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Maíz y racismo

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Cristina Barros y Marco Buenrostro
La Joranda del Campo
15octubre 2011
La invasión española implicó una nueva mirada sobre la cultura de los antiguos mexicanos; muchas veces se reprobó su religión, costumbres y alimentación, entre otras expresiones culturales. Respecto del maíz hubo al principio encendidos elogios; Francisco Hernández, el médico de la corte española enviado en el siglo XVI por Felipe II para investigar las plantas y animales de Nueva España, enfatizó que no reprobaba al maíz, más bien lo alababa “grandemente”. Se preguntó por qué los españoles, “imitadores diligentísimos de lo extranjero y que tan bien saben aprovechar los inventos ajenos, no han adaptado todavía sus usos ni han llevado a sus tierras y cultivado este género de grano…”.

Menciona luego las muchas cualidades de este grano que “usado convenientemente es sobremanera saludable tanto para los sanos como para los enfermos, de fácil cultivo, que nace ubérrima y segurísimamente casi en cualquier suelo y está poco sujeto a los perjuicios de la sequía y demás rigores del cielo y de la tierra, y mediante el cual podrían librarse del hambre y de los innumerables males que de ella se derivan”.

El maíz llegó a Europa a comienzo del siglo XVI; también a China y a África. Hacia el siglo XVII ya se cultivaba ampliamente, salvando del hambre, como lo anunció Francisco Hernández, a miles de personas. Sin embargo no corrió con tan buena suerte, pues fue adoptado por campesinos pobres; se asoció entonces maíz con pobreza.

En el siglo XVIII los campesinos europeos eran explotados y su dieta poco variada; para contar con proteína centraron su alimentación en el maíz. Pero no conocían la nixtamalización. Por ello se extendió en Europa la enfermedad llamada pelagra, que se presenta por falta de niacina, una vitamina que se libera al cocer el maíz con cal, como lo hacemos en México para preparar la masa de las tortillas. Al atribuir al consumo de maíz la presencia de pelagra, este cereal cobró mala fama y se redujo su consumo humano, aunque siguió cultivándose extensamente. Hacia finales del siglo XIX, cuando la dieta se hizo más variada, se redujo la pelagra, hasta que desapareció a mediados del siglo XX.

Sin embargo, la cultura occidental sigue privilegiando al trigo; el maíz se cultiva desde hace décadas en Estados Unidos como “alimento de los pobres y forraje para los ricos”, esto sin contar sus múltiples importantes usos industriales.


FOTO: Ibañez y Sora, Chontal, 1910
La asociación de maíz con pobreza provocó estragos también en México. En el porfiriato, el positivista Francisco Bulnes fue un tenaz defensor de la superioridad del trigo frente al maíz; consideraba que la debilidad de los indígenas se debía a una alimentación basada en maíz.

En los inicios del siglo XX, Andrés Molina Enríquez cuestionaría a Bulnes. Con una dieta con base en la tortilla, los más pobres aguantaban pesadas jornadas de trabajo y habían luchado con valor en las guerras de Independencia y contra la invasión extranjera. Para Molina, el verdadero problema era la desigualdad en la tenencia de la tierra y una dieta limitada. En una visión más amplia, la depresión indígena debía relacionarse con las violentas transformaciones que trajo consigo la invasión española, y con los problemas estructurales profundos que mantenían a los indígenas en la postración y acentuaban la desigualdad de oportunidades. Se adelantaba así a las ideas de la Revolución.

Durante el cardenismo se creó la Comisión Nacional de Nutrición, que en 1942 se convirtió en el Instituto de Nutrición, con Francisco de Paula Miranda al frente. Entonces William D. Robinson concluyó que “una dieta de tortillas, frijoles y chiles puede ser mucho más satisfactoria de lo que se había pensado hasta ahora”. Se encomió además la unión de maíz y frijol como fuente de proteínas.

A pesar de que desde el extranjero se le daba carta blanca al maíz, los prejuicios continuaron y continúan. Si bien la mayoría de los mexicanos tiene como principal alimento la tortilla, al maíz se le mira con cierto desdén. Dígalo si no el hecho de que las panaderías se renuevan y en cambio las tortillerías siguen siendo en general lugares descuidados y a veces sucios. En la cola para las tortillas, se hace evidente el racismo que queremos ocultar; pocas veces vemos a personas de la clase media y alta ahí; en cambio, sí van a comprar el pan.

La colonización trajo consigo la tendencia a separase del “otro”, el indio, a través de las costumbres: vestido, vivienda, lengua, alimentación. Esta actitud cambió de signo en el siglo XIX; de la preeminencia de lo español, pasamos a la admiración a lo francés. Actualmente está actitud se dirige a Estados Unidos y su tecnología. Contradictoriamente, mientras allá se incrementa el consumo de tortilla, aquí se come más pan industrializado con las consecuencias en la salud de todos conocidas. La gran pregunta es ¿cuándo los mexicanos apreciaremos en su justo valor la rica herencia indígena, y nos decidiremos a conocerla e integrarla a nuestras vidas? Entonces el maíz tendrá su lugar no de manera vergonzante, sino con verdadero orgullo.

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