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GUILLERMO BONFIL BATALLA y el México Profundo 3

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GUILLERMO BONFIL BATALLA y el México Profundo 3
La exhibición profunda de la sociedad mexicana, que expresa la confrontación no resuelta de dos civilizaciones, es el resultado de un proceso histórico que está por cumplir 500 años.
El grado de divergencia cultural varía, según los casos que se decida comparar, desde matices locales que no alteran la pertenencia a una misma cultura básica, hasta el contraste entre formas de vida radicalmente diferentes, orientadas por proyectos históricos esencialmente distintos.
Las culturas de estirpe mesoamericana y las sucesivas variedades de civilización occidental que han adquirido hegemonía entre los grupos dominantes de la sociedad mexicana, donde no ha habido nunca convergencia, sino oposición. La razón es simple y es una sola: los grupos sociales que han detentado el poder (político, económico, ideológico) desde la invasión europea hasta el día de hoy, afiliados por herencia o por circunstancia a la civilización occidental, han sostenido siempre proyectos históricos en los que no hay cabida para la civilización mesoamericana.

Por todo ello, los proyectos de unificación cultural nunca propuesto la unidad a partir de la creación de una nueva civilización que sea síntesis de las anteriores, sino a partir de la eliminación de una de las existentes (la mesoamericana, por supuesto) y la generalización de la otra.
La empresa colonizadora se empeñó en destruir la civilización mesoamericana sin más límite que el que imponían sus propios intereses. Allí donde fue necesario, se liquidaron pueblos enteros. Donde, por el contrario, se requirió la fuerza de trabajo de los indios, se les mantuvo social y culturalmente segregados y se crearon, indirecta las condiciones mínimas para la continuidad de la civilización mesoamericana, pese al brutal descenso de la población durante las primeras décadas de la invasión, una de las catástrofes demográficas más violentas y terribles en la historia de la humanidad.

El surgimiento y la consolidación de México como un Estado independiente, en el transcurso del turbulento siglo XIX, no produjo ningún proyecto diferente, nada que sea parte de la intención última de llevar al país por los senderos de occidente. Las luchas entre los conservadores y liberales expresan sólo concepciones distintas de cómo alcanzar esa meta, pero en ningún momento la cuestionaban. Al definir la nueva nación mexicana se concibe culturalmente homogénea, porque en el espíritu (europeo) de la época domina la convicción de que un Estado es la expresión de un pueblo que tiene la misma cultura y la misma lengua, como producto de una historia común.

De ahí que la intención de todos los bandos que disputaban el poder, haya sido la de consolidar la nación, entendiendo por esto la incorporación paulatina de las grandes mayorías al modelo cultural que había sido adoptado como proyecto nacional. ¿Cuál era ese modelo en torno al cual debería unificarse la nación mexicana? Era un modelo netamente occidental. Y no podía ser de otra manera puesto que los grupos dirigentes, los que se abrogan el derecho de definir los derroteros de la nación naciente, era la minoría que heredaba las orientaciones de la civilización occidental tras la paga a estas tierras por los antiguos colonizadores. Libertad, sí; mayor justicia, igualdad de derechos, sí; pero todo encaminado a la transformación de la sociedad mexicana en una nación ?moderna? según los moldes de la civilización occidental. La inmensa mayoría de los mexicanos vivía fuera de este molde porque vivían en una civilización diferente. Consolidar la nación significó, entonces, plantear la eliminación de la cultura real de casi todos, para implantar otra de la que participaban sólo unos cuantos. Y ese modelo de imponer no era en ningún sentido una etapa superior, un escalón necesario y natural al que antes hubiera podido acceder las culturas de las grandes mayorías de no haberlo impedido la injusticia y las restricciones del régimen colonial; no, era un modelo diferente, era otra civilización.

Es inevitable una primera conclusión los grupos dirigentes del país, los que toman o imponen las decisiones más importantes que afectan al conjunto de la sociedad mexicana, nunca han admitido que el avance pueda consistir en la liberación y el estímulo de las capacidades culturales que realmente existen en la mayoría de la población. Nunca se han planteado que el desarrollo significa precisamente crear las condiciones para que crezcan y fructifiquen con plenitud las diversas culturas indias, regionales y populares que han hecho posible la sobrevivencia de una inmensa mayoría de los mexicanos. Una mentalidad colonizada, sustentada en un orden de dominación que los beneficia, ha impedido a esos grupos dirigentes considerar cualquier alternativa cultural que sea parte del esquema occidentalizado que asumen rígidamente por incapacidad, por conveniencia, por sumisión o, en el mejor de los casos, por simple ceguera ante la realidad propia.

Lo que se ha propuesto como cultura nacional en los diversos momentos de la historia mexicana puede entenderse como una aspiración permanente por dejar de ser lo que somos. Ha sido siempre el proyecto cultural que niega la realidad histórica de la formación social mexicana y, por lo tanto, no admite la posibilidad de construir el futuro a partir de esa realidad. Es un proyecto sustitutivo, en todos los casos; el futuro está en otra parte, en cualquier parte, menos aquí mismo, en esta realidad concreta. Por lo tanto, la tarea de construir una cultura nacional consiste en imponer un modelo ajeno, distante que por sí mismo elimine la diversidad cultural y logre la unidad a partir de la supresión de lo existente. Según esta manera de entender las cosas, la mayoría de los mexicanos sólo tienen futuro a consideración de que deje de ser ellos mismos. Ese cambio se concibe como un corte definitivo, un dejar de ser para hacer otro; nunca como actualización que provendría de una transformación interna, de una liberación de culturas que han estado sujetas a las presiones múltiples de la dominación colonial durante cinco siglos. La historia constitucional de México es uno de los ejemplos que ilustra de manera abrumadora este planteamiento esquizofrénico, porque ha conducido en todos los casos a la construcción jurídica de un estado ficticio, de cuyas normas y prácticas queda excluida la mayoría de la población.
Una segunda consecuencia es también inevitable. Al hacer tabla rasa de la realidad, se renuncia a poner en juego la mayor parte del capital cultural de la sociedad mexicana. Se genera una imposibilidad absoluta para reconocer, valorar y estimular el desarrollo del extenso y variado patrimonio cultural que la historia puesto en manos de los mexicanos. Sigue presente la vieja ceguera colonial, la nación de que aquí no hay nada con lo que se pueda construir un futuro todas las capacidades acumuladas y pulidas a lo largo de siglos, es decir, todo el patrimonio cultural del México profundo, pasa sin más, a la categoría de lo inútil. Pareciera como si generaciones tras generaciones, siglo tras siglo, los de aquí solamente hubieran recorrido un camino equivocado que ya llegó a su fin. Aquella historia según la pauta del México imaginario, no fue realmente una historia; ni siquiera parte de la historia. Fue, por lo visto, una aberración, un sin sentido. El saldo que arroja (las culturas vivas que norman y hacen posible la existencia de millones de mexicanos) queda en números rojos; no sólo es inútil y ajeno del proyecto cultural nacional, sino que resulta ser un lastre que debe removerse para emprender el camino correcto a partir de cero, desde la inocencia total, sin memoria. La propuesta no es ni siquiera el despilfarro sino la renuncia suicida a lo que se tiene.

El perverso esquema de desarrollo imaginario, por ejemplo, intenta reducir la actividad útil de los individuos a una sola dimensión mecánica: la fuerza de trabajo, aplicable indistintamente a cualquier tarea.
La pregunta es inevitable: ¿cómo llegamos a dónde estamos? Resulta claro que la esquizofrenia en que se debate la cultura nacional es la expresión actual de un largo proceso histórico cuyo origen se encuentra en la instauración del régimen colonial, hace 500 años. Educayotl AC.
Tomado del libro:
México Profundo una civilización negada.
Autor Guillermo Bonfil Batalla.


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