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“LA CUCHARA GRANDE”

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Pareciera que las personas que viven en la ciudad de Oaxaca, estamos acostumbrados a que la gente que “se hace del poder”, haga y deshaga del Patrimonio Cultural y Natural, y nos quedemos mansa y sumisamente callados, casi catatónicos. Esta gente en el poder, ya sea por “arribar temporalmente” al gobierno a medrar y depredar, o los que, permanentemente están en el verdadero poder, es decir, el económico, moviendo todo a su antojo con la fuerza de su dinero.

 

Pero en Oaxaca los poderosos hacen lo que quieren en medio de la impunidad y la corrupción, y dese luego, con la complicidad de todos los que nos quedamos callados.  Salvo el puñado de personas que desde hace años defienden a Oaxaca de las atrocidades y atentados del gobernante en turno o de las poderosas empresas, desde Patronato Pro Defensa del Patrimonio Cultural y Natural del estado de Oaxaca. Los ciudadanos vivimos una atonía de indiferencia. Será que “ellos” son muy poderosos o será que nosotros somos muy pusilánimes y no defendemos con honor lo que nos han legado nuestros antepasados, y no nos interesa legarles un patrimonio a nuestros hijos y nuestros nietos. ¡Qué nos está pasando! Por qué tan sometidos.

Cómo es posible que los gobernantes y los poderosos, sin respeto a su pueblo puedan, impunemente, destruir el Centro Histórico, destruir el Auditorio Guelaguetza, robarse las antiguas puertas de la Catedral y los cristales biselados del primer edificio del Arzobispado, destruir una fachada de un exconvento, cortar árboles centenarios, destruir una fuente identitaria de la ciudad, construirse un libramiento para acabar con el bosque de San Felipe del Agua, desaparecer la Casa de Gobierno y convertir el Palacio de Gobierno en un pobre remedo de museo, destruir un empedrado acabado de estrenar, abandonar los teatros de la ciudad, sembrar de cantinas el Centro Histórico, dar permisos a empresas trasnacionales para que se ubiquen en los portales,  permitir que los vendedores de productos chatarra se apoderen del zócalo.

Esto solo es un somero recordatorio de la destrucción del Patrimonio Tangible, pero qué decir del Patrimonio Cultural Intangible, las transgresiones y agravios son mayores. Comenzando con la fiesta, no solo de la ciudad, sino del estado, me refiero a la desvalorización que han hecho de la Guelaguetza por su falta de respeto y menosprecio a la Cultura de los pueblos originarios. Uno de los estados más ricos y diversos culturalmente, en vez de apoyar la expresión popular se han dedicado a explotar irracional y comercialmente esta fiesta que un día fue del pueblo y ahora es de las empresas trasnacionales y los funcionarios en turno. Las “cuatro Guelaguetzas” han destruido la credibilidad y autenticidad de lo que fue, uno de los eventos culturas más importantes de América Latina. La política “turístico-cultural” es un fracaso, en vez de avanzar se ha retrocedido y en algunos puntos destruido. El proyecto de convertir a la Ciudad de Oaxaca en un centro turístico-populachero, barato, falso y de plástico, tratando de darle gato por liebre el turista culto, está acabando con el turismo de calidad, la Cultura Popular y la dignidad.

El gobierno de Gabino Cué ha sido el peor entre los peores en material cultural, -y eso-, es decir ¡mucho! El Sector Cultura no ha significado absolutamente nada para la presente administración. La Cultura es el mayor potencial de Oaxaca, pero en manos de gente inculta, ignorante e improvisada, resulta tóxica y letal. El desprecio, la indiferencia, la omisión ha caracterizado a Gabino Cué, desde tener acéfala a la secretaria en dos ocasiones y el abandono de su edificio para rentar una “periquera” a un acaudalado español de Oaxaca, y ahora, con la construcción del “Centro Cultural” y de Convenciones de Oaxaca, en un lugar inadecuado e insuficiente, solo para ampliar el hotel del Secretario de Turismo y Desarrollo Económico. Más allá de todos los elementos lógicos y legales que tiene este proyecto en su contra, hay dos elementos contundentes, el proyecto es INMORAL y es rechazado por la ciudadanía. Esto sería suficiente si el gobierno respondiera a una voluntad ciudadana y no a intereses del grupo en el poder, como la constructora propiedad del doblemente beneficiado.

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