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La “historia oficial”, además de tener muchas imprecisiones es totalmente hispanista y está escrita de manera dolosa, dado que ha pretendido presentar los “hechos” para beneficio ideológico y material de quien la han escrito, sean conquistadores, misioneros o como en el caso de Fernando Ixtlilxóchitl por anahuacas convexos asimilados al poder colonial, y en nuestros días, por los intelectuales corporativos comprados e incorporados al sistema neo-colonial.
Esta trágica inercia que comenzó desde las mismas “Cartas de Relación” de Hernán Cortés, escritas como un alegato al Rey de España para justificar la traición del Cortés al gobernador de Cuba Diego Velázquez y a los inversionistas que financiaron la expedición, tomadas como “fuentes” verídicas, ha seguido de manera continua durante estos casi quinientos años con personajes como Bernardino de Sahagún, Francisco Javier Clavijero, Lucas Alamán, Vicente Riva Palacio y la mayoría de los “historiadores” contemporáneos, que siguen manejando un discurso y un contenido totalmente colonizante, sin la mínima vergüenza y sentido crítico.
“La Conquista de México” en la historia oficial hispanista se ha construido con mentiras y verdades a medias como un hecho heroico, civilizador y cristiano. Afirmación de la supuesta superioridad civilizatoria y religiosa de los poderosos que se impusieron ayer, y que hoy siguen en el poder, quienes han sometido a los herederos del Anáhuac (una civilización ancestral), a la miseria, explotación y depredación, no solo de su fuerza de trabajo y sus recursos naturales, sino fundamentalmente al privarlos durante cinco siglos de la justicia, la memoria histórica, la identidad y su condición de seres humanos. En efecto, los “mal llamados mexicanos” (porque no todos son mexicas), por habérseles sometido a una “lobotomía” cultural han olvidado su “rostro propio y su corazón verdadero y a sus Viejos Abuelos”, para quedar desolados en calidad de “encomendados, peones de hacienda, asalariados de mierda -como los llamó las ladies de Polanco-, o simplemente como desempleados, parias del neoliberalismo y la globalización”.
La historia y los historiadores en México, -en general-, han servido a la implacable maquinaria colonizadora que deja al pueblo sumido en el vacío, en la ignorancia y la inseguridad. La Historia desde hace cinco siglos ha dejado de ser “del pueblo y para el pueblo”, perdió su valiosa función como elemento generador de identidad cultural y fortalecedor de la auto estima, crisol de la cohesión social y el orgullo de pertenencia. La historia oficial sirve para legalizar y “explicar” el estado de injusticia, explotación e ignorancia en que viven actualmente decenas de millones de mexicanos descendientes de los “caníbales guerreros que hacían sacrificios humanos, adoraban al sol, al agua y al viento”. Sirve para aceptar mansa y dócilmente a la realidad que el Estado mexicano neocolonial-criollo, ha condenado a la mayoría de su pueblo.
El Estado mexicano y sus sucesivos gobiernos de diversos colores, en el discurso oficial, en los libros de texto, en los medios académicos, en las escuelas normales, en las universidades y tecnológicos, en la televisión, la radio y la prensa, se nombra a la milenaria historia del Cem Anáhuac, tan antigua e importante como la de China o India: como, “HISTORIA PREHISPÁNICA”. Es decir, antes de los españoles, lo que se entiende antes de la conquista, antes de “nosotros” los vencedores.
¿Por qué llamar a la historia ancestral “propia-nuestra” con la referencia del invasor/conquistador? Es decir que nuestra milenaria existencia, como una de las seis civilizaciones más antiguas con origen autónomo del mundo no tiene la menor importancia. ¿Se debe entender entonces que lo que somos se debe fundamental y fundacionalmente a la presencia hispánica? Cuál es la razón por la cual siete milenios y medio desaparezcan de la memoria de los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos ancestrales. Será que los “mexicanos modernos” muy poco tenemos que ver con nuestra civilización Madre. Que nuestro mestizaje es mayoritariamente extranjero, sea español, francés, libanés o inglés. Esta esquizofrenia de identidad cultural es el origen y esencia de nuestros males.
¿Por qué, en el libro de texto de historia se conoce la gloriosa batalla en la que en 1520, -nosotros los morenitos, los de casa, los “indios”, “la prole”, “los asalariados de mierda”-, derrotamos a los invasores españoles, oficialmente se nombra “Batalla de la Noche Triste”. Triste para quién. ¿Desde qué ideología se construye la historia oficial? ¿Quiénes hoy son los vencedores y quiénes son los vencidos? Hondar en este “laberinto” explicaría el por qué somos una sociedad neocolonial, racista, clasista y esquizofrénica.
Por qué los investigadores expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), usan los términos como: “prehispánico, precortesiano, precolombino, Mesoamérica y mesoamericano”, cuando se sabe que nuestra ancestral civilización tuvo la capacidad intelectual de nombrarse a sí misma como Anáhuac y a sus diversas culturas como anahuacas. Por qué este insidioso desprecio. Por qué esta terquedad de negar nuestra identidad ancestral. Por qué seguir llamando a los descendientes culturales de la civilización del Anáhuac con el epíteto de “indios”, cuando hoy sabemos que Colón se equivocó y no llegó a la India que él buscaba. ¿Por qué llamarlos indígenas?, si todos los pueblos del mundo son indígenas, entendido como “los pueblos originarios a un territorio”, sean alemanes, lapones o tutsis. Por qué se quiere ignorar nuestra propia consciencia de ser.
En 1943 un alemán Paul Kirchhoff, se ve en “la necesidad” crear el concepto de “Mesoamérica” ignorando el nombre que así mismo se dieron nuestros antepasados como Anáhuac y anahuacas, y que retoman en sus escritos historiadores como Sahagún, Durán y Clavijero.
(Desde que creció el interés por las culturas indígenas de América Central y México, los especialistas se enfrentaron al cómo debían interpretarse los datos disponibles sobre los pueblos indígenas. Hasta antes de la década de 1940, los arqueólogos no contaban con un concepto unificador para abordar la materia de investigación. Wikipedia).
Kirchhoff retoma el concepto de Mesopotamia (entre dos ríos) para “inventarse” el de Mesoamérica. Dividiendo el territorio del “Cem Anáhuac” (la totalidad de lo que está enteramente rodeados de las grandes aguas en lengua náhuatl) en dos partes Mesoamérica y Aridoamérica. Por qué aceptar sumisamente estos agravios y vejaciones intelectuales, producto de la ignorancia, el colonialismo y el desprecio.
A final de cuenta, lo que resulta es que los anahuacas no tenemos memoria y por ende, identidad. Vagamos a tropezones por la historia, a tientas y a ciegas buscando un rostro ajeno. Trescientos años tratando de ser españoles, después cien años tratando de ser franceses y ahora cien años tratando de ser gringos. Sumidos en el desprecio y el auto desprecio, perdidos en el “laberinto de la desolación” de ser extranjeros incultos, indefensos, vulnerables y explotados en nuestra propia tierra. Sin raíz, sin memoria, con vergüenza tratando de dejar de ser lo que en verdad somos. Decenas de millones de “mexicanos” sienten que ellos “definitiva y absolutamente” no tienen nada que ver culturalmente con la raíz ancestral de la Cultura Madre. La civilización del Anáhuac para ellos dejó de existir el 16 de agosto de 1521 con la caída de Tenochtitlán. Ellos son mexicanos, hispanos o latinos (como los ha llamado su explotador/despreciador), pero no anahuacas. Estos “mexicanos” viven una esquizofrenia intelectual, dado que, piensan como occidentales pero siente como anahuacas. En México, esta gente-, se asumen intelectualmente como occidentales y en Europa se sienten… ¡desolados!, porque los “verdaderos” occidentales no los aceptan como iguales, los rechazan y los desprecian. Son sencillamente “curiosidades tropicales”, remedos del tercer mundo que tratan de ser lo que no son y desprecian lo que son, desde Francisco Javier Clavijero, pasando por Juan Ruiz de Alarcón, hasta llegar a Enrique Krauze.
Los conceptos de “prehispánico, precortesiano, precolombino, Mesoamérica, mesoamericano, indio, indígena, son totalmente colonizadores, porque están negando una identidad milenaria, presente y vigente. Es una falta de respeto y una exclusión de una civilización y sus diversas culturas, lenguas y etnias. Si se usan esos términos por desconocimiento es ignorancia, pero si se usan a pesar de saber que son incorrectos y tendenciosos, entones se está cometiendo un acto xenofóbico, racista y clasista. La cultura dominante, que es de ideología criolla, desde el gobierno, las instituciones, la iniciativa privada, las instituciones educativas, los medios masivos de comunicación, mantienen este lenguaje colonizador que nos destruye y divide por su carga de odio y desprecio. La ignorancia de nosotros mismos, de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir, ha sido y sigue siendo el arma más eficaz para mantener la injusticia, la explotación y la desigualdad…y la riqueza increíble de un puñado de vivales.
Debemos iniciar la recuperación y revaloración de la esencia de lo que en verdad somos, sin actitudes chovinistas e idealistas, porque hoy somos, como casi todos los pueblos del mundo sociedades mestizas, étnica y culturalmente. Sería estúpido negar las apropiaciones culturales de la civilización Madre de las culturas de Europa, Asia y África, que nos han enriquecido. Pero de nenguna manera podemos seguir negando tercamente nuestra raíz más profunda, como es la Toltecáyotl y la civilización del Anáhuac.
El desafío de crear una nación justa y humana, con valores y principios sólidos como una roca y profundos como la raíz de un árbol. Comienza con la recuperación de la memoria histórica y el fortalecimiento de la identidad cultural. Ahí está el principio del cambio. Por ende el verdadero cambio de esta nación comienza en lo más profundo de nuestro ser espiritual, familiar y colectivo. De ser un movimiento “emergente”, que surja de las profundidades telúricas de la Toltecáyotl para que por fin seamos en plenitud un pueblo orgullosamente mestizo.