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LA NARRACIN DE LOS VENCIDOS. MIKEL RUIZ Y LOS DISFRACES DE LA MUERTE

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LA NARRACIN DE LOS VENCIDOS. MIKEL RUIZ Y LOS DISFRACES DE LA MUERTE
DANIEL MALDONADO VELZQUEZ
Museo Rufino Tamayo, Oaxaca, Oaxaca. Foto: Justine Monter Cid
Ojarasca 331, Peridico La Jornada.
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La historiografa oficial llama Guerra de Castas a los distintos enfrentamientos que han sostenido los pueblos de la regin de Los Altos de Chiapas y la lite ladina del estado. El concepto fue acuado, sostiene Jan Rus, por un conjunto de historiadores y periodistas chiapanecos del siglo XIX. Sobresalen dos nombres: Vicente Pineda y Flavio Antonio Paniagua.

Resulta interesante observar que sean estas dos figuras las que se encuentran en el origen de una tradicin que es ms bien una manera de construir la realidad. Vicente Pineda se asumi historiador. En 1888 apareci su Historia de las sublevaciones indgenas habidas en el estado de Chiapas. En ese trabajo, Pineda dio rienda suelta a sus pasiones y dej en claro cules fueron, para l, las causas que propiciaron el estallido del conflicto ocurrido entre ?ladinos e indios? en 1867.

LA NARRACIN DE LOS VENCIDOS. MIKEL RUIZ Y LOS DISFRACES DE LA MUERTE




Flavio Antonio Paniagua, afn en no pocos sentidos a Pineda, comparti sus impresiones desde el peridico La Brjula. Originario de San Cristbal, Paniagua escribi textos periodsticos. La Brjula, adems, le permiti publicar ?como folletn? la tercera de sus novelas. Florinda se quiere un llamado a la concordia. Para Paniagua, el divisionismo slo contribua a daar a la sociedad chiapaneca. Lo importante, segn el novelista, consista en unirse ?sin [hacer] distincin de bandera ideolgica para enfrentar a los insurrectos?.1 Tanto Paniagua como Pineda fueron miembros notables de la lite cultural sancristobalense. Ambos formaron parte de la intelligentsia regional. El espacio desde el cual elaboraron sus obras ha sido, histricamente, uno propicio para que las ideas de naturaleza conservadora florezcan y se desarrollen.

Valindose de sus propios recursos, dejaron constancia de la nobleza y del valor que demostraron, segn ellos, todas las personas que defendieron la ciudad de San Cristbal de las ?huestes insumisas?. Pineda y Paniagua fueron contemporneos del conflicto que entre 1867 y 1870 enfrent a los alteos y a los coletos. Tenan presente, adems, un evento que no fue bien recibido por la lite mestiza y kaxlana de la regin de Los Altos.

La Guerra de Reforma, que hizo de la mexicana una sociedad polarizada, provoc en Chiapas que dos grupos de poder disputaran el control econmico y poltico de la regin. Por un lado, los terratenientes de los valles centrales simpatizaron con la causa liberal y adoptaron sus postulados como estandarte ideolgico. Por el otro, los caciques de las tierras altas abrazaron los principios conservadores con la intencin de salvaguardar sus intereses. En medio de las disputas quedaron los pueblos indios. El control de la mano de obra indgena se convirti en asunto de gran inters para las lites econmicas del estado.

El triunfo de los liberales no resolvi cuestiones tan importantes como el de la tierra. Tampoco lo hizo la Revolucin mexicana. Se ha dicho, acaso con razn, que en Chiapas no hubo revolucin, sino acuerdos entre lites locales (coletas y terraclidas) y autoridades que, por encontrarse lejos, desconocan las caractersticas del territorio chiapaneco.

LOS QUE ESCRIBEN LA HISTORIA

Antes dije que era llamativo que Pineda y Paniagua estn en el origen de un modo muy particular de escribir los hechos. Estn, si se quiere, en el comienzo de una tradicin. La nuestra es una literatura que se ha nutrido considerablemente de la historia, de los acontecimientos que la definen. Es legtimo decir que la tradicin narrativa local, ya no tan incipiente, ha hecho de la historia un pilar sobre el que se han sostenido textos notables. La serie, aunque incompleta, incluye novelas como Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos, Ceremonial de Jess Morales Bermdez, Los confines de la utopa de Alfredo Palacios Espinosa o Nudo de serpientes de Alejandro Aldana. Pero no slo. A la lista valdra la pena aadir a Antonio Garca de Len, Vladimir Gonzlez Roblero y Thomas Louis Benjamin, historiadores crticos.

La literatura, se sabe desde Freud, suele anticiparse. No pocos novelistas han encontrado en la historia del estado ricos elementos con los que han tramado ficcin. Antes, el historiador Manuel B. Trens tom de la primera novela de Flavio Paniagua materiales de archivo que luego incorpor en El imperio en Chiapas, trabajo historiogrfico. La novela de Paniagua, Una rosa y dos espinas, que trata precisamente del enfrentamiento que sostuvieron los simpatizantes del imperio y los republicanos, aliment y, aun, condicion el obrar de B. Trens.

Ahora bien, no basta con decir lo que antes ocurri. O lo que sigue ocurriendo. No, al menos, en lo relativo a la literatura. Para el caso, lo fundamental pasa por hacer de la palabra el ncleo de lo que se cuenta. La palabra literaria modifica la condicin anquilosada del hito. La palabra que es literatura trastoca la doxa, el relato hegemnico vuelto lugar comn. Permite, adems, iluminar zonas oscurecidas, colocar la mirada en los intersticios, espacios olvidados, en donde mora aquello que los cultores de la historiografa oficial han sometido al ninguneo. La palabra que se quiere instrumento mixtificador inocula el nimo derrotista, la autodegradacin y, sin ms, la resignacin. Su contrario es, precisamente, la palabra creadora. La del narrador que desmonta, por medio de la ficcin, el sentido anquilosado que es verdad oficial.

A propsito, hay una escena en Los disfraces de la muerte de Mikel Ruiz, que pareciera cerrar un ciclo o, en todo caso, inaugurar uno nuevo. Es una escena de derrota. No obstante, algo en ella pareciera suponer una especie de reclamo. O mejor: de dispositivo subversor. Mancillado, el protagonista de la novela es conducido por sus captores hacia el palacio municipal de la ciudad de San Cristbal de las Casas. El ?pinche indio? se halla en el corazn de la vida institucional kaxlana. De repente, Jacinto Ik?alnabil concentra la vista ?en el balcn de la presidencia, [y nota que] un grupo de hombres trajeados, entre ellos los hermanos Anselmo y Rogaciano Carballo, Manuel Pineda, Juan Espinosa Torres, y el fantasma del recin fallecido Flavio Antonio Paniagua con el peridico La Brjula bajo el brazo, lo [miran] con desprecio.?2

Se comprende que Jacinto haya sentido el peso de esa mirada. La historia, dicen, la escriben los vencedores.

LOS DISFRACES DE LA MUERTE

No se trata, como hizo Paniagua en su momento, de identificar a dos bandos en disputa y celebrar a unos al tiempo en que se desprecia a los otros. La novelstica de Paniagua, deudora del romanticismo cultivado en Mxico a mediados del siglo XIX, se caracteriz por hacer de los suyos, gente ladina y noble, los buenos dentro de un drama que prometa, con su triunfo, la redencin general. Por ello es que ?los insurrectos? en el conflicto de 1867 fueron los ignorantes, salvajes, incultos. Los indeseables. Suelen ser figuras como Pajarito, Jacinto Prez Ch?ixtot o, como se lee en Los disfraces de la muerte (Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2024), Ik?alnabil. O como Pedro Daz Cuscat y Agustina Gmez Checheb, referentes de la rebelin tseltal de 1867. Los que slo buscan alebrestar el orden bueno que prevalece. Enemigos de la ley y de Dios. Por eso es que, desde la perspectiva del kaxlan, hacen guerra los indios. Eso s, molestan menos cuando oyen el llamado de la gente de bien. Aunque es curioso: la gente noble, buena y digna tambin comete estropicio; evoca Ik?alnabil:

En otra puerta, un anciano quiso proteger a sus nietos de los golpes que los soldados propinaban con sus rifles y fusiles. stos no lo pensaron mucho, con la punta filosa de un luque le cortaron de tajo la cabeza. Los nios corrieron la misma suerte, murieron tragndose sus gritos de miedo. El teniente coronel vio las cabezas rodar por el suelo, al tiempo que se tocaba su cartuchera sobre el pecho. Las balas seguan intactas. Preprate sargento!, me mir. Estn cerca los rabasistas de mierda [?]! Aunque no entenda el plan del finquero, apret mi Muser con fuerza. Est loco, teniente coronel [?]. T provocas al enemigo con sangre de gente inocente. Eso no es de hombres con ch?ulel. Fusilar, saquear casas. Para colmo, la mayora de mi gente estaba ebria y cometa las mismas brutalidades que los ladinos. (p. 64)

En momentos lmite, no hay sitio para el edulcoramiento. Cuando la muerte anda prxima, suele brotar la miseria humana, la mezquindad. Los bandos en guerra que defienden principios diferentes quedan muchas veces hermanados. Los disfraces de la muerte da cuenta de la capacidad de violentar que exhiben, al entrar en combate, los que se estiman enemigos. Los une el horror que infligen. Y la escritura que da rostro a la novela bebe, hasta saturarse, de l:

La gente [?] se precipita sobre Martn, le asestan golpes con las puntas de las lanzas por todo el cuerpo. Su camisa y calzn de lana se empapan de sangre. Un suave gemido se escapa de su garganta con cada estocada detrs del cuello. La punta de una lanza abre su garganta. La sangre borbotea sin parar. Con las manos anhela tapar la herida. Tose, vomita, saca la lengua. Poco a poco su cuerpo deja de moverse. La grisura de sus ojos se extrava en los huaraches empapados de sangre de los jvenes. Frente a su padre balbucea sonidos ininteligibles. Se le entumen los brazos y piernas; lagrimea por el rabillo del ojo. Con una ltima sacudida, sus dedos se engarrotan sobre el cuello. (p. 136)

Cuntos disfraces posee la muerte? Acaso el de la violencia sea uno de ellos. El ms brutal. Puede que otro, no menos impactante, sea el de la memoria. El que est a punto de morir, se cree, libera la memoria, el acto de la recordacin.

LO QUE NARRAN LOS VENCIDOS

Tras ser capturados, Jacinto, su hijo y tres amigos ms experimentan el encierro. La sevicia carrancista se traduce no slo en insultos y golpes. Tambin el sitio en que son arrojados supone una tortura. Al interior de una pocilga, fatigado, Jacinto empieza a narrar para su hijo, Pedro. ste lleva el nombre de su abuelo, padre de Jacinto. Pedro el viejo fue, como lo sera con los aos el mismo Jacinto, vctima de la leva. No se sabe en qu sitio qued su cuerpo. Sin embargo, para Jacinto eso ya no es un problema. Ha querido transmitirle calma a su hijo. Pero su hijo tiene dudas: ?Si el ch?ulel del abuelo regresa, de cul tumba saldr si nunca lo sepultaron? Si los espritus estn enterrados lejos de su tierra, sabrn encontrar el camino para llegar?? (p. 15).

Prisionero ultrajado, Jacinto rememora los agravios y abusos padecidos; incluso, las afrentas que los suyos ?y que l mismo? cometieron. Hace recuento de lo vivido y, de paso, convierte el hito en mito, asunto de encantamiento: Mir mis alas empapadas de sangre. Por eso ya no poda volar. Mis alas me pesaban. Mi cabeza estallaba con los gritos de dolor de Juan, de Miguel, de muchos compaeros que no lograron salir con vida. [?] Busqu a mi alrededor alguna flor que me proveyera de miel, pero no pude ir ms lejos. Se me cortaba el aire. Quise alzar nuevamente el vuelo, [?] mi ala derecha no me ayud. Sent el golpe de mi pico contra la corteza de un cedro. Comenc a levitar en el vaco. Me sum en un sopor inmenso, profundo. (p. 97)

La historia la escriben los vencedores. Pero, dice Ricardo Piglia, la narran los vencidos. Los vencidos se empean en hacer de la memoria el soporte y el resultado de una operacin creativa. Se narra la memoria. Hacerlo supone enfrentar el olvido. Por eso la preocupacin de Jacinto es legtima: ?Y t, hijo, cmo contars esta historia? Si yo hubiera muerto [en batalla] no te estara contando nada ahora? (p. 81).

Los disfraces de la muerte contiene el relato de lo que un padre cuenta a su hijo. Se narra la guerra, los horrores que le son consustanciales. Y tambin la muerte. El hijo de Jacinto es heredero de la vida y de la voz de su estirpe, esos otros. Al final, tal vez sea eso lo que permanece: una memoria compuesta de los rostros perdidos, de los anhelos truncados, de los pesares. Una memoria hecha del vuelo del colibr. De los disfraces de la muerte. Una memoria que es lucha contra el olvido. O una novela que se disfraza de memoria. __________

Notas:

1. Vladimir Gonzlez Roblero (2015). Mxico: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, p. 64.

2. Mikel Ruiz (2024). Los disfraces de la muerte. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, p. 178. Los pasajes citados fueron extrados de la novela. A partir de aqu, se coloca nicamente el nmero de pgina.

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