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El turismo masivo y la codicia conducen a un final trágico de Venecia, alertan

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Frenar la degradación de esa urbe, piden intelectuales, asociaciones y medios de comunicación
La Unesco dirige ultimátum a las autoridades italianas para que reviertan esos problemas
Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Miércoles 31 de mayo de 2017, Venecia.
Lo más cercano a la descripción de la Venecia contemporánea es lo necrológico. Las líricas evocaciones de William Shakespeare, Goethe, Hermann Hesse y de muchos personajes ilustres de la historia han sido sustituidas por los lamentos atormentados de intelectuales, asociaciones y medios nacionales e internacionales que alertan sobre un final trágico de tan singular ciudad, de no adoptarse medidas drásticas que frenen la corrosión y la degradación provocadas por el turismo masivo y la codicia.

En línea con Thomas Mann, pero en tiempos de hambruna, los títulos de la prensa hablan por sí mismos: Muerte en Venecia, Venecia envenenada, El turismo como veneno, que denuncian los problemas de una enfermedad crónica que el pasado verano motivaron un ultimátum de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) a Italia para corregir esos desajustes en favor de un turismo sustentable, antes de ser incluida entre los 55 sitios patrimonio de la humanidad considerados en peligro, junto con Jerusalén (Israel), Potosí (Bolivia) y Alepo (Siria). Esa decisión será anunciada en julio, en Cracovia.

Las motivaciones de este llamado de atención son el asalto indiscriminado del turismo, la invasión de los cruceros-rascacielos de los que desembarcan millón y medio de personas al año y el abandono de la ciudad por los residentes habiéndose vuelto invivible con rentas altísimas, pensadas para el aprovechamiento del turismo; desaparecen los talleres de artesanos y son sustituidos por expendios de comida rápida y souvenirs. Todo ello con la complicidad de la autoridad que no ha regulado ni frenado un fenómeno que genera 2.5 mil millones de euros anuales.

De 23 a 25 millones la visitan al año

Según reporta el Centro Internazionale di Studi sull’Economia Turistica, de 2016 y publicado el pasado 24 de mayo, se estima que Venecia es visitada anualmente por entre 23 y 25 millones de turistas, de los cuales 50.9 por ciento procede de países europeos. Los estadunidenses ocupan el primer lugar de ese total (13.7 por ciento), seguidos por los chinos (4.2 por ciento), mientras de Latinoamérica son los brasileños los más presentes, aunque disminuyen y argentinos y mexicanos aumentan.

El gasto medio de un turista extranjero por día es de 200 euros. Los que más erogan son los asiáticos, seguidos por los estadunidenses y los mexicanos.

De no frenarse, el turismo alcanzará en 2030, 50 millones de visitantes al año.

Basta caminar por la ciudad para darse cuenta de cómo el esplendor de lo que fue una potencia del Mediterráneo hoy se asemeja a un parque de diversiones burdo y desalmado, convertido en una orgía del turismo formado por multitudes, donde se han llegado a ver clavadistas por los puentes, duchazos en las fuentes, pícnics de plaza (¡con todo y mantel!), personas orinando en los basureros o durmiendo en las calles; incluso, esta primavera fueron frecuentes los casos de modelos desnudas deambulando por la ciudad ofreciendo servicios fotográficos.

El Pacto por Venecia es un reporte de propuestas solicitado por la Unesco y entregado el pasado enero por el alcalde Luigi Brugnaro, en París, el cual atenuó las tensiones entre la urbe y la Unesco, mediante la propuesta de un turismo sustentable para el cual el gobierno de Renzi entregó el pasado noviembre 457 millones de euros.

Las acciones adoptadas por Brugnaro han sido pensadas para llevar un registro del número de entradas en la ciudad y medir las tasas para desalentar al turismo más pobre, el que deja menor beneficio, sobre todo, en los meses veraniegos que son los más saturados.

La propuesta inicial de limitar la visita a la plaza de San Marcos (uno de los lugares más retratados y compartidos en redes sociales), con un boleto para permitir una entrada máxima de 65 mil personas al día, por ahora ha sido excluida. Sin embargo, se instalarán contadores de turistas en vía experimental, en áreas estratégicas, como la estación de tren o el puente Calatrava para determinarr con mayor exactitud la afluencia de visitantes.

Además, fueron contratados cien jóvenes policías urbanos con físico de atletas para salvaguardar el decoro ciudadano; se aplican multas cuantiosas para sancionar a los maleducados, pero también al comercio ambulante abusivo.

Por lo que se refiere a los cruceros que llegan en promedio mil 300 al año (Salvatore Settis), generan 270 millones de euros de ganancias y 320 millones de costos ambientales (Gian Antonio Stella), se les aplicará una tasa de desembarque que deberá aprobar el gobierno federal.

Desde hace años asociaciones no lucrativas de gran prestigio en la salvaguarda del patrimonio, como Italia Nostra y el Fondo Ambiente Italiano, junto con una docena de grupos civiles locales y algunos intelectuales como Salvatore Settis, desde hace años defienden la ciudad y su patrimonio.

Falta de compromiso

El Gruppo 25 Aprile manifestó hace unos días su preocupación –se lee en su página de Internet– “por la falta de compromiso para resolver las recomendaciones de la Unesco, empezando por el intento de requilibrar la relación entre el turismo y los residentes, habiendo el municipio apenas autorizado licencias para nuevos hoteles a los ya 402 existentes (…) mientras, respecto del problema de los cruceros no hay voluntad de renunciar en sacarlos del corazón de la laguna, con la pretensión de construir una estación marítima cerca de nuestros hogares.

Una farmacia cerca de Rialto registra el número de residentes que fallece, aguardando la definitiva extinción de los venecianos autóctonos que amontan a 54 mil residentes contra millones de turistas. Una contraste difícil de digerir, sobre todo si se piensa que durante el Renacimiento, Venecia era una de las ciudades más populosas del mundo: en 1540 tenía casi 130 mil habitantes.

El libro Si Venecia muere (2014), de Settis, analiza esa degradación y destaca cómo una ciudad puede destruirse con la pérdida de su memoria, como sucedió con Atenas. El pueblo no vive –según señala Settis– de belleza autoadulatoria, sino de la dinámica que crea con la cotidianidad de la población, con su narrativa y adaptación a su tiempo. La riqueza está en la ciudad invisible, es decir, en el alma de la urbe que la vivifica. Lo que cuenta del patrimonio es la relación que crea con los demás, no el precio que pueda atribuírsele. Cuentan los valores inmateriales; es el fundamento del crecimiento para el futuro. Si la tradición no se renueva, el precio es altísimo; se paga con la muerte.

John Ruskin, en su libro Las piedras de Venecia (1853), evoca (toda proporción guardada) el momento actual, con un dejo de melancolía, pero también de esperanza: Venecia, similar a Tiro por perfección en belleza, pero inferior en duración del dominio, postrada aun frente a nuestros ojos como lo fue en el periodo final de su decadencia: un fantasma en la arena del mar, tan débil, tan silenciosa, tan despojada de todo, fuera que de su belleza, que a veces admiramos en su lánguido reflejo en la laguna, quedándonos inciertos de cuál sea la ciudad y cuál la sombra. Quiero esforzarme en dibujar las líneas de esta imagen, antes de que desaparezca para siempre y de recoger, en la medida que pueda, la advertencia que emana de cada ola que resuena como un toque fúnebre, cuando se rompe contra las piedras de Venecia.

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