hipótesis iconográfica y textual
(fragmentos)
Rubén Bonifaz Nuño
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hipótesis iconográfica y textual
(fragmentos)
Rubén Bonifaz Nuño
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La hipótesis que planteo cumple con el propósito de probar la unidad de nuestra cultura original, unidad que hasta ahora se ha supuesto sin preocuparse por dar pruebas que las sustenten; además, viene a explicar, entre otras cosas, el incontenible dinamismo característico de esa cultura.
Porque, de acuerdo con ella, el hombre, motor y materia inicial de la creación del mundo, asume en lo sucesivo su función creadora como obligación permanente. La creación no es un hecho instantáneo, sino un proceso interminable. El hombre ha de cumplirla sin interrupción, tomando sobre sí el deber de encaminar hacia su perfección lo inicialmente creado.
Así se explica, dentro de la básica unidad cultural, la dinámica variedad de sus manifestaciones. Se explica así, por ejemplo, la diferencia entre la urbanización de la venta y la de Palenque o monte Albán o Tenochtitlán. Una sola concepción las distingue: la humana obligación de aliarse a los dioses para crear, mantener y perfeccionar lo existente.
Nada debe permanecer en el estado en el que todo fue creado. Todo, merced a la creación e incluso al sacrificio del hombre, ha de estar en perpetuo movimiento ascendente hacia su perfección, mediante constantes esfuerzos, regidos por la humana conciencia de que los valores superiores son obligadamente realizables.
Abunda, en la plástica de Mesoamérica, un símbolo el quincunce, el cual, en las diferentes formas de su representación, puntos, bandas cruzadas o enlazadas, cuadrando con círculos y cuadrantes interiores, aspas con variados centros, y otras más que antes he indicado, han recibido de los estudiosos diferentes interpretaciones. Se ha considerado, repito, que es símbolo de lo precioso, del cielo, de la imposición espacial del universo, ya que señala sus cuatro rumbos horizontales y su eje vertical; del movimiento, que es transcurso temporal; de la sucesión en el tiempo de las edades cosmogónicas. Y hecho que quizá hay verdad en todas estas interpretaciones, pero que hasta hoy no se ha propuesto para ellas ninguna cabal explicación teórica.
De acuerdo con la hipótesis tal, los cinco puntos del quincunce simbolizan el poder creador aplicado a la materia de la creación, así como el desarrollo evolutivo de esta.
Esa importancia central del hombre, signo particular del humanismo mesoamericano, se ostenta con encandilante evidencia en la representación del quincunce visible en la parte ya señalada del Códice Selden.
Ahí el corazón humano, avivado por el líquido precioso por su constante movimiento, expresión de la vida, constituye el punto central; partiendo de él, se establecen los rumbos especiales de la tierra y el cielo; animados por su núcleo de incesantes palpitaciones que miden y construyen, al medirlo, el transcurso del tiempo, esos rumbos ya no son sólo espacios; se han vuelto, además, el ámbito de la historia.
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De esta suerte, valiéndose de análogas complicidades, los eruditos estadounidenses han formado, respecto a la cultura olmeca, un sistema de mentidas conjeturas cuyas principales características son el desdén y la ignorancia.
Condenables eso, pero no es, en mi opinión, lo peor; lo peor consiste en que los estudiosos mexicanos, voluntariamente sometidos a una perversa forma de colonización extranjera, se sujetan, por lo común, a las sistemáticas equivocaciones de los eruditos estadounidenses, y la repiten y las confirman como verdades, acaso con el deseo y la esperanza de que éstos los tengan por iguales suyos.
De estos casos, por obvio principio de dignidad, no quiere ofrecer ningún ejemplo.
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El ser humano, que ha sido el motor de la voluntad creadora de los dioses, ha de ser ahora la materia de la creación. Con ese fin, habrá, en lo sucesivo, de seguir proporcionando su materia, sangre y carne, para mantener la presencia viviente de los dioses y preservar y mejorar lo creado.
Habrá entonces la guerra florida, con la cual ha de preparar la continuidad de su colaboración con la acción de los dioses: su propio sacrificio. Y este se consumará mediante la intervención del cuchillo que, como una mariposa que vuela, ejercerá en su pecho, y abierto por ella, el poder de sus dos filos, sus dos alas. Y el ser humano, perdió ya su rostro transitorio, ganará, enriqueciéndose, su rostro verdadero y eterno; el de la calavera incorruptible.
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Ese es el caso de nuestra cultura prehispánica. Destruirla, hasta donde pudo hacerlo, por los invasores hispanos; despreciada luego, falsificada con fines de explotación de los descendientes de sus creadores; humillada durante siglos por diversas maneras de opresión colonial, ha dejado, con todo esto un conjunto de objetos donde, de manera evidente para ellos, celada para nosotros, han plasmado su concepción de hombre y del mundo, aquella que ha sido fuente del sentido esencial de la cultura misma.
Me refiero, naturalmente, a sus obras plásticas, grandes o pequeñas; a esas obras que, en el mejor de los casos, se han juzgado en su calidad estética, como obras de arte, y no, como debieran serlo, como lo que en efecto son: documentos escritos ofrecidos al desentrañamiento de su significado.
Ahora principalmente, la cultura prehispánica se conserva en el conjunto de esas manifestaciones llamadas obras de arte, las cuales cobran presencia en la región llamada Mesoamérica, desde los olmecas, alrededor del año 1200 a. C., Hasta el momento donde los aztecas fueron destruidos, el primer cuarto del siglo XVI.
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En este punto es donde radica la dificultad máxima para la pretendida comprensión de la escritura en que se plasman las concepciones del hombre mesoamericano. Porque los textos escritos que acerca de su cultura se guardan, son todos sospechosos de falsedad: provienen o de gente que por educación y costumbres estaba impedida para comprenderla, como los soldados y los religiosos españoles, o como de indígenas colonizados cuyo intento era adaptarse a las maneras del pensamiento de los invasores, o finalmente por aquellos que, vencidos y humillados, se resistían a decir su verdad a quienes los habían vencido y los humillaban, y, a toda conciencia, les comunicaban abundantes mentiras.
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tomado del libro:
Cosmogonía Antigua Mexicana
hipótesis iconográfica y textual
Universidad Nacional Autónoma de México 1995.