexicano, también vieron la luz dos obras dedicadas a la
figura de Iturbide, aunque de opuesta factura y lejanas en el tiempo. En 1939 Alberto
de Mestas publicaba Agustín de Iturbide. Emperador de México. Este autor, con una
clara tendencia ultraconservadora ?afín al nuevo régimen que auspiciaba el final de la
guerra civil en España?, mantenía todos los tópicos de una historia al servicio de la loa
del ?glorioso pasado español?, algo bastante difícil de conjugar ?podría pensarse? con
la exaltación de un ?héroe que consiguió la independencia? del imperio. Sin embargo,
para Mestas los verdaderos ?culpables? de la desintegración del imperio español fueron
los gobernantes liberales del momento. Liberalismo, que según él, impedía una
correcta interpretación de los hechos y personajes históricos. Así, dice de una obra de
Carlos Rodrigo Navarro escrita a mediados del siglo XIX: ?en ella la figura de Iturbide
está deformada; Navarro le estudia desde un punto de vista más liberal que español, y
así no encuentra nada loable en el primer Emperador mejicano?18.
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Tomado de:
https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&ved=2ahUKEwi45YPl7vDrAhUEWqwKHQckBtYQFjAAegQIBBAB&url=https%3A%2F%2Frevistas.ucm.es%2Findex.php%2FRCHA%2Farticle%2Fdownload%2FRCHA0707110035A%2F28475&usg=AOvVaw3jJUY7GHaVv2mHYR43douX

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