Los antiguos mexicanos forman parte de una sola civilización, por más culturas diferentes que han existido en tiempo y espacio en el Anáhuac. Lo que implica, fundamentalmente, que compartieron una misma matriz filosófica cultural.
Este conjunto de ideas que explica la vida y la muerte y su relación con la naturaleza, el universo, así como el sentido sagrado y divino de la existencia, en lo fundamental, no es muy diferente de las otras cinco civilizaciones Madre del planeta. En efecto, cuando un ser humano o un pueblo han llegado a un estadio superior de desarrollo, cuando han satisfecho las necesidades básicas de subsistencia material, necesariamente buscan darle significado a su vida y trascender su existencia en el plano espiritual, sagrado y divino. Porque la toma de conciencia de un mundo real y significativo se halla en íntima relación con el descubrimiento de lo sagrado.
Aunque la agricultura se inventa en el Cem Anáhuac hacia el sexto milenio antes de la era cristiana, la Cultura Madre aparece decantada y con su propia personalidad, entre los estados de Veracruz y Tabasco alrededor del año mil quinientos a.C. Los olmecas nos dejaron testimonios de las bases de lo que será la civilización del Anáhuac. En el Período conocido como Formativo o Preclásico, los Viejos Abuelos desarrollaron y perfeccionaron los sistemas: alimentario, de salud, de educación y de organización social, que serán los cimientos estructurales de donde se desprenderá lo que más adelante se conocerá como Período de Esplendor o Clásico, que comprende del 200 a.C. al 850 d.C.
Los toltecas llevarán al cenit civilizatorio el proyecto filosófico del Cem Anáhuac que iniciaron los olmecas. Testimonio de esta continuidad “filosófico-cultural-sagrado-divina” la podemos apreciar en la iconografía, que nos presenta los diseños y símbolos fundamentales que dejaron esculpidos, labrados, pintados o bordados: como el quincunce, la serpiente emplumada, el jaguar, el águila y la dualidad divina a partir del par de opuestos complementarios que “humanizan” al mundo y que se observan claramente a través de dos perfiles encontrados de dos serpientes o dos quetzales. Y por supuesto el sistema constructivo de pirámides truncadas, juegos de pelota, patios cuadrados flanqueados por cuatro habitaciones, estelas, esculturas en tres dimensiones y un largo etcétera, que llegará casi intacto y con pequeñas variantes hasta la misma llegada de los españoles.
Poca gente observa estas similitudes que se mantuvieron por lo menos 3 milenios, no solo en el Cem Anáhuac, sino que asombrosamente, lo comparten todos los pueblos indígenas desde Alaska hasta Tierra del Fuego; pero que la visión eurocentrista y colonizadora nunca ha aceptado que en estas tierras existían antes de la invasión, pueblos con una civilización mucho más adelantada que la europea de aquellos tiempos. Y lo que también es importante señalar, que todos los pueblos compartían una misma matriz “filosófica-cultural-divina-sagrada”. Los colonizadores siempre han estudiado a los pueblos y culturas invadidas por sus diferencias, no por sus semejanzas. Las cuales son muchas y muy asombrosas.
Pero el punto de esta reflexión es la necesidad de conocer la estructura del pensamiento filosófico-religioso del Anáhuac, para que a partir de su esencia y su raíz, podamos entender y visualizar el tronco y la fronda del proyecto civilizatorio que eminentemente es de carácter sagrado y divino. Este desafío es fundamental para entender de raíz nuestra civilización Madre y acabar para siempre la paupérrima visión colonizadora. La Hermenéutica del México Antiguo se nos presenta como una próxima tarea urgente a emprender.
Nuestros antepasados más remotos, después de haber logrado satisfacer las necesidades básicas de subsistencia, enfocaron toda su capacidad, talento y sensibilidad para trascender los limitados espacios materiales de la vida y penetrar a los insondables campos del Espíritu Humano, el Universo y llegar a la fuente primigenia, es decir, despegarse del mundo profano y entrar al universo de los sagrado y de lo divino. La toma de conciencia de la sacralidad del mundo y de la vida, liberan al ser humano de su estado animal-profano, donde satisfacer sus necesidades materiales es todo cuanto existe en el perímetro de su existencia elemental. La conciencia de un mundo sagrado y la sacralidad de la vida humana permitieron a los Viejos Abuelos crear su portentoso universo cultural. La conciencia de lo sagrado fundamenta ontológicamente la existencia de la Civilización del Anáhuac. El Anáhuac empieza a ser mundo en la medida en que se devela su sacralidad y el ser humano deja de ser un animal con necesidades básicas materiales, hasta que toma conciencia de su potencial espiritual, su sacralidad y su misión en la vida y el universo.
Lo hicieron los egipcios, los mesopotámicos, los chinos, los indios y por supuesto que también lo hicieron nuestros Viejos Abuelos.
Este conocimiento es el legado más importante que hemos heredado de miles de años de evolución y desarrollo humano. A este conocimiento los Viejos Abuelos le llamaron TOLTECÁYOTL y se entiende como el legado de los toltecas. Nuestra incapacidad para entender lo más preciado de nuestro legado histórico-cultural, deviene en parte de que actualmente vivimos en una cultura materialista, desacralizada y pragmática; y por supuesto, por el colonialismo mental, cultural y espiritual en el que hemos vivido los últimos cinco siglos.
Las bases de este conjunto de ideas es que la tierra es un ser vivo con conciencia y vive ciclos cósmicos. Que el ser humano y la Tierra están en íntima relación interdependiente. Que en la búsqueda de la perfección humana, la tierra sufre cataclismos y que reinicia de nuevo, con la experiencia acumulada del ciclo anterior. De esta manera, el sentido histórico es cíclico y no lineal. Este concepto se explica en el mito de la creación del Quinto Sol. El tiempo deja de ser ordinario y pasa a ser sagrado en la medida de que el ser humano toma conciencia de su responsabilidad y su misión en el mantenimiento del equilibrio energético y la pureza espiritual que debe de alcanzar.
Existe una fuente suprema de la energía creadora, invisible, impalpable, innombrable, que se inventó así misma. Este principio creador tendrá muchas advocaciones diferentes y representaciones parciales de su grandeza. Estas múltiples manifestaciones sacras los europeos las han traducido como “dioses”, pero no lo son. Pues en verdad actúan como representaciones parciales de la sacra totalidad.
De esta manera tenemos “expresiones parciales” de lo inconmensurable. No son dioses en el sentido Occidental, sino manifestaciones fragmentadas de una misma totalidad. Así que el Sol, la Luna, Venus, La Vía Láctea, el agua, el viento, el fuego, la dualidad, la serpiente emplumada, el jaguar, la serpiente, entre otros, son solo símbolos metafóricos de la divinidad que entra en contacto con los humanos y el mundo profano.
Existen siete puntos cardinales de la existencia humana. El ombligo o centro unificador del universo. Los cuatro rumbos de la existencia dirigidos a los cuatro puntos cardinales. Cada uno de ellos tiene un significado filosófico, religioso y esotérico. El cielo que cuenta con trece niveles hacia el cenit y el inframundo que posee nueve niveles hacia las profundidades.
El ser humano realiza su existencia material entre los primeros cinco puntos. Empieza a ser “trascendente” en la medida que toma conciencia de su potencial espiritual. En ese momento nace la historia y la cultura. Si logra equilibrar el par de opuestos complementarios que surgen de la relación Norte-Sur y Oriente-Poniente en el “centro unificador”, logrará la elevación y trascendencia. Pero si desarrolla más alguno de los opuestos complementarios, el desequilibrio lo arrastrará al abismo de la estupidez humana. De esta manera la búsqueda del “equilibrio” resulta uno de los elementos fundamentales para entender esta filosofía y su íntima relación con el quincunce, macuilxochitl o la cruz de Quetzalcóatl, revelaciones de una interpretación filosófica, religiosa y sagrada del Anáhuac.
El ser humano fue creado por el sacrificio de “los dioses”. Por ello se nombra “masehual”, que significa “merecido del sacrificio de los dioses” y en consecuencia su vida será un sacrificio espiritual permanente. El ser humano encuentra un significado a su vida, más allá de tener comida, vestido y techo. El mundo material profano es solo un medio para penetrar al mundo espiritual sagrado. Es precisamente la toma de conciencia de la sacralidad y la divinidad lo que nos hace humanos. Aquí se encuentra la base de nuestra civilización. Los dos grandes objetivos existenciales que tiene el ser humano son el de ayudar a los dioses al sostenimiento del universo y el de trascender su existencia material en el plano espiritual. Sin esta misión la vida del ser humano no tiene ningún sentido.
Del primero diremos que a diferencia de la cultura Occidental, donde Dios ha creado a su imagen y semejanza al ser humano y le entrega a la Tierra y todos los seres que en ella viven para su dominación, explotación y transformación. En cambio, los antiguos mexicanos interpretan a la Tierra como su “madre querida” y se ubican como sus pequeños hijos. Tienen como obligación, no solo velar por preservarla y mantener el equilibrio original, sino también “humanizarla” a partir de la energía espiritual que puede producir el ser humano a través de una vida virtuosa.
Este aspecto es muy importante. La humanización del mundo implica darle un sentido sagrado y divino “a todo lo que nos rodea”. Es solo el ser humano, quien puede hacer este milagro a partir de su potencial espiritual. Este es uno de los propósitos más importantes de la civilización del Anáhuac. Una misión que rebasa con mucho a un solo individuo, a un pueblo y a muchas generaciones. El concepto de una responsabilidad histórica y colectiva, seguirá viva aún en el periodo Postclásico decadente, aunque transgredido por las reformas ideológicas-religiosas del cihuacóatl mexica llamado Tlacaélel. Y nos explica cabalmente cómo fue posible realizar proyectos constructivos de más de un milenio de duración, como el caso de Monte Alban, que inició su construcción en el año 500 a.C y fue abandonado mil trescientos cincuenta años después en el 850 d.C.
El segundo objetivo civilizatorio es la búsqueda individual de la trascendencia existencial a partir de un trabajo muy decantado y difícil, que implica el dominio y conocimiento de sí mismo a partir enseñanzas muy sofisticadas de carácter hermético. En el que básicamente se toma al mundo y a los seres humanos como cargas energéticas y productores de energía.
A este segundo objetivo le llamaron los toltecas simbólicamente “La Guerra Florida”. Los valientes que la emprendían se les llamaban “guerreros” y según su carga energética podían ser águilas o tigres. Sus armas eran “flor y canto”, entendidos como belleza y sabiduría. El objetivo supremo de los guerreros de la muerte florecida era “hacer florecer su corazón” y darse como alimento espiritual a su pueblo.
Es importante apuntar que los Viejos Abuelos mantenían una cohesión social muy sólida y estratificada. Que existían “el ala y la cola” de la sociedad integrada por masehuales. Personas que vivían su vida de manera común y corriente. Campesinos, artesanos, servidores públicos y lo que podríamos identificar como especialistas en la medicina, la construcción, el arte, la ecuación, la religión, etc. Guiados por las sólidas bases sociales, religiosas y morales que les proporcionaban una reducida élite de personas que se dedicaban totalmente a el estudio, la investigación y sistematización del potencial espiritual-energético del ser humano. Estas elites vivían en los alrededores de los que hoy conocemos como “zonas arqueológicas”, que nunca fueron ciudades, palacios o fortalezas, como las mentes colonizadas e ignorantes presuponen en la “historia oficial”.
Lo que no han querido aceptar los colonizadores, es que los Viejos Abuelos poseían una profunda y decantada sabiduría humana. Tan importante como las producidas por las civilizaciones de Egipto, China o India. Que su proyecto civilizatorio estaba más allá de “la dominación y explotación” del mundo material. Que el potencial de su sabiduría estaba enfocado a alcanzar la aspiración más elevada de la conciencia humana. Nos referimos a trascender al plano divino y sagrado de la existencia a partir del desarrollo espiritual.
Los colonizadores desde el Siglo XVI hasta hoy, no aceptan que los pueblos originarios y los hijos de sus hijos posean la condición humana” y por supuesto, mucho menos reconocen el grado de desarrollo material que tenía la civilización del Anáhuac. Aún en el siglo XVI y en pleno Periodo Postclásico decadente los pueblos del Cem Anáhuac tenían mucha mayor calidad y nivel de vida que los pueblos europeos. Esta es una inmensa verdad que los “investigadores” no han querido ver y que echa por tierra todo el discurso cientista colonizador de la inferioridad cultural de los invadidos y conquistados. Veamos por qué:
La alimentación de los Viejos Abuelos era de mayor calidad nutricional y variedad. Poseían la “chinampa” que implica la más alta tecnología humana hasta nuestros días, para hacer producir intensivamente a la tierra todo el año. Inventaron el maíz a partir de las transformaciones biogenéticas que le hicieron al pasto llamado Teozintle. El sistema de salud había llegado a niveles de excelencia. Las trepanaciones, así como la sabiduría de lo que hoy llamamos herbolaria y el uso de las “plantas de poder” llegaba a todos. El concepto de higiene personal, habitacional y urbana, era más avanzada que en nuestros días. El sistema educativo encontrado en 1519, era muy superior al europeo. La educación popular tenía 3 milenios y en europea apenas inició en 1596. Los Viejos Abuelos vivían en una civilización escolarizada que duró milenios antes de la invasión. El sistema de organización social y régimen jurídico era tan eficaz y eficiente, que ha sobrevivido hasta nuestros días en el sistema de cargos de las comunidades indígenas y campesinas del México contemporáneo.
El mundo “material” del Anáhuac era mucho muy superior al europeo. El concepto de urbanismo que encontraron los invasores en la Gran Tenochtitlán en el siglo XVI, solo lo llegaron a tener las ciudades europeas hasta muy entrado el siglo XIX. Agua potable, el sistema reticular de las calles, calzadas, avenidas, canales, puentes, uso comunitario y gratuito del transporte, escuelas, hospitales, mercados, bibliotecas, museos, zoológicos, canchas deportivas, centros culturales, oficinas administrativas y un vasto etcétera.
Pero el “mundo material” es solo un espejismo para las conciencias decantadas. Cuando un individuo o un pueblo han llegado a un nivel de desarrollo existencial, buscan traspasar las sólidas murallas del limitado mundo material y penetran al inconmensurable y maravilloso mundo del Espíritu, de lo sagrado y de lo divino de la existencia. El mundo material es solo la base de despegue que requiere el “mundo espiritual” para trascender. Lo importante de la herencia de nuestros Viejos Abuelos es precisamente la sabiduría que se acumuló durante siete mil quinientos años para trascender nuestra existencia en el plano espiritual y que nuestros colonizadores no han podido ver por dolo y mucho menos comprender por incapacidad.
La riqueza cultural, nuestro mayor Patrimonio Cultural, no está en las “ruinas materiales” de las llamadas zonas arqueológicas, ni en los “tesoros” que están guardados en los museos de todo el mundo. El gran logro cultural de nuestra civilización Madre se encuentra depositado en el corazón de cada uno de los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos. El Tesoro esta dado en “flores y cantos” que viven en nuestro “Ser espiritual”. En los sentimientos y en los pensamientos que como flores y cantos pueden ayudarnos a trascender este precario y caótico mundo material en el que ahora vivimos.
Es de esta forma que la TOLTECÁYOTL se nos revela como el potencial cultural más importante que hemos heredado de nuestros antepasados. La sabiduría sistematizada sobre el potencial espiritual que está agazapada en el mundo cotidiano, en la llamada Cultura Popular, en los valores y principios de la educación familiar. Esta milenaria sabiduría que vive refugiada en las tradiciones, fiestas, usos y costumbres, es la que nos sigue dando “un rostro propio y un corazón verdadero” y es la que nos puede conducir a la liberación del oscuro, grotesco y deshumanizado mundo material en el que hemos caído estos últimos cinco siglos.
Hasta ahora los investigadores solo han hecho arqueología e historia del mundo material y profano del México antiguo. Son tiempos en que los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos hagamos arqueología del espíritu e iniciemos la reconstrucción de la historia sagrada del Anáhuac.
Es necesario investigar, re-ordenar la información y crear nuevos conocimientos a partir de acercarse a las manifestaciones de lo sagrado y de lo divino que nuestros Viejos Abuelos nos dejaron, no solo en vestigios materiales, sino también en símbolos, mitos, ritos, tradiciones, leyendas, fiestas, usos y costumbres. Tanto en el Patrimonio Cultural tangible como en el intangible. Tenemos que entender que somos una sola civilización que sigue manteniendo su permanente y necesaria continuidad a lo largo de ocho milenios.
La pérdida de la memoría histórica por los procesos de colonización es solo superficial y muy temporal. La esencia sagrada de nuestra civilización, sus valores y principios siguen vivos y vigentes en cada uno de los individuos, familias y pueblos que la conforman. El colonizador nos ha tratado de hacer pensar que no existe ninguna conexión entre los Viejos Abuelos y los mexicanos contemporáneos. Que el pasado indígena esta total e irremediablemente perdido y extinto. Pero indudablemente seguimos siendo la misma civilización, solo que ahora potencialmente más enriquecida por cinco siglos de apropiaciones e intercambios culturales con otros pueblos del mundo.
Nuestra potencial cultural seguirá latente hasta el momento que tomemos plena conciencia de nuestra riqueza espiritual, a partir de recuperar la memoria histórica.
El legado más valioso que poseemos de los Viejos Abuelos indiscutiblemente es la espiritualidad y el misticismo con el que interpretamos el mundo y la vida. Esta visión sagrada y divina se encuentra atesorada en la TOLTECÁYOTL y representan las hierofanías del Anáhuac.