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ESPEJO DEL ALMA OTOMÍ

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<br>ESPEJO DEL ALMA OTOMÍ

FERNANDO BENÍTEZ / ÁNGEL MARÍA GARIBAY K.
Frente a la pirámide. Fachada en Tenayuca, Estado de México. Foto: Justine Monter-Cid
Ojarasca 313/ Periódico La Jornada.
Los escasos poemas llegados a nuestro conocimiento proyectan cierta luz sobre el espi?ritu de los otomi?es. Privados de riquezas, de centros ceremoniales y por lo tanto de una poderosa teocracia, el lenguaje es su bien ma?s preciado y para ellos su canto riguroso equivale a moldear oro y a engastar perlas.

Todo se marchita y muere, incluso en el desierto, pero el canto prevalece:

No cesarán mis flores,
no cesará mi canto:
lo elevo.

Soy el cantor:
se deshojan, se esparcen,
se marchitan las flores.

El otomí entiende el poder destructor de la muerte y, si bien comparte el pesimismo del azteca, se conforma con vivir; este sentimiento compensa sus dolores:

En vano he nacido,
en vano he llegado
aquí a la tierra.
Sufro,
pero al menos he venido,
he nacido en la tierra.


<br>ESPEJO DEL ALMA OTOMÍ



Hay en estos versos una gran humildad, una conformidad serena que constituyen el rasgo esencial del carácter otomí. Su filosofía existencial se expresa mediante un laconismo misterioso y delicado. Al menos ha nacido y está vivo, pese a la crueldad de su medio y de sus conquistadores. La vida dura un solo instante y ése es el don más precioso de la tierra:

¿Es acaso verdad que se vive en la tierra?
¡No para siempre en la tierra: tan sólo un breve instante!
Si es esmeralda, se rompe
o si es oro, se quiebra,
o si plumaje de quetzal, se rasga.
¡No para siempre en la tierra: tan sólo un breve instante!

Lo mejor de su poesía está consagrado a las mujeres y a cargar de sentido el pequeño mundo que rodea al sedentario habitante de los desiertos:

Ya damaga engra baga
ya damaga engra boi
Ya sharagani engra rgane
magateni engra deni

cuarteta de rima interna que el padre Garibay traduce así:

Ya me voy dice la vaca,
ya me voy dice el buey.
Ya va bajando el abejorro:
Yo tras ellos voy, dice la luciérnaga.

El trasfondo celeste que alienta a los indios permite describir de este modo el bello rostro de las mujeres:

En el cielo una luna:
en tu cara una boca.
En mis ojos, los míos, brillas tú.
Yo, yo vivo.

Otro poema amoroso, el último que recojo, dice así:

En la gota de rocío brilla el sol:
la gota de rocío se seca.
En mis ojos, los míos, brillas tú:
Yo, yo vivo.

El azteca canta en las grandes ceremonias los himnos religiosos compuestos por sus sacerdotes o en el interior de las pequen?as cortes los versos de los poetas oficiales destinados a ensalzar las hazan?as be?licas de los pri?ncipes mecenas. El otomi?, relegado al desierto, pule sus breves poemas como una joya. Tambie?n participa del sentimiento de marchitarse y perecer que simbolizan las flores, pero esa idea melanco?lica y obsesiva, en e?l se ve atenuada por el amor y el poderoso instinto de la vida. El otomi? simplemente vive, y esa sensacio?n de estar vivo, de conservar en sus ojos el brillo del rostro de la amada, el desfile de los animales a la luz de la lucie?rnaga, lo relaciona con una intimidad que expresa valie?ndose de un juego de palabras sabia y hermosamente ordenadas.

La masa amorfa y gris, relegada al pa?ramo grisa?ceo y reseco, el conjunto de indios flecheros, un tanto estereotipado, cobra asi? una personalidad que confirman los datos aportados por la historia etnolo?gica. Aunque el destino del hombre es sufrir y pasar un instante en la tierra, mientras viva, debe adornarse y maquillarse a fin de transformar su imagen y vencer el polvo y la monotoni?a del desierto.

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De la serie ?Otomi?es? en Los indios de Me?xico (tomo IV) de Fernando Beni?tez (Ediciones Era). Las versiones citadas de A?ngel Mari?a Garibay K. proceden de Historia de la literatura na?huatl (Editorial Porru?a, 1953). Mitificaciones ma?s o menos de ambos autores, precursores sin duda de la revaloracio?n nacional de las culturas originarias vivas, algo atisbaron hace medio siglo o ma?s del pueblo autodenominado n?a?hn?u?, que hoy se expresa poe?ticamente ya sin intermediarios.

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