Sintonicemos por un momento nuestra imaginación en una perspectiva cósmica. En la inconmensurabilidad de los espacios siderales nuestro planeta aparece como una insignificancia. Sin embargo, las leyes que operan en la totalidad del Universo nos cuidan y nos asisten de la misma manera que a las demás pequeñas partes del Todo. Sobre este telón de fondo general, ¡qué pequeño es nuestro planeta, qué diminuta nuestra existencia individual!
Pero no vivimos con este recuerdo. Nuestra vida personal se presenta frente a nuestra atención con una importancia abrumadora. ¿Acaso no depende de nosotros completar el circuito de nuestras acciones cotidianas: atender a la familia, ganarnos la vida, forjar un porvenir?
Sobre el gran telón de fondo de la existencia universal la humanidad ha atravesado incontables eras. Según las creencias de muchos pueblos del mundo -como la doctrina hindú de los ciclos, por ejemplo- incontables humanidades se han sucedido a lo largo del tiempo, una y otra vez.
Reconocer este hecho, sin embargo, no nos alivia de nada. Pues somos parte de la humanidad presente y estamos viviendo este ciclo específico, que es el que nos toca y nos afecta con todas sus implicancias. Tal como nuestra insignificante vida personal ocupa nuestra atención por completo, dejándonos casi sin resto para ninguna otra cosa, la vida de la humanidad presente se nos hace indefectiblemente preponderante.
Entonces hablemos de este ciclo particular, o ni tanto. Hablemos solamente del final de este ciclo, que los hindúes llamaron Kali Yuga y en su cronología abarca los últimos seis mil años. El comienzo del final de este ciclo se puede situar en el inicio de lo que se mal llamó Renacimiento, hace 500 años, si tomamos como referencia la historia de Europa. Pero, ¿renacimiento de qué? ¿Alguna vez se lo preguntaron?
Empiezan a gestarse allí los distintos atributos de la fisonomía que habrá de establecerse plenamente después, en la modernidad contemporánea. Pero, ¿renacimiento de qué? ¿Renacimiento del desarraigo del hombre arrojado a un individualismo que desembocará en el hedonismo posmoderno, un ser que solo mira su reflejo en todo lo que lo rodea? ¿Renacimiento de un naturalismo estético despojado de su ligazón con lo divino, que desembocará en una estética superficial o en una falta de estética generalizada? ¿Renacimiento del racionalismo positivista que, con la excusa de ?la ciencia?, escudriñará todos los rincones de la vida con un pensamiento sin alma?
A principios de los ?90 se definía a la humanidad como un gigantesco mercado. ¡Qué ironía! El humanismo del Renacimiento había desembocado en un crudo mercantilismo que sin ninguna vergüenza entronizaba el afán de lucro como máxima aspiración. Y lo proponía como una formulación razonable y una señal de adelanto en el pensar.
Los países europeos comenzaron en el Renacimiento las expediciones de conquista para absorber los recursos naturales de otros continentes y sojuzgar a sus poblaciones. Y esos ya antiguos imperios coloniales desembocarán después en los más modernos imperialismos contemporáneos. A esto hemos llamado ?modernidad? y le hemos otorgado de manera acrítica una constelación de apreciados significados.
Esta inescrupulosa ?hazaña histórica? será iniciada por Europa occidental, una porción comparativa minúscula de la humanidad, que ocupaba un apéndice periférico en uno de los extremos de la enorme masa continental euroasiática. Sin embargo, en ese minúsculo territorio del planeta se gestaron y se pusieron en marcha las acciones que habrían de configurar más tarde el mundo globalizado del presente.
Y ese minúsculo enclave periférico se convertirá en la medida de todas las cosas: la manera de pensar, de vivir, de ordenar la sociedad, la economía, la política, la familia hasta la moda. ¿Y qué decir de la dominación, la explotación, el genocidio y la guerra? Nada de esto se toma en consideración, no se lo critica, no se saca ninguna enseñanza, no se lo repudia.
En la inconmensurabilidad de los eones temporales del cosmos cada ciclo humano es seguramente necesario en el desarrollo del conjunto. Pues es verosímil que cada humanidad en cada ciclo tenga que llevar adelante una tarea específica. ¿Era el destino de la Europa occidental llevar adelante la ?tarea sucia? de conquistar el mundo, destruyendo las culturas locales, para homogeneizar el planeta y unificarlo? ¿Será que el portentoso desarrollo tecnológico y cognitivo-racional que realizó junto con sus coligados modernos era un aspecto necesario del desarrollo total? ¿Tal vez porque sería ésta la base del siguiente ciclo que adviene o que ya se ha iniciado?
Parece imposible imaginarse el nuevo ciclo sin la base sustentadora de Internet, que permite la comunicación instantánea entre infinitud de células planetarias humanas para encender una vibración compartida a lo largo y a lo ancho del globo. Parece que éste es uno de los signos que indican la novedad del momento: una red de información instantánea, una nueva ?fisiología planetaria? que prefigura la nueva matriz sintérgica, el nuevo campo neuronal que sintoniza la red energética del cosmos.
Pero todo palo tiene dos puntas, así que no podemos soñar con realidades ilusorias. Según las antiguas enseñanzas la humanidad está dormida y su estado de sueño es necesario para fines cósmicos generales. Porque la evolución de la conciencia de la humanidad como un todo se produce en ciclos enormes de tiempo de acuerdo a leyes planetarias que no podemos comprender. De hecho, si miramos las noticias del día veremos que el horror y la miseria de siempre están en pie, y parece que siguen perpetuándose.
¿Será suficiente con que un porcentaje del conjunto empiece a hacerse las preguntas pertinentes para este momento de cambio? ¿Podrá eso reorientar el desarrollo de manera más acorde a la medida del tiempo? ¿Nos espera realmente una era de mayor ecuanimidad y sabiduría para todos los habitantes del planeta? ¿O será esta otra ilusión de nuevo tipo para auto tranquilizarnos?
La posibilidad de la mutua comprensión y la solidaridad entre los seres humanos, ¿es sólo una aspiración mitológica? La idea persiste en nuestro subconsciente. Las realizaciones circunstanciales, aquí o allá, de pequeñas hermandades que lo actualizan o los fugaces momentos en que este sentimiento surge deben ser necesariamente una comprobación de que este ideal es verdadero, aunque no sea siempre efectivamente realizable.
La vieja era deja un mundo herido, sí? pero interconectado. ¿Habrá sido éste el precio a pagar?
Como una nueva matriz sintérgica que ensaya las posibilidades de la nueva percepción, estamos descubriendo las cualidades de la nueva conciencia. El nuevo mundo se ha vuelto múltiple y plural, pero unitivo, aceptante de las diferencias y global. Han sido tantos los pioneros que resulta ocioso mencionarlos. Pero ya no es más precognición o anunciamiento, ahora está ocurriendo y podemos atestiguarlo.
Aquí, cada uno en su aquí, en este ahora que compartimos, podemos volvernos antenas sensitivas que reciben, generan y transmiten la frecuencia peculiar del nuevo ciclo en marcha. Podemos sintonizarnos? y vibrar.
Roberto Pitluk
robertopitluk@gmail.com