Desde 1519 hemos sido descubiertos, estudiados y explicados por el otro. Aprendimos su lengua y olvidamos las nuestras, aprendimos su historia y quedamos amnésicos, aprendimos sus conocimientos y olvidamos los nuestros, aprendimos su religión y nos convertimos en fanáticos de algo que no hemos cabalmente llegado a entender y del cual estamos excluidos física y espiritualmente. Aprendimos a crear el conocimiento con sus métodos y olvidamos los nuestros. Vivimos en un mundo que nos es ajeno.
En síntesis, hicimos nuestra, su visión y descripción del mundo y de la vida. Nos quedamos vacíos, sin raíz y sin sustento. Nos convertimos en un eco que se pierde en el tiempo, en sombras que discurren asustadas
en un inmenso llano desolado de tinieblas. Perdimos el ancestral
rostro propio y el corazón verdadero.
Hemos quedado prisioneros trescientos años en el calabozo de la colonización hispánica y los últimos doscientos en la mazmorra del neocolonialismo criollo. Atrapados, maniatados y amordazados en el laberinto de la soledad. Incapaces, impotentes, permanentemente vencidos, subdesarrollados, periféricos, subalternos.