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ENTRE EL JAGUAR Y LA SERPIENTE. Cuento

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Había iniciado la ceremonia, los cuerpos chisporroteaban y la abuelita pequeñita se deslizaba en la habitación. Parecía que la media con sus pequeños pasos, la revisaba y la ordenaba en su mente.

 

 
Sentado en la cama esperaba pacientemente la expansión de la maravillosa sustancia a partir de mi estómago hacia todos los rincones apartados de mi cuerpo.

 

Sabía que iniciaría su propagación en un movimiento espiral de caracol, desde el centro de mi estómago hacia todos los confines de mis extremidades. Como una inmensa e in imaginada serpiente, se deslizaría por todos mis células, penetraría lentamente los huesos hasta apoderarse de mi razón, para hacerme vibrar en su frecuencia.

 

 
Conforme pasaba el tiempo y en la oscuridad, la maravillosa sustancia se hacía más pesada en mi vientre. En momentos, sentía deseos de volver el estómago y liberarlo de esa extraña fuerza que sabía, pronto sería dueña de mi cuerpo.

 

 
No tenía miedo ni angustia. Me sentía tranquilo y relajado. Sabía que pronto estaría la serpiente frente a mí y que iniciaríamos un encuentro pospuesto.

 

 
Empezó entonces en lo más profundo de mi ser a escucharse una tonada monótona y repetitiva, una frecuencia como una ondulación armónica. Sabía que estaba llegando.

 

 
Mi cuerpo empezó a moverse rítmicamente. La cama era ya demasiado pequeña y salte al piso. Sentía como la sustancia se iba apoderando de mi cuerpo y hacia que se moviera rítmicamente. La música salía de mis adentros y la tonada era obsesivamente repetitiva y rítmica.

 


Los movimientos me relajaban y me entonaban en la frecuencia de la sustancia. Me asomé al ventanal y las luces de la ciudad se me fueron encima y me prendieron como dardos luminosos, que me seguían a donde me moviera.

 


El cuerpo se sentía más desahogado, el ritmo del movimiento era más fluido y mi cuerpo crecía en el ritmo. Todos mis músculos se empezaron a fortalecer y a pesar de mantener una elasticidad asombrosa, la dureza de su contorno me permitía bailar sin ningún esfuerzo.

 

 
La música interna vibraba a través de todos los poros de mi cuerpo, como una fórmula matemática, como una greca continua, se repetía una y otra vez hacia el infinito. Sentí entonces que era imprescindible bailar y entre mis cosas apareció un tambor ceremonial de los tarahumaras e instintivamente lo empecé a tocar, tratando de seguir el ritmo que se generaba en mis entrañas.

 

 
Mi cuerpo se movía sin mi voluntad, él había tomado el control y hacia lo que sentía. La sustancia era dueña total y absoluta en mi cuerpo. Circulaba vertiginosa por el torrente sanguino y el estómago parecía una pequeña caldera que estaba a punto de explotar. En momentos en que sentía que era demasiada la sustancia instintivamente orinaba para bajar la saturación y poder ser más fluido.

 

 
A través de la danza empecé a "saber", el conocimiento venía de los movimientos. Todo mi cuerpo estaba sufriendo conscientemente un milenario proceso de aprendizaje y aunque mi mente se resistía, el cuerpo había tomado el control total. Cada miembro de mi cuerpo parecía que tenía vida propia, no sólo por sus movimientos sino fundamentalmente por su conciencia concertada con el centro de mi ser de dónde provenía la rítmica frecuencia, que se expresaba como música, pero que en el fondo yo sabía que era el movimiento ondulatorio de la luz.

 


Cerré los ojos y bailé al ritmo del tambor que pretendía seguir la frecuencia intermitente que salía de lo más profundo de mis adentros. Toqué el caracol a los cuatro rumbos de la existencia, el centro de la habitación dejaba de ser profano y pasaba al ámbito de lo sagrado. El milenario conocimiento se manifiesta nuevamente en sus hijos.

 

Estaba en medio de la habitación girando en torno de mí y la música, cuando apareció flotando en el espacio a la altura de mis ojos.
Una mancha nebulosa que irradiaba luz blanca y verdosa, empezó a asecharme.

 

Sus ojos de luz penetraban mi corazón y me aferraba a la danza como defensa. Sentía una mezcla de miedo y emoción. Instintivamente crucé los brazos haciendo mucha presión con los antebrazos. Algo en mí interior me decía que esa era una protección, un escudo que impediría que brincara sobre mí.

 

 

 

Pero a pesar de todo, en un momento el poderoso jaguar se abalanzó. Salto con agilidad describiendo un arco y fue a caer con sus patas delanteras sobre mi cabeza y por ahí empezó a penetrar en el cuerpo, entre destellos de luz.

 


Detuve la danza y alce la vista. Caía desde el firmamento una cascada de luz que me bañaba de la cabeza a los pies. Cuando finalmente penetró totalmente el jaguar en mi cuerpo, empecé a girar con los ojos cerrados.

 

 
Había dicho anteriormente que los cerros de San Felipe me protegen. Yo sé que son mis guardianes, en especial uno que sobresale de la sierra visto desde la ciudad. Sabía que tenía que girar y de pronto parar y abrir los ojos. Sabía que la dirección marcada sería una señal muy importante. Tres de las cuatro ocasiones detuve mi giro frente al Cerro de Atzompa.

 

 
Entendí directamente sin ninguna elucubración, que mi sitio de poder sería la guarida del jaguar. De pronto supe con suma claridad que la fuerza de Monte Albán se había refugiado en el Cerro de Atzompa.

 


En la primera ocasión en las montañas de Huautla quien me ayudó fue una inmensa serpiente de cascabel, ahora en el valle, frente a la montaña sagrada, fue el jaguar el que vino generoso a darme su fuerza, su astucia y su valor.

 

 
Cuando entró el jaguar en mí ser, supe a través de la luz que me bañaba, que mi destino era el combate. Que mi tarea en este mundo requiere del espíritu de un guerrero. La Serpiente me dio la luz y el jaguar la fuerza.

 

 
Recuerdo especialmente dos posiciones con mis manos, una de defensa, como un escudo y la otra, como un condensador de energía que sale de mi pecho a partir de un rombo hecho con mis manos invertidas, del que con un gran esfuerzo sale un torrente de energía.

 

 
La sustancia rebosaba por todos mis poros. Salía de mis ojos y se prendía a la bóveda celeste que desde los ventanales nos asechaba. La frecuencia sonora se iba afinando cada vez más y todas las células de mi cuerpo tenían conciencia propia de la frecuencia y compartían el movimiento con todo lo que me rodeaba.

 

 
Empecé a hacer movimientos rítmicos y elásticos, pero mi cuerpo vibraba de la tensión a la que estaba siendo sometido. La sustancia se había apoderado de mi espina dorsal y penetraba amenazante a mi cerebro, reducto de mi yo incrédulo y temeroso.

 

 
En ese momento, aferrado a mi conciencia, tuve que aceptar el ineludible compromiso de ser un guerrero, mi destino estaba marcado con la guerra florida. El espíritu de la montaña se había apoderado de mí o yo me integraba a la montaña, se había sellado el "compromiso". La Serpiente y el Jaguar me acompañarían en mi destino.

 

 
Para esos momentos las amables y generosas personas que estaban en la habitación se habían quedado en otro plano, intentaban bondadosamente regresarme. Las entendía pero estorbaban.

 

En un momento me sentí desfallecer y me desplomé en la cama. Mi cuerpo estaba exhausto. Pero aún tirado en el lecho, mi cuerpo no podía dejar de moverse.

 

La abuelita me hablaba. Mi cuerpo se enfrió y empezó a transformarse mi visión.

 

 
Al principio la visión se distorsionó y las figuras se transformaban en pequeños cuadros de colores. El mundo se transformó en un inmenso mosaico de colores con extrañas formas que, poco a poco, se convirtieron en grecas de colores.

 

 
En medio de esta sensación, yo sabía que estaba entrando a otra fase del proceso. La maravillosa sustancia se había apoderado totalmente de mi cerebro y mi último reducto de sobriedad se desplomó. Mansamente acepte el estado, aunque mi cuerpo, en especial mi pierna izquierda se seguía moviendo rítmicamente sin mi control.

 

 
La noche estaba llegando a su fin. Extremadamente cansado yacía sobre la cama. Todo tomó un ritmo más lento pero más profundo. Sentía que la sustancia no cabía en mi cuerpo.

 

 
De pronto la vibración que me había acompañado durante toda la noche se empezó a expandir en mi cuerpo, la habitación y el mundo entero. Sin darme cuenta y más como una necesidad, empecé a seguir el ritmo de los sonidos que salían de mi interior. Con mi boca imitaba a través de sonidos como de una serpiente, la música que salía de mi ser.


El escucharme me reconfortaba. El repetir las notas con los dientes cerrados y la lengua presionándolos, me hacía sentirme parte armónica de lo que me rodeaba. Entendí que todo en el universo está constituido de una frecuencia, que la esencia de todo es una frecuencia, un grupo de sonidos en el que estamos vibrando todo cuanto existe en el universo.

 

 

Que todo es luz, pero que esa luz no es estática, sino que se mueve rítmicamente, como una greca sin fin.
Supe entonces que las grecas y sus colores, son la nostalgia de los seres humanos por retornar a la esencia más pura del origen. Las grecas son una abstracción del recuerdo de la luz y representan gráficamente ese fluir, esa ecuación perfecta que nace desde lo más profundo de nosotros y nos prende al mundo de afuera, nos armoniza y conecta con el todo, con el universo.

 


El desafío es encontrar la frecuencia para afinarse con lo inconmensurable. Supe que todo, absolutamente todo en el universo tiene vida. Pero que esa vida tiene que ver con la frecuencia en la que vibran cada una de las cosas que esta en él.  

 

La frecuencia en que vibran las cosas en el mundo, están en contra punto o en diversas escalas de la frecuencia fundamental. El universo está constituido en su totalidad de una inmensa frecuencia, con billones de variaciones sobre esa frecuencia, cada variante es una vida, una conciencia. De esta manera una bacteria, un insecto, un ser humano, un árbol, una roca, una montaña, un planeta o una estrella, todos vibran con la misma frecuencia, lo que varía es el tono de ella.
Entendí de esta manera que una piedra o el mismo planeta Tierra, tienen vida. Esta vida está determinada por la vibración y su frecuencia.

 

 
Me sentía exaltado por saber y sentir esto en mi cuerpo. Percibía al mundo por primera vez a partir de la vibración y me sentía dichoso por estar afinado, entonado con este movimiento, con la frecuencia maestra. Mi cuerpo estaba afinado con todo cuanto me rodeaba. Mi alma estaba en una profunda paz como nuca había sentido y mi mente estaba tranquila, había aceptado por fin esto que ahora intento escribir.

 

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