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EL HOMBRE FRENTE A LA NATURALEZA MÍTICA. FELIPE SOLÍS

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DIOSES INDÍGENAS DE LA FERTILIDAD

 

 

A más de 500 años de distancia, cuando nos acercamos a la fascinante y compleja religión que integraron por varios milenios los pueblos que habitaron el México antiguo, lo hacemos con el convencimiento de que al no poseer un texto único y oficial que resumiera y explicara cada una de las partes que la integran, debemos entonces realizar el mismo ejercicio que han hecho otros autores que nos antecedieron: estudiar detenidamente el rico conjunto de objetos de la vida material y ritual de aquellos tiempos que han sobrevivido hasta nuestros días que nos brindan la más prístina información -que junto con los textos etnohistóricos recogidos después de la conquista europea-, nos permite reconstruir aunque sea parcialmente el mundo de los dioses de aquellos tiempos.

 

Toca a nosotros presentar al conjunto de deidades que propiciaba la fertilidad y el renacimiento de la vida; en este sentido como primera premisa debemos insistir en que uno de los preceptos que dominaban a la mente indígena, era el hecho de que la mayoría del territorio mesoamericano se rige por dos estaciones en el año, la época de las secas y la de las aguas,; esta división bipartita anual coincide absolutamente con las concepciones de dualidad que se aprecian tanto en los textos como en las imágenes del mundo indígena: lo masculino y lo femenino encontrados; la vida y la muerte, el calor y el frío; el día y la noche; en síntesis, la sequedad y la humedad.

 

 

Para que la lluvia y la humedad ejerzan su acción fertilizadora que impulse el crecimiento de la vegetación, el surgimiento de flores y frutos que finalmente conlleve a la abundancia de animales y al simultáneo desenvolvimiento de la vida humana, debe existir necesariamente un elemento base, eterno y universal que sin lugar a dudas es la Tierra, Tlaltícpatl, la superficie terrestre, donde habita el hombre definido como el plano de vida situado casi a la mitad dentro del esquema de las regiones superiores e inferiores; eje central donde los hombres rodeados de los seres vivos realizan sus actividades domésticas y rituales; así como es ahí donde observan y visualizan los fenómenos de la naturaleza y participan de la acción de los dioses.

Remontándonos al tiempo de los indios, especialmente aquellos que habitaron los valles centrales de México hacia los siglos XV y XVI de nuestra era, nos encontramos con un precioso relato que con gran fuerza en su descripción nos explica cómo el mundo y la tierra en particular fueron creados por la acción de los dioses:

 

 

"La tierra fue creada de esta suerte:Dos dioses, Quetzalcóatl y Tezcatlipocabajaron del cielo a la diosa Tlaltecuhtli,la cual estaba llena por todas las coyunturasde ojos y de bocas, con las que mordíacomo bestia salvaje. Y antes de que fuese bajada,había ya agua, que no saben quién la creó,sobre la que esta diosa caminaba.Lo que viendo los dioses dijeron el uno al otro:"es menester hacer la tierra"."Y esto diciendo, se cambiaron ambos en dosgrandes sierpes, de las que el uno asió a ladiosa de junto a la mano derecha hasta elpie izquierdo, y el otro de la mano izquierdaal pie derecho. Y la apretaron tanto, que lahicieron partir por la mitad, y del medio de lasespaldas hicieron la tierra y la otra mitadla subieron al cielo, de lo cual los otros

dioses quedaron muy corridos".

 

 

"Luego, hecho esto, para compensar a ladicha diosa de los daños que estos dosdioses le habían hecho, todos los diosesdescendieron a consolarla y ordenaron quede ella saliese todo el fruto necesariopara la vida del hombre. Y para hacerlo,hicieron de sus cabellos, árboles y floresy hierbas; y de su piel la hierba muy menuday florecillas; de los ojos pozos y fuentesy pequeñas cuevas; de la boca, ríos y cavernas

grandes; de la nariz, valles y montañas".

 

 

"Esta diosa lloraba algunas veces por lanoche, deseando comer corazones de hombresy no se quería callar, en tanto queno se le daban, ni quería dar fruto si no

era regada con sangre de hombre."

 

 

(Thevet, 1973: 10.)

 

 

En este mito lo femenino y lo masculino se integran a la tierra como elementos dinámicos, contradictorios y complementarios. Así mismo, al identificarla como una diosa y al dar su nombre que se traduce literalmente como el Señor de la Tierra, nos acerca aún más a que la tierra misma es una metáfora en donde se confunden lo femenino y lo masculino con la acción creativa y destructiva, la tierra da de comer, la tierra todo lo destruye y acaba (Solís y González, 1989: 28-29).

 

 

Tláloc.

Códice Magliabecchi

 

 

Esta caracterización de la tierra en sus dos personificaciones, la femenina que permitía a la naturaleza la fecundación y regeneración de la vida y otra de carácter masculino que a su vez es la entrada al mundo de los muertos, el Mictlán, que se encarga de destruir todo lo que se deposita en ella (lo transforma primero en huesos y después en polvo), la vemos materializada en la Coatlicue Mayor, deslumbrante escultura en la que el espectador advierte el carácter femenino en la figura a través del torso de la mujer con los senos flácidos alusivos a la gran tarea de alimentar a hombres y dioses; la que con su decapitación y mutilación permite el fluir de la sangre, líquido precioso, que permitirá el renacimiento de la vida; en la base de esta escultura está el relieve de Tlaltecuhtli, la otra parte de la dualidad, el Señor de la Tierra, que semejando un batracio -por lo menos así es su posición, con un ornamento en la cara que evoca a Tláloc-, lleva sobre sus espaldas a la tierra fecundadora (Solís, 1991: 137-138).Este concepto de la tierra, semejante a un animal monstruoso, cubierto de púas, Cipactli, a manera de un gigantesco lagarto, así es la superficie terrestre, indudablemente es la explicación más poética para el vibrante paisaje tectónico que conforma el altiplano central mexicano; región donde debe haberse estructurado el mito. Así también la primigenia conformación orogénica cruza el territorio nacional flanqueando las costas del Pacífico y del Golfo y con sus montañas y volcanes se entreteje la carne viva de nuestra República. Si contemplamos desde una gran altura las altas tierras centrales, lo primero que destaca ante nuestros ojos son las cadenas montañosas que cruzan el terreno en diversas direcciones; los picos de las elevaciones son como las filosas púas del Cipactli. Esta es la metáfora que explica la vida misma: la naturaleza real no es más que la creación de los dioses, transformándose también así en una naturaleza mítica, donde año con año el hombre espera, promueve, suplica por la llegada de las lluvias, y de esta manera asegurar su sustento, el de sus hijos y la continuidad de la existencia (Solís, op. cit.: 24).La información que nos brindan las fuentes etnohistóricas y arqueológicas del mundo mexica, es la más rica en torno a la vida ritual, al ceremonial, a la vibrante y colorida descripción de las fiestas en honor de los diversos dioses (Sahagún, 1956; Ritos, 1958; Sahagún, 1989), y así mismo, el corazón sagrado de México-Tenochtitlan, ciudad capital de este pueblo, ha sido excavado sistemáticamente y es mediante los trabaj os del Templo Mayor que conocemos mucho más de la vida ritual del universo indígena prehispánico.Para la época final del desarrollo cultural en el Altiplano Central Mexicano, dos deidades regían con su influencia y su poder el mundo del hombre mexica: Tláloc, la ancestral deidad de los agricultores, y Huitzilopochtli, el arribista dios tribal de la migración azteca; que en el papel de numen guerrero de carácter solar compartía elementos simbólicos con Huehuetéotl-Xiutecuhtli y Tezcatlipoca (Solís,1991: 156- 158).

Desde los lejanos tiempos de las primeras sociedades agrícolas organizadas, que los arqueólogos denominan Formativo o Preclásico Tardío, que se puede fechar hacia 300 a.C., aparentemente la personificación de Tláloc como patrono de la lluvia se hace presente. Se ha considerado que las imágenes más tempranas que tenemos de este numen consisten en vasijas en forma de ollas a las cuales se les modeló una figura que combina elementos humanos y fantásticos, con desproporcionadas bocas que presentan enormes dientes.

 

 

Chalchiuhtlicue.

Códice Borbónico.

 

 

Pero será en los primeros tiempos de Teotihuacan cuando efectivamente tendremos recipientes con la máscara fantástica del dios y figurillas que lucen aros alrededor de los ojos. De hecho consideramos que es en el mundo clásico (100-900 d.C.), donde Tláloc se impone como la deidad tradicional de los agricultores; su iconografía adquiere una estandarización que se repetirá y manifestará por todo el territorio mesoamericano, no obstante que tomará diversos nombres, según las lenguas locales y así también adquirirá ciertos rasgos de identificación en cada una de las culturas.Podemos identificar a la deidad por su máscara ritual que da la impresión de que el dios luce anteojos y bigotes, que en muchos casos no son más que estilizaciones de unas originales serpientes cuyas colas se ubican en la parte superior del rostro y conforman las cejas; los cuerpos de los reptiles se entrelazan formando la nariz; posteriormente el cuerpo de la serpiente, a cada lado del rostro, da una vuelta alrededor de los ojos -a manera de anillo o círculo-, para que finalmente las cabezas de ambos animales, en la sección de la boca de la máscara, se coloquen de perfil y frente a frente, de tal manera que los colmillos de ambas integran la boca monstruosa del dios (Caso, 1936: 25).En el mundo maya se le nombraba Chac y se caracterizaba por su protuberante nariz; en la región oaxaqueña, los zapotecos lo conocían por Cocijo y los mixtecos le rendían homenaje con su nombre Tzahui, que iconográficamente era idéntico a Tláloc; en la costa del Golfo, los hablantes de totonaco llamaban Tajín a la poderosa deidad que representaba la fuerza y la violencia de las tempestades, hermanándose con huracán, personificación de la destrucción por agua en la región antillana (Nicholson, 1959: 163-164).Thelma Sullivan considera que el verdadero significado de su nombre está relacionado con las voces o sonidos del interior de la tierra, por lo tanto Señor de las cavernas y las montañas. En los relatos indígenas se menciona que Tláloc guardaba el agua en los cerros y montañas; cuando llegaba el tiempo de la lluvia ordenaba a sus ayudantes los tlaloques que colectaran el líquido en ollas y jarras con su imagen presente y remontaran al firmamento, en donde a golpes con sus cetros o bastones -produciendo rayos y truenos-, se rompían aquellas ollas, ocurriendo la lluvia.En relación con la concepción del universo de un centro y sus cuatro direcciones, en la Historia de los mexicanos por sus pinturas se dice que Tláloc tenía también, según la imagen mítica, cuatro enormes recipientes con un agua diversa; la fértil, la que al llover permite el cimiento de las semillas; otra es la que hace que se pudran las plantas y los frutos, que se llenen de "telarañas", es decir que su exceso produce la putrefacción; la tercera produce las heladas de los campos y la cuarta es la falta de lluvia, la extrema sequía, la carencia de comida. Nuevamente, resalta aquí esta ambivalencia de acciones de las deidades mesoamericanas, de creación y destrucción (Caso, 1953: 59).Tláloc, como suprema deidad de los agricultores, tiene también una función política: el ejercicio del poder que tenían los gobernantes indígenas en el altiplano central mexicano se renovaba anualmente en el extraordinario recinto sagrado que aún hoy existe en la cúspide del cerro que lleva su nombre, ubicado en la Sierra Nevada al oriente del Valle de México; hasta allá iban los tlatoanis de la Triple Alianza y los gobernantes vasallos; en una rutilante ceremonia en la que estos señores participaban, el poder de producir la lluvia, la capacidad de fertilizar los campos, se entremezclaba con las actividades de gobierno y se transformaba entonces en una de las funciones principales de aquellos que regían los destinos de las ciudades indígenas.La contraparte femenina del agua estaba personificada por Chalchiuhtlicue, "la de las faldas de jade", diosa que regía pozos, manantiales, los lagos y el mar, es decir toda el agua contenida, y así se le imaginaba como la patrona de los gigantescos recipientes donde el preciado líquido se depositaba en la superficie de la tierra; al igual que su compañero, ella propiciaba con su acción la irrigación de los campos y las actividades mediante las que se recolectaban plantas y animales acuáticos, vitales para el sustento; así también todos los objetos preciosos, procedentes fundamentalmente del mar: conchas, caracoles, corales, perlas, peces, etc., se obtenían bajo su patrocinio. Los animales asociados a estas deidades del agua son por supuesto todos aquellos que viven en el mundo acuático, además de serpientes y ranas.Por curioso que parezca, para la época Postclásica, particularmente en el altiplano central, la ancestral y creadora deidad conocida como Quetzalcóatl -la serpiente preciosa o emplumada-, que decían había participado en la creación del Sol y habría dado también forma y aliento al hombre, era más popular en una de sus advocaciones que producía el viento y como tal se ligaba de inmediato con Tláloc, ya que pensaban que al soplar el viento y barrer los campos, era el preludio de la llegada de las lluvias (Nicholson, 1971: 416).

Se le nombraba Ehécatl-Quetzalcóatl, su rasgo peculiar y distintivo era la media máscara en forma de pico de ave fantástica que le cubría la parte inferior del rostro; según el pensamiento indígena, era el instrumento que permitía a la deidad producir el viento. De los animales que se asocian a Ehécatl-Quetzalcóatl, el más cercano es el mono, ya que su carácter es muy cambiante y temperamental, semejante al del viento: unas veces tranquilo y suave y otras veces enfurecido y violento, cuyos remolinos podrían destruir casas y sembradíos.

 

 

Ehécatl-Quetzalcóatl.

Códice Magliabecchi.

 

 

El que la tierra se cubriera de verdor, que los campos lucieran valores y frutos y que, al tiempo, también revolotearan alrededor de esta florida vegetación mariposas y pájaros e innumerables insectos más, se debía a la participación de varias deidades, que en orden de importancia realizaban su labor en relación directa con la tierra.El Sol, el agente activo y masculino por excelencia, lanzaba sus rayos fecundos que penetraban en la tierra, regada oportunamente por la lluvia, y ello daba el primer paso para la generación de vida, de ahí que Tonatiuh sea un numen básico en el proceso generativo de vida. Claro que como advertimos anteriormente, su participación deberá quedar inscrita para este propósito, al tiempo de la llegada de las aguas. Los rayos del Sol, a manera de cetros divinos -cuyo remate correspondería a la cola de la Xiuhcóatl-, simbolizaban el bastón plantador sagrado, una especie de coa, que con un carácter sexual penetraba en la tierra y hendía en ella el poder de la fertilidad.

Relacionado directamente con esta acción fertilizadora se encontraba Xipe-Tótec, una peculiar deidad, cuyo origen mismo no ha podido precisarse con seguridad, ya que según los propios mexicas procedía de las costas del océano Pacífico, "este dios era honrado de aquellos que vivían a la orilla de la mar, y su origen tuvo en Tzapotlan, pueblo de Xalixco" (Sahagún, 1989,1:55). Así también se decía que era la máxima deidad para el pueblo yopitzinca de la región del actual estado de Guerrero. Por su parte los arqueólogos consideran que, ya desde la época teotihuacana, hay imágenes de dioses enmascarados que preludian al numen; lo que es bien cierto es que en la región de la costa del Golfo, hacia el Clásico Tardío (600-900), hay imágenes muy realistas y brutales de Xipe-Tótec (Aveleyra, 1964).

 

 

Xipe-Tótec.

Códice Borbónico.

 

 

Xipe-Tótec era el dios principal de la festividad denominada Tlacaxipehualiztli, cuando se realizaban impresionantes sacrificios en los que a las víctimas, después de ser derrotadas en batallas rituales, sobre el temalacatl -cilindros escultóricos con la imagen del disco solar-, después de extraerles el corazón, se les decapitaba y despellejaba, y con la piel del rostro y de un gran trozo que correspondería al torso y a los brazos, algunos individuos vestían con dichos pellejos y usaban la del rostro a manera de máscara y se presentaban todo el resto de la veintena portando esta vestimenta peculiar hasta que en el siguiente mes, a principios, ellos se despojaban de esta macabra insignia de Xipe, para volver a lucir su aspecto original. Asimismo, esa macabra vestimenta es el elemento iconográfico que identifica a la deidad (Nicholson, 1971: 422-424).Según algunos autores, todo este proceso ceremonial simbolizaría el que ha llegado a término la época en que la diosa Tierra debe cambiar la piel vieja, áspera y seca por una nueva, vital y juvenil. Por este proceso de cambio de piel, Xipe-Tótec era también el dios de los orfebres, quienes en el proceso final de su actividad artesanal, al abrir el molde de arcilla, rugoso y pardo, permitían ver el objeto fundido de oro brillante y deslumbrante (Solís y Carmona, 1995).Para algunos estudiosos, más atrevidos, Xipe sería como el pellejo que cubre al pene y que al quitarlo permite la exhibición del mismo y ello, con la connotación de fertilidad solar a la que hemos hecho referencia líneas arriba, traería consigo el inicio de la acción solar en relación con la futura revitalización de la naturaleza, en la que participará activamente la sangre como líquido precioso relacionado con la regeneración.Cuando la tierra ha sido fecundada, la acción entonces corresponde a Xochipilli, deidad que probablemente tiene su presencia más temprana en tiempos de Teotihuacan, donde múltiples braseros de carácter escenográfico han sido identificados con las imágenes de Xochipilli. Para la época de los mexicas, esta deidad tenía una clara connotación solar y sureña; su nombre calendárico es Macuilxóchitl, "5-Flor". Aún más, es muy posible que además de su carácter solar, Xochipilli estuviera asociado a la imagen suprema del gobernante quien, como representante de Xiuhtecuhtli, portaba sus insignias, de ahí que las imágenes de Xochipilli lo muestren siempre en posición sedente sobre un trono o icpalli, distintivo también de los tlatoanis, y presidiendo la entrada a los santuarios más importantes a manera de portaestandarte (Solís, 1991: 36-38).En los relatos que nos describen a esta deidad y su ceremonial resalta el hecho de que a él se asocia el cambio de infancia o adolescencia en los hombres (Cartwright, 1982: 76). virtualmente la equiparación a la maduración del cuerpo humano que permitirá la vida adulta, el que el individuo destaque por sus acciones valerosas y el que pueda propagar la especie. Por ello no es de extrañar que en el transcurso del año, cuando el calor y la humedad permiten la madurez de la naturaleza y ésta se expresa mediante la floración, ello se deba también a la acción de Xochipilli. Relacionados con él son también el mono, por alegre y festivo, muchas aves diurnas, especialmente el pájaro coxcox, así como las mariposas y las flores.Es el patrono de la música, del canto y la danza, de todas las expresiones festivas en relación con la fertilidad humana y de la naturaleza, así también una de sus advocaciones es Centéotl, joven dios del maíz. Xochiquétzal, su compañera -la flor preciosa-, por las razones que hemos expresado líneas arriba, es la patrona del impulso sexual en las mujeres, el cual llega cuando éstas han alcanzado su adolescencia y así también ella encabeza la acción de las mujeres públicas, las que complacen y acompañan a los jóvenes guerreros.Con la fertilización de los campos crece la planta primordial, la que sustenta al pueblo, la que dio razón a las civilizaciones mesoamericanas, el maíz, que para tiempos de los mexicas, en su forma vegetal como mazorca, tendría una advocación masculina: Cintéotl, pero fundamentalmente, es la comida de todos una de las diosas madres encargada de dar de comer a la población cuyo nombre calendárico es Chicomecóatl, "7-Serpiente", que en su fase núbil se llama Xilonen.A ella la reconocemos por los centenares de esculturas que han llegado hasta nuestros días, en las que apreciamos a una mujer madura que luce un tocado de forma cuadrada llamado amacalli que la identifica; normalmente, lleva en ambas manos los dos pares de mazorcas sagrados, los primeros que se recolectan del sembradío y que se llevaban devotamente al templo (Pasztory, 1983: 218-219); entre los zapotecas el patrono del maíz es Pitao Cozobi y los mayas le rindieron culto como una deidad joven.Otra de las plantas que fueron fundamentales para la vida de los pueblos prehispánicos, especialmente los del altiplano central, fue el maguey, al cual se le reverenciaba como numen madre del pueblo; Mayahuel, la diosa-planta, proveía de la fibra del henequén, de la que estaban tejidas todas las prendas de los campesinos; además de textiles, con ellas se hacían cordeles y otras labores útiles en la vida diaria; los deliciosos gusanos que se crían en su interior son un suculento platillo que aún nos deleita en nuestros días; las pencas servían de tejas; se dice que con ellas se hacía papel y las púas servían para el autosacrificio (Nicholson, 1971: 420).En su época de madurez, del interior se extrae un líquido embriagante: el pulque, que tiene su propia deidad patrona cuyo nombre calendárico es Ometochtli, "2-Conejo", el cual es asistido por los cenzon totochti, "Los 400 Conejos", encargados de dar sentido y razón a las diversas variables de borrachera (Nicholson, op. cit.. 119), de ahí que el conejo sea el animal emblema de estas deidades y en tiempos indígenas al término emborracharse se le denominaba aconejarse.

Es en las pequeñas figurillas de arcilla, especialmente aquellas hechas en molde, donde podemos apreciar con detalle la vestimenta, tocado e insignias que en los documentos pictográficos se encuentran como distintivos de las deidades (Códice Florentino, 1982, vol.I).

 

 

Xochipilli.

Códice Magliabecchi.

 

 

Si bien la complejidad de nombres y cultos, el impactante relato del seguimiento cuidadoso de las ceremonias que se realizaban cada día, cada 20 y cada año, hacen más complejo y distante este mundo religioso de nuestro pasado indígena, es indudable que en él reconocemos siglos de acumulación de información, de una detallada observación de la naturaleza y de su necesaria explicación mítica. En este pensamiento precientífico se sobrepone ante todo el dominio de los dioses, los que se encargan de regir el universo creado por ellos mismos, donde el hombre tiene como misión fundamental la práctica puntual del complejo ceremonial que permita la contravida de la vida.

 

 

FELIPE SOLÍS

 

 

BIBLIOGRAFÍAAveleyra Arroyo de Anda, Luis, Obras selectas del arte prehispánico, Consejo para la Planeación e Instalación del Musco Nacional de Antropología, SEP, México, 1964.Cartwright Brundage, Burr, El Quinto Sol. Dioses y mundo azteca, Editorial Diana, México, 1982.Caso, Alfonso, "La religión de los aztecas", Enciclopedia Ilustrada Mexicana, Imprenta Mundial, México, 1936.-, El pueblo del Sol, Fondo de Cultura Económica, México, 1953.Códice Florentino. Manuscrito 218-220 de la colección palatina de la Biblioteca Medicea Laurenziana, edición del Gobierno de México, México, 1982.Nicholson, Henry B., "Los principales dioses mesoamericanos", Esplendor del México antiguo, vol. I, pp. 161-178, Centro de Investigaciones Antropológicas de México, México, 1959.-, "Religión in Pre-Hispanic Central México", Handbook of Middle Amerivan Indians, vol. 10, Archaeology of Northern Mesoamerica, part One, pp. 395-446, University of Texas Press, Austin, 1971.Pasztory, Esther, Aztec Art, Harry N. Abrams, Inc., Publishers, New York, 1983.Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses, Textos de los Informantes de Sahagún: 1. Introducción, paleografía, versión y notas de Miguel León-Portilla, UNAM, México, 1958.Sahagún, Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España, edición de Ángel Ma. Garibay K., tomo I, Editorial Porrúa, México, 1956.-, Historia general de las cosas de Nueva España, primera versión íntegra del texto castellano del Manuscrito conocido como Códice Florentino. Introducción, paleografía, glosario y notas de Alfredo López Austin y Josefina García Quintana, México, 1989.Solís, Felipe, Gloria y fama mexica, Smurfit Cartón y Papel de México, S.A. de C.V., y Galería Arvil, México, 1981.Solís O., Felipe y Ernesto González Licón. "Tlaltecuhtli el Señor de la Tierra", Antropología, nueva época, núm. 25, enero-febrero de 1989, pp. 26-30, México, 1989.

Thevet, "Historia de México", Teogonía e historia de los mexicanos-Tres opúsculos, col. Sepan Cuántos, núm. 37, Editorial Porrúa, México, 1973.

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Tomado de:

 

http://www.mexico-tenoch.com/magico/text4.html

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