Hoy se cumplen 499 años de la caída de la Ciudad de México-Tenochtitlán a manos de Hernán Cortés, gracias a las estrategias del comandante en jefe de los más de 300 mil guerreros texcocanos, tlaxcaltecas y totonacos (en ese orden de hombres). Me refiero a Ixtlilxóchitl, el tlatoani texcocano despojado del poder por su tío Moctezuma II, lo que los convirtió en enemigos acérrimos, y que, cuando llegó Cortés, se volvieron aliados.
Desde luego que no fue Cortés, ni sus poco más de mil filibusteros españoles, que nunca fueron soldados y formaron ejército alguno, simples chacales que venían a robar, y que, verdaderamente no significaron gran cosa en la batalla de más de tres meses que duró el cerco, entre poco más de medio millón de combatientes entre ambos bandos. Pero, el verdadero enemigo de los mexicas fue la pandemia. En efecto, los mexicas morían como moscas por la viruela que habían traído los europeos. Un infierno que hoy conocemos, y que, por desgracia, cinco siglos después, se vuelve a repetir.
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