Pedro Salmerón Sanginés /III
Periódico La Jornada.
25 junio 2024.
La historia de la rebeldía indígena y campesina, persistente, inagotable a lo largo de cinco siglos, es muestra de la enorme riqueza y diversidad cultural de México, así como de la imaginación y creatividad de los rebeldes: cada historia es única, y cuando está bien contada, cuando el historiador es capaz de hacernos comprender el pensamiento de los rebeldes, de meternos en su piel, somos rebeldes con ellos. El horizonte cultural de Juárez, el de Oaxaca, es el de esa rebeldía, ¿cómo le hicimos sus biógrafos para abstraerlo y eliminarlo?
Juárez entró a la juventud en un momento de fervoroso optimismo nacionalista y republicano. Abandonó el seminario y se matriculó en el recién nacido Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. En 1832 se tituló con una tesis que muestra su comunión con la ideología nacionalista, que ya era parte del bagaje intelectual de los liberales mexicanos, como queda de manifiesto en la crítica a la opresión española, en la exaltación de los héroes de la Independencia y en la presentación optimista de la nueva situación que vivía el país. Además de esos principios, aparece en ese documento la preocupación de Juárez por el problema de las comunidades indígenas. No hay en esa preocupación ningún rechazo a su origen y sí el orgullo que lo acompañó siempre.
Entre 1834 y 1839 se apartó de la política. En sus Apuntes sólo habló de uno de los casos que llevó como abogado: la demanda del pueblo indígena de Loxicha contra el cura párroco. Perseguido por el cura, Juárez fue encarcelado en Miahuatlán: Estos golpes que sufrí y que veía sufrir casi diariamente a todos los desvalidos que se quejaban contra las arbitrariedades de las clases privilegiadas en consorcio con la autoridad civil, me demostraron de bulto que la sociedad jamás sería feliz con la existencia de aquéllas y de su alianza con los poderes públicos y me afirmaron en mi propósito de trabajar constantemente para destruir el poder funesto de las clases privilegiadas. Así lo hice en la parte que pude y así lo haría el Partido Liberal.
La leyenda de Juárez, que lo muestra insensible al problema indígena, no casa con el compromiso que mostró con los vecinos de Loxicha durante este prolongado juicio ni con las referencias a la desgraciada o infortunada raza indígena que hay en sus escritos.
Saltemos tres lustros: en 1847, tras una breve estancia en la Ciudad de México como diputado federal del partido popular-federalista encabezado por don Valentín Gómez Farías, Benito Juárez tomó posesión como gobernador interino de Oaxaca. México había perdido la guerra con el poderoso vecino del norte. Las principales ciudades del norte del país (incluidas algunas que conservamos, como Monterrey, Saltillo y Chihuahua) estaban ocupadas por el ejército enemigo y seis meses después se formalizó la tremenda mutilación del territorio nacional. Otra porción de la patria, en la que se contaban los principales puertos de mar y la capital de la República, también estaba ocupada por los invasores. El nuevo mandatario oaxaqueño respaldó completa e incondicionalmente al frágil gobierno nacional.
Como liberal de su época, una prioridad de su gobierno fue la educación, con particular énfasis en la educación básica enfocada en los indígenas; pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos, por su propia experiencia Juárez comprendía que la educación no era una panacea y que no resolvería los problemas del pueblo si no se atendía antes a la miseria pública, pues ?como informó al Legislativo local? el hombre que carece de lo preciso para alimentar a su familia ve la instrucción de sus hijos como un bien muy remoto, o como un obstáculo para conseguir el sustento diario.
Fue moderado y conciliador como mandatario de su estado: en un panorama político (1821-1854) en que sólo un presidente (Guadalupe Victoria) terminó su mandato, Juárez concluyó su interinato, fue electo gobernador constitucional, gobernó todo su periodo, fue relecto por sus conciudadanos y defenestrado por un Santa Anna con hambre de dictadura (1847-1852, y volvería a gobernar su estado en 1856-1857, de donde saltó a la presidencia de la Suprema Corte, que para él fue breve antesala para la Presidencia de la República).
Regresemos a 1847: Juárez, gobernador moderado y conciliador fue intransigente ante situaciones que implicaran el abierto desafío del orden legal y las amenazas a la soberanía y unidad de la nación, y eso explica en parte su respuesta a la rebelión de los juchitecos, cuyos orígenes se remontan a 1842 y se reactivó en 1847, rebelión que se mezcló con los intentos estadunidenses de penetrar en el istmo de Tehuantepec, que el gobernador Juárez impidió. En su reacción frente a la rebelión juchiteca están muchas claves para entender su relación con el problema indígena. Veámoslo en un cuarto y último artículo.