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¡Ya está, se terminó: el 2021 será el año del cambio! Roberto Puitluk

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¡Ya está, se terminó: el 2021 será el año del cambio! Roberto Puitluk
Lo que ocurrió hasta ahora fue suficiente: el 2020 nos enseñó bastante. Si no despertamos ahora será tarde.
La naturaleza nos muestra hasta qué punto estamos conectados: lo que le pasa a uno afecta a todos.
¿Cómo vamos a seguir, hasta cuánto vamos a estirar la cuerda?
En artículos anteriores reuní materiales acerca del final de un ciclo, el cumplimiento de una etapa para la humanidad. Aporté cuánto pude acerca del desarrollo unilateral del conocimiento y la tecnología, de la desacralización de la vida, del apogeo del ego y el narcisismo humanos, de la explotación del entorno, del consumo irracional y los valores falsos?
Muchas otras voces se escucharon y se escuchan, antes y ahora, mucho más capaces que la mía. Por nombrar solo algunas a modo de muestra y dejando innumerables de lado, pues hay una corriente entera que reclama el cambio:
- El Congreso Mundial de la Sabiduría (WWC), presidido por Ervin Lázló
- El último mensaje del Papa Francisco
- La reunión del Dalai Lama con Greta Thunberg y especialistas científicos

Hace décadas que sabemos que la situación es crítica. No podemos seguir mirando hacia otro lado. ¡Ya está! ¡Fue suficiente!
Si no despertamos ahora, ¡ya mismo!, no habrá a quién contárselo.
Innumerables signos conjugados nos lanzan a la cara su explícito mensaje. Todas las fuentes de conocimiento indican lo mismo. Desde las culturas ancestrales hasta la ciencia ultramoderna, pasando por todas las enseñanzas auténticas que se revelan para nuestro esclarecimiento ¡y con la facilidad de Internet!
¿Qué estamos esperando? ¿Qué más necesitamos? ¿Un whatsapp dirigido especialmente a mí por el Mismísimo Creador del Mundo?
Ya me lo mandó, lo tengo frente a la nariz? pero no le doy atención porque hace años que está sonando.
¡Es hora de crecer y madurar! Es hora de dejar la infancia y los jueguitos que nos atraen tanto: fama, dinero, sexo, poder? ¿Hasta cuándo?
El planeta está exhausto, miles de personas dilapidan alimentos mientras miles de millones padecen hambre, ecosistemas dañados, catástrofes, nuevos virus que mutan? ¿Y nosotros seguimos interesados en nuestra minúscula satisfacción en medio del caos? ¿En cómo salvarnos individualmente o lucrar?
¿Hasta cuándo?
En la cultura andina ancestral profesaban un principio sagrado: ?todo en el universo es ayni?, es decir, reciprocidad. Todo está conectado con todo, todo da y recibe a cambio, todo es ayuda mutua e interdependencia: con la naturaleza, los animales, las plantas, con la divinidad y los semejantes.
¿Qué pasa con nosotros? ¿No nos damos cuenta?
Somos parte de un sistema único, un mecanismo perfecto que tiene sus leyes. Debemos construir una relación nueva entre nosotros a partir de un principio integrador.
¿Hasta cuándo vamos a empecinarnos con nuestra incompetencia?
No tiene sentido seguir echándole la culpa a los medios de comunicación, a los malos gobiernos o a las corporaciones, al post capitalismo o a la trans modernidad.
Y cada uno de nosotros, ¿qué? Nos vemos como víctimas: inocentes, salvos. Pero nuestra percepción está errada. Porque nuestro egoísmo personal, diligentemente practicado cada día, aporta una gota de veneno al sistema general del cual formamos parte.
¿No soy yo mismo la célula cancerosa que está llevando al organismo entero a la autodestrucción?
A ver, pensemos. Mirémonos frente al espejo de nuestra propia alma. ¿No soy yo mismo un egoísta desatado? ¿Acaso prefiero a alguien más que a mí mismo?
Sí, por supuesto, me ocupo de mis seres queridos. Pero ellos no son más que mi egoísmo ampliado. Ellos no son ?los otros?, ellos siguen siendo la proyección de mí. (Y eso si dejamos de lado la violencia doméstica, los divorcios y la fragmentación de la familia.)
Los otros son los otros, los que están más allá de mi frontera perceptiva. Los que están antes que yo en la cola del banco y del supermercado, los que consiguen asiento mientras yo viajo parado, los que ganan mejor sueldo en el trabajo, o los que no tienen trabajo, ni techo, ni asistencia médica, ni comida.
Los otros son los otros, la humanidad entera que me está esperando.
Una amiga participó de una entrega gratuita de regalos navideños en barrios carenciados. Quedó muy conmovida, habló de la magia de niños felices frente a lo inesperado.
Sentí algo especial al escuchar su relato. Me di cuenta que tiene el grosor de un cabello la distancia entre la separación y la unión de los seres humanos. ¡Están muy cerca! ¡Es solo un paso!
De la hostilidad a la cordialidad, de la competencia a la colaboración, del desprecio a la aceptación. Ahora lo sé: están muy cerca, ¡pero es un salto cuántico!
Y no se trata de que lo hagan los otros, los gobernantes, los líderes mundiales, los políticos. Nada de eso. Todo este asunto se trata de mí, de revisar mi miopía, mi mezquindad, mi egocentrismo. ¡Soy yo el que está sentado en el banquillo de los acusados!
El futuro de la humanidad depende exclusivamente de mí, de la actitud que tome de ahora en más hacia mis semejantes. Si fracasamos, seré yo (cada uno de nosotros) el único responsable.
No olvidemos que estamos sobre un polvorín y que está a punto de estallar. Vamos a volar por los aires.
Es perentorio revisar las bases de nuestras relaciones mutuas, destronar al egoísmo y encaminarnos hacia la unión. La unión entre países, entre tendencias opuestas, la unión de todas las diferencias, en fin, ¿cómo lo digo? la unión entre lo negro y lo blanco?
¡El plazo se acabó, el 2021 será el año del cambio!






¿Quién me creo que soy, Creador, quién me creo que soy?
Una pieza ínfima en un mecanismo enorme de relojería.
¿Qué puedo aportar yo, a pesar de mi íntimo deseo,
más que mi plegaria y mi pedido de ayuda?
¡Qué será de nosotros, Creador, si Tú no nos socorres!







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