Para comprender los problemas de México, es necesario conocer su historia, porque un pueblo que la desconoce está condenado a repetirla, y eso es justamente lo que nos ha estado pasando.
Primero debemos apuntar que somos hijos de los hijos de una de las seis civilizaciones más antiguas del mundo y que desde que se inventó la agricultura a la llegada de los españoles habían transcurrido siete milenios y medio.
En ese tiempo alcanzamos el más alto nivel de desarrollo humano para todo el pueblo en la historia de la humanidad, logro que el eurocentrismo ha ocultado por todos los medios, pero aquí se encuentra la sabiduría y la inspiración para construir un futuro mejor para todos.
Los españoles llegaron en el periodo decadente de carácter filosófico-religioso por la partida de los Venerables Maestros, allá en el año 850.
Así que del colapso cultural a la llegada de los españoles habían transcurrido más de seis siglos. La decadencia no fue civilizatoria, ya que la ciudad de México-Tenochtitlán era, en 1519, la ciudad más grande y mejor dotada del mundo.
La decadencia era de carácter filosófico-religioso, la milenaria Toltecáyotl de esencia espiritual fue cambiada por la Mexicayotl, de esencia material.
Donde Quetzalcóatl, símbolo de la espiritualidad, la educación y el desarrollo espiritual, fue cambiado por los mexicas por Huitzilopochtli símbolo de la “voluntad de poder, la guerra y el mundo material”.
Los mexicas transgredieron la milenaria enseñanza porque pesaba en esos momentos en el Cem Anáhuac la incertidumbre del final del Quinto Sol. Por lo que el longevo Cihuacóatl Tlacaélel, mando destruir los códices antiguos y creó una nueva ideología tomando como base la tolteca, pero substituyendo a Quetzalcóatl e imponiendo a Huitzilopochtli.
Para asegurar la expansión en tiempo y espacio, los mexicas cambiaron la ideología espiritual por una ideología materialista, sustentada en la guerra imperial, el comercio y una nobleza hereditaria a través de la Triple Alianza.
De esta manera los mexicas se convirtieron en el pueblo sostenedor del Quinto Sol” y temían el profetizado regreso de Quetzalcóatl que había abandonado el Anáhuac seis siglos antes, y que era símbolo de la educación y la espiritualidad tolteca.
Cuando Hernán Cortés se entera por cuenta de Malinche, la mujer símbolo de la traición, del temor que tenían los mexicas del cumplimento de la profecía, Cortés se asumió como el “capitán de Quetzalcóatl” y argumento que el rey de España era Quetzalcóatl y que lo había enviado para ajustar cuentas y poner el mundo anahuaca en orden, inicia una guerra civil y se hace del poder.
Los mexicas no eran tan poderosos como la ideología criolla nos los presenta en la “historia oficial”, ni tenían el control y dominio pleno de los pueblos y territorios del Cem Anáhuac. Controlaban el Altiplano Central y parte de las costas del Golfo. El hecho que comerciaran con todos los pueblos y llegaran hasta Centro América, no los hacia dueños del Anáhuac.
Existían pueblos más numerosos y mejores guerreros como fueron los mayas y los purépechas, éstos últimos derrotaron a los mexicas antes de la llegada de los europeos.
Más que guerreros los mexicas eran mejores comerciantes, porque entre otras reformas a la Toltecáyotl, alentaron la propiedad privada, la creación de la moneda a través del cacao, usado como instrumento de cambio, y crearon una casta de guerreros que tenían el poder a través de una teocracia con una base económica.
Si bien, los mexicas empezaron a tener un relativo poder hasta 1440, transcurrieron solo 81 años de “una supuesta gloria”, más recreada por los conquistadores, que con sus exagerados y falsos testimonios sobre los conquistados, pretendían “agrandar sus victorias”.
Los misioneros que pretendían presentarse como salvadores de un poderoso pueblo que era poseído por el demonio y que ellos, con su fe y su valor, lograron evangelizar y civilizar.
Los escritos de la mayoría de los hombres de la iglesia eran para “investigar” a los otros, para conocer sus usos y costumbres demoniacos y hacerlos saber entre los nuevos misioneros que llegaban para destruirlos con más eficiencia.
Sorprende que los textos de conquistadores, misioneros e indígenas conversos, plagados de errores y falsas apreciaciones, llenas de dolo y desprecio, sean tomadas como “fuentes históricas fidedignas”, lo que implica lo aberrante y descalificada que es la “historia oficial”.
Y justamente este es el punto de conocer el pasado para entender el presente y poder definir el futuro. Cortés fue un impostor que destruyó un orden civilizatorio de más de siete milenios.
A diferencia del Reino de España que apenas surgió en 1516 y que había asumido totalitaria y violentamente la religión Católica. En efecto, en la península, antes del nacimiento de Jesús de Nazaret tenía sus propias religiones de los pueblos originarios.
Llegaron los judíos castigados por los romanos. Existía un enclave musulmán, se extendía la secta cristiana de los Arrios y en la invasión de los Visigodos en el siglo V, trataron de imponer la religión católica. De modo que la imposición de la religión católica y la lengua castellana se inició en 1492 cuando los reyes Fernando e Isabel se asumieron católicos y con ellos el reino que formarían hasta 1516.
De modo que los españoles que llegaron a invadir el Anáhuac, acaban de conformar el reino español apenas en 1516 y estaba imponiendo la religión católica en la península, convirtiendo a los judíos, musulmanes y arrios a la fe católica, lo contrario la gente era expulsada o asesinada.
Es importante dimensionar lo que implicó la destrucción de LAS LEYES, LAS AUTORIDADES E INSTITUCIONES ancestrales y endógenas de una milenaria civilización, y la imposición de nuevas leyes, autoridades e instituciones coloniales diseñadas para la explotación de los nativos y sus cuantiosos recursos naturales.
Dicho de otra forma, se “legalizó e institucionalizó” la explotación y exclusión de las mayorías en favor de una minoría extranjera. El Estado colonial funcionó con ese objetivo.
Cortés traicionó a todos los que lo ayudaron a “apropiarse del poder”, comenzando por los inversionistas que había invertido en la expedición.
Porque las expediciones eran financiadas totalmente por capitalistas, no eran “expediciones oficiales de la corona”. El costo para obtener una concesión para “rescatar oro” era del 20% de lo robado, que se nombraba “quinto real” (una quita parte del botín). Algunos ricos iban personalmente, otros enviaban representantes o esclavos.
Traiciono Cortés a las autoridades de Cuba. La concesión fue otorgada por la corona al gobernador de Cuba Diego Velázquez, y éste se la subrogó a Cortés con un porcentaje muy alto, mismo que aceptó Cortés porque ya tenía planeado desde el principio traicionarlo.
Traicionó a sus propios compinches de la expedición, a los que en el reparto del oro robado hasta 1520, se quedó con la mayor parte, misma que perdió en la “Batalla de la Noche Alegre”. Sus propios hombres en dos ocasiones lo trataron de matar y Cortés mantuvo siempre una guardia personal para cuidarse de sus propios compañeros.
Y Cortés traicionó a sus importantísimos aliados nativos, quienes fueron los que llevaron la carga más pesada en la conquista. Traicionó al propio Ixtlilxóchitl, quien fue el estratega y quien dirigió las batallas entre cientos de miles de indígenas aliados de Cortés en contra de cientos de miles de mexicas. Cortés no pudo dirigir estos ejércitos porque no conocía la lengua y los usos y costumbres guerreras anahuacas.
Finalmente diremos que Cortés pretendía también traicionar a la corona española y crear su propio reino, por eso se le instauró el Juicio de Residencia que lo mantuvo en España hasta su muerte. Una verdad afanosamente ocultada por la historia oficial neocolonial criolla.
De Cortés al último Virrey en tres siglos, todo fue lo mismo, usar a las leyes y las instituciones para robar y salir huyendo. Cuando los criollos traicionaron a sus parientes los gachupines creando un estallido social en 1810, al que con eufemismo llaman “Guerra de Independencia”.
Los criollos usaron a los pueblos indígenas para expulsar a los gachupines, para finalmente instaurar una neocolonia disfrazada de democracia en 1821. En estos 193 años ha sido más de lo mismo en medio la corrupción y la impunidad desmedida de quienes usufructúan el poder económico y político.
El Estado, sus instituciones y sus leyes, son utilizados en favor del grupo que circunstancialmente se ha hecho del poder, sea por las armas o por un fraude electoral. Se roba, se asesina, se entregan los recursos naturales, al pueblo se le esclaviza en la pobreza, la enajenación y la ignorancia.
Las masacres desde las de Cholula y el Templo Mayor, hasta las de Tlatelolco, Acteal o Ayotzinapa se siguen repitiendo periódica y permanentemente, como rituales sanguinario de poder.
El momento que vivimos hoy es que la corrupción y la impunidad se han convertido en una serpiente que ya se mordió la cola. El Estado neocolonial criollo se derrumba estrepitosamente por sus propios excesos y voracidad desmedida.
Sus cimientos están totalmente podridos y decadentes, porque sus cimientos son un sistema colonial basado en la negación y explotación del pueblo y la depredación de sus recursos.
En medio de un país lleno de fosas clandestinas, charcos de sangre en las calles, corrupción y un pacto de impunidad de quienes se han apoderado del gobierno, sea municipal, estatal o federal.
México vive sus últimos estertores de dolor antes de dar a luz a una nueva sociedad que necesariamente debe tener su inspiración y sus bases en su milenaria civilización, para darle a todos sus hijos la oportunidad lograr la plenitud como seres humanos, en un Estado de Derecho donde todos seamos iguales sin excepción.
Donde las autoridades “manden obedeciendo”, poniendo el ejemplo de honestidad, honorabilidad y responsabilidad en la busca del “bien común”. Donde ya no existan castas y vencedores y vencidos.
Tenemos que cambiar, comenzando por nosotros mismos y nuestras familias. El cambio se da “de adentro hacia afuera”. El cambio es “un darse cuenta” y mantener una actitud consiente, sostenida e inflexible. No podemos seguir pensando cómo salir del calabazo colonial, con las ideas de nuestros carceleros.
Lo difícil no es hacerlo, sino imaginarlo. (2010)