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MÉXICO PROFUNDO UNA CIVILIZACIÓN NEGADA de Guillermo Bonfil Batalla I

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GUILLERMO BONFIL BATALLA Y EL MÉXICO PROFUNDO 1

El México profundo está formado por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales que constituyen la mayoría de la población del país. Lo que los une y los distingue del resto de la sociedad mexicana es que son grupos portadores de maneras de entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización mesoamericana, forjada aquí a lo largo de un dilatado y complejo proceso histórico. Las expresiones actuales de esta civilización son muy diversas: desde las culturas que algunos pueblos indios han sabido conservar con mayor grado de cohesión interna, hasta la gran cantidad de rasgos aislados que se distribuyen de manera diferente en los distintos sectores urbanos. La civilización mesoamericana es una civilización negada, cuya presencia es imprescindible reconocer.

La historia reciente de México, la de los últimos 500 años es la historia del enfrentamiento permanente entre quienes pretenden encauzar el país en el proyecto de la civilización occidental y quienes resisten arraigados en formas de vida de estirpe mesoamericana.

Son esos grupos que participan de dos civilizaciones distintas, las que a lo largo de medio milenio han mantenida una opción constante han mantenido una oposición constante, porque el origen colonial de la sociedad mexicana ha provocado que los grupos y clases dominantes del país sean, simultáneamente, los participantes e impulsores del proyecto occidental, los creadores del México imaginario, en tanto en la base de la pirámide social resisten los pueblos que encarnan la civilización mesoamericana, sustento del México profundo. La coincidencia de poder y civilización occidental, en un polo, y sujeción y civilización mesoamericana en el otro, no es una condición fortuita, sino el resultado necesario de una historia colonial que hasta ahora no ha sido cancelada en el interior de la sociedad mexicana.

La descolonización de México fue incompleta: se obtuvo la independencia frente España, pero no se eliminó la estructura colonial interna, porque los grupos que han detentado el poder desde 1821 nunca han renunciado al proyecto civilizatorio de occidente ni han superado la visión distorsionada del país que es consustancial al punto de vista del colonizador. Así, los diversos proyectos nacionales conforme a los cuales se ha pretendido organizar la sociedad mexicana en los distintos periodos de su historia independiente, han sido en todos los casos proyectos encuadrados exclusivamente en el marco de la civilización occidental, en los que la realidad de México Profundo no tiene cabida y es contemplada únicamente como símbolo de atraso y obstáculo a vencer.

Los pueblos del México profundo crean y recrean continuamente su cultura, la ajustan a las presiones cambiantes, refuerza sus ámbitos propios y privados, hacen suyos elementos culturales ajenos para ponerlos al servicio, reiteran psíquicamente los actos colectivos que son una manera de expresar y de renovar su identidad propia; callan o se revelan, según en la estrategia afinada por siglos de resistencia.

No podemos seguir manteniendo los ojos cerrados ante el México profundo; no podemos seguir ignorando y negando el potencial que representa para el país la presencia viva de la civilización mesoamericana seguido de lo que se trata, pues, cuando se propugne aquí una reflexión sobre el dilema de la civilización en México, es la necesidad de formular un nuevo proyecto de nación que incorpore como capital activo todo lo que realmente forma el patrimonio que los mexicanos hemos heredado: no sólo los recursos naturales sino también las diversas formas de entender y aprovechar los, a través de conocimientos y tecnologías que son herencia histórica de los diversos pueblos que componen la nación no sólo la fuerza de trabajo individual de millones de compatriotas, sino la forma de organización para la producción y el consumo que persisten en México profundo y han hecho posible su sobrevivencia; no sólo los conocimientos que con muchos esfuerzos se han ido acumulando (más que desarrollando) en México y que y que pertenecen a la tradición occidental, sino a toda la rica gama de conocimientos que son producto de la experiencia milenaria del México profundo. En fin, lo que requerimos es encontrar los caminos para que fortalezca el enorme potencial cultural que contiene la civilización negada de México, porque con esa civilización, y no contra ella, es como podremos construir un proyecto real nuestro, que desplace de una vez para siempre el proyecto del México imaginario que está dando las pruebas finales de su invalidez.

Son apuntes para un debate ineludible y urgente, en el que es necesario poner en primer término la cuestión de la democracia. Pero no la democracia formal, dócil y torpemente calcada de occidente, sino la democracia real, la que debe derivarse de nuestra historia y responder a la composición rica y variada de la sociedad mexicana. Éste es, también un problema de civilización.

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